EL CONSENSO DE WASHINGTON
Por Jorge H. Botero*
En 1986 un reducido grupo de académicos, en su mayoría
nacidos en nuestra región, publicó un libro que
pronto adquirió notoriedad: “Hacia la recuperación
del crecimiento económico en Latinoamérica”.
Ese renombre obedece al cambio de agenda que sus autores plantearon
y a la aguda estigmatización de que fue objeto. El “Consenso
de Washington” -que es el rótulo con que se conocen
sus propuestas- es considerado por la izquierda radical como
una conjura imperialista fraguada por los Estados Unidos, el
Fondo Monetario y el Banco Mundial para mantener en el atraso
a nuestros países.
Más si sus propuestas no perseguían, como se
ha dicho hasta el cansancio, instaurar el capitalismo salvaje,
desmantelar las redes de protección social y abandonar
a los pobres a su propia suerte, ¿Cuál era, entonces,
la esencia de sus iniciativas? Desde luego, una economía
liberal en la que el mercado cumpla su función de asignar
con eficiencia los recursos económicos de la sociedad
en un entorno de apertura al exterior. Esto que hoy parece
obvio para muchos implicó un severo desafío al
pensamiento económico en boga. Entonces se creía
en la conveniencia del dirigismo económico; el desarrollo
a cualquier costo y por razones de soberanía nacional
de la industria pesada; la importancia de reservar para empresas
estatales los sectores estratégicos, siderurgia y telecomunicaciones,
por ejemplo; y las bondades del modelo de sustitución
de importaciones.
Economía liberal, sí, pero también estable
en sus tipos de cambio y de interés, cuyo funcionamiento
no se viera amenazado por altas tasas de inflación que
deterioran el crecimiento y golpean con especial insidia a
los pobres al envilecer sus ingresos y esfumar el valor de
sus escasos ahorros líquidos. Este postulado implicaba
la necesidad de buscar el saneamiento de las cuentas fiscales
y la obtención de una posición cercana al equilibro
en la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Bajo el liderazgo de Pedro Pablo Kuczynski,
quien en la actualidad se desempeña como Ministro de Finanzas de Perú,
en marzo de 2003 se realizó una nueva reflexión
colectiva para indagar qué pasó en estos años
y proponer una agenda relevante, al menos, para estas primeras
décadas del siglo XXI. Los hallazgos contenidos en “Después
del consenso de Washington” son preocupantes: cierto
es que los indicadores sociales básicos -expectativa
de vida al nacer, mortalidad infantil, alfabetismo y acceso
al agua potable- han mejorado; también que la inflación
se ha reducido por doquier. Pero, del otro lado, la pobreza
no ha disminuido, la distribución del ingreso sigue
deteriorándose, el crecimiento es magro y buena parte
de los países de la región han sufrido devastadoras
crisis. ¿Qué pasó? Que los avances en
la liberación económica no fueron complementados
con la corrección de los desbalances estructurales -fiscal
y cambiario- con una política social eficaz y con una
reforma a fondo del Estado.
Colombia viene avanzando aunque a ritmos
diferentes. El déficit
consolidado del sector público se ha reducido casi a
la mitad; luego de la fallida experiencia con un control de
cambios indirecto, la tasa de cambio fluctúa con libertad,
medida indispensable para evitar ajustes traumáticos;
la economía crece a tasas mayores, pero no lo suficiente
para reducir drásticamente el desempleo; los cupos en
la educación básica y media, y la capacitación
impartida por el Sena, muestran un comportamiento alentador,
probablemente pueda decirse lo mismo en cuanto a su calidad
y pertinencia; los programas de microcrédito han tenido
un excelente desempeño, opacado por la magnitud de las
necesidades insatisfechas. Pero tenemos muchas tareas pendientes.
La reforma pensional para sólo referirme al hueso más
duro de roer.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo