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100 AÑOS DEL FIN DE LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS
Noviembre 21 de 2002 (Chinácota – Norte de Santander)

Compatriotas:

Como me alegra estar esta mañana en esta celebración en Chinácota.

Antes de leer unas palabras para conmemorar este centenario, déjenme expresar a todos ustedes, mi gratitud por lo que ha sido su historia de devoción y de respeto a las instituciones democráticas. Déjenme expresar a todos ustedes, mi gratitud por lo que ha sido el civismo ejemplar de este gran pueblo nortesantandereano.

Quiero referir algunas palabras del señor Alcalde. Comprendemos la tragedia a las carencias, la Patria tiene tres millones de niños en edad escolar sin estudio, a penas un 14, 15 por ciento de nuestros compatriotas en edad universitaria acceden a la universidad.

Este Gobierno esta haciendo un inmenso esfuerzo para crear 1.500.000 de nuevos cupos escolares, para crear 400 mil cupos universitarios nuevos. La universidad de Pamplona es una gran aliada y vamos a responderle con unos recursos para que amplíe su cobertura y el instrumento de la educación a distancia a través de la universidad, es una gran herramienta para lograr esa meta.

Por eso, se ha definido que al ampliar el programa Compartel en Norte de Santander, se le de prioridad como usuarios a los estudiantes universitarios. Ahí está la posibilidad de la gran revolución de la Patria contemporánea: la revolución de la educación.

Plantea el señor Alcalde la necesidad del apoyo a la política de vivienda social. Tiene toda la razón. Estamos tomando medidas: en adelante los subsidios se van a manejar a través de las cajas de compensación, sin politiquería, con un puntaje especial para los sectores más vulnerables, como la madre cabeza de familia.

Esta mañana, cuando llegaba a la cancha de fútbol y aterrizaba allí el helicóptero y tenía la posibilidad de saludar a muchos de ustedes, y después por las calles de Chinácota, muchas de las señoras a quienes pude saludar me decían: ‘somos jefes de hogar’. Ahí tiene la Patria una inmensa tragedia. Un millón 500 mil de nuestras compatriotas son jefes de hogar y la inmensa mayoría viven en mucha pobreza.

Los esfuerzos que haga este Gobierno para ampliar educación, para ampliar vivienda, para ampliar sisbén, van a premiar, a darle la mano a la mujer jefe de hogar de la Patria.

Les confieso que vamos a cerrar muchas instituciones del Estado. Mientras no hay plata para las carreteras de Norte de Santander, mientras no hay dinero para los acueductos de estos municipios, gastamos mucho dinero en entidades burocráticas, politiqueras, innecesarias. Pero vamos a cuidar la estabilidad de la madre cabeza de familia pobre, del próximo a jubilarse y del discapacitado.

Oía al señor Alcalde y decía: ‘cómo ha derrochado el país en corrupción, cuando falta tanta inversión’.

Estamos haciendo un gran esfuerzo en materia de microcrédito. Quiero ofrecerle lo siguiente, señor Alcalde: defina una Ong que pueda manejar microcrédito y para estimular el turismo de Chinácota, habilitemos casas – hoteles. Recuerdo que lo hicimos en un pueblito de Antioquia que se llama Jardín, cuando tenía la posibilidad de ser Gobernador de esa comarca y le hacíamos un préstamo a las personas que querían tener dos habitaciones cómodas, organizaditas en su casa, con buenos servicios sanitarios, con un comedorcito, de tal manera que se sientan cómodos los turistas.

Hagámoslo en Chinácota. Estoy dispuesto con el IFI a suministrarle los recursos de crédito pero necesitamos una Ong seria que los maneje o que nos ayude el Banco Agrario o la Caja Social o Megabanco. Entonces, si usted trabaja con el señor Gobernador eso, me llaman, cuenten que les respondo con esos recursos.

En diciembre, con la ayuda de Dios, vamos a entregar los primeros subsidios de vivienda de un plan que este Gobierno se ha comprometido a apoyar a los sectores más débiles de la Patria con 400 mil viviendas sociales. Vamos a empezar con las primeras.

Será insuficiente, pero si el país coge un ritmo de disminuir gastos en el Congreso, en la Presidencia de la República, de erradicar las contralorías, de cerrar personerías, gastarnos esa platica en educación, llevarnos el dinero del Fondo de Regalías bien aplicadito a los servicios públicos, al saneamiento básico, más temprano que tarde, el país tiene que dar un vuelco en lo social.

Y confío señor Alcalde Cúcuta que usted empiece a sentir en su ciudad un gran alivio en materia de vivienda social, con el esfuerzo que vamos a hacer en los próximos días, del cual usted está informado.

También, es bien importante registrar lo siguiente: estamos buscando financiación para un plan de pavimentar 5 mil kilómetros de vías y estoy seguro que vamos a avanzar en Norte de Santander y ojalá podamos atender algunos proyectos a los cuales refería el Alcalde.

También estamos muy interesados en otras regiones de Norte de Santander: terminar la pavimentación de la carretera a Ocaña. La semana pasada, en reunión con el señor Presidente Chávez (Hugo Rafael, de Venezuela), estuvimos examinando la comunicación a través de Puerto Santander para facilitar que realmente Cúcuta y Norte de Santander sean una ciudad y un departamento exportadores.

Porque, si logramos resolver el problema de los puentes allí y el problema de unos kilómetros de carretera que faltan por mejorar, Cúcuta y Norte de Santander se pueden convertir, de verdad, en exportadores a través de los puertos de Venezuela en el lago y en el Golfo de Maracaibo, estamos avanzando en esa dirección.

Pero nos estamos preparando para tener complementos. Si nosotros logramos terminar la carretera a Ocaña, revivir el Puerto de Gamarra sobre el río Magdalena y sacar el carbón nortesantandereano por allí, allí se crea otra gran posibilidad. En esa dirección estamos trabajando.

Esta tierra del Hombre de las Leyes, la llevamos en el corazón porque ha sido una tierra de orden y de respeto a las normas jurídicas como presupuestos de convivencia.

Cuando desde el helicóptero veía el camino de Cúcuta – Chinácota – Pamplona, recordaba la vieja vía central del norte que coincide con el camino que Francisco de Paula Santander, de niño, recorrió desde estas tierras para llegar luego a estudiar en el colegio San Bartolomé, a alistarse en los Ejércitos de la Patria y a devolver, en nombre del carácter nortesantandereano, todas las posibilidades a sus compatriotas. No podemos ser inferiores a los compromisos con esta tierra, pero el Estado colombiano hay que cambiarlo.

Agradezco a los congresistas de Norte de Santander que nos vienen apoyando para sacar adelante el referendo, porque el referendo va a reducir el Congreso para economizar dinero y llevar ese dinero a lo social.

Porque el referendo va a rebajar las pensiones altas y privilegiadas. ¡No hay derecho: un millón de ancianos pobres en Colombia, sin atención del Estado y unas pensiones altísimas y privilegiadas! Por el referendo las vamos a rebajar.

Por el referendo vamos a buscar cerrar las contralorías y las personerías para gastarnos esa platica en educación.

Por el referendo tenemos que destinar mejor los recursos del Fondo de Regalías, para poder atender los problemas de acueducto, de alcantarillado, a lo cual se refería el señor Alcalde de Chinácota.

Por el referendo tenemos que consagrar la muerte civil a los corruptos: que el condenado por corrupción no pueda volver al Estado ni por nombramiento ni por elección ni por contrato.

Por el referendo vamos a exigir sacrificios. Para dar ejemplo, los sueldos de los altos funcionarios, del Presidente, de los magistrados de las altas cortes, de los congresistas, se van a congelar 4 años. El país está en una situación económica desastrosa, hay que hacer ese congelamiento para dar ejemplo. Y los sueldos de los otros servidores públicos, que tienen remuneraciones sobre dos salarios mínimos, se van a congelar 2 años.

Los de los altos se congelan 4 años, los otros –excepción hecha de los que están en le rango de los primeros dos salarios mínimos- se congelan 2 años. Vamos a hacer ese sacrificio para preparar al Estado para que pueda superar la quiebra en que se encuentra e invertir los recursos en lo que necesita el pueblo colombiano.

Yo no creo que en 4 años podamos hacer milagros, pero si avanzamos bien, honradamente, sin perder un minuto, trabajando con amor por el pueblo colombiano, en todas las horas y en todos los momentos, el país puede ir tomando un caminito de progreso.

Señor Alcalde, póngase de acuerdo con el Gobernador para acelerar el plan de desempeño del municipio de Chinácota y la Nación, como socia con el departamento, de la central de energía, le ayudamos a refinanciar la deuda vieja.

El señor Gobernador tiene toda la voluntad, ustedes tiene un magnífico gobernador, un hombre cívico. Él tiene toda la buena voluntad, aceleren los pasitos para que firmemos eso. Todos tenemos que hacer un esfuercito.

El pueblo colombiano ha sufrido mucho y en el Estado vamos a tener que hacer esfuercitos adicionales. Usted tiene que hacer el plan de desempeño, acelérelo que el Gobernador le ayuda a eso, le ayudamos.

El año entrante vamos a tener muy serias dificultades para financiar acueductos y alcantarillados. Pero estudiemos a ver cómo vamos incluyendo en el banco de proyectos para acueductos y alcantarillados, la solicitud que usted hizo esta mañana.

Con algunas cositas le vamos a ayudar, si le digo que si a todo lo que me dijo, le quedo mal, pero si cogemos un buen caminito en administración del Estado, sin corrupción y sin derroche, llega un momento en que salimos de la quiebra y podemos atender lo social.

Esta conmemoración de hoy es muy importante para la Patria. Para que el pueblo colombiano reflexione sobre su historia y para que las nuevas generaciones la tengan en cuenta para el presente y para el porvenir.

Luego de firmar el Tratado de Paz que puso fin a la Guerra de los Mil Días, el General Uribe Uribe pronunció ante el pueblo de Barranquilla estas palabras memorables:

“De los primeros yo en tomar las armas, de los últimos en soltarlas, quiero hoy, cuando ya el fallo de la suerte está dictado, declarar mi conformidad con él y contribuir en toda las medidas de mi influencia, al apaciguamiento de los ánimos. Como los mancebos israelitas, entré al horno de la guerra y salgo de él con la cabeza fría y el corazón sin cólera.

El humo de los combates nunca ofuscó para mí la imparcial apreciación de las cosas. Con mayor razón hoy, que la aurora de la paz despunta, puedo, en calma y acaso no sin alguna autoridad expresar la opinión.

Creo firmemente, señores, que todos los que estamos aquí y cuantos pertenecemos a esta generación infortunada, podemos jactarnos de haber visto la última guerra civil de Colombia”.

Esas palabras las decía quien había participado activamente en esa guerra, que había llegado desde mi comarca a estas tierras para cumplir los deberes de Peralonso y Palonegro.

Terrible fue la Guerra de los Mil Días. Colombia conoció la intransigencia, el odio y la muerte, pero hay consenso entre los historiadores, que se hizo un gran esfuerzo con patriotismo y abnegación para superar ese momento.

Independientemente de la justeza de las reivindicaciones de los rebeldes, el método fue equivocado, la Guerra Civil se nos antoja, una sin razón y una precipitación trágica.

Como condición para venirse con el Gobierno, los rebeldes habían propuesto reivindicaciones como la supresión de las facultades omnímodas del Presidente, la abolición de la pena de muerte, la responsabilidad del Presidente en cuanto a la administración de hacienda y el crédito público, la inviolabilidad del poder judicial para que sus miembros no puedan ser destituidos sino por sentencia, la instrucción pública gratuita y la organización de una rama electoral independiente, de tal manera que permitiera la representación proporcional de los partidos, el derecho a las minorías y su protección.

Don Aquileo Parra, venerable patriarca de estas comarcas, enemigo de la solución militar, dijo que ‘realizadas estas aspiraciones, se habrían sentado las bases de la concordia’.

Durante estos tres años de terribles avatares, murió el 3 por ciento de la población, el desastre económico registró una inflación de 25 mil por ciento y la destrucción de nuestra escasa infraestructura física.

En el curso de la Guerra se clausuró la poca industria instalada, las haciendas y parcelas fueron abandonadas, las escuelas, colegios y universidades cerraron sus puertas, los periódicos dejaron de circular, las cárceles se llenaron de presos políticos, las exacciones arruinaron a los comerciantes. La compra de barcos de guerra, armas y municiones, fue el único negocio de comercio exterior que se produjo.

Como consecuencia directa, sobrevino la pérdida de Panamá, la más estratégica porción territorial del planeta.

El General Herrera, jefe rebelde, escribió poco antes de firmarse los tratados de paz, que ‘los que sueñan desmembrar u ollar impunemente el suelo colombiano, prevalido de nuestras querellas domésticas, sepan que ante el peligro de la Patria, conservadores, nacionalistas y liberales, perderemos esas denominaciones, para llamarlos únicamente, colombianos. La Patria por encima de los partidos’.

Quienes condujeron esa guerra fraticida, en gesto de lucidez y sentido de patria que los enaltece ante la historia, supieron ponerle fin. Comprendieron que ninguna confrontación entre hombres razonables, puede durar indefinidamente.

El sufrimiento de un pueblo no puede eternizarse por el simple capricho de los contendientes. Y ni Uribe ni Herrera, tenían talante guerrerista, la guerra para ellos no era un fin en sí mismo ni menos un modus vivendi.

Y además está, la tierra Ramón González Valencia, le da a la Patria el testimonio de aquella personalidad seria, transparente de aquel patriota ejemplar que tampoco venía en la guerra un fin ni un medio.

“Los rostros –describía con desgarramiento el General Uribe- gritan anemia y hambre, todos los cuerpos desnudez y miseria, los precios de las cosas son inverosímiles, la terminación de la guerra se impone por razones de pura conmiseración”. Y de inmediato se aplicaron a la tarea de la paz.

Con la prudencia que impone la evaluación de los hechos históricos, me atrevo a decir que los rebeldes de entonces, optaron por una vía discutible para hacer prevalecer su proyecto político, pero los salva ante la historia el haber estado motivamos por nobles ideales.

El Gobierno y los rebeldes supieron doblar esa época, firmar esos acuerdos de paz y poner la Nación por un sendero correcto de progreso.

En rigor, la de los Mil Días, fue la última Guerra Civil. Dos ejércitos midieron su valor, su disciplina, su táctica y su estrategia. El uno al frente al otro, en el campo de batalla, lucharon por hacer prevalecer una concepción de Estado. A pesar de la indecible crueldad con la que contendieron tales ejércitos, jamás degeneraron en bandas forajidas, expoliadoras de la población civil.

Fue la última época que alimentó el mito del héroe romántico, insubordinado por razones, que sacrifica su posición y su bienestar personal, por conquistar un orden que él concibe justo. La que dio fundamento a la teoría del delito político y su tratamiento bondadoso como hecho punible.

Se cuenta que en las postimetrías de la confrontación, el General Uribe envía un regalo a su pequeña hija y le anexó este mensaje: “pobre como estoy, a penas puedo enviarle para su cuelga el frasquito de perfume que le lleva el General Vélez”, no había botín de guerra sino el premio de la Patria.

¡Qué diferencia con el terrorismo de hoy: rico por el narcotráfico, millonario por el secuestro, poderoso por la expoliación del pueblo colombiano!

Para poner término al conflicto, aquellos rebeldes no exigieron el todo o nada, con flexibilidad aceptaron firmar los tratados de Wisconsin, Neerlandia y Chinácota y entregar las armas a cambio de garantías para retornar a la vida civil y política. Amnistía y libertad para los prisioneros de guerra y presos políticos, salvoconductos para los desmovilizados y auxilio económico para el retorno a sus lugares de origen. Cesación del cobro de contribuciones de guerra y convocatoria a elecciones limpias bajo reglas de representación proporcional.

La firma de paz que hoy conmemoramos, suministra un valioso ejemplo de superación. A partir de ella, los jefes rebeldes definieron en líderes de una política de paz y progreso. El Gobierno y los rebeldes trabajaron conjuntamente y a partir de aquel momento, el país empezó a recibir los beneficios de la industria del café, de la construcción de ferrocarriles, del avance de la navegación, del avance de la ecuación.

La Guerra detuvo el progreso de la Nación, la sumió en la miseria, la firma de la paz en Neerlandia, Wisconsin y Chinácota trajo nuevas esperanzas que se concretaron en una época de prosperidad.

Toda una generación de dirigentes brotó de allí, salió con renovadas energías de aquellos acuerdos de paz. Bien lo dijo Uribe cuando le insinuaron emigrar: “consideraría egoísmo culpable sustraerme a los padecimientos de la paz, como no rehuí ninguna de las pruebas de la guerra, despidámonos como soldados y saludémonos como ciudadanos”.

El ánimo sincero de reconciliación hizo posible superar escollos, tales como la reinserción a la vida civil de muchos miles de rebeldes.

Antes de 1930, todavía había 30 mil solicitudes de pensionados que reclamaban la recompensa por haber servido a la Patria y a sus fracciones en los días de la Guerra.

Al recibir de este histórico lugar de la Patria, de Chinácota, de manos de su Alcalde, de su Gobernador, de nuestro gran organizador de este Centenario, en presencia de toda la comunidad, la condecoración Mérito de la Paz ‘Ramón González Valencia’, quisiera que esta gestión que adelantamos con la fragilidad, de los huesos y de esta carne de la condición humana, pero que esta llena de amor por Colombia y por Norte de Santander, pueda hacer una gestión para avanzar hacia la paz de Colombia, por la vía del orden y del ejercicio democrático de la autoridad que proteja a los ciudadanos de bien, sin contemplaciones con los criminales.

Acepto, como dijera la señora Ministra de Comunicaciones (Marta Pinto de De Hart), esta condecoración con humildad, pero la recibo como un estímulo para no tener sosiego a ninguna hora de la noche ni del día, a ninguna hora del dominical o del festivo y estar trabajando permanentemente para devolver la paz y la tranquilidad al pueblo colombiano, que es el gran camino de la construcción del empleo, del desarrollo y de la obtención de los recursos para la equidad social.

Al igual que la Guerra de los Mil Días, ninguna confrontación conduce a nada distinto que la infelicidad de nuestros compatriotas.

¡Desde este lugar, símbolo de la Patria, expreso un llamado a todos los colombianos para que, inspirados en Benjamín Herrera, en Rafael Uribe Uribe, en quienes aquí firmaron: Ricardo Tirado Macías, el General Jarmillo, Ramón González Valencia –después Presidente de Colombia-, mostremos al mundo nuestra capacidad de superar la violencia!

El héroe Peralonso se dirigía a sus soldados en el momento en que ellos hacían dejación de las armas y recuperaban su condición civil: “forjémonos un alma resistente y un corazón enérgico, capaces de reanudar la vida civil a despecho de las tristezas de la hora actual. Y unidos al pie de nuestra gloriosa bandera, marchemos a la conquista del derecho, porque a pesar de todo, nuestro es el porvenir”.

A nuestros jóvenes, a las nuevas generaciones de Chinácota, de Norte de Santander y de toda la Patria, una reflexión: en las democracias, cuando el Estado abre las puertas al pluralismo y hay espacio para conquistar las reformas sociales, con igualdad de oportunidades, la rebelión no es un derecho, es un atentado a la voluntad popular.

El derramamiento de sangre carece de justificación para la obtención de cualquier fin.

Dijo Cammus: “son los medios los que imprimen validez al fin buscado”. Diríamos hoy: es el medio de la violencia el que niega validez al fin buscado.

Jóvenes: la Patria tiene inmensas necesidades, ustedes están llamados a ser la gran generación del punto de quiebre, para que esta Nación abandone definitivamente la violencia, a la corrupción y la politiquería y entre a ser una Nación de democracia plena, de transparencia, de paz, de progreso, de ciencia, de cultura y de deporte.

El camino de ustedes es el camino de la paz, el camino de la democracia. Y el deber nuestro, es contribuir a que ustedes, cuando llegue el momento para que tomen las riendas de conducción de la Nación, encuentren una democracia más avanzada, más elaborada, en un periodo más importante de construcción.

Sean revolucionarios pero con ideas, jamás con armas. Rafael Uribe, en aquellos memorables días de la reconciliación, dijo bellamente: “he renunciado a ser un revolucionario con las armas, pero jamás renunciaré a ser un revolucionario con las ideas. Por eso, cada mañana toco la diana, paso revista a las ideas que he venido profesando, doy de baja a aquellas que considero inútiles y obsoletas y las sustituyo por otras más fuertes y robustas”.

Llénense ustedes, de ideas fuertes y robustas, mejórenlas todos los días, sean unos revolucionarios de ideas a favor de la Patria, pero jamás pretendan ser revolucionarios a través de las armas.

Colombia, no tiene hoy más camino que rescatar el orden y la autoridad, yo no me resigno hasta que derrotemos los grupos violentos que maltratan al pueblo nortesantandereano.

Y esta mañana, me hacía esta reflexión: ayer, los rebeldes de la Guerra de la Mil Días, luchaban por la libertad de prensa. Hoy, por contraste, el terrorismo de nuestra época busca anular la libertad de prensa, como sucede cuando lanzan vehículos terroristas contra los medios de comunicación en Cúcuta.

Ayer, los rebeldes luchaban por la abolición de la pena de muerte. El terrorismo de nuestra época la consagra y es el culpable de 35 mil asesinatos de Colombia al año y de 3.500 secuestros que impiden el progreso del país.

Los rebeldes de ayer, pedían instrucción pública gratuita. ¿Cómo tenemos conquistarlo hoy?: apoyando procesos como el de la Universidad de Pamplona o cumpliendo las metas de la revolución educativa en general. Los terroristas de hoy, lo que han generado es un desplazamiento de dos millones de colombianos, la imposibilidad de la educación para los niños de esas familias.

Este terrorismo es desolación, la autoridad en Colombia, en la medida en que la rescatemos y la ejerzamos con eficacia y transparencia, puede conducir a un nuevo periodo de progreso, como aquel que vivió la Nación después de que se firmaron los tratados de Wisconsin, de Neerlandia y de Chinácota.

Chinácota dio luz al nacimiento de una Patria que progresó. Pido hoy a Dios, desde este lugar símbolo de la Patria, que el esfuerzo de este Gobierno, con la compañía mayoritaria del pueblo de Colombia, pueda ejercer la autoridad para bien de la democracia, devolver la tranquilidad y que así como a partir del Acuerdo de Paz de Chinácota hubo progreso para la Nación, a partir de nuestro esfuerzo de autoridad –que es le nuevo acuerdo de paz de Colombia- haya progreso y reivindicación para los sectores más pobres y vulnerables de la Patria colombiana.

Quiero terminar honrando la memoria de Ramón González Valencia, hombre probo, no tenía la política por profesión, era empresario del campo, sirvió a la Patria con devoción, tuvo la confianza de sus amigos y de sus contrincantes.

Quienes habían batallado contra él, acudieron solícitos a firmar con él, el Tratado de Paz, porque como lo dijera Uribe Uribe –su antiguo contrincante-: “en las manos de Ramón González Valencia se podían depositar todos los acuerdos, se podía depositar toda la confianza”.

Honra él a la historia de Colombia, honra este gran pueblo de Chinácota, honra esta gran tierra de Norte de Santander y nos compromete aquí, de espaldas al templo de su tierra, a repetir nuestra obligación de servir a Colombia con amor, en todos los momentos, para que la democracia de la Patria sea cada día más robusta.

A todos, mil gracias. ¡Qué viva Colombia! ¡Qué viva Norte de Santander! ¡Qué viva Chinácota!

¡Qué viva el Hombre de las Leyes que hoy nos inspira, que tenemos que persistir en doblegar el terrorismo para que sobre el suelo fértil de la Patria impere de nuevo el ordenamiento jurídico que él entendió como la única vía para que haya libertad plena para todos los ciudadanos!