EL PROFETA
JONÁS
Jorge H Botero*
Horrorizada por el conflicto bélico en el Medio Oriente,
Salud Hernández escribe: “Me resulta inconcebible
que exista alguien que aún crea que causando destrucción
y muerte puede alcanzar un fin legítimo”. Comparto
su indignación; quisiera que entre los hombres reinara la
paz y que pudiésemos, siempre, resolver los conflictos mediante
el diálogo.
Sucede, sin embargo, que la guerra es,
gústenos o no, el
recurso último de la política; de modo más
general, su medio de acción específico es la violencia,
sea ella material o, como sucede de ordinario, apenas virtual:
La amenaza de coacción que es inherente al ejercicio de
la autoridad estatal. Es decir, la violencia es un instrumento
propio, que no exclusivo, de la acción políticamente
orientada, bien sea para obtener mediante su ejercicio un determinado
resultado, ya se emplee para comunicar a quienes no la padecen
que esa posibilidad existe:El bolillo policial es tanto arma contundente
como bastón de mando.
Para entender la política es preciso percatarse de que
su objetivo fundamental consiste en la conquista, acumulación,
ejercicio y lucha por el poder, tanto si éste se persigue
con el fin de realizar nobles propósitos o bajo el acicate
de mezquinos intereses. Que éstos constituyan la motivación
real de quienes participan en el juego por el poder, no determina
que su actividad deje de pertenecer al orden de la política.
El bien común, que debería ser el único móvil
de sus actores, con frecuencia no es más que mera fachada
levantada para lograr el respaldo ciudadano.
En contra de lo que suele creerse, el bienestar
colectivo no constituye un concepto de precisos contornos, respecto
del cual es imposible
la disputa entre personas que actúen de buena fe. La verdad
es que no existe método racional que permita afirmar con
certidumbre que se sabe cuál es la solución óptima
para la comunidad entre la multitud de alternativas, con frecuencia
enfrentadas, que se debaten en la arena política. Porque
tal es la realidad, la democracia tiene sentido. Si lo bueno, lo
justo y lo conveniente para la sociedad pudiera ser establecido
con claridad irrebatible, el gobierno debería concederse
a los más sabios; no a las mayorías para que gobiernen
a través de sus representantes, y sólo durante periodos
limitados.
Es generalizada la idea de que como en
el quehacer político
sólo caben nobles motivaciones, el político debe
actuar “ad honoren”; que reciba remuneración
por su actividad aún hoy es considerado como un inaceptable
envilecimiento de la actividad. Desde esta óptica, se considera
político respetable al místico de la causa, al revolucionario
o al campeón en la defensa del orden establecido, no a quien
vive para la política pero, también, de ella. El
profesional de la política, que recibe ingresos por realizar
su tarea, no es merecedor de prestigio social.
Cuando ejercen la autoridad del Estado,
los políticos son “ingenieros
sociales”: Adoptan determinadas medidas de las cuales esperan
resultados netos positivos para la comunidad sobre la que gobiernan.
En ese ejercicio parten de información incompleta, carecen
de control sobre muchas de las variables que inciden en el resultado,
no pueden evitar que haya costos para ciertos grupos sociales o
derivados del proceso de transición, los logros resultan
difíciles de medir y son, por esencia, disputables.
Los políticos, por último, no deciden, necesariamente,
entre el bien y el mal. Al igual que el cirujano, que amputa la
pierna para conservar la vida, a veces tienen que elegir entre
dos males: combatir la inflación, que es un mal, puede generar
desempleo, que también lo es. La política está,
pues, signada por la tragedia. Quien como el Profeta Jonás
ha vivido en las entrañas del Monstruo, lo sabe.
* Ministro de Comercio, Industria y Turismo
Agosto 01 de 2006