LA NEGOCIACIÓN AGRARIA
Por Jorge H. Botero*
El triunfo electoral del Presidente Bush despeja el camino para
la negociación del tratado de comercio entre Estados Unidos
y Colombia. Tal como estaba previsto, el área de mayor dificultad
es la agrícola. Para lograr un entendimiento que dinamice
el proceso, ambas partes deben hacer un esfuerzo para entender
los anhelos y restricciones de la otra.
¿Qué significa esto? Para los estadounidenses varias
cosas, comenzando por la comprensión de la naturaleza rural
del conflicto armado que padecemos y que se alimenta del tráfico
de drogas ilícitas cuyo mercado principal se encuentra ubicado
en su propio territorio. En ese contexto deben entender que casi
la mitad del pobre crecimiento del sector agrícola entre
1991 y 2000 se debió a la coca y la amapola, que entre aquel
año y 1998 se perdieron casi 900 mil hectáreas de
cultivos legales; pero que una reducción del área
sembrada de productos prohibidos del 40.4% en los últimos
dos años ha estado acompañada por el crecimiento
de las siembras lícitas que pasaron de 3.7 millones de hectáreas
a 4.4. Es obvio, entonces, que existe una clara correlación
inversa entre las dos modalidades de agricultura; y que una buena
dinámica del sector rural es indispensable en la lucha contra
la violencia que nos agobia y que es también problema de
seguridad nacional para los Estados Unidos.
Es necesario que nuestra contraparte acepte que nos interesa un
acceso real -no meramente nominal- para nuestra producción
agropecuaria, razón por la cual necesitamos reglas transparentes
en materia sanitaria y mecanismos ágiles para la solución
de los conflictos que en ese ámbito se presenten. La sola
eliminación de aranceles no es suficiente, como tampoco
basta la creación de foros técnicos sin capacidad
decisoria. En última instancia, es preciso que nuestros
socios del norte entiendan que mientras concedan apoyos que distorsionen
los precios internacionales de productos que por factores económicos
sociales sean para nosotros sensibles, debemos conservar mecanismos
para restringir su importación.
Los retos para nosotros no son de menor entidad. Tenemos que desechar
la idea de que hay que producir todos los bienes primarios que
requerimos: la seguridad alimentaría, es decir el acceso
de la población a alimentos de buena calidad a precios adecuados,
no equivale a producir todo lo que necesitamos. Por el contrario,
el bienestar de los habitantes del campo, que en el 80% es pobre,
supone el cumplimiento de dos objetivos: la plena explotación
de las ventajas comparativas, naturales o adquiridas, y la agregación
de valor a las materias primas agropecuarias.
Por el primer aspecto, un estudio del Banco Mundial concluye que
somos competitivos en carne, leche, pollo, huevo, frutas, hortalizas,
azúcar, aceite de palma, cacao, papa, tabaco, café,
algodón, piscicultura, ciertas maderas, etc.. Pero, desde
luego, hay otros en que no lo somos. En cuanto al segundo hay que
decir que la mejora del ingreso per cápita implica la transformación,
ojalá en zonas rurales, de materias primas agropecuarias,
lo cual inexorablemente está asociado a la pérdida
de participación de las actividades primarias en la generación
del PIB. Por este motivo el agro representa más del 50%
del producto en Etiopia y menos del 3% en la Unión Europea.
Además, con realismo y buen juicio debemos aceptar competencia
en el mercado interno de productos cuyos precios no estén
distorsionados por subsidios. Desde luego, los plazos de desgravación
deben ser suficientes para que puedan realizarse las mejoras en
la productividad y los procesos de reconversión productiva
que sean necesarios.
Si los equipos de ambos países tienen claras estas premisas,
sería posible cerrar la negociación agrícola
y, por ende, el tratado dentro del cronograma previsto.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo