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REFLEXIÓN SOBRE LA PENA

Por Luis Carlos Restrepo*

¿Qué pasaría si a punto de disolverse la sociedad y desaparecer la raza humana, quedaran en una cárcel sólo dos hombres, el carcelero y un condenado a muerte? ¿Debería el carcelero ejecutar al criminal? ¿O más bien, liberarlo, por considerar que en ese contexto resulta inútil el castigo?

En uno de esos absurdos deliciosos en que caen los filósofos por mantener la coherencia de sus principios, Kant respondió a esta paradoja diciendo que el carcelero debía dar muerte al último asesino. Un instante antes de la desaparición total de la sociedad, la pena debía ejecutarse. Todo ello para defender el carácter absoluto y racional de la pena, pilar fundamental de la llamada justicia retributiva.

La concepción absoluta de la pena, propia de la racionalidad ilustrada, responde a un modelo donde lo importante es restituir la paz jurídica -que no es igual a la paz social-, dejando clara la inviolabilidad de la ley. La expiación por parte del condenado y la aflicción que debe producir la pena impuesta, son parte inherente de un sistema penal que mantiene, en el plano racional, la simetría que en las sociedades primitivas imponían la venganza de sangre, el mecanismo del "chivo expiatorio", o la conocida ley del talión. "Ojo por ojo, diente por diente", es una frase que expresa de manera simple, lo que en los ilustrados se convierte en principio de expiación.

Existe todavía en la justicia retributiva un afán simplista por reconstruir el código ético que se rompe por la acción del delincuente. Lo importante es recuperar de nuevo la integridad de la ley, tal como pasaba en las ordalías medievales, donde lo importante no era castigar al culpable, sino que alguien, así fuera inocente, resultara castigado, para que pudiera retornar la tranquilidad a la comunidad.

El paso de la justicia retributiva a la restaurativa y las nuevas teorías penales que se permiten incluso omitir la pena de prisión, nos enseñan a mirar las cosas de forma diferente. Ya la pena no tiene la misión de realizar su propia virtud en un saldo de culpabilidad con el que carga el condenado. Ahora la pena cumple una función protectora y preventiva, función ligada a los propósitos políticos del Estado. La justicia absoluta que desvincula la pena de la política, culmina en una exigencia absoluta de justicia que no es compatible con el actual Estado democrático.

La concepción retributiva de la pena que encarna la realización pura e ideal de la justicia, debe ceder el paso a un modelo capaz de contener y prevenir la delincuencia sin recurrir de manera exclusiva a la capacidad del Estado para generar terror penal. El valor de la pena debe medirse por su efecto combinado sobre la resocialización del condenado y la conquista de valores como la paz y la seguridad. Mientras el Estado autoritario centra su interés en la exigencia ético-jurídica de retribución -castigo aflictivo-, el Estado social y democrático asigna a la pena la función central de reparar a la víctima y prevenir nuevos delitos, pasando a segundo lugar que dicha pena contemple o no privación de la libertad. No se trata de cumplir con una hipotética retribución por el mal cometido, midiendo la pena en términos de aflicción o castigo. Se trata de lograr que la pena actúe como factor regulativo de la vida social, cumpliendo la función de prevenir de manera eficaz la vulneración de los bienes ciudadanos. La retribución no constituye el fin de la pena. Si se repara a las víctimas, se resocializa el delincuente y se asegura la no repetición de los hechos sancionados, nada impide que podamos modificar el tiempo de privación de la libertad.

Conservando la culpabilidad, pues no se trata de perdón, lo importante es alcanzar seguridad para la sociedad y resocialización para el condenado. Pues como dice Claus Roxin: "Si el derecho penal asegura las condiciones de una convivencia pacífica, ha cumplido su fin fundamental".

A los que se rasgan las vestiduras por la propuesta de cambiar el tiempo efectivo de privación de la libertad por más reparación a las víctimas, más paz social y mejor resocialización, es buenorecordarles la paradoja del último delincuente. No sea que mientras el mundo cambia a su alrededor, pasando de la justicia retributiva a la restaurativa, ellos se queden como Kant, muy racionales y justos pero tercos y solos, empeñados en que se cumpla a cabalidad la última pena y se ejecute al último asesino.

*Alto Comisionado para la Paz

 
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