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EL OSO Y EL PUERCOESPÍN

Por Jorge H. Botero*

Jeffrey Davidow, hasta hace poco Embajador de los Estados Unidos en México, ha publicado sus memorias bajo el sugestivo título “El Oso y el Puercoespín”. El oso, torpe y pesado, golpea y ofende sin querer, y, con frecuencia, sin siquiera advertirlo; el puercoespín, de naturaleza irritable, por todo se mortifica y ve agravios que, casi siempre, no existen más allá de su imaginación. Lo cual, naturalmente, no impide que, en ocasiones, el oso quiera herir y el puercoespín haga bien en desplegar sus púas. No se requiere mucha imaginación para saber cuál de estos animales representa a los Estados Unidos, cuál a México y, por extensión, a América Latina.

Todo esto viene a la imaginación leyendo (El Tiempo, octubre 22) que altos funcionarios de la embajada de los Estados Unidos en Bogotá han creído oportuno recordarnos que en el tratado de libre comercio que actualmente se discute “no habrá regalos”. La afirmación es correcta pero superflua: por consideraciones elementales de dignidad nacional, Colombia, en esa negociación o en cualquiera otra, no pide -no está dispuesta a recibir- dádivas o concesiones gratuitas de ninguna índole. Cuestión harto diferente es que en su proceso de integración económica con los Estados Unidos aspire a la plena aplicación del principio, bien conocido en el comercio internacional, del “trato especial y diferenciado” que los países de mayor grado de desarrollo deben otorgar a aquellos otros que no han avanzado lo suficiente en la tarea de lograr el crecimiento, el empleo y el bienestar para sus pueblos.

En la negociación con los Estados Unidos hay que partir de unas realidades insoslayables; por ejemplo, que el PIB per cápita de esa gran nación es 18.4 veces mayor que el nuestro; y que mientras el 14% de nuestros compatriotas está sumido en la miseria –sobrevive con menos de un dólar al día- las estadísticas ni siquiera registran a nuestra contraparte. En consecuencia, el equipo negociador de Colombia ha recibido precisas instrucciones para buscar que los distintos capítulos del tratado reflejen esta profunda asimetría, lo cual significa, tratándose de acceso a mercados, que los cronogramas de desgravación a favor de nuestros productos deben ser más acelerados que los correspondientes a los de origen norteamericano que compiten dentro de las fronteras nacionales.

Tomando como premisa el principio de que nada en la negociación es gratis (no tenemos al otro lado de la mesa “hermanitas de la caridad”) los funcionarios de la embajada añadieron que las declaraciones de la señora Vargo, jefe de su equipo negociador, en reunión celebrada en Puerto Rico con parlamentarios y funcionarios colombianos, fueron mal interpretadas; que nunca dijo que las preferencias arancelarias unilaterales contenidas en el ATPDEA fueran el piso de la negociación en curso. Y es aquí cuando reaccionamos como el puercoespín de la fábula.

Primero porque todos los presentes en esa reunión entendieron lo que acabo de escribir y así lo recogieron los medios de comunicación. Y segundo por una consideración de enorme importancia.

Esas preferencias no fueron una graciosa concesión de los Estados Unidos a Colombia sino la reciprocidad mínima que corresponde al país que tiene la tasa más alta de participación en el mercado mundial de drogas ilícitas con el país al que factores naturales y geopolíticos condenaron a ser el principal proveedor de esa nefanda mercancía. Colombia, con generosidad inaudita, está pagando un precio exorbitante en la lucha contra las drogas. En las negociaciones comerciales somos flexibles; no en la demanda de lo que la justicia exige. Ténganlo todos claro: no estamos dispuestos a pagar dos veces por lo mismo.

*Ministro de Comercio, Industria y Turismo

 
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