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EXEQUIAS DEL MINISTRO JUAN LUIS LONDOÑO DE LA CUESTA
Febrero 11 de 2003 (Bogotá- Cundinamarca)


Compatriotas:

Entre los sollozos de una Nación que lo admiró, venimos a acompañar a Juan Luis Londoño de la Cuesta, ahora que la Providencia acalló simplemente el torrente de su pasaje físico, porque su inteligencia será guía eterna al rumbo de la Nación.

Lo secunda en este tránsito y hoy lo rodea, un grupo de quienes le colaboraron en las tareas del servicio activo. Con él han partido Lena Bloss, en el comienzo de una juventud plena de inteligencia y de vocación de servicio; Alirio Arcila, una vida dedicada al sueño de un País de Propietarios; José Joaquín Vera, el leal escudero, solamente impotente para protegerlo ante las cumbres de los Andes, y el capitán de aviación, Germán Vanegas.

Esta semana, un rumor pocas veces expresado, del pueblo en su totalidad, ha reclamado con respeto ante Dios por qué se llevó a uno que había dado mucho, pero tenía mucho más que dar. En efecto, acudimos a devolver a la naturaleza a uno grande entre los sobresalientes.

Las nuevas generaciones tienen en Juan Luis Londoño un ejemplo excepcional. El estudio fue la gran empresa para su sueño de servicio. Se graduó de administrador en la Universidad EAFIT de Medellín y simultáneamente adelantó economía en la Universidad de Antioquia, disciplina que concluyó en las aulas de los Andes con la adición de una maestría. En Harvard repitió la maestría en economía y dio lustre a la Patria al obtener el grado de doctor en la misma ciencia. No hubo un día de la vida que Juan Luis se apartara del estudio.

Sin embargo, no fue el académico que encontró reposo en la inacción. Todo lo contrario, saltaba con ímpetu ilimitado de la teoría a la práctica del experimento social. Jeffrey Sachs lo señalaba como el mejor economista que había pasado por la Universidad de Harvard y los colombianos lo calificamos como un volcán de trabajo que desconoció la fatiga y laboró sin detenerse a mirar la avanzada noche o la temprana madrugada. A todos los retos e interlocutores respondía con diligencia y asombrosa disposición. ¡Qué temperamento tan realizador!

La transparencia de su vida, el amor a la Patria, sus manos puras para el manejo de las responsabilidades públicas y privadas y su concepto profundo, bueno, también elemental, de la familia y la sociedad, consolidan en él esa virtud de la honradez que los colombianos captaron de modo tan natural y por lo cual le abrieron sin dificultad un espacio infinito en sus corazones.

Fue un reformador con academia y corazón. Millones de colombianos pobres lo recordarán cada vez que tengan que exhibir el carné del Régimen Subsidiado de Salud y cuando las condiciones del empleo mejoren, una Nación con gratitud mirará al cielo con profunda plegaria por él.

Pero siempre nos asaltarán brotes de cólera y protesta cuando reclamemos su presencia, no encontremos su viva voz y debamos resignarnos a la interpretación de su inteligencia para resolver lo que siempre falta y habrá de faltar.

Juan Luis Londoño era la imaginación, la creatividad permanente al servicio de cambios profundos en materias controversiales por razones de grandes conveniencias colectivas. Su sabiduría no le permitió caer en el engaño al pueblo y su sensibilidad social lo alejó de las trampas del economicismo puro. Fue una mezcla de ciencia sin fundamentalismos de mercado y de afecto por la gente sin caer en las tentaciones del populismo.

Por estos días hemos vivido en medio de la desazón y la tristeza un bello espectáculo para la Patria: los contradictores temáticos de Juan Luis Londoño han expresado sin reservas, sin ánimo de salvar las reglas de cortesía, espontáneamente, desde la profundidad de sus corazones, la admiración por este compatriota irremplazable y la tristeza por su partida.

Juan Luis Londoño era profundo en los temas, aguerrido en las ideas, directo en la palabra, desafiaba lo establecido o lo supuesto sin dejar una sola herida personal.

Ante la temperatura de sus críticos no palidecía en su proposición y no desataba agresividad. En el momento del debate fuerte aparecía con una sonrisa, con un comentario informal que primero desconcertaba y después descongelaba, con un palmoteo en el hombro de su oponente que impedía la rabia y estimulaba la fraternidad. Era el punto exacto de la tozudez sin dogmatismo. Ajustaba y corregía por razones sin ceder ante presiones. Enfocaba su inquietud en la búsqueda de opciones para que la contradicción agria no frustrara la decisión necesaria. ¡Qué carácter tan constructivo!

¡Qué patriota, qué buen miembro de familia, qué amigo, qué compañero de trabajo, qué contertulio tan creativo a través del acuerdo y el desacuerdo!

Quienes tuvieron la fortuna de trabajar con él no desmayaban por su ritmo, al contrario, se contagiaban de su voltaje que se transmitía en abundancia de calidez.

María Zulema su esposa, Juliana, Daniela y Juan Felipe sus hijos, el doctor William Londoño y doña Lucía de la Cuesta, sus padres, y sus hermanos y familiares, sienten hoy una profunda tristeza porque Juan Luis Londoño era luz del pueblo y luz del hogar. Los colombianos que los acompañamos en este momento les decimos a todos ellos: ¡gracias, por haber permitido que este ser sobresaliente sirviera a la Patria sin dosificar el talento ni sus fuerzas!

Fueron unos pocos años de una vida intensa y noble, pródiga en el balance de las realizaciones académicas y sociales, también inconclusa frente a las ilusiones que él concibió, estimuló y logró que el pueblo compartiera. Cuando le manifestamos gratitud por todo lo que hizo, Juan Luis Londoño nos responde desde la eternidad que todo estaba por hacer, que alcanzó a poner las bases de un sueño grande por Colombia, nos reta entre la sonrisa y el ceño fruncido a arreciar el ritmo. ¡No podemos ser inferiores!

María Zulema, Juliana, Daniela y Juan Felipe: qué bello ejemplo de familia unida nos han dado ustedes. Yo que tuve la fortuna de trabajar momentos tan intensos con su esposo y padre y que ahora ejerzo esta responsabilidad con la Patria, quiero referirles que en él ha nacido una llama eterna de buen ejemplo.

En la vida de ustedes habrá un motivo permanente de júbilo: sus compatriotas con alborozo recordarán ese ser humano que fue Juan Luis Londoño y con fortaleza reclamarán que esas ideas sigan vivas.

Ustedes, apreciada y querida familia, en Juan Luis entregaron a Colombia lo que hoy devuelven a Dios: un acopio de honradez, preparación, trabajo, sentido humano, amor por la familia y orgullo de la Nación.

Ahora, en minutos, cuando la bandera de Colombia que ha cubierto a Juan Luis en este recorrido final, se ponga en las manos de ustedes, un sentimiento habrá de recorrerlos: esa bandera lo ha acompañado no por los decretos del protocolo sino porque así lo ordena una Nación agradecida con un hijo que la supo querer y servir.

 
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