CONSENSO DE BARCELONA
Por Jorge H. Botero*
Digno de atención es el documento que
acaba de liberar un importante grupo de economistas congregado
en Barcelona. Para comenzar, no postula, como se leyó en
la prensa, un nuevo modelo de economía. La vieja “ciencia
lúgubre” se ha consolidado en sus principios: el manejo
eficiente de recursos escasos a través de su asignación
por el mercado y la intervención selectiva del Estado para
corregir sus limitaciones, suministrar bienes públicos y
procurar resultados equitativos en el reparto de la riqueza y el
ingreso. Para que estas funciones estatales puedan realizarse bien
se requiere un manejo macroeconómico prudente: “La
experiencia nos muestra, una y otra vez, que un endeudamiento elevado
-tanto público como privado-, un sistema bancario escasamente
regulado, y una política monetaria laxa son serios obstáculos
al desarrollo”.
Se señala también con un acento de esperanza que “la
aceleración del crecimiento en distintos países -incluidos
India y China- tiene el potencial de sacar a millones de personas
de la pobreza”. Tienen razón. La apertura hacia el
comercio exterior y la inversión extranjera ha generado
tasas de crecimiento espectaculares en ambas naciones durante un
período dilatado. Pero hay que preguntarse si el desempeño
de China es sostenible: la acumulación de reservas por el
Banco Central para mantener una competitividad alta de las exportaciones
basada en la sistemática devaluación del yuan parece
haber llegado a su fin; se conjetura el inminente surgimiento de
una crisis financiera profunda derivada de la laxitud en los criterios
de asignación de crédito por una banca que es casi
toda estatal. Además, hay que preguntarse si se justifica
pagar el elevado costo en que ha incurrido pues ya se sabe que
el desarrollo ha tenido lugar en las zonas costeras, no en todo
el país, y que el deterioro ambiental ha sido enorme.
Advierte la pléyade de economistas que “Los acuerdos
financieros internacionales no están funcionando bien. Los
países pobres continúan alejados de los flujos financieros
privados y los niveles de ayuda oficial siguen siendo insuficientes.
Los flujos de capital privado a los países de renta media
son muy volátiles, y esta volatilidad tiene muy poca relación
con los fundamentos económicos de los países receptores”.
Esta situación obedecería a la excesiva importancia
que se otorga a la minimización de los riesgos en las operaciones
de crédito o de garantía que efectúan la banca
multilateral y el Fondo Monetario, y a la subrepresentación
que en sus directorios tienen los países deudores. Todo
esto es correcto. ¿Pero cuál es la solución?
No es fácil imaginar una entidad financiera solvente que
esté gerenciada, no por quienes proveen el capital, sino
por quienes toman los fondos en préstamo. Los ratones -lo
sabemos bien- no son buenos cuidando el queso.
Dicen los egregios economistas que “Los acuerdos internacionales
actuales tratan los movimientos de capital y de trabajo de forma
asimétrica. Las instituciones financieras internacionales
y los gobiernos del G-7 consideran generalmente que la movilidad
de capital debe ser impulsada. Pero no ocurre lo mismo con la movilidad
internacional del trabajo… La mejora de los derechos de los
emigrantes facilitará su integración en el mercado
laboral y limitará su explotación”. No puede
ser más justo este reclamo. Los flujos migratorios ilegales
de los países pobres a los ricos proveen a estos con mano
de obra barata. Legalizar el status de los inmigrantes de inmediato
reduciría la brecha salarial frente a los trabajadores nativos,
y resultaría coherente con los principios de libre competencia
que los países avanzados dicen profesar. Estupendo tener
aliados tan importantes como los reunidos en Barcelona para esta
noble causa.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo.