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NATALICIO 220 DEL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR
Julio 24 de 2003 (Bogotá – Cundinamarca)

Compatriotas:

Entro a este recinto de la Patria con profundo sentimiento de compromiso, con profunda devoción por el transcurrir de esta Nación, por su presente y por su futuro.

Las palabras que hemos escuchado esta mañana del Presidente y del Vicepresidente de la Sociedad Bolivariana, poco tendría que agregar para recordar en la efemérides de este 24 de julio a nuestros compatriotas el significado del Genio de América.

En primer lugar, quiero agradecer la generosidad que ustedes expresan hoy, inmerecida para mí, al dar cumplimiento a una norma estatutaria y en designar al Presidente de la República como Presidente Honorario de esta Sociedad.

Permítanme llamar la atención para que se desvincule la dignidad de la Presidencia de la persona que integra esta carne y estos huesos.

Los estatutos de ustedes llaman a la dignidad de la Presidencia para que asuma la presidencia honoraria de esta Sociedad. Yo soy un colombiano del común, un trabajador del campo, quien ha laborado con el pueblo muchos años de la vida y quien, por el atrevimiento patriótico de agitar unas tesis que latían en el corazón del pueblo, pero que no se expresaban abiertamente en el discurso y en el compromiso, ha tenido el inmenso honor de ser elegido Presidente de la República y tiene hoy la responsabilidad de no fallar a los colombianos.

Mi aspiración como ciudadano del común, mi única aspiración como ciudadano del común con este gran honor de ejercer la Presidencia, es laborar arduamente para regresar a Colombia la paz, para regresar a Colombia el orden, para regresar a Colombia un camino de fortaleza en el crecimiento económico y en el desarrollo social. Es lo único que puedo ofrecer a ustedes para honrar la memoria del Libertador, para cumplir bien sus designios y para responder a la generosidad de esta Sociedad.

Esta digna asamblea de cultores y curadores, del patrimonio ideológico bolivariano, ha hecho una gran tarea por la Patria: la tarea de mantener vivo el pensamiento que habrá de iluminarnos por los siglos de los siglos. Ustedes nos han recordado siempre el legado.

El Libertador, voluntarioso y rebelde, guiado por su maestro Simón Rodríguez, se formó en el libre examen, bajo los principios rousseaunianos de la libertad individual y la autodisciplina, encarnó la idea del orden y la autoridad. Enseñó El Libertador que el orden es presupuesto ineludible de la libertad y la autoridad es la única que hace posible la igualdad de oportunidades.

No hay contradicción entre el imperio de la ley y el goce de las libertades. Solamente, a partir del imperio de la ley, se puede garantizar el disfrute de las libertades.

El General Santander predicaba –también- la defensa de la ley para que reinaran el orden y la libertad. Y El Libertador consagró su vida a construir ese orden, también para que reinara esa libertad.

Los padres de la Patria, ambos, comprendieron que el mejor instrumento para una vida civilizada es el acatamiento a la autoridad democrática de la ley. Que ese, el binomio ético y político, que sostiene la continuidad histórica de nuestra Nación y otorga sentido a nuestra institucionalidad, sea la guía de esta gran Nación.

En este recinto, se adivina y se percibe el espíritu del padre de la Patria. Estamos en el vecindario del lugar de sus reflexiones y cavilaciones, del salón de los minutos festivos, pero también de sus corredores que oyeron, durante largos momentos, los lamentos ante las dificultades.

Déjenme referir algunos aspectos que he venido destacando en la vida y en la obra del Libertador.

Primero, entendió que el orden no se podía obtener sin la compañía del pueblo. Después de haber sido derrotado en sus primeras campañas, en Venezuela, entendió que era una equivocación plantear la lucha por la Independencia y por el orden sin la compañía del pueblo. Entonces se ganó ese afecto del pueblo granadino y obtuvo ese afecto y esa confianza del pueblo indígena del Alto Perú y en su compañía, fundó la hermana Bolivia y le redactó una constitución de justicia social.

