MIRAR
LEJOS
Por Jorge H. Botero*
La anécdota es célebre: le preguntan a un obrero
que labora en la construcción de una de las majestuosas
catedrales góticas de Francia: “¿A qué se
dedica?”. -“Estoy picando piedra para levantar un muro”-.
Con una perspectiva harto diferente un colega suyo respondió:
-“Estoy construyendo una catedral para la mayor gloria de
Dios”-. Esto viene al caso ahora que Planeación Nacional
divulga un documento que contiene su visión de nuestro país
en el 2019, cuando cumpliremos doscientos años de vida independiente.
Antes de alzar la mirada para divisar el
horizonte, vale la pena revisar de donde venimos. Hacerlo es
indispensable para reconciliarlos
con nuestra historia, que no es, por cierto, idílica pero
tampoco la sucesión de desastres que algunos mencionan.
Con excepción de las contracciones del producto ocurridas
en 1931 y 1999, durante todo el siglo XX la economía creció año
tras año y con ella el ingreso per cápita; un logro
que muy pocos países de América Latina pueden reclamar.
El mercado, complementado por la política social, distribuyó los
beneficios del crecimiento entre las diferentes capas de la sociedad.
Las instituciones colombianas, una vez
superadas, cien años
atrás, las guerras civiles, han continuado consolidándose;
tenemos una democracia estable, en la que, con poquísimas
salvedades, el poder político ha cambiado de manos como
consecuencia de procesos electorales transparentes (aunque no perfectos).
Nada pone en peligro el sentimiento de unidad nacional, ventaja
enorme que deriva de un amplio sincretismo cultural y de intensos
procesos de mestizaje que vienen desde los tiempos coloniales.
Lo anterior debe ser modulado reconociendo
que el crecimiento económico de la última década se encuentra
por debajo del potencial, y que nos hemos venido quedando rezagados
frente a otros países que han avanzado más rápido
en la integración con los mercados externos, en la modernización
de la regulación económica y en lograr índices
crecientes de eficiencia en el gasto social. No avanzamos lo suficiente
en la lucha contra el flagelo de la pobreza; los índices
de desigualdad en la distribución del ingreso son pésimos
-sólo superados por Brasil y Chile- y no han mejorado desde
comienzos de la década pasada. Lo mismo puede decirse de
las disparidades regionales. ¡Bogotá se parece más
a New York que a Quibdó! De otro lado, somos, después
del Salvador, el país más violento del mundo, excluidos
aquellos que afrontan guerras domésticas o internacionales.
Lograr una economía con mayor dinamismo y equidad, al tiempo
que se reduce sustancialmente la violencia, sobre todo la derivada
del narcotráfico y la acción política armada,
son, por lo tanto, los grandes retos que debemos tener resueltos
cuando se celebre el segundo centenario de la batalla de Boyacá.
El estudio de Planeación Nacional demuestra que tenemos
los recursos físicos, institucionales y humanos para lograrlo.
En aras de la brevedad menciono exclusivamente los primeros. La
mitad del territorio se encuentra subutilizado para fines económicos
y puede ser objeto de una política migratoria de amplio
espectro. Nuestra situación es verdaderamente singular.
Ni la pampa argentina, las estepas rusas o el desierto del Sahara
ofrecen las posibilidades de los llanos orientales y las zonas
selváticas del sur, cuya incorporación al torrente
económico es factible siguiendo modelos de desarrollo compatibles
con la preservación de nuestra gigantesca biodiversidad,
característica en la que nadie distinto a Brasil nos supera.
En la actualidad aprovechamos menos de la mitad del suelo cultivable
y un tercio del área utilizable para usos forestales.
Debatir el documento de Planeación Nacional debe servir
para renovar el optimismo y fortalecer los consensos fundamentales
que nos permitan afrontar con éxito el porvenir.
*Ministro de Comercio, Industria y Turismo
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