TRIESTE
Por Jorge H. Botero*
Con motivo del ingreso de 10 países de Europa Central
a la Unión Europea, se celebró en Trieste una reunión,
auspiciada por el Gobierno de Italia, con el fin de encontrar
nuevas avenidas para estimular los flujos de inversión
y de comercio entre los antiguos países socialistas y
los de América Latina.
Para situar en contexto la paulatina expansión de la
Europa comunitaria se precisa clara conciencia del cambio ocurrido
en estos 60 años. Al concluir la segunda guerra mundial
emerge una Europa dividida entre dos antagónicos modelos
políticos -democracia y autocracia- y dos modalidades
opuestas de gestión de la economía; una basada
en el socialismo y la otra en la economía de mercado.
Mas, de otro lado, en el contexto de la guerra fría el "occidente" es
uno solo, integrado por los Estados Unidos y sus aliados en Europa,
de cara a un "oriente" liderado por la Unión
Soviética.
La reunificación de Europa es un proceso en cuyo éxito
ha tenido alta influencia el convencimiento de Francia y Alemania
de que superar su secular antagonismo les resultaría benéfico.
Los resultados no han podido ser mejores. La Unión Europea
abarcará en dos semanas 25 países cuyos ciudadanos
se moverán libremente por todo el ámbito comunitario;
utilizarán, en su gran mayoría, la misma moneda;
el tráfico de inversiones, mercancías y servicios
ignorará las fronteras nacionales; y aplicarán
frente a terceros un mismo arancel.
En contraste con esta Europa unificada surge ahora un "occidente" escindido.
Son evidentes las diferencias de visión transatlánticas
sobre temas tan trascendentales como el conflicto en Palestina
y la guerra desatada en Irak, con relación a la cual es
previsible un creciente distanciamiento frente a la postura estadounidense;
el marginamiento de España podría ser pronto seguido
por otros países europeos que, hasta ahora, han sido parte
de las fuerzas de ocupación. Estas diferencias ponen de
presente que la visión de los intereses occidentales,
ahora definidos no en torno a modelos económicos, sino
políticos y culturales un tanto imprecisos, son una brecha
y no un puente entre los Estados Unidos y sus antiguos aliados
allende el océano.
Todo lo anterior puede afectar de manera negativa los intereses
de América Latina en su relación con Europa. Cabe
el riesgo de que sus autoridades, no las nacionales pero si las
comunitarias, nos miren, de modo erróneo, como meros apéndices
de los Estados Unidos. Desde luego, tenemos con ellos sólidos
vínculos políticos y estamos profundizando nuestra
integración comercial a través de mecanismos de
diversa índole, pero conservamos intactos nuestros intereses
de inserción abierta con el exterior, especialmente con
Europa, así fuera únicamente en razón de
antiguos vínculos históricos.
El carácter "latino" que una porción
de América proclama, no puede ser entendido sin referencia
al origen europeo de buena parte de nuestra cultura. De otro
lado, el enorme reto de incorporar a la Unión a los antiguos
países socialistas, cuyo grado de desarrollo es inferior
a los que ya la integran, no puede ser causa de que Europa olvide
sus responsabilidades con América Latina. Téngase
en cuenta que esos países no sufren, en proporciones parecidas,
el flagelo de la pobreza.
Sin despreciar la ayuda concesional para el desarrollo, el mayor
aporte que Europa puede hacernos estriba en fortalecer la institucionalidad
para el comercio y la inversión. Justamente por eso es
que Colombia aspira a que las preferencias unilaterales de acceso
al mercado europeo se consoliden, y que se brinde a los países
andinos la posibilidad de celebrar con la Unión Europea
un Tratado de Libre Comercio. Esto fue lo que pedimos en Trieste,
punto maravilloso de confluencia entre América Latina
y los nuevos países de la Europa unificada.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo