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EN DEFENSA DEL IVA

Por Alberto Carrasquilla*

Hace apenas un par de décadas, el IVA era una construcción teórica encaramada en una lejana torre de marfil. Se trata, al fin y al cabo, de un tributo bastante complejo conceptualmente: la suma de un impuesto a las ventas y una devolución de costos. Hoy es un componente esencial de la estructura tributaria en decenas de países, repartidos a lo largo y ancho del mundo. Y, la verdad, hay razones muy fuertes para que ello sea así.

Al menos desde que Hobbes escribió su opus mágnum, el Leviatán, en 1660, la tributación indirecta –el impuesto al gasto, en contraposición al impuesto al ingreso o a la riqueza—ha sido defendida como parte esencial de cualquier esquema tributario amigable al crecimiento económico. Al fin y al cabo, como lo diría Hobbes, no hay razones fuertes para imaginar que un país progrese si los individuos más trabajadores y juiciosos, gastando poco, pagan más impuestos que los propensos al despilfarro.

La principal crítica que tiene el impuesto al gasto, y eso lo vemos diariamente en Colombia, es su regresividad: los pobres pagan más, proporcional a su ingreso, que los ricos. Lo que hay que preguntar no es si conviene defender un sistema económico progresivo. Este es un objetivo incontrovertible en cualquier sociedad seria. Lo que si conviene preguntar es muy distinto y se refiere a la manera más eficaz de lograr la anhelada progresividad en el conjunto de la política pública.

La posibilidad de hacerlo por la vía de los impuestos tiene que ser comparada con la alternativa de hacerlo por la vía del gasto público. Y en este respecto, como lo reconocen, unánimemente, quienes han estudiado el tema, no hay lugar a la menor duda: el gasto público es y siempre ha sido el vehículo más eficiente de redistribuir recursos. Combinado con un sistema, como el IVA, amigable al crecimiento, permite avanzar en la equidad sin sacrificar, en el empeño, la creación de riqueza.

En Colombia, con tantas necesidades insatisfechas y con un recaudo tributario que se agota en el pago de las pensiones, las transferencias y la deuda, el dilema es, hoy día y en los años por venir, inmensamente relevante. El debate central tiene que girar en torno de la justicia social. Y en ello tenemos que cuidarnos de la idea, esgrimida por diversos analistas, de que la cosa es bien simple: “gravar a los ricos” basta y sobra. El asunto es mucho más complejo que eso. Primero, porque lo que llamamos “los ricos” son, en plata blanca, quienes están generando la riqueza y el empleo formal. Si se nos va la mano, y esa es la infortunada tendencia que cargamos, estaríamos arriesgando, ni más ni menos, que la fuente misma de cualquier solución a nuestro lío social.

Segundo, porque si algo tipifica la estructura tributaria colombiana, tanto en IVA como en renta, es su inmensa base exenta. Un ejemplo: en Colombia, unos 6 millones de hogares son pobres, y otros 6 millones no lo son. De aquellos 6 millones que no son pobres, solo un 20%, aproximadamente, pagan impuesto de renta. Otro ejemplo. En Colombia cerca de las dos terceras partes del valor agregado es exento del IVA o paga una tarifa preferencial mucho más baja que la general. La conclusión si es sencilla: en Colombia poca gente paga impuestos y aquellos que si pagan, las empresas, ya lo están haciendo en mucho mayor grado que en otros países.

Frente a la propuesta de gravar más a las empresas que crecen y generan empleo, corriendo el riesgo de que dejen de hacerlo, me parece conveniente discutir con sensatez y mesura la alternativa de gravar mucho más el gasto de todos los ciudadanos a través del IVA, y luego ejecutar programas ambiciosos en educación, salud y saneamiento básico, los vehículos más poderosos de avanzar en materia social.

*Ministro de Hacienda y Crédito Público.

 
 
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