GUERRA AVISADA
Por Jorge H Botero*
La decisión de iniciar una nueva fase de internacionalización
de la economía, de características, por cierto, harto diferentes
a la llamada “apertura” de comienzos de la década pasada,
tiene implicaciones en materia de política económica respecto
de las cuales debemos tener cabal conciencia no sea que después
resultemos dándonos golpes contra las paredes. En primer término,
hay que señalar que un compromiso previo en el plano interno, en
general plasmado en la Constitución, sobre un manejo ortodoxo de
las variables macroeconómicas suele ser la constante. Esto quiere
decir que, en general, los países que se abren al exterior, han
renunciado ex-ante a la intervención directa sobre los precios de
bienes y servicios específicos, los tipos de interés y de
cambio. En ejercicio del mandato de preservar el poder adquisitivo de la
moneda, estas variables son objeto de acciones oblicuas o indirectas que
suelen ser responsabilidad de bancos centrales independientes. Así ocurre
entre nosotros, lo que, al parecer, no resulta claro para algunos de los
que reclaman medidas drásticas al Gobierno para contrarrestar la
dañina apreciación del peso que en la actualidad se registra. En
segundo lugar, la revaluación de la moneda es la consecuencia
inevitable del éxito en la atracción de inversión
extranjera y la consolidación, gracias al mayor dinamismo de las
exportaciones, de un superávit estructural en la cuenta corriente
de la balanza de pagos. Por este motivo, no es posible cifrar una ventaja
competitiva perdurable en la devaluación de la divisa nacional;
bien por el contrario, es imperativo trabajar sobre los factores reales
determinantes de la competitividad: calidad de la mano obra, eficiencia
de los puertos, celeridad y certeza del sistema judicial, productividad
en los procesos de manufactura, para solo mencionar algunos ejemplos. Con
el fin de evitar malos entendidos, añado que existen poderosas causas
subyacentes que apuntan, más pronto que tarde, a la depreciación
de nuestra moneda. Estamos próximos al fin del ciclo expansivo del
gasto público con recursos del crédito externo y a la terminación
de la bonanza petrolera.
Importante también advertir que la escogencia del sector externo
como líder del crecimiento impone serias restricciones en materia
de política interna, justamente para preservar o incrementar la
competitividad del trabajo nacional en los mercados del mundo. En este
contexto hay que decir, ahora que de nuevo soplan vientos de reforma tributaria,
que la tasa efectiva del impuesto sobre la renta a las empresas no puede
superar las que se apliquen en los países que con nosotros compiten,
tanto en el exterior como en los mercados domésticos; y que el gravamen
sobre el patrimonio, que suena tan progresivo, puede ser demoledor para
el clima de inversión. Así mismo, que la política
salarial debe diseñarse teniendo en cuenta que un incremento persistente
del salario real en dólares puede impedirnos competir, en especial
tratándose de productos que tienen un componente alto de valor agregado.
Por último, recuérdese que la condición de miembro
de la Organización Mundial de Comercio, a la que ya pertenecen casi
todos los países del mundo, tanto como la celebración de
tratados de comercio, implica aceptar restricciones en la regulación
económica y el compromiso de que las disputas comerciales con otros
Estados sean resueltos por tribunales internacionales. Esta posibilidad
explica que los Estados Unidos y la Unión Europea probablemente
serán obligados por un panel de la OMC a reducir los subsidios a
la producción de algodón y azúcar. Sin embargo, no
se olvide que el arma es de doble filo; lo digo porque a veces oigo unas
propuestas….
Todo esto hay que advertirlo por
aquello de que “guerra avisada
no mata soldado”.
*Ministro de Comercio, Industria
y Turismo. |