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RETOS BINACIONALES

Por Jorge H. Botero*

Unas pocas cifras bastan para demostrar la importancia del comercio entre Venezuela y Colombia. En el año 2004 el intercambio global fue de US $ 2.654 millones, lo cual representó el 22% y el 19% respectivamente, de las exportaciones no petroleras de uno y otro país en esa anualidad. En este año la cifra será del orden de US $ 3.500 millones, lo cual implica un crecimiento del 31%. En nuestro caso, es, además, importante su calidad; mayoritariamente se trata de manufacturas: vehículos, agroindustria, química básica, confecciones. Preservar estos volúmenes y una dinámica elevada es importante a ambos lados de la frontera, en lo cual, por fortuna, concuerdan las autoridades de Caracas y Bogotá.

Para que este propósito se cumpla es preciso tener claro que las estructuras económicas de Venezuela y Colombia son muy diferentes. Mientras en el caso de nuestro vecino las actividades petroleras representan el 25% del PIB, el 46.5% de los ingresos totales del gobierno central y el 81.4% de las exportaciones, los números correspondientes de Colombia son 2.57%, 3% y 25%. Estas diferencias son la causa de una gran complementariedad de las economías, y de que unos y otros nos beneficiemos de mantener un tráfico elevado y fluido.

Ellas también ayudan a entender, en parte, las diferencias existentes en materia de política económica. Para exportar petróleo y sus derivados no se precisan acuerdos de comercio; la comercialización mundial de hidrocarburos es totalmente libre. Bien diferente es la situación para un país que, como el nuestro, necesita exportar manufacturas livianas y productos agropecuarios, los cuales afrontan múltiples obstáculos y una competencia aguerrida en los mercados del mundo.

Igualmente, hay que percatarse de que en la actualidad seguimos modelos económicos diferentes, algo que tal vez nunca había sucedido. El Gobierno Venezolano ha proclamado que avanza hacia la adopción paulatina de un modelo socialista. Entre las consecuencias de esta decisión vale la pena mencionar el mantenimiento de un control de cambios que hoy es flexible pero que mañana podría ser rígido, la sustitución de importaciones, el otorgamiento de preferencias a favor de la industria nacional y el elevado protagonismo del Estado en la distribución de bienes de consumo masivo. Sea cual fuere la valoración que de estas políticas se haga desde la óptica de la normatividad andina, o de nuestra propia conveniencia, no es realista suponer que ellas serán modificadas.

A los retos que la divergencia de modelos plantea, hay que añadir que mientras Colombia está a punto de culminar un tratado de integración con los Estados Unidos, Venezuela ha sido admitida como miembro pleno del MERCOSUR, y debe definir en los próximos meses un cronograma para la asunción de las disciplinas propias de ese bloque. ¿Cómo se afectará el comercio recíproco como consecuencia de estos movimientos? En la reunión de presidentes celebrada el 17 de diciembre se acordó que los gobiernos se darán toda la información que sea necesaria para poder juzgarlos con elementos de juicio adecuados, y que en sus procesos de integración con terceros harán lo que corresponda para preservar su propia dinámica integracionista.

A pesar de que soy un pesimista profesional, creo que este propósito es posible. Les quedo debiendo para el año entrante las explicaciones.

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Jorge Luis Borges decía que su orgullo mayor consistía en los libros que había leído; no en los que había escrito. Pues bien: como saludo navideño para quienes han posado sus ojos en las efímeras palabras que escribo, copio de “Historia del Rey Transparente”, una esplendida novela de Rosa Montero recién aparecida: “Desconfía de aquellos que poseen más respuestas que preguntas. De los que ofrecen la salvación como quien ofrece una manzana. Nuestro destino es un misterio y quizá el sentido de la vida no sea más que la búsqueda de ese sentido”. Nos veremos a fines de Enero.

*Ministro de Comercio, Industria y Turismo
Diciembre 20 de 2005

 
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