CONTROL POLÍTICO
Por Jorge H Botero*
Describiré la situación típica que se presenta
con motivo de las citaciones que el Congreso formula a los ministros
para que concurran a las plenarias con el fin de afrontar debates
de control político. La reunión es convocada para las
3 p.m., pero, de ordinario, los congresistas se hacen presentes hacia
las 4. A esa hora comienza la sesión y aparecen los ministros
citados, quienes también llegan tarde. Pero como todavía
no hay quórum para deliberar, y por lo tanto, el debate aún
no comienza, se utiliza el tiempo para presentar proposiciones y
constancias sobre otros asuntos. Hacia las 6 p.m. se da la palabra
al primero de los cuatro citantes para que inicie el debate. Como
a esa hora la sintonía de la televisión es floja, en
ocasiones parece que se deseara extender la primera intervención
hasta las 7, cuando el “rating” mejora.
Después de las 8 se da la palabra a los demás citantes.
Entre tanto el quórum se ha disuelto. Alguno pide que se declare
sesión permanente; aprobada esta declaratoria tanto los citados
como quienes los convocan se preparan psicológicamente para
una sesión que irá hasta la media noche. Concluidas
las intervenciones de los parlamentarios que propusieron el debate,
se ofrecerá la palabra a los demás congresistas que
quieran hacerlo. Usualmente son entre 6 y 10, los cuales pronunciarán
sus discursos en función de los televidentes, más que
de quienes se hallan presentes, lo cual es comprensible; concluidos
estos, abandonarán el recinto, simultáneamente con
buena parte de sus colegas.
Después de las 11 p.m., y ante un auditorio semivacío,
se pide a los ministros citados que respondan los cuestionarios formales
y los discursos. A media noche, cuando se cierra el debate, sólo
están presentes los parlamentarios citantes, los ministros
citados, el personal de secretaría y los encargados de la
televisión. Acepto, de antemano, que este es el peor escenario;
a veces, la realidad es menos sombría.
Este esquema no es bueno. No garantiza la
confrontación ordenada
y dialéctica de visiones sobre cuestiones de interés
público, de modo tal que los ciudadanos puedan formarse su
propio criterio. Niega a los funcionarios citados una oportunidad
equitativa de responder los interrogantes que se les formulan. Diluye
el trabajo de preparación de los citantes, que normalmente
es intenso y cuidadoso. Dificulta la presentación ordenada
de conclusiones de una y otra parte. Y, como consecuencia obvia,
no ayuda a fortalecer el prestigio de la institución parlamentaria.
Grave esto último. El Parlamento y su estructura de soporte
fundamental, los partidos políticos, son la esencia de la
democracia representativa. Si ésta carece de sólido
respaldo popular es fácil caer, como lo muestra la historia
de América Latina, incluidos episodios recientes, en el caudillismo,
en el golpe de opinión, o en la judicializacion de la política.
Se requiere, pues, una mejor organización de los debates.
Sugiero reglas como éstas: 1) El tiempo debe ser repartido
igualitariamente entre los parlamentarios citantes y los funcionarios
citados. 2) Luego de que aquellos intervengan, éstos deben
ser oídos de inmediato. 3) A continuación debe darse
la oportunidad a voceros de cada bancada política, designados
con antelación, para formular interpelaciones; es decir, breves
replicas y preguntas a citantes o citados que estos deben responder
sin reticencias. 4) Al final debe de nuevo intervenir un vocero del
gobierno y otro de la bancada convocante para formular una síntesis
de sus posiciones.
Medidas como éstas son posibles y deseables en opinión
de muchos parlamentarios. Las dejo enunciadas con el ánimo
de que sirvan para un debate importante, a saber: Cómo mejorar
la calidad de los debates parlamentarios.
*Ministro de Comercio, Industria
y Turismo
2 de noviembre de 2005