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CONDECORACIÓN AL HOSPITAL UNIVERSITARIO
SAN VICENTE DE PAUL, LA ARQUIDIÓCESIS DE MEDELLÍN
Y AL PROFESOR BENIGNO MANTILLA
Diciembre 11 de 2002 (Medellín – Antioquia)

Compatriotas:

Cómo me complace venir esta mañana a mi tierra a destacar la fecunda tarea que toda la ciudadanía reconoce en las personas e instituciones a las cuales conferimos esta mañana las más importantes distinciones nacionales: el grupo de transplantes de la Universidad de Antioquia y el Hospital San Vicente de Paul.

Mitigar el dolor humano y facilitar a unas personas el goce de mejores condiciones es la razón más noble de las instituciones, más apreciadas por la sociedad. Es la justificación última de la ciencia y de la técnica, es el principio activo de toda solidaridad que torna grandiosa a la especie humana ante todo el universo.

Otorgar la Orden de Boyacá en el grado de Gran Cruz de Plata al grupo de transplantes de la Universidad de Antioquia y del Hospital de San Vicente de Paul, con ello rendimos un homenaje –más que merecido- a esta comunidad de apóstoles que durante 29 años han logrado fusionar el feliz encuentro, la ciencia fría y el cálido amor por la humanidad.

El prodigio de haber concluido más de 2.000 transplantes renales, un promedio de 200 por año, con supervivencia del paciente en más del 95 por ciento de los casos, constituye una empresa sobre humana.

Ustedes, señores científicos y profesionales galardonados, conforman una comunidad por la vida en un contexto en el que mucho se conspira contra la vida. En este grupo interdisciplinario se hermanan Universidad y entidad humanitaria. Aquí nuestra alma mater, institución líder de la investigación en el país y en el mundo, vuelca su corazón hacia los necesitados y se proyecta hacia la comunidad nacional a la que ella se debe.

Reconforta destacar el hecho de que Medellín, flagelada por tan altos niveles de violencia, es la ciudad número uno en consecución de donantes y donaciones a nivel mundial, con un promedio de 62 donantes por millón de habitantes. En ello, tenemos una alentadora ventaja sobre Barcelona, ciudad modelo en esta materia, con apenas 32 por millón.

Es hermoso saber que este grupo científico de la Universidad y del Hospital de San Vicente, ha sido la instancia motivadora de esta muestra de solidaridad humana.

El reconocimiento de toda la Nación, hace justicia –también- a las nuevas e intrépidas áreas emprendidas en esta humanitaria labor. A quienes en los 80 iniciaron los transplantes hepáticos y proyectan los transplantes pancreáticos en el futuro inmediato. A quienes como titanes, desafiando precariedades logísticas impuestas por el subdesarrollo, instalan en el San Vicente de Paúl el programa de transplante cardiaco.

Gracias a la labor de ustedes, demostramos que el acceso al más alto nivel de la ciencia médica, no tiene que ser un privilegio de los países desarrollados ni tampoco una posibilidad reservada a los estratos altos de la sociedad. Que con abnegación, transparencia, rigor y sobre todo, con amor a la humanidad, se pueden superar todas las carencias.

Ustedes nos devuelven el orgullo patrio al demostrar que la inteligencia colombiana, tan exuberante y generosa, cuando se pone al servicio del bien produce milagros que admiran al mundo entero.

Ustedes enseñan a Colombia el valor de la vida, para que otros no sigan desmereciéndola.

En nombre de la Patria: gracias a quienes con su tesonera labor y en forma desinteresada han hecho posible estos 29 años de apostolado. En especial, a los eminentes nefrólogos, doctores Jaime Borrero y Álvaro Toro Mejía, pioneros y forjadores del proyecto. Al cardiólogo, doctor Álvaro Velásquez Ospina, jefe del grupo de transplantes de la universidad de Antioquia – Hospital de San Vicente. Al ilustre, rector y maestro, doctor Jaime Restrepo Cuartas. A los distinguidos doctores Humberto Aristizabal, Hernando Santos, Luis Fernando García, Jorge Luis Arango, Jorge Enríque Henao, Gonzalo Correa, Fidel Antonio Cano, Giovanni García, Gonzalo Mejía, Mario Arbeláez Gómez, Álvaro García, José Nelson Carvajal, Gustavo Zuluaga y a la ingeniera Helena Arroyave.

Igualmente, nuestra congratulación para las dependencias académicas y científicas de la facultad de medicina de la Universidad de Antioquia, que prestan su apoyo a la maravillosa empresa que hoy galardonamos.

Gracias a ustedes, muchos niños, jóvenes, adultos y ancianos de Colombia, alivian a diario el sufrimiento que la naturaleza les impone. Gracias a ustedes, ellos sonreirán de nuevo. Son ustedes, verdaderos patriotas.

La Arquidiócesis de Medellín, creada por decreto pontificio del 29 de septiembre de 1902, de su Santidad León XIII, merece el reconocimiento y la gratitud de todo el pueblo de Antioquia y de todos los colombianos.

Nuestra Nación ha sido edificada sobre el cimiento de los valores cristianos. Nuestro concepto de humanismo se nutre de los principios evangélicos más sublimes, la dignidad e inviolabilidad de la persona humana, creación divina y sujeto del amor de Cristo. El respeto hacia el otro, aunque sea diferente y la solidaridad hacia los que sufren, hacia los más necesitados y vulnerables.

Tiene pleno sentido que la Nación otorgue hoy la Orden de Boyacá en el grado de Cruz de Plata, a la venerable y querida Arquidiócesis de Medellín. En su seno recibimos la cimiente de la fe y a ella debemos las virtudes cristianas que han hecho grande a esta Patria y que en los momentos de mayores dificultades, se erigen como un faro que indica el camino a recorrer.

Reconocemos sus 100 años de permanente evangelización, su contribución a afianzar la fe como fundamento sólido de los hogares de esta región. Sin una familia unida y orientada hacia valores espirituales, no es pensable una sociedad estable, ordenada, justa, progresista y respetuosa del ser humano.

La tarea de la Arquidiócesis ahora es imperativa para recuperar plenamente la solidez de la familia. Reconocemos, también, su indeclinable vocación educadora que la ha convertido en una auténtica escuela de formación de los antioqueños.

Difusora de los valores humanos, éticos y cristianos en escuelas, colegios y en las universidades Pontificia Bolivariana y Católica. En tales centros se hace posible la fusión entre ciencia y tecnología de un lado y humanismo cristiano de otro. Sus egresados así lo testimonian.

La comunidad regional y nacional no pueden dejar de agradecer al Seminario Mayor su papel como cimentador de un semillero de líderes e intelectuales, entre los que se cuentan algunos de los más connotados obispos y sacerdotes del país.

Alegra nuestro corazón, saber que hoy la Arquidiócesis de Medellín brinda ayuda espiritual y solidaridad efectiva a tres millones de personas a través de 300 parroquias, el 70 por ciento de ellas ubicadas en barrios populares.

Colombia necesita la paz como el supremo bien de toda sociedad, por eso el compromiso de esta Arquidiócesis, de todos sus titulares, de su actual titular, Monseñor Alberto Giraldo, con la búsqueda de la paz y de la convivencia, nos devuelve la esperanza a los colombianos.

La Nación entera sabrá agradecer todos los buenos oficios que en este campo, nuestra iglesia preste.

Señor Arzobispo y distinguidos Obispos: ninguno de los aquí presentes ignora mi determinación de derrotar el crimen en la Patria, pero vengo a Antioquia a confesar, en esta ceremonia, mi acatamiento a los valores de la Iglesia para la tarea de rescatar la autoridad y expresar públicamente nuestra confianza en todo lo que la iglesia pueda hacer para que Colombia supere definitivamente esta difícil noche de la violencia.

Queridos Arzobispos, Obispos y sacerdotes: en estos 100 años su labor apostólica ha sido fiel a las enseñanzas de León XIII, inspirador de la doctrina social de la Iglesia, como fórmula cristiana a favor de la reivindicación temporal y espiritual del ser humano, especialmente el que sufre carencias y privaciones.

Sigan ustedes prodigando bendiciones a los medellinenses, a toda esta tierra antioqueña y a la Patria colombiana, con eso seguirán haciendo bien a todos nosotros.

Querido profesor, maestro y amigo, doctor Benigno Mantilla: en usted cobre sentido el verso de Antonio Machado “un hombre puede tener dos Patrias, aquella donde conoció la vida y aquella donde conoció el amor”.

Vino usted muy joven de una Patria que es la continuación meridional de la nuestra, llegó usted procedente de la hermana tierra donde Bolívar, su Bolívar, tocando la mano diamantina que puso las manos de la eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes, deliró poseído por el fuego de Dios de Colombia.

