EXPULSADOS DEL PARAISO
Jorge H. Botero*
Gozando de la beatífica visión del Padre, y sin tener
que afrontar necesidades materiales, Adán y Eva debían
respetar una prohibición única: no comer la fruta del árbol
del conocimiento. Transgredirla les significó ser expulsados
del Jardín del Edén, condenados a ganar el pan con el
sudor de la frente, y Eva a parir con dolor. A cambio, dejaron de ser
humanoides para convertirse en seres humanos cabales, hechos a “imagen
y semejanza” del Señor; es decir, dotados de libertad,
responsables, por tanto, de la dimensión ética de su
conducta.
Definir los criterios éticos del quehacer político es
tarea difícil. A la política es inherente el ejercicio
del poder sobre los demás; la violencia, a su vez, es su forma
de acción específica, así se halle modulada por
la legitimidad propia de un Estado democrático. En pos de una
fundamentacion ética de esta parcela de la conducta, cabe examinar,
en primer término, la propuesta cristiana: Ante la acción
violenta hay que “poner la otra mejilla”; y como el Reino
del Señor “no es de este mundo”, poco sentido tiene
participar en las querellas terrenales que dominan en la esfera política.
Hay que hacer el bien y evitar el mal, siempre, y sean cuales fueren
las circunstancias. La versión laica de esta posición
radical es la de Kant: “Obra como si la máxima de tu acción
pudiera ser erigida, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza”.
Dos dificultades enormes comporta esta propuesta:
a) No es tarea sencilla discernir el bien del mal haciendo caso omiso
de las circunstancias. “No
matarás”, dice uno de los diez Mandamientos, pero en las
guerras se mata y esas muertes están justificadas si la guerra
es justa; por ejemplo, si se trata, como en las Cruzadas, de recuperar
de los “infieles” los “Santos Lugares”, o poner
fin a un régimen despótico; b) No siempre quienes ejercen
responsabilidades políticas eligen entre el bien y el mal; con
harta frecuencia hay que elegir el mal menor. Mentir es, en principio,
reprobable, pero nadie esperaría que los directores del Banco
Central confiesen que se proponen devaluar la moneda o subir las tasas
de interés. Lo ético, para evitar males mayores, es que
mientan.
Debemos a Maquiavelo haber advertido que el
objetivo de la acción
política no es, como debiera ser, la búsqueda del bien
común, sino la conquista y preservación del poder. A
partir de esta constatación plantea la santificación
de los medios por el fin. Leemos en “EL Príncipe” que “…al
apoderarse de un Estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los
crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la
vez, para que no tenga que renovarlos día a día; y al
no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres a fuerza
de beneficios”. No hay duda del gran aporte del pensamiento maquiavélico
a la comprensión de la política, pero no puede aceptarse
que la bondad de la causa, por elevada que ella sea, justifique los
instrumentos que se emplean para realizarla.
Max Weber, el gran pensador Alemán de comienzos del Siglo
XX, postuló una tercera vía: En la toma de decisiones
políticas hay que ponderar los medios en función del
fin. Las consecuencias previsibles de las acciones desplegadas deben
ser tenidas en cuenta en una especie de “relación costo-beneficio”.
Esto quiere decir que conductas reprochables en ciertos contextos,
en otros podrían ser admisibles. A esto llama “Una ética
de la responsabilidad”. Creo que su postura es correcta con
una adición: el respeto absoluto a los Derechos Humanos, que
hoy son, al menos desde el punto de vista normativo, patrimonio universal.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo
Agosto 30 de 2006