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¿POR QUÉ NOS DICEN PARAMILITARES?

Por Luis Carlos Restrepo Ramírez *

En reunión sostenida el pasado martes con un grupo de parlamentarios europeos, uno de ellos me preguntó con crudeza: ¿podría decirme por que razón algunos sectores de opinión los acusan de paramilitares?

A decir verdad, me encantó la pregunta. Y por supuesto, su franqueza. Los parlamentarios habían escuchado a sectores de oposición que de manera reiterada acusan al presidente y al gobierno de tener vínculos con esos grupos ilegales. Es una acusación infundada y calumniosa que viene de años atrás, se intensificó durante la campaña y se activa de tanto en tanto, como petardo moral que se lanza desde lasombra.

Les dije entonces que a mí mismo me sorprendía esa afirmación, cuando era este el gobierno que más golpes militares había asestado a los grupos de autodefensas. Las cifras hablan por sí solas: incremento en un 300% en bajas, capturas y decomisos de armamento, en relación con el período anterior. Que mientras en los últimos diez años los grupos de autodefensa habían crecido de manera vertiginosa –multiplicando por seis el número de sus efectivos–, durante este gobierno habíamos contenido ese crecimiento y, además, los estábamos desmovilizando.

Pero como era concreta la pregunta, decidí darle una respuesta concreta. Y que mejor para hacerlo, que contarle mi historia. Invocando el testimonio de Monseñor Héctor Fabio Henao, quien nos acompañaba, les conté que durante varios años me había desempeñado como luchador civil por la paz. Pero a partir del día en que decidí acompañar al candidato Álvaro Uribe en su campaña, sin ningún fundamento, algunos sectores de opinión empezaron a tildarme de paramilitar.

Personas que al parecer me tenían estima y leían mis escritos, me quitaron el saludo, difamaron de mí y por poco queman mis libros en la hoguera. Lo que más ira desató fue mi apoyo público a la propuesta de Álvaro Uribe, de organizar un millón de colombianos para cooperar con la Fuerza Pública. Nunca pude convencer a algunas ONGs de derechos humanos que se trataba de organizar a los ciudadanos en torno a un principio central de toda democracia: la colaboración y solidaridad con las autoridades legítimas para enfrentar el crimen y el terrorismo.

Primaron los prejuicios. Dijeron una y otra vez que esta decisión ahondaría la problemática de violencia y anegaría al país en un baño de sangre, predicción que por demás nunca se cumplió. Al contrario, el país ha mejorado en sus condiciones de seguridad, con índices reconocidos internacionalmente. Aunque aclaramos que se trataba de ciudadanos desarmados, insistieron en mostrarlos como un millón de paramilitares. Hasta la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Mary Robinson, cayó en esta confusión, mal asesorada por personas prejuiciadas que así se lo informaron.

Ese es el meollo del problema. Nos acusan de paramilitares porque predicamos la cooperación y solidaridad ciudadana con la Fuerza Pública. Porque decimos que frente a los terroristas no se puede ser neutrales. Pues aunque suene extraño, en Colombia hay quienes consideran que los ciudadanos deben declararse neutrales ante las Fuerzas institucionales y los grupos armados ilegales, como espectadores de un corrida de toros que no los compromete.

Les dije que nos calumniaban por defender lo que para ellos es un principio irrebatible y una realidad cotidiana: la necesidad de informar a las autoridades sobre las andanzas de los delincuentes, a fin de proteger los derechos básicos de los ciudadanos. Lo que en Suiza, Francia, España o Inglaterra es normal, aquí algunos lo califican de monstruosidad.

Nadie puede dudar de la decisión de este gobierno para acabar con guerrilleros y paramilitares. Ni tampoco de su generosidad para ofrecerles caminos de reincorporación a la vida civil.

Al final les dije que una vez saliera del cargo, dedicado de nuevo a mi tarea de escritor, intentaríaquizás explicar en un ensayo el por qué de esos acendrados prejuicios que todavía mueven a algunos colombianos. Pues nuestros problemas son en el fondo asuntos del alma, dolores contenidos que se expresan de forma malsana en la diatriba política y la acción violenta. Exaltación de los espíritus que atiza esa hoguera pasional que tanto daño le causa a nuestra nación.

*Alto Comisionado para la Paz

 
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