Desde entonces, como maestro, como intelectual y como Cónsul, no ha hecho usted, sino unir estos dos pedazos del corazón del libertador.

Esta condecoración solo alcanza a traducir con balbuciente timidez, el justo reconocimiento a toda una vida consagrada al estudio, la reflexión, la elaboración de textos y la difusión del pensamiento a través de la cátedra de filosofía y sociología jurídicas.

Es el premio a la tesonera labor de mantener vigente la revista Estudios de Derecho, la más antigua de su género en nuestro país.

Construir Nación supone identificar y exaltar aquellos seres de excepcional valía, que desde su callada labor cotidiana, ascienden al estatus de referentes para las generaciones enteras y aseguran la continuidad de las instituciones sociales.

La Nación colombiana, reconoce en usted, doctor Benigno, al maestro de maestros. Con humildad socrática, durante más de 50 años, ha dado lo mejor de sí para engrandecerla, elevarla en lo intelectual y vincular a sus jóvenes al torrente universal del pensamiento jurídico y político.

Con la laboriosidad y rigor que admiran su apacible pero fecunda existencia, ha estado completamente volcada a plantar semillas de inquietud por el saber. Ha incentivado el gusto por la verdad y la justicia de miles de alumnos que nos hemos beneficiado con sus eruditas cátedras de filosofía, sociología del derecho y pensamiento político.

El maestro Benigno Mantilla, con ancestral laboriosidad de hombre andino, ha legado preciosos textos en los que la juventud, estudiosa, penetra al castillo encantado del pensamiento universal.

Para quienes fuimos sus alumnos en la universidad óptica, sus clases y sus obras de filosofía y sociología del derecho, significaron el acercamiento amable a un Kant, autor del salto epistemológico que trasladó el centro de gravedad de la filosofía desde el objeto al sujeto.

Ninguno de nosotros dejará de recordar con gratitud, el apacible acercamiento a la abstrusa teoría hegeliana del Estado como totalidad ética. Jamás olvidaremos sus pacientes exposiciones de los existenciarios, ardua categoría del pensamiento de Husserl para abordar el mundo –al derecho también-, como fenómeno de conciencia.

Al igual que en su día lo hicieron hombres de vocación universalista como don Andrés Bello, nuestro querido Benigno Mantilla desafiando supuestos condicionamientos geográficos o reales limitaciones impuestas por la periferia, se ha sumergido sin complejos en las densas profundidades del pensamiento iusfilosófico.

Basta recordar que fue el primero en Iberoamérica en traducir y divulgar la magnífica obra del profesor alemán Theodor Viehweg autor de la concepción tópica de la jurisprudencia, que asume la hermenéutica jurídica como ejercicio problemático, no ajeno a la ponderación de valores.

¡Cómo emociona saber que, hace tan sólo unos cuantos meses, publicó otro libro: una visión evaluativa de los aportes de Hans Kelsen, el genio jurídico del siglo XX!

Y mientras ejerce la docencia, el doctor Mantilla ha acometido otra labor no menos demandante: mantener viva y vigente la revista Estudios de Derecho, nacida en 1912 pero publicada en forma intermitente hasta que en 1959 nuestro querido profesor le imprimió un nuevo impulso.

En esa nueva época no ha habido connotado jurista nacional o internacional que no haya encontrado en la venerable revista una tribuna abierta. Con justicia, Colciencias la ha distinguido como un modelo de publicación científica en el área social.

Inmune a las seducciones de las modas teóricas, el maestro Mantilla, quien hoy continúa su incansable labor pedagógica en la Universidad de Antioquia, permanece fiel a los grandes maestros de la teoría jurídica. Ellos siguen siendo sus contertulios en la paz de su existencia, porque una de sus virtudes destacables es la paciencia. Palabra que lúdicamente podríamos desglosar en “paz” y “ciencia”.

Paz y ciencia en él, se tornan una sola entidad existencial, pero su fecundidad no descansa. Ahora investiga y prepara una obra sobre existencialismo y derecho.

Al conferirle la Orden Nacional al Mérito en el grado de Gran Cruz, reciba usted, querido maestro y profesor Benigno Mantilla, el homenaje de la Patria, que lo cuenta entre sus más preclaros hijos y que le prodigará su gratitud en las buenas acciones de todos aquellos cuyo pensamiento ha contribuido a moldear.

Los colombianos le decimos: Gracias maestro.

A todos muchas gracias.

 
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