LOS PARTIDOS NO 'TIENEN' PUESTOS;
TIENEN REPRESENTACIÓN
José Obdulio Gaviria*
La formación de un nuevo gobierno supone hacer nombramientos
y, consecuentemente, aceptar renuncias de funcionarios probos
con "conocimientos técnicos y experticia", como
dice un editorial de EL TIEMPO. Si eso lo hace un nuevo presidente,
nadie se asombra. Pero, como hubo reelección, algunos
están gritando: ¡clientelista!
En toda parte, los ministros y vices,
jefes de Departamento, superintendentes, embajadores, etcétera se reclutan del
seno de los partidos. Como en el primer tiempo el Presidente
no tenía partidos, nombró gentes sin partido. Gracias
a la reforma política, ya tiene cinco en su coalición.
Si hubiese vuelto a nombrar, igual, le habrían preguntado
que para qué, entonces, la reforma. Como hizo lo contrario,
le dicen clientelista.
Hay gente que siempre le dará a uno palo: bogue o no
bogue. ¡Listo! Recibimos palo. Pero permítannos
revirar. Uribe, por convicción y con hechos, pasará a
la historia como modernizador del Estado; no como cultivador
del burocratismo y las clientelas electorales.
Una anécdota describe su talante: el Presidente Barco
citó a su despacho a cuatro senadores liberales antioqueños
para hablar de burocracia -hoy lo llaman, pomposamente, "crear
gobernabilidad"-.
Hasta el 91, la Constitución permitió nombrar
legisladores en el Ejecutivo; entonces, ni cortos ni perezosos,
tres senadores pidieron cargos para sí: Guerra, la gobernación;
William Jaramillo, la alcaldía de Medellín; Federico
Estrada, la embajada en Roma. -¿Y usted qué quiere,
preguntó Barco a Uribe? -¡Seré un buen senador,
señor Presidente!
Su bronca con el clientelismo hace que
se le zafen exclamaciones como "manzanillo perfumado", "burócrata
apelmazado" o frases como "si el clientelismo creara
empleo, Colombia tendrá pleno empleo".
Ese sistema es premoderno y tiene giros
idiomáticos del
esclavismo, del feudalismo, o de las antiguas cortes. Como si
aún existieran sinecuras, canonjías y feudos, algunos
utilizan el verbo de pertenencia "ser" acompañado
de la preposición posesiva "de", referido a
seres humanos o entidades estatales: fulano "es de" sutano,
dicen. O, "Incora (por ejemplo) es para -o, le toca, le
dejaron, le dieron, se la quitaron a...".
En ese sistema, la sapiencia y eficacia
de un congresista se mide por nombramientos de funcionarios
de bolsillo. El clientelismo
es corrupción, porque aceita maquinarias politiqueras,
enriquece 'avivatos', acaba con hospitales, despilfarra recursos
para agua potable, frustra programas de vivienda, deja carreteras
a medio hacer e impide que muchos niños y jóvenes
estudien.
Un buen congresista es el que estudia,
escribe, parlamenta; y no toma para sí la administración de entidades
públicas (porque conoce la separación de poderes
e intuye los peligros de que se junten). Uribe es moderno. Por
la carrera administrativa, ha hecho más que todos sus
antecesores juntos, desde 1821.
Hoy, 600 mil colombianos compiten por
60 mil cargos. Ya están
los maestros en carrera y, por fin, lo estarán los notarios.
Distingamos: los partidos no "tienen" puestos; tienen
representación. Es su derecho y su función política.
Así pasa en todas las democracias.
Despreciar, por ejemplo, a Juan Manuel
Santos y Óscar
Iván Zuluaga, porque representan al Partido de 'la U',
es una insensatez; igual ocurre con Holguín, del conservatismo,
y Lozano, de Cambio Radical. No llegaron al Gobierno a gozar
o disfrutar de prebendas. Van a dirigir una política que
ayudaron a forjar y con la que están comprometidos sus
partidos.
*Asesor de la Presidencia
Septiembre 20 de 2006