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RARA AVIS

Jorge H. Botero *

Incluso en un país con tan variada fauna aviar como el nuestro, es difícil encontrar un sólo pájaro que esté dispuesto a defender la propuesta de reforma fiscal que ha presentado el Ministro de Hacienda. Asumiré, sin embargo, ese papel, porque me parece que ella apunta a la solución de las graves falencias del sistema tributario actual, así sea susceptible de algunos ajustes que, manteniendo su orientación, faciliten el tránsito por el Congreso.

Se ha dicho, con razón, que el impuesto de renta para la generalidad de las empresas -no para las que gozan de alguno de los varios regímenes de excepción que hoy existen- es demasiado elevado, lo cual nos resta capacidad para atraer inversión extranjera, y, aún, para retener en Colombia la capacidad de inversión generada por empresas nacionales que, como se sabe, están facultadas para invertir fuera del territorio nacional. Para afrontar el problema de falta de competitividad que la estructura actual genera, se plantea bajar la tarifa de renta al 32%, eliminar la renta presuntiva, flexibilizar el crédito fiscal por pérdidas, extinguir gradualmente el 4X1000, y hacer deducible, como costo del ejercicio, la inversión realizada en activos fijos. Hay que admitir que esta última propuesta es bastante audaz; equivale a disponer que las empresas sean gravadas por la renta repartida, pero no sobre la capitalizada.

Por primera vez en la prolija historia de las reformas tributarias, la que ahora se plantea no pretende aumentar el recaudo, que debería de todos modos ocurrir como consecuencia de un mayor crecimiento de la economía, y de los progresos en la eficiencia de la DIAN, sino de una recomposición de las fuentes de ingreso: los menores gravámenes a la renta de las empresas tendrían que ser compensados con mayores ingresos, fundamentalmente por concepto de la ampliación del impuesto al valor agregado, el cual vendría a gravar renglones tales como los servicios públicos y algunos bienes integrantes de la canasta familiar que hoy no tributan. Esta opción ha sido considerada por muchos comentaristas como regresiva y, por ende, como contraria a la equidad.

La cuestión debe ser examinada con cuidado para no caer en generalizaciones maniqueas. Cierto es que el IVA, al gravar con una misma tarifa el consumo de bienes y servicios, independientemente del poder adquisitivo de quienes los adquieren, no es, en principio, progresivo. Pero es factible diseñarlo de modo tal que esta característica se atenué, bien sea a través de tarifas más bajas para los consumos básicos y mayores para los suntuarios, que es lo que aquí siempre se ha hecho, ya sea mediante la figura de la devolución del tributo marginal a los estratos 1 y 2, que es la novedosa y muy interesente alternativa propuesta. En esta categoría se encuentran 20 millones de personas, casi la mitad de la población.

De otro lado, no puede ignorarse que en todas partes del mundo la presión competitiva ha obligado a que los gravámenes a la renta empresarial no puedan superar ciertos techos, lo cual, por fuerza, obliga a que los aplicables al consumo tengan un peso creciente sobre la tributación global. Chile, el país más exitoso del continente en la reducción de la pobreza, tiene un recaudo por IVA muy superior al nuestro. Así las cosas, la necesaria progresividad del sistema fiscal debe provenir de la estructura del gasto público, y no tanto del diseño impositivo.

Recuérdese, por último, que si nuestras empresas no compiten en los mercados del mundo, no podrán incrementar el empleo en la medida necesaria para sacar de la pobreza a tantos colombianos que la padecen. Y esta es la principal fuente de inequidad social.

* Ministro de Comercio, Industria y Turismo
Julio 11 de 2006

 
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