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LA GUERRA PROLONGADA ENNEGRECE EL ALMA

Por José Obdulio Gaviria*

Dentro de 30 años -cuando seamos viejitos retirados, o alabemos a Dios en su presencia-, otros leerán en las enciclopedias, artículos como “Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)” que serán, más o menos, de este tenor: fue una confederación paramilitar. Declaraba proteger a ganaderos, narcotraficantes y otros ciudadanos, de las guerrillas. Una conspiración derrocó y asesinó a su líder, Carlos Castaño. Por sufrir fuertes bajas, capturas y deserciones, acordaron con el Gobierno Uribe (2002-2010) desmovilizarse. Ideológicamente se les clasificó como ‘derecha’, en contraposición a las guerrillas de ‘izquierda’. Todas, AUC, FARC y ELN, fueron clasificadas como terroristas, y sus jefes pedidos en extradición. No obstante, en un equilibrio entre justicia y paz, se determinó juzgar a los arrepentidos y purgar penas alternativas en penitenciarías de Colombia.

Pero, mientras el tiempo -que hace definiciones certeras-, nos permita ver con perspectiva histórica, los colombianos, en la coyuntura, oiremos más bochinches. Como los de Sierra y Mejía, por ejemplo, y habrá nuevos titulares insidiosos como “Gobierno volvió 'para' al otro 'Mellizo'; o “a Juan Carlos Sierra, alias 'El Tuso', el Presidente, en un escandaloso reversazo, le dio el estatus de jefe de las Auc”.

¿Por qué publican esos ‘escandalizados’ y descalificadores titulares y comentarios sobre la desmovilización de las AUC? La causa es que hay una antagónica caracterización de la situación de inseguridad que vivió Colombia hasta 2002. La una, elaborada por las FARC y acogida implícitamente en los redactores de los titulares –la de la “solución negociada”-; la otra, de Uribe, llamada Seguridad Democrática-.

Las FARC se autodefinen como fuerza insurgente, antagonista del Estado colombiano y de las ‘elites dominantes’, en conflicto social y político armado; y a las AUC como organización de narcotraficantes que hacen trabajo sucio para los opresores. Las Farc impusieron la idea de que, como son nuestros libertadores, lograr la paz supone, primero, eliminar las justas causas objetivas de su lucha, la del ‘pueblo en armas’; y, segundo, arrasar a los paras. Esa definición lleva a hacer calificaciones bondadosas para unos y trinantes para los otros, como que las FARC aprovechan creativamente el tráfico para obtener la renta de la coca, mientras los paras son simples traquetos; que las Farc incurren tangencialmente en actos de terrorismo; pero las AUC son terroristas..., etcétera.

La Guerra prolongada amella las espadas, oxida los fusiles y, sobre todo, ennegrece el alma. Kant nos recordó que la guerra es mala, porque hace más hombres malos que los que mata. La guerra volvió igualitos a FARC y AUC. Tanto que se diferencian apenas en los brazaletes, que se intercambian como la cosa más natural. Los que comenzaron, ¡hace ya cincuenta años!, hablando de política y viajando a Moscú o La Habana, hoy van a Nueva York a inspeccionar embarques; quienes comenzaron con embarques, hoy se reúnen con el Presidente Arias, la OEA o el CICR, y hablan de política. Y mientras subsistan, los guerreros seguirán haciendo masacres y ajusticiamientos, como los de Tacueyó o el de Castaño.
La doctrina de Seguridad Democrática, en cambio, predica que es obligación enfrentar a todos y que un final negociado depende solamente de ellos mismos. Si cesan acciones hostiles, la sociedad les ofrece penas alternativas y reinserción.

El mérito de Uribe es habernos sacado de una maraña teórica. Colombia, dice, es una democracia legítima; alzarse contra ella, aduciendo motivos políticos, no es eximente sino agravante de la responsabilidad. Con la aplicación de esa doctrina, hoy las FARC padecen lenta extinción (cero reclutamientos, deserciones, bajas y capturas); el ELN está en diálogos formales; y las AUC tienen a sus líderes en prisión, sometidos por voluntad propia a la justicia, confesando masacres, secuestros y expoliaciones a los campesinos, quienes se aprestar a reclamar reparación. Otros jefes huyen, solitarios, pero no representan grave peligro para la sociedad.

¿Vale la pena, es legítimo, sí o no, suspender las órdenes de extradición de desmovilizados de AUC, FARC y ELN, a fin de garantizar procesos de paz? Máxime sí, como dicen los indicment de extradición de Sierra, Mejía y los de las FARC, todos ellos son reconocidos dirigentes de bandas terroristas. Uribe decidió que sí. Por eso otorgó la suspensión de la extradición de Sierra y cuatro jefes más, y hará igual con otros que, habiendo pertenecido a organizaciones armadas en cese de hostilidades, se manejen bien desde el momento en que se desmovilicen.

*Consejero presidencial
Agosto 30 de 2006

 
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