SEGURIDAD
ALIMENTARIA
Por Jorge
H. Botero*
Para la FAO, “Existe seguridad alimentaria cuando toda
la gente, en todo momento, tiene acceso físico y económico
a suficiente alimento nutricional y en forma segura, con el fin
de suplir sus necesidades dietéticas y preferencias alimenticias
para una vida activa y saludable”. Esta definición
pone el acento en el consumo; no concede importancia al origen,
nacional o foráneo, de los alimentos. Sin embargo, hay
quienes asumen que “la verdadera” seguridad alimentaria
consiste en la producción, dentro de las fronteras nacionales,
de los alimentos que el pueblo requiere; por este motivo aspiran
a que no se importen alimentos. ¿Es racional este enfoque?
No parece factible en numerosos casos. De los 63 países
más pobres del mundo, 48 son importadores netos de alimentos;
y lo son, en buena parte, porque no pueden producirlos o porque
les resulta más conveniente producir y exportar bienes
agrícolas diferentes a alimentos y usar las divisas así obtenidas
para importarlos. Burkina Faso, un país pobrísimo,
cuya renta per cápita es el 11% de la nuestra, hace bien
en cultivar algodón, sorgo y mijo en exceso de sus propias
necesidades de consumo para comprar en el exterior los alimentos
que con tanta urgencia demanda. Esta no es una situación
insólita. La mitad de los países que integran la
categoría a que me refiero, si bien deficitarios en alimentos,
son excedentarios en bienes agrícolas. Su interés
consiste, no en producir más alimentos, sino en obtener
buenos precios en los mercados internacionales para sus materias
primas agrícolas.
El célebre clérigo y demógrafo inglés
Robert Malthus planteó en el siglo XIX que como la demanda
por alimentos en el largo plazo crecería más rápido
que la capacidad de producirlos, la humanidad estaba abocada
al hambre, a menos que se controlara el crecimiento de la población.
Este pronóstico apocalíptico resultó falso.
Las ganancias en productividad en las faenas agrícolas
han hecho posible que la producción crezca a una tasa
superior a la de las necesidades de alimentos; las crisis alimentarias
que se han producido en los últimos dos siglos han obedecido
a problemas políticos o económicos; no a la falta
de víveres.
Además, en general no existen restricciones a la exportación
de alimentos en los países que los producen en exceso
de sus necesidades; los medios de transporte son de fácil
acceso y bajo costo; la información sobre la oferta mundial
de unos y otros se encuentra disponible; no se avizoran conflictos
internacionales que pongan en jaque el comercio mundial de bienes
alimenticios.
Colombia siempre ha sido exportador neto de bienes agrícolas:
no podemos consumir todo el café y el banano que producimos,
ni tendría sentido dejar de sembrar flores para cultivar
hortalizas, entre otras razones porque con las que ya producimos
se satisface la demanda interna. Las importaciones de bienes
agropecuarios son reducidas –el 6.2% de las importaciones
totales– y están básicamente representadas
por maíz, trigo, soya y cebada. En el primer caso, la
producción doméstica sólo abastece el 37%
del consumo. En los restantes no somos competitivos, aún
en un hipotético escenario en que no hubiera subsidios
distorsivos del comercio internacional, como lo prueba la sistemática
caída de la producción a pesar de la existencia
de elevadas barreras a su importación.
Haber facilitado la importación de materias primas de
la industria de concentrados dobló en 20 años el
consumo per cápita de pollo, lo cual se traduce en proteínas
de buena calidad especialmente para los pobres que gastan una
proporción mayor del ingreso en la adquisición
de alimentos. No tiene, pues, sentido, la autosuficiencia alimentaria.
Que es lo que pretendía demostrar.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo