BAMBUCOS Y VALLENATOS
Por Jorge H. Botero*
La Constitución señala que “la cultura en sus
diversas manifestaciones es fundamento de la nacionalidad”.
Este enunciado ha sido objeto de amplios desarrollos legales. La
Ley General de Cultura ordena que “El Estado impulsará y
estimulará los procesos, proyectos y actividades culturales
en un marco de reconocimiento y respeto por la diversidad y variedad
cultural de la Nación Colombiana”. Inspirada en valores
semejantes, una reciente convención de la UNESCO contempla
principios que deben ser tenidos en cuenta por los estados en el
diseño e implementación de su política cultural.
Entre ellos el de “apertura y balance”, según
el cual la preservación de su idiosincrasia cultural debe
resultar compatible con la posibilidad, abierta a todos los integrantes
de la comunidad, de acceder a las culturas de otras regiones del
mundo. Importante esto último para evitar que se caiga, como
tantas veces ha ocurrido, en un nacionalismo hirsuto.
Es entonces legítimo usar los recursos a disposición
de los gobiernos para la adopción de medidas de fomento a
las distintas manifestaciones de la cultura. Entre ellas cuotas de
pantalla, es decir, porcentajes de exhibición mínimos
en beneficio de la producción nacional de televisión.
Este instrumento cumple dos funciones básicas: una, de carácter
estrictamente cultural, la de promover la producción nacional;
otra, de intención económica, encaminada a garantizarle
una plataforma de lanzamiento desde la cual pueda proyectarse hacia
los mercados de otros países.
Desde ambas perspectivas
la cuota de pantalla vigente entre nosotros, que es del 70% en
la franja que
va de las 7 p.m. a las 10.30 p.m.,
ha sido exitosa. De hecho, la programación producida localmente
ha venido incrementándose y ahora copa la casi totalidad de
los espacios en ese rango horario, mientras que las exportaciones
de televisión crecen a una tasa tres veces superior a las
del resto de las exportaciones.
Hasta aquí todos felices. Veamos ahora los problemas. El
primero es el inexorable cambio tecnológico. La cuota de pantalla
no resulta factible en el ámbito de la televisión cerrada
que hoy recibimos por cable y quizás pronto nos llegará por
Internet. Al operador por cable puede exigírsele, como en
efecto se hace, que incluya en su oferta a los suscriptores los canales
nacionales, pero en la practica es imposible exigirle que modifique
el producto que recibe de fuera, que es uniforme para todos los países,
con el fin de incluir producción nacional; de otro lado, los
contenidos que circulan en Internet no han podido ser regulados por
ninguna autoridad.
El segundo, consiste
en el previsible cambio regulatorio de la televisión
abierta (la que usa el espectro electromagnético). Cuado venzan
las actuales concesiones que benefician a Caracol y RCN, es probable
que se abra una mayor competencia. En un escenario de canales múltiples
la cuota del 70% podría desbordar la capacidad de producir
programas de calidad, o, peor aún, ser francamente inconveniente.
Imaginen ustedes una situación parecida: que existiera cuota
nacional en la radio y que, por ende, estuviéramos obligados
a “disfrutar” bambucos y vallenatos en todas las emisoras
a la tasa del 70% durante buena parte de las horas de descanso.
El tercer problema
consiste en que los Estados Unidos pretenden mejorar el acceso
para sus productos audiovisuales
a través
de algún grado de flexibilización de la cuota de pantalla
que protege la producción local; esta, hay que reconocerlo,
es una de las más altas del mundo. En la negociación
del TLC, como en cualquiera otro conato de acuerdo comercial, las
partes tratan de maximizar beneficios y reducir costos. En esa tarea
andamos a sabiendas de la delicada responsabilidad que nos corresponde.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo
Noviembre 8 de 2005