Cuando hablo a mis compatriotas de la Seguridad Democrática, es porque tenemos que conquistarla con apoyo permanente del pueblo, para bien de todo el pueblo. Si la lucha por la seguridad se emprende solamente por el Gobierno, las Fuerzas Armadas y la administración de justicia, sin un gran apoyo popular permanente, sin una gran presencia popular permanente, esa lucha por la seguridad será infructuosa.

El éxito de la campaña del Libertador fue que rectificó a tiempo y se ganó el afecto del pueblo. Esta lucha nuestra por restaurar el orden y por restaurar la seguridad tiene que tener el acompañamiento permanente del pueblo.

Por eso estamos afanados para que la Patria acelere su desarrollo económico, su crecimiento, las oportunidades de empleo y de bienestar. Y estamos afanados para que las instituciones colombianas tengan en el sentimiento del pueblo cada día más apoyo. Y sobre aquello de la legitimidad de las instituciones, sí que es importante el mensaje del Libertador.

El pasado 20 de julio, en la Plaza de Bolívar, recordaba a mis compatriotas un párrafo de aquella carta que envió a la Convención de Ocaña en 1828. Ese párrafo cobra hoy toda la actualidad, demuestra que esta es una Nación muy joven, que es una Nación que la hemos querido juzgar con precipitudes, que es una Nación en la cual tenemos que persistir más en las causas.

Cuando veo la semejanza entre lo subyacente a aquel mensaje de 1928 con la realidad que configura la Colombia de hoy, recuerdo la anécdota del filósofo inglés cuando en 1950 se encuentra con un profesor de historia del Asia y el filósofo inglés Bertrand Russell le pregunta, en 1950, cuál es su opinión sobre la Revolución Francesa, y el profesor asiático contesta: es muy prematuro para opinar sobre ello.

Colombia tiene que tener sentido de largo alcance. Las políticas en la Patria tienen que perdurar. En el periplo del Libertador también se impuso el inmediatismo de nuestra sangre y no se permitió que en su ciclo vital se le diera suficiente tiempo para la maduración y la concreción de sus propuestas.

Tuvo que ser la semilla que germinó en la mente de muchos compatriotas, como los integrantes de esta Sociedad Bolivariana, finalmente la que reivindicará todo el valor de ese legado que no alcanzó a producir la plenitud de los resultados en el corto ciclo de su existencia biológica, pero que los habrá de producir en el interminable, permanente ciclo, de su existencia ideológica y moral.

En aquel mensaje, le decía El Libertador a los legisladores reunidos en Ocaña, que Colombia requiere un Gobierno en el que la ley se obedecía, el Magistrado respetado y el pueblo libre. Un Gobierno que impida la trasgresión de la voluntad general y los mandamientos del pueblo. Esos son los presupuestos para la legitimidad de la democracia.

Hoy esa democracia no se legitima solamente en las elecciones. En esta época de la revolución de las comunicaciones, la democracia hay que legitimarla cada día. Cada día para la democracia es un día de elecciones y el resultado lo da el grado de aceptación o de rechazo popular a las instituciones.

Que la ley sea obedecida, la gran lucha que tiene que dar nuestra Patria. Cimentar la cultura del acatamiento a la ley. Y en eso tiene que dar ejemplo el titular de las responsabilidades institucionales: el Presidente de la República, los Ministros, los Magistrados de las altas cortes, los Congresistas, para configurar esa característica distintiva del Estado de Derecho, en el cual el gobernante tiene que dar ejemplo en el principio de observar la ley, la ley heterónoma, la ley que no es capricho, la ley que no es imposición, la ley que surge del origen democrático y del debate democrático.

El acatamiento a la ley, como lo reclamaba El Libertador, da respetabilidad al Magistrado, al Gobierno y libertad al pueblo. Ningún camino diferente al acatamiento de la ley, puede garantizarle la libertad a nuestro pueblo.

La hemos perdido. Hemos perdido esa libertad y esa independencia. Se convirtieron en valores formales, no en realidades materiales. Hemos perdido la libertad y la independencia por el poder de la corrupción. La hemos perdido por el poder de los violentos. Hay que rescatarla.

Solamente en la medida que la ley desaloje la corrupción, en la medida que el imperio de la ley desaloje a los violentos, en esa misma medida nuestro pueblo va a pasar de invocar una independencia y una libertad formales, a gozar una independencia y una libertad reales.

Reclamaba El Libertador la lucha contra la indulgencia para la corrupción y la lucha contra la impunidad. En esa indulgencia y en esa impunidad veía él el origen de la corrupción de los pueblos. Estamos nosotros hoy ante el reto de que se acabe la indulgencia con el crimen, de que se acabe la impunidad con el delito, para que la eficacia de la ley recobre en el pueblo su confianza en las instituciones democráticas. Para que la observancia rigurosa de la ley nos indique a todos que el único camino es acatar esa ley para que haya respeto por las instituciones y para que haya convivencia.

En la oficina que transitoriamente ocupo, por generosa decisión de mis compatriotas, se miran hoy cuatro cuadros. En la pared principal, El Libertador; en un costado, el General Santander; en la pared del frente, Nariño y en otra, el general Rafael Uribe Uribe.

El Libertador llamó en aquel mensaje de Ocaña a la energía de la Fuerza Pública, para poder proteger al pueblo de la flaqueza individual, para proteger al débil, para aterrar al injusto, para disuadir al criminal, para poder atender el reclamo popular de seguridad. Cómo lo necesitamos hoy.

Y el General Santander reclamó que esa energía siempre se ejerciera dentro de la ley. La energía de la Fuerza Pública no está en contradicción con la aplicación rigurosa de la ley. Esa energía de la Fuerza Pública es siempre respetable y es más enérgica en la medida que en todo momento observe rigurosamente la ley. No hubo contradicción ni el ciclo vital ni en el legado ideológico, entre ambos.

Déjenme aventurar que solamente hubo las fricciones de émulos que coincidieron en el mismo momento, de vidas paralelas en idéntico espacio histórico. El que más abogaba por la energía de la Fuerza Pública era también el que más abogaba por el obedecimiento de la ley.

Por eso a los que por una u otra razón visitan esa oficina y se detienen a mirar porqué están esos cuadros frente a frente, he dado una respuesta elemental: porque si bien hubo fricciones en su ciclo vital y algunos historiadores los han dividido, la realidad de su mensaje es de complementariedad, de identificación. Es un mensaje sin contradicciones cuando se ensambla el aporte del uno con el aporte del otro. Es el mensaje que tiene que recorrer Colombia.

Y allí aparece también El Precursor y qué importante es tenerlo permanentemente presente. Para derrotar a los criminales, para derrotar la corrupción, la Patria necesita políticas sostenidas, de largo plazo. No pueden ser inmediatistas, no pueden ser flor de un día y la sostenibilidad de esas políticas requiere sentido democrático, requiere eficacia y requiere transparencia.

Sentido democrático. Por eso hemos repetido que nuestra seguridad es democrática, que no es una nueva versión de aquel recorrido que por América Latina hizo la doctrina de la seguridad nacional para perseguir disidentes y anularlos, en nombre del interés general. Que el espíritu democrático de esa seguridad se diferencia de los excesos de ambas extremas, que finalmente coinciden en el punto de asimilar la seguridad a la imposición de sus caprichos y al exterminio de las diferencias.

Nuestra propuesta de seguridad es para el pluralismo, es para que bajo el cielo democrático de la Patria prosperen todas las ideas. Nuestra propuesta de seguridad es para proteger al empresario y al trabajador, al líder gremial y al líder sindical. Para proteger el agricultor, al campesino, para proteger al político con ideas coincidentes con el Gobierno y al político crítico, al político de la oposición. Seguridad para todos.

Eso tiene una contraprestación: la de no admitir oposición armada, la de no calificar como combatientes a los violentos, son terroristas. En el Estado contemporáneo y ahí se expresa el pensamiento del Libertador, hay una gran ecuación: de un lado la limpieza del Estado y de otro lado la limpieza de los métodos de quienes aspiran a dirigirlo.

En aquella oficina está el General Nariño y nosotros hemos propuesto la limpieza del Estado, como su decisión de respetar los derechos de los ciudadanos, como su decisión de luchar por el pluralismo, como su decisión de darle igualdad de oportunidades a todas las ideas del pensamiento político, social, económico, religioso. Y cuando eso se da, la oposición armada es terrorismo. Y además es terrorismo por sus métodos, por la carencia de objetivos nobles, por la mezquindad de sus fuentes de financiación.

Esa seguridad tiene que ser eficaz. Ustedes, mis compatriotas, han hecho un gran esfuerzo para apoyar este proyecto, para que esa seguridad sea eficaz hay un diario sacrificio de los soldados y de los policías de la Patria. Me parece ver que hoy como ayer, miles de hombres humildes de la Patria, vinculados a su Fuerza Pública, prestan con superior entusiasmo un gran sacrificio que muchas veces desconocemos.

El Libertador encontró en la Nueva Granada los soldados con valor que no halló en otros lugares. En otras partes había mucha charretera y muy poco espíritu de sacrificio. Aquí él encontró poca aspiración a charreteras y mucho espíritu de sacrificio.

Qué buen legado para la Fuerza Pública de hoy, llamada a restablecerle plenamente la paz a Colombia. Esa característica que El Libertador identificó en nuestro Ejército tiene que ser hoy la característica de toda nuestra Fuerza Pública para poder garantizar la eficacia de la seguridad.

Y esa seguridad, además de democrática y de eficaz, tiene que ser transparente para que sea sostenible. La transparencia la da el respeto a la ley de que hablara El Libertador, para garantizar esa seguridad y el respeto a la ley implica el respeto a los Derechos del Hombre, a los Derechos Humanos, que permanentemente los recuerda El Precursor.

Y decía El Libertador: sin fuerza no hay virtud, y sin virtud perece la República. Él era la lucha por la virtud. El General Santander, la ley para la virtud. El Precursor, los Derechos Humanos para la virtud. El General Rafael Uribe, una virtud de carne y hueso, de espíritu y de mente. Por eso en esa oficina que transitoriamente ocupo, está permanentemente condicionada por la mirada del Libertador y de sus tres buenos compañeros de la historia de Colombia

Y todo puede desembocar en la reconciliación, no a partir de la entrega de las instituciones democráticas, sino a partir de que se les respete. No a partir de acariciar el triunfo del terrorismo, porque el delito nunca puede ser campeón, sino a partir de fomentar y de luchar por el triunfo de las instituciones legítimas.

Este año estamos recordando la Independencia de Panamá, el sueño del Congreso Anfitriónico. El año pasado recordamos otros episodios del final de la Guerra de los Mil Días: las reconciliaciones en Chinácota, en el Buque Wisconsin, en la Finca Neerlandia en el Magdalena. Todas esas dificultades fueron desembocando en la pérdida de Panamá. Hoy no hay que hablar más de la pérdida de Panamá. Hoy hay que hablar del compromiso de trabajar con la Nación hermana para que miremos el progreso, para que interpretemos el espíritu de la convocatoria del Congreso Anfitriónico y luchemos por esta gran América.

Y esa reconciliación condujo al país a unos años de prosperidad. Gobiernos realizadores como el del General Reyes, ya sin los condicionamientos de la guerra y con el apoyo de sus antiguos contrincantes. La reconciliación a partir del respeto a las instituciones, del triunfo del Estado Democrático, siempre invencible, puede ser, tiene que ser, un gran camino para conquistar la prosperidad.

Déjenme expresar a ustedes mi inmensa gratitud por su infinita generosidad.

Déjenme animarlos para que continúen con su culto, dando luces al pueblo colombiano, a sus gobernantes.

Déjenme decir que lo que puedo ofrecer a mis compatriotas es querer esta Nación, como a sus hijos quiere un buen padre de familia, para que asta gran Nación pueda tener el reposo y la prosperidad con los cuales soñó el Padre de la Patria.

Muchas gracias.

 
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