ADIÓS
A LAS VACACIONES
Por Jorge H. Botero*
Quien padece la pulsión de la escritura no puede dejar
de verter sus elucubraciones al papel o la pantalla del computador.
Si se abstiene de esta actividad profiláctica, las palabras
se van acumulando en su cerebro hasta que llega el momento en que
explota. Resulta harto desagradable mirar el cadáver del
escritor que ha omitido este sabio precepto: de su cráneo
roto fluye una densa sustancia de material encefálico y
torrentes de frases carentes de sentido. Razón esta suficiente
para despachar esta primera columna del año.
Al conmemorarse los diez años de su entrada en funcionamiento,
el balance sobre la Organización Mundial de Comercio es
ambiguo. Casi todos los países del mundo son miembros de
la organización; más del 95% del comercio mundial
se realiza entre naciones que han adherido a sus reglas; sus órganos
de solución de controversias han ganado prestigio y eficacia;
es el foro mundial de mayor importancia para discutir los temas
del desarrollo económico inducido por el comercio.
De otro lado, se ha convertido en “la bestia negra” de
los enemigos de la globalización, a pesar de que muchos
de sus elementos, sea cual fuere la valoración que de ellos
se haga, están por fuera de su competencia; su norma básica
para la adopción de decisiones -el consenso- la expone al
fracaso cuando grupos de países, que pueden ser muy pequeños,
logran bloquear las conferencias ministeriales, tal como ocurrió en
Seattle y en Cancún; la lentitud de los avances en la liberación
del comercio mundial, sobre todo debida al proteccionismo de los
estados más ricos, es una de las causas del deterioro del
multilateralismo y la proliferación de los acuerdos regionales
y bilaterales.
Un reporte recientemente divulgado sobre
el futuro de la organización
plantea propuestas interesantes. He aquí algunas: comprometer
en mayor medida a la banca multilateral en el financiamiento de
los ajustes necesarios para lograr un grado mayor de apertura de
las economías; fortalecer los mecanismos de coordinación
de la política económica global; modular el derecho
de veto derivado de la regla del consenso en la toma de decisiones;
darle mayor piso político a la institución aumentado
la frecuencia de las cumbres ministeriales, creando reportes escritos
semestrales y una conferencia de líderes mundiales que tendría
lugar cada cinco años.
Algunas de estas iniciativas lucen utópicas mientras que
otras parecen tímidas. No existe, ni parece factible en
el horizonte cercano, un compromiso de los países líderes
del comercio mundial para coordinar sus políticas macroeconómicas.
Ni Estados Unidos ni China, por ejemplo, han expresado preocupación
por los daños que la debilidad de sus monedas está causado
a sus socios comerciales, ni estos tienen herramientas eficaces
para evitar la consiguiente reevaluación de las suyas, como
bien lo tenemos aprendido. El informe para el Director General
no contiene ninguna propuesta específica para lograr el
deseable propósito de coordinación macroeconómica.
De otro lado, para resolver la parálisis causada por el
veto que algunos países, a veces por motivos no respetables,
puedan imponer, habría que examinar la posibilidad de que,
en ciertas materias, sea lícito decidir por mayoría
calificada, desde luego sin que pueda obligarse a los disidentes.
Esto llevaría a una situación que no es deseable:
no todos los miembros estarían gobernados por las mismas
reglas, lo cual es menos dañino que el bloqueo de la organización
por su incapacidad de tomar decisiones.
La reunión ministerial prevista para fin de año
en Hong-kong constituye una prueba de fuego: tendrá que
reformar la entidad y culminar con éxito la Ronda Doha que
es crucial para los países pobres y de mediano desarrollo.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo
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