POLÍTICA
CAMBIARIA
Por
Jorge Humberto Botero*
El
valor de la moneda nacional expresada en función de
otra que constituye un patrón internacional, es el precio
básico de la economía: incide en el rendimiento
de las exportaciones y de la inversión extranjera; el
comportamiento de la inflación, la tasa de interés
y los salarios reales; el costo de las importaciones y del
endeudamiento externo. Su evolución produce consecuencias
que son de signo opuesto. La revaluación del peso disminuye
la rentabilidad de las exportaciones, lo cual es malo, pero
estimula la inversión foránea y reduce el peso
de la deuda externa; disminuye el costo de materias primas
y bienes de capital; y protege los salarios reales de buena
parte de la población, resultados de cuya bondad nadie
duda.
En
la reciente apreciación del peso incide un factor estructural
-el déficit fiscal- que si bien depende de nosotros
corregirlo, no es posible lograrlo en el corto plazo. El otro
componente clave es la devaluación del dólar
frente al euro y otras monedas, problema que obedece a una
inusitada expansión de la emisión monetaria de
los Estados Unidos. Invertir su tendencia escapa a nuestra
capacidad de acción. Se mantendrá hasta cuando
el Banco de la Reserva Federal, para evitar un rebrote inflacionario,
eleve sus tipos de interés; o hasta que los bancos centrales
de Europa y Japón decidan comprar dólares para
hacerlo subir de precio y, por esa vía, recuperar la
competitividad de sus exportaciones.
El
repertorio de medidas que las autoridades podían adoptar
está casi agotado: se incrementó la compra de
divisas, tanto por el Banco de la República como por
el Gobierno; se decidió no monetizar recursos del crédito
externo; y se exigió a los bancos un respaldo mayor
en dólares para sus pasivos en esa moneda.
En
la búsqueda de otros mecanismos para evitar el deterioro
del ingreso de los exportadores, que es un componente fundamental
de la reactivación económica, el Gobierno ha
decidido participar en el mercado de coberturas cambiarias
con un doble propósito: ofrecer a los exportadores tasas
mínimas para el reintegro de sus divisas, pero, al mismo
tiempo, ponerle un techo al precio del dólar para el
servicio de la deuda externa pública en un determinado
horizonte temporal.
Hay
dos características de esta intervención que
vale la pena mencionar. La primera, que no implica una interferencia
del Gobierno en la flotación del tipo de cambio, el
cual seguirá formándose en el mercado diario
(spot) con total libertad, sin perjuicio de las intervenciones
que el Banco de la República realice con base en las
reglas por él mismo establecidas desde tiempo atrás.
La segunda consiste en que si para los indicados efectos es
posible vender dólares a tasas diferentes a las de mercado
del día, es porque el interesado paga un precio definido
a través de un mecanismo transparente de subastas públicas.
No habrá, pues, subsidios violatorios de nuestros compromisos
suscritos en el ámbito de la Organización Mundial
de Comercio.
Es
preciso, de otro lado, tener una visión de los temas
cambiarios estructural o de largo plazo. Esto significa que
hemos de tomar conciencia de que la evolución del tipo
de cambio es más una resultante de la política
macroeconómica y de variables exógenas, que de
acciones del Gobierno y el Banco de la República. Guillermo
Valencia, un empresario exitoso que exporta la totalidad de
su producción, lo ha visto con claridad: "No podemos
ganar competitividad a punta de tasa de cambio". Lo cual
implica reconocer la relativa ingobernabilidad de esta variable;
y la existencia de otras que son cruciales, tales como la productividad
de las factorías, la seguridad física y la calidad
de la infraestructura. Las tareas conjuntas que los sectores
público y privado tienen en estos campos son enormes.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo