RICOS CONTRA POBRES
Jorge H Botero *
Se dice que algunos impuestos son directos
porque la carga económica
la soporta quien es responsable de cubrir el tributo frente al
Fisco, en tanto que otros son indirectos: el sujeto pasivo de la
obligación tributaria puede transferirla a otros agentes
económicos que son los que acaban asumiendo el peso del
gravamen. También se postula que el impuesto de renta es
ejemplo claro de impuesto directo, mientras que el IVA lo es de
tributo transferible a la masa anónima de los consumidores.
Con fundamento en esta teoría, los impuestos directos aplicables
a los individuos, que no a los entes empresariales, suelen ser
diseñados de modo tal que los más ricos paguen más
que proporcionalmente con relación al monto de su renta,
lo que se logra con un sistema de tasas impositivas porcentuales
crecientes. Proceder de esta manera se considera “progresivo”;
es decir conforme con una noción generalmente aceptada de
justicia impositiva.
De otro lado, como los impuestos al consumo
gravan por igual a quien, por ejemplo, compra un kilo de azúcar o un televisor
(el costo de diferenciar los compradores por nivel de ingreso sería
enorme) suelen ser tenidos por regresivos: afectan más a
los pobres que a los ricos. De allí que los impuestos directos
-renta, patrimonio, predial- deberían ser la fuente principal,
para financiar las cargas públicas; los tributos indirectos
-IVA, fundamentalmente- deberían tener muy poco peso en
el recaudo total.
No obstante, en el mundo entero la tributación no funciona
con arreglo a este modelo; los tributos indirectos han ganado participación
a costa de los impuestos directos. ¿Por qué? Les
ofrezco dos teorías. La primera consiste en que los ricos,
que controlan los gobiernos, siempre se salen con la suya; quienes
queden satisfechos con esta explicación no tienen que leer
los párrafos siguientes. Los demás han de tener en
cuenta que, de ordinario, las empresas logran transferir el impuesto
de renta a los consumidores a través de precios más
altos, o a sus propios trabajadores vía menores salarios.
Harán lo primero en economías cerradas, que les garantizan
poca competencia; lo segundo, cuando operen en un ambiente de apertura
al exterior. En ambos casos, es obvio que sectores pobres recibirán
parte del impacto.
Utilizando información de 72 países a lo largo de
22 años, un estudio reciente (Hasset y Mathur, marzo 06)
corrobora que impuestos empresariales altos presionan los salarios
a la baja. La racionalidad empresarial conduce a compensar los
incrementos de unos costos y gastos con reducciones en otros para
preservar la rentabilidad esperada del negocio. Así mismo,
señalan que las estructuras tributarias de los países
compiten entre sí; y que cuando la inversión se desplaza
de países con alta carga tributaria empresarial hacia aquellos
que la tienen menor, en estos últimos aumenta la productividad
laboral (más tecnología por trabajador) lo cual incrementa,
a su vez, los salarios.
Un estudio reciente realizado por A. T.
Kearney para Proexport concluye que la estructura tributaria
es uno de los factores de
mayor peso en las decisiones de inversión; y que el impacto
de la tributación empresarial es más alto en Colombia
que en Chile, Perú, Costa Rica y Salvador, todos los cuales
compiten con nosotros por inversión extranjera. Alemania,
que tiene el mismo problema, busca resolverlo reduciendo los tributos
empresariales.
Todo esto debe ser tenido en cuenta en
el actual debate fiscal. Para que las empresas puedan generar
empleo de buena calidad, tenemos
que gravarlas en condiciones parecidas a las que encuentran en
países cercanos por la geografía o el nivel de desarrollo.
El dilema ricos contra pobres no es tan sencillo como se cree.
* Ministro de Comercio, Industria y Turismo
Julio 18 de 2006