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REGIONALISMO ABIERTO

Por Jorge H. Botero*

La participación de Colombia en la Comunidad Andina de Naciones (CAN), desde su creación en 1966, ha sido altamente benéfica. En ese lapso nuestro comercio exterior se multiplicó por 19, en tanto que el realizado con los países del área creció 60 veces. En el 2002, antes de la crisis ocasionada por la contracción económica de Venezuela y la adopción del control de cambios por sus autoridades, las exportaciones a la región llegaron a representar una cuarta parte de las totales. El 95% son bienes que tienen índices altos de valor agregado (al resto del mundo vendemos una canasta que sólo en el 45% es de manufacturas). Las exportaciones andinas en muchos casos han servido de plataforma para conquistar mercados más exigentes. Somos el principal protagonista de la integración andina con cerca de la mitad del intercambio global.

Durante su ya larga historia la CAN ha pasado por dos etapas claramente diferenciadas y comienza a recorrer una tercera. En sintonía con el ideario económico en boga en el momento de su constitución, se la concibió como el vehículo adecuado para la formación de un mercado protegido mayor que el de los países integrantes, el cual, gracias al principio de las “economías de escala”, haría posible un desarrollo industrial diversificado. Los instrumentos claves de esta estrategia fueron tres: un arancel común frente a terceros; el estímulo a la inversión intracomunitaria mediante la restricción a la proveniente de terceros países; y la adopción de un compromiso para la realización de programas de desarrollo industrial.

Todos ellos fracasaron. El arancel externo común sólo vino a ser adoptado con 29 años de retraso, de él no participaron todos los países y los que lo hicieron mantuvieron autonomía para una porción importante del arancel. Las restricciones a la inversión extranjera definidas por la Decisión 24 adoptada en 1970 no cumplieron su propósito de estimular la formación de empresas multinacionales andinas. Y salvo el programa automotriz andino no se concertó ningún otro.

Esto obligó a un profundo replanteamiento que tuvo lugar en la Cumbre de Galápagos realizada en 1989. Allí se dijo que el perfeccionamiento del mercado andino “No debe contraponerse con la tendencia a la liberalización comercial y apertura externa que ahora se observa en los países andinos”. Esta nueva actitud recoge lo que ha sido llamado “Regionalismo Abierto”, el cual ha servido de fundamento para la celebración de un conjunto de tratados de comercio entre algunos de los países miembros y terceros países latinoamericanos, entre ellos el G-3 (Venezuela, Colombia y México). Es digno de tener en cuenta que esta apertura hacia terceros ha coincidido con el notable crecimiento del mercado andino observado durante buena parte de la década pasada.

La necesidad de continuar ampliando los mercados de destino para la producción andina, ahora inspirados por la teoría de la “explotación de las ventajas comparativas”, ha permitido que los países andinos aborden el proyecto de integración hemisférica -ALCA-, hayan culminado el tratado con Mercosur, que se encuentra próximo a entrar en vigor, y que juntos inicien las tareas previas a un acuerdo con la Unión Europea que debería abordarse en el 2005. Cierto es que Venezuela, por razones políticas y económicas comprensibles, no hace parte de las negociaciones con los Estados Unidos que actualmente se adelantan, pero con generosidad y buen juicio en la reciente cumbre presidencial celebrada en Quito dió su consentimiento para que sus socios las adelanten. Prueba reina del excelente clima que en la actualidad tienen las relaciones con la nación vecina.

*Ministro de Comercio, Industria y Turismo

 
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