AMANECERÁ Y VEREMOS
Por Jorge H.
Botero*
Se siente, en distintas partes,
del mundo, lo que Joseph Stglitz ha llamado "El malestar en la globalización". La
dimensión extraeconómica del descontento tiene que
ver con el empobrecimiento, supuesto o real, de los factores que
determinan la cultura de los pueblos; el temor por el riesgo de avasallamiento
si no existe una protección adecuada a las manifestaciones
del espíritu, en especial al cine y la televisión.
El otro factor adverso a la globalización en este sentido
tiene que ver con el doloroso resurgimiento, notable en Europa, de
manifestaciones de discriminación contra los extranjeros,
más aún si profesan otra religión y el color
de su piel es distinto.
En la órbita económica se ha debilitado el consenso
sobre las bondades de la internacionalización para asegurar
una tasa de crecimiento mayor de la que podría obtenerse bajo
esquemas proteccionistas. Se ha vuelto a proponer con renovado entusiasmo,
y en nuestro propio vecindario, la "sustitución competitiva
de importaciones". El debilitamiento de la fe en las bondades
del libre mercado tiene que ver también con la resistencia
de los países ricos a reducir los subsidios agrícolas.
Hace daño igualmente que a los países de menor desarrollo
se les exija comprometerse a abrir sus mercados a los productos e
inversiones que vienen de fuera, pero sin que, de modo recíproco,
se faciliten los flujos internacionales de mano de obra.
Quienes siguen creyendo en
las bondades del libre comercio disputan sobre el carácter vertical u horizontal que deben tener los
procesos de integración. Para unos, ellos rinden sus mejores
frutos cuando se realizan entre países cuyas estructuras productivas
y grado de desarrollo son semejantes. Otros sostienen, por el contrario,
que las ganancias son mayores mientras más diferenciadas sean
las economías involucradas.
En América Latina las dificultades conceptuales se encuentran
a la orden del día. En general, se acepta que los países
integrantes de la región deben, tal vez antes del final de
los tiempos, converger hacia un esquema único de integración.
Pero en el cómo lograrlo no existe claridad alguna. Desde
1980 existe una sombrilla institucional -la ALADI- que, sin arrojar
resultados dramáticos, ha permitido la construcción
paulatina de un modelo de integración regional. Bajo este
esquema, por ejemplo, se han celebrado acuerdos de comercio entre
buena parte de los países latinoamericanos, o el reciente
que vincula a los países de MERCOSUR con los andinos.
Pues bien: hace poco se produjo
el lanzamiento de la Comunidad Suramericana de Naciones, la cual
resultaría de la convergencia gradual
de dos bloques: MERCOSUR y la CAN. No es para nada claro si esta
dinámica debería darse con fundamento en reglas pendientes
de elaboración, o si, por el contrario, se utilizaría
el formato de ALADI. La cuestión tiene importancia no solo
por razones técnicas. Se encuentra subyacente una cuestión
política: la participación de México, que es
integrante de la ALADI, pero que no cabría fácilmente
en un esquema de integración suramericana.
En último término, es pertinente interrogarse sobre
los alcances del ingreso de Venezuela como miembro pleno de MERCOSUR.
En su dimensión política este movimiento obedece a
una evidente afinidad que se consolidó en la reciente cumbre
de Mar del Plata. Pero desde el punto de vista comercial plantea
complejos problemas: la compatibilidad entre las obligaciones que
tendría que asumir en cuanto al arancel externo común
de ese bloque, que es incompatible con el andino; y la simultánea
membresía a dos zonas de libre comercio diferentes. Es evidente
que la solución de este asunto tiene una incidencia profunda
en los flujos comerciales colombo-venezolanos, de tanta importancia
para ambos países. Amanecerá y veremos.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo
Diciembre 13 de 2005