LEYENDA NEGRA
Por Jorge H. Botero*
Bienvenido el debate en el Senado al
que ha sido citado el Ministro de Comercio sobre la exposición de la producción
agrícola a la competencia externa. Garantizar el buen
desempeño del agro resulta crucial por razones económicas,
sociales y políticas. El cuestionario aportado por los
citantes recaba información sobre la evolución
del área sembrada en la pasada década, y como de
antemano se sabe que esta cayó en el 19%, el dato será utilizado
como prueba reina para demostrar los efectos nefastos de la apertura
realizada a comienzos de los noventa y, por supuesto, de la inconveniencia
de continuar avanzando en la internacionalización de la
economía.
Ante todo debe señalarse que los términos de la
discusión son incorrectos. No tiene importancia el área
sembrada, cifra sin relevancia económica y social que
ignora que el valor de la producción no ha dejado de aumentar;
las ganancias en productividad –mayor producción
por unidad de área-; y el comportamiento del empleo que
a pesar de una leve caída entre 1992 y 1994 ha crecido
así sea de modo poco dinámico. El énfasis
en la superficie cultivada pasa también por alto la importante
reestructuración del agro en años recientes: los
cultivos transitorios perdieron participación frente a
los permanentes, y la agricultura frente a la actividad pecuaria.
Esta recomposición no tiene que ver, en buena parte,
con la reducción de aranceles y otras barreras al comercio
exterior. La terrible crisis del algodón, que hizo estragos
en la costa atlántica, obedeció a malos manejos
de las plantaciones y a una sequía excepcional que tuvo
lugar a comienzos de la década; nadie discute que la caída
de la caficultura se explica por el exceso de producción
mundial. Disminuyeron también los cultivos de sorgo y
soya que fueron desplazados por la caña de azucar cuya
rentabilidad en el Valle del Cauca es superior. Cierto es, de
otro lado, que la falta de competitividad, la insuficiencia de
la producción y el crecimiento del consumo doméstico,
llevaron al gobierno de la época a facilitar la importación
de maíz, cebada y trigo.
¿Fue insensata está decisión? Es difícil
afirmarlo. Tomemos el caso extremo del trigo. Desde 1960 la producción
nacional no suple la demanda interna, la que en la actualidad
se satisface en un 90% con importaciones. Prohibir estas equivaldría
a privar al pueblo de la posibilidad de consumir pan y pastas
a precios razonables. Por fortuna, gracias a la ingeniería
genética y a nuevas prácticas culturales se abren
interesantes posibilidades para el algodón y el maíz,
cultivos promovidos ahora por el Gobierno, los que, desde luego,
hay que proteger en las negociaciones internacionales en curso.
Así se hizo en el tratado suscrito con Mercosur y se hará en
la que recién comienza con los Estados Unidos.
Tiene, pues, mucho de leyenda negra la
tesis según la
cual la denominada “apertura” causó estragos
en el campo. Sin embargo, como lo que hoy importa es profundizar
la internacionalización de la economía, para que
crezca a tasas mayores y se generen mas y mejores empleos, es
conveniente advertir que existen, entre aquella estrategia y
la actual, diferencias sustanciales.
El ciclo iniciado hace 10 años fue unilateral, no negociado
como el de ahora; operó de manera súbita, no con
amplios periodos de desgravación como los pactados con
los países del sur; y se dió en un ambiente de
reevaluación de la moneda que no se vislumbra en el horizonte.
Nos estamos quedando sin petróleo y no es factible mantener
a mediano plazo un déficit fiscal abultado financiado
con recursos externos. Pasajeros del futuro, por favor subirse.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo