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CONDECORACIÓN AL DIARIO EL PAÍS
Marzo 27 de 2003 (Cali – Valle del Cauca)

Compatriotas:

La buena salud de la prensa, habla bien de la salud de un país.

Tomo el hecho de que el periódico emblemático del Valle del Cauca se remoce en su contenido y en su forma, como una señal favorable:

Una señal de que la región está recuperando el optimismo.

De que hay decisión de romper, de una vez y para siempre, con la politiquería y el clientelismo, derrotar el terrorismo y la droga que deformaron y paralizaron su economía.

Decisión de romper con la corrupción que puso en bolsillos particulares los fondos que debieron ir a remediar las necesidades públicas.

De romper la debilidad frente al crimen que llenó de desesperanza los hogares de esta tierra, la más rica, bella y amable de América.

Cali y el periódico El País han sido durante mucho tiempo paradigma de civismo y cultura política. Muchos de los asiduos visitantes de esta tierra, hemos coincidido en afirmar que aquí puede prosperar la civilización tropical más importante del mundo.

En el libro que narra la historia del periódico, salta a la vista que hay una clara simbiosis entre ciudad y medio de comunicación. Las gentes definen una necesidad, el periódico se convierte en vocero de ella y la ciudad toda, ciudadanos y autoridades, sector público y privado, acometen su ejecución hasta convertirla en realidad: telefonía, escuela de medicina, vías y electrificación en 1950. Apertura del Banco Popular en 1951, construcción del aeropuerto en 1952, creación de la CVC, pionera del manejo del medio ambiente, en 1954. Así ha sido, desde su fundación, hasta hoy: una sucesión de señales y de interpretación entre la comunidad vallecaucana y el país.

Como Presidente de la República siento un profundo compromiso de Colombia por esta tierra vallecaucana, por una razón: porque todos los colombianos necesitamos volver a tener en el Valle del Cauca un faro vanguardista que nos ilumine los caminos del progreso, la investigación, la equidad social, el emprendimiento productivo, la capacidad de derrotar la miseria, de construir equidad, de juntar empresarios y trabajadores en procura del bien público superior al interés de unos y otros, de atraer con fascinación y realismo la inversión extranjera y de saber combinar el esfuerzo oficial y privado para bien de la comunidad.

Esta proposición está lejos de la utopía y se funda en la llana apreciación de la dotación humana y de recursos del Valle del Cauca, que han permitido por épocas niveles descollantes de servicios e infraestructura, también las mejores expresiones de civismo, capacitación, educación técnica, autoestima y solidaridad en su comunidad.

Hoy, en este escenario que convoca El País, debemos decir y obligarnos a que los hechos avalen las palabras, que la fatiga social, el desgreño en la administración pública y el abandono de la política por muchos que debieron ejercerla, deben quedar como cosas del pasado cuyo sustituto en el presente y en el futuro es el renovado vigor vallecaucano para ayudar a jalonar con visión y talento la marcha exitosa de la Nación.

En este periódico, vigía insomne de los intereses de esta tierra, quiero hacer de nuevo una confesión: en el ejercicio de la Presidencia, me afana proceder como un colombiano que se siente vallecaucano.

Por eso no desmayaremos en esfuerzos, no calcularemos desgastes, no ahorraremos debates para sacar adelante el sistema de servicios públicos de Cali, a fin de que no tenga politiquería ni sobrecostos ni monarquías demagógicas de imperios armados, a fin de que tenga transparencia, racionalidad y participación comunitaria con aporte de recursos, gobernabilidad y vigilancia.

La suerte del Gobierno está unida a que podamos avanzar en el sistema de transporte masivo, en las vías, el tratamiento integral de Buenaventura, el ferrocarril, lo social, la recuperación de la agricultura, la destilación de alcohol combustible y fundamentalmente en la derrota de la violencia.

A propósito, reitero esta noche en Cali toda la decisión de autoridad para derrotar la violencia. Que no suenen los terroristas con las tomas de poder que anuncian en las entrevistas, en las cuales en abuso de la libertad de prensa, se expresan con la ironía y la arrogancia, propias del criminal adinerado, sobre sus planes