LIBERALISMO RADICAL
Por Jorge H. Botero*
Suele decirse, para descalificar al adversario
en los debates sobre asuntos de interés público, que su postura
obedece a “factores ideológicos”. La glosa tiene
sentido usada en contra de quienes, obnubilados por sus convicciones,
rehúsan aceptar los hechos que la realidad circundante aporta,
pero no para eludir la controversia bajo el supuesto de que se
está en posesión de “la verdad” y que
hay que combatir “el error”.
Gracias a las ideologías tenemos criterios para elegir
entre el amplio repertorio de propuestas que los políticos
nos formulan, y para juzgar el desempeño de los gobiernos.
Bienvenida, pues, la discusión ideológica, especialmente
en un país que ha abandonado el bipartidismo y que evoluciona
hacia un sistema de múltiples partidos que buscan precisar
afinidades y discrepancias.
Conservatismo, liberalismo y socialismo
son las ideologías
que se disputan el campo en el mundo entero. He aquí algunas
de sus principales diferencias.
Los conservadores tienen, frente a las
propuestas de cambio social, honda desconfianza; creen que sólo la sabiduría acumulada
a través de los siglos puede suministrarnos criterios válidos
para afrontar el porvenir. Los socialistas se ubican en el extremo
opuesto: hay que romper las cadenas de la tradición para
construir el “hombre nuevo”, si fuere preciso a través
de procesos revolucionarios. El ideario liberal acoge las nuevas
ideas sobre la organización de la sociedad porque cree en
el poder de la razón; sin embargo, reconoce que las instituciones
y costumbres que el tiempo ha ido decantando no pueden borrarse
de un plumazo; a la revolución opone el cambio gradual e
incesante.
Los conservadores desconfían de la democracia: la verdad
jamás dependerá de que las mayorías la acepten.
Prefieren una autoridad firme, así no sea democrática,
que esté inspirada en el “bien común”.
En el campo socialista, las convicciones democráticas tampoco
son firmes. Durante buena parte de la pasada centuria defendieron
la “dictadura del proletariado”; ya no lo hacen, pero
carecen de escrúpulos para descalificar la democracia como “burguesa” o “formal” cuando
los resultados electorales no validan sus propuestas. Los liberales
militamos, sin restricciones, en la democracia. Las mayorías
que resulten de comicios periódicos y transparentes, tienen
derecho a gobernar.
En contra de conservadores y socialistas,
los liberales defendemos el gobierno limitado: hay esferas en
las que el Estado no puede
penetrar porque constituyen el núcleo de los derechos del
ser humano. Ninguna autoridad puede imponernos convicciones morales
o religiosas, o prohibirnos la profesión pública
de las propias, así esté inspirada en nobles razones.
Todos tenemos derecho a hacer de nuestra vida lo que nos parezca
a condición de no interferir en la libertad de los demás.
Esta actitud nos conduce al pluralismo religioso dentro del Estado
laico; y a respetar “el libre desarrollo de la personalidad”,
concepto que incluye asuntos tan importantes como las preferencias
sexuales y otros que podrían parecernos triviales; por ejemplo,
la forma de vestir o de usar el cabello.
El liberalismo está convencido de que la espontánea
interacción de los seres humanos produce, en numerosas instancias,
buenos resultados. Entre ellos cabe mencionar el lenguaje y el
Internet, que, por fortuna, no se dejan gobernar. Por ello estamos
convencidos de que el mercado, bajo condiciones adecuadas de competencia,
es un mecanismo eficiente para repartir los recursos económicos
de la sociedad.
¿En dónde se halla la verdad sobre estas ideas enfrentadas?
No cabe una única respuesta fundada en la razón.
Tratándose de valores, desde los éticos hasta los
gastronómicos, decidimos con base en todos los recursos
que poseemos, tanto emocionales como intelectuales. El debate de
las ideas, por fortuna, jamás termina.
*Ministro de Comercio, Industria
y Turismo
Octubre 24 de 2006