MÚSICA CELESTIAL
Por Jorge Humberto Botero*
En la Declaración de Doha los países ricos reconocieron “la
necesidad de los países en desarrollo y menos adelantados
de que se potencie el apoyo para la asistencia técnica y
la creación de capacidad en esta esfera”. Tienen razón.
Si todos los países que hacen parte del sistema mundial
de comercio se benefician de la existencia de mayores flujos de
comercio e inversión, hacen bien en contribuir a que los
que se encuentran rezagados mejoren su capacidad comercial. Este
es el fundamento conceptual de la denominada “ayuda para
el comercio”.
Ante todo hay que decir que los aportes
que se nos concedan bajo esta categoría no son los que provienen de créditos
contratados a tasas de mercado con la banca multilateral. Tendrían
que ser otros, no reembolsables o entregados en condiciones subsidiadas
por los países “donantes”. Lamento decir que
esos recursos no existen para los países de ingreso medio
de América Latina. Ni Europa ni Estados Unidos están
dispuestos a suministrarlos. Veamos.
Los países integrantes de la Unión Europea tienen
otras prioridades: los países más pobres del África
que fueron colonias suyas, todos los cuales no pueden salir de
su grave situación sin una ayuda externa para resolver severos
problemas de falta de agua, tierras cultivables, salud y buenas
instituciones, entre otros; y, si algún remanente hubiere,
por comprensibles razones políticas se destinan a resolver
las múltiples necesidades de los diez nuevos países
recientemente admitidos a la Unión, todos los cuales están
recuperándose de los daños causados por su larga
pertenencia al bloque soviético.
Téngase presente, además, que Europa considera,
de modo tácito pero clarísimo, que ayudarle a Latinoamérica
es responsabilidad de los Estados Unidos. No está dispuesta
a ir más allá del otorgamiento de preferencias arancelarias,
aunque sí a suscribir tratados de comercio –los países
andinos se aprontan a negociar el suyo– pero esos instrumentos
no califican bajo el concepto de “ayuda”.
Estados Unidos, de otro lado, no cree en
los llamados “fondos
de cohesión”, como los que con amplitud fueron transferidos
a España y Grecia por los países europeos de mayor
grado de desarrollo con el fin de poner en marcha el proyecto de
integración del viejo continente. Desde años atrás,
su propuesta para la región consiste en respaldo para el
fortalecimiento de la democracia y tratados de libre comercio;
primero, mediante la promoción del ALCA, y luego, ante su
lamentable estancamiento, por la vía bilateral. En nuestro
caso, hay también “Plan Colombia” para combatir
el narcotráfico, que es una responsabilidad conjunta de
la comunidad internacional. Sería injusto negar que también
suministran algunos fondos concesionales para el fortalecimiento
de la capacidad comercial, pero ellos son marginales.
Ante la pérdida de dinamismo de las negociaciones en la
OMC, un grupo amplio de países del área, integrado
por México, Chile, Perú, todos los de Centroamérica
y Colombia, han tomado la decisión de abrirse ante el mundo
desarrollado, a cambio, por supuesto, de que este movimiento sea
recíproco. Como no tienen tiempo de esperar a que les llegue “la
ayuda para el comercio”, deben financiar con recursos propios
sus agendas de desarrollo.
Por eso me parece que tienen una propuesta
mejor para los países
ricos: olvídense de la “ayuda para el comercio” y
comprométanse, lo que hasta ahora no ha sucedido, a avanzar
en una de las promesas fundamentales formuladas en Doha con relación
a los bienes agrícolas: la reducción “… de
todas las formas de subvenciones a la exportación, con miras
a su remoción progresiva; y reducciones sustanciales de
la ayuda interna causante de distorsión del comercio”.
Cualquier otra cosa es “música celestial”.
*Ministro de Comercio,
Industria y Turismo
Septiembre 27 de 2006