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COLOMBIA: FORTALEZA INSTITUCIONAL

Por Jaime Bermúdez Merizalde *

Para un lector desprevenido, la información que viene apareciendo en la prensa en los últimos días acerca de la llamada “crisis de la parapolítica” en Colombia, podría ser una prueba más de la infiltración de la ilegalidad en las instituciones de un país que aparentemente cuenta con un estado débil y carente de legitimidad. La dura situación por la que atravesó hace 10 años como consecuencia de la penetración del narcotráfico en la campaña presidencial, parecería repetirse hoy con el escándalo de los vínculos de algunos congresistas y personajes de la vida nacional con los paramilitares.

Se ha dicho incluso que se trata de la mayor crisis que enfrenta el Gobierno de Álvaro Uribe, puesto que su Canciller se vio forzada a renunciar como consecuencia de las investigaciones que se adelantan contra su hermano, Senador de la República, y su padre, también presuntamente vinculados con los paramilitares. El mayor número de congresistas investigados por la Corte Suprema de Justicia son, además, miembros de la coalición que apoya al gobierno.

Sin embargo, aunque parezca paradójico, la situación por la que atraviesa Colombia hoy es, más que una crisis política, una señal de fortaleza institucional y democrática. Veamos por qué.

Históricamente el paramilitarismo surge en la década de los 80s como reacción a las acciones de la guerrilla, en virtud de la ausencia del estado y la desprotección de la fuerza pública en muchas regiones del país. Al igual que la guerrilla, los paramilitares terminan involucrados en el negocio del narcotráfico y se convierten en un esperpento de crímenes y masacres. Con el tiempo, los unos y los otros, logran penetrar las esferas de poder local y nacional.

Durante años se habló en privado y en público de la actividad de los paramilitares y su capacidad de infiltración, pero pocas veces se les combatió con determinación.

En 2002, con la llegada del Presidente Uribe y la determinación de acabar con el flagelo del terrorismo, el estado retoma la ofensiva. El Presidente expresamente propone la necesidad de combatir a estos grupos con todo el rigor, pero al mismo tiempo abre la posibilidad de iniciar una negociación con toda la generosidad, que permita reintegrarlos a la sociedad si cesan en sus hostilidades. Así se inicia el proceso con los paramilitares que ha permitido desmovilizar a más de 30.000 hombres y recluir a los líderes de esa agrupación. Cerca de 10.000 miembros de la guerrilla se desmovilizaron también. El efecto inmediato es una reducción significativa de homicidios y masacres en todo el territorio.

En ese escenario, el Congreso aprueba una ley, llamada de Justicia y Paz, como marco jurídico que permite avanzar en la negociación, mediante la reducción de penas a cambio de la confesión de delitos, entrega de bienes ilícitos y reparación de víctimas.

De esa forma, el país asumió el reto de derrotar el paramilitarismo, con la expectativa de lograr lo mismo con la guerrilla en el futuro. El proceso, como es natural, es imperfecto y da lugar a debates intensos al interior y fuera del país; es un ensayo audaz que acometió la democracia. Colombia, creó un marco que no permite la impunidad, busca juzgar a los responsables, saber la verdad de los hechos, y reparar a las víctimas.

El origen del llamado escándalo de la parapolítica es precisamente la consecuencia natural de haber emprendido ese camino. La información que viene conociendo la opinión pública acerca de las personas implicadas surge, precisamente, de un escenario democrático en el cual la justicia viene operando, los medios de comunicación cuentan con un espacio abierto de denuncia y opinión, el gobierno apoya de manera decidida el avance de las investigaciones y procura su publicidad y transparencia.

La fortaleza institucional consiste en haber asumido el reto de enfrentar a esos grupos y acometer un proceso de negociación, en el cual las mismas instituciones, independientes y legítimas, definan el grado de responsabilidad de cada quien. En los próximos meses, quizá años, la justicia y los medios de comunicación seguirán vinculando personas, líderes políticos, miembros de las fuerzas militares, periodistas, empresarios y personalidades implicadas con las acciones ilícitas del paramilitarismo. El país y la comunidad internacional no se pueden escandalizar porque ello suceda. Todo lo contrario. Lo grave sería que no pasara nada, que no se supiera nada, que se hablara de la infiltración de esos grupos en privado y en público, pero las cosas siguieran igual, silenciadas por la indeferencia o el temor a destapar una olla en ebullición.

En el proceso que adelanta la Corte Suprema de Justicia, en el cual están involucrados congresistas de la coalición uribista, el gobierno ha pedido de manera expresa que la justicia obre de manera independiente y determine las responsabilidades del caso. La renuncia de la Canciller Araujo, a quien se le reconoce su capacidad profesional y transparencia, es una señal de respeto institucional que favorece el avance de las investigaciones.

A los colombianos nos duele lo que está pasando. Pero somos conscientes de que se trata de un tránsito necesario, que seguramente se prolongará en el tiempo, pero que constituye la única puerta para superar la tragedia del terrorismo aliado con el narcotráfico. Y en ello, sólo cabe rodear las instituciones democráticas y legítimas.

* Embajador de Colombia en Argentina

Marzo 2 de 2007

 
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