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ACUERDO HUMANITARIO: ¿CÓMO DESATAR EL NUDO?

Por Luis Carlos Restrepo R *

Nos duele en carne propia el drama de los secuestrados. Se trata de un crimen atroz que ataca con premeditación al vínculo amoroso, poniendo en indefensión a la víctima para extorsionar al familiar acongojado. Las Farc manejan con precisión este instrumento de terror, sometiéndonos a un chantaje colectivo. Toman ciudadanos inocentes para obligar al Gobierno a liberar de las cárceles a los guerrilleros presos, con un doble propósito: propinar un golpe político y moral a las fuerzas del Estado, y recuperar hombres que necesitan para fortalecer su aparato de guerra.

No obstante ser los victimarios, con audacia invierten las cargas, mostrando al Gobierno como responsable de su delito. Con maestría sofística pretenden cambiar el carácter de los hechos con juegos de palabras, llamando a los secuestrados “prisioneros de guerra”, para igualarlos al delincuente que paga en la cárcel su ofensa contra la sociedad. Y manipulan los sentimientos de los familiares, buscando acorralar al Gobierno al que muestran como insensible e indiferente por no ceder a sus pretensiones.

Mirando la cara de esta dura realidad, jamás hemos dejado de buscar alternativas humanitarias para la liberación de los secuestrados. El recuento de esfuerzos es largo. No quiero ahora detenerme en los detalles. Sólo recordar que desde diciembre pasado, hemos planteado a las Farc una propuesta que no ha tenido respuesta. La posibilidad de encontrarnos en cualquier iglesia rural o urbana del país. El procedimiento planteado es sencillo. En un gesto de buena voluntad las Farc liberan un grupo de secuestrados en su poder. Acto seguido procedemos al encuentro para ultimar detalles del acuerdo, y como resultado final de éste las Farc liberan el resto de personas privadas de la libertad.

El Gobierno ha fijado unos criterios que es sano recordar. En primer lugar, los guerrilleros liberados deben comprometerse a no volver a delinquir. Así lo exige la ley penal colombiana y también la política estatal de preservación del bien común. Si a un condenado se le ofrece el beneficio de la excarcelación, lo mínimo que puede exigirle la sociedad es su compromiso de no volver a delinquir. Esta garantía básica de no repetición es eje del derecho penal y de cualquier esfuerzo que se adelante por la paz del país.

En segundo lugar, no podemos caer en el juego de desmilitarizar extensas zonas del territorio nacional para propiciar encuentros con los ilegales. Este mecanismo está agotado y en vez de acercarnos al acuerdo humanitario, nos aleja de él. La propuesta del Gobierno es sensata: definir un punto de encuentro y brindar, en compañía de la Iglesia colombiana y la Cruz Roja Internacional, las condiciones de seguridad para dicho encuentro.

Finalmente, poco sentido tiene recurrir una y otra vez a fórmulas que se inscriben en lo que el anterior director del CICR en Colombia llamaba “interpretaciones criollas del DIH”. Decir que se pueden aplicar normas del Protocolo I –que rige los conflictos internacionales–, al ámbito del Protocolo II, con el propósito de pasar por encima de la ley penal interna que el mismo Protocolo II insiste en preservar, es un salto mortal que resulta interesante como hipótesis académica, pero carece de realismo para ser una fórmula viable. El día que el Presidente acepte liberar guerrilleros de las cárceles sin tener en cuenta la ley penal interna, termina antes de 24 horas acusado de prevaricato ante el Congreso, que bien podría condenarlo por dicho delito.

El acuerdo humanitario, lo hemos dicho, es un acuerdo de buena voluntad. Político, si así se quiere llamar, pero ajustado a las leyes nacionales e internacionales. No se trata de una negociación sobre secuestrados, pues sería colocarnos por debajo del mínimo humanitario, como nos lo dejó claro Naciones Unidas al comienzo del gobierno. Se trata de un acuerdo de voluntades.

El Gobierno hace, de buena voluntad, lo que quiere y puede hacer; la guerrilla hace, de buena voluntad, lo que quiere y puede hacer. En otras palabras, el Gobierno libera, de acuerdo con las leyes colombianas, guerrilleros presos que se comprometan a no volver a delinquir; y la guerrilla libera al grupo de políticos y militares, que según sus comunicados públicos está dispuesta a liberar. Así de simple. Sin interpretaciones adicionales.

Debería levantarse un clamor nacional para decirle a las Farc que acepte la propuesta de ubicar una iglesia en cualquier lugar del país y proceder al encuentro. Mandemos un mensaje de unidad a los secuestradores, que se confunden al interpretar nuestras diferencias sobre el tema como fisuras por donde pueden colarse para ejercer mayor presión y alcanzar sus propósitos.

Encuentro ya, en cualquier iglesia del país.

*Alto Comisionado para la Paz

 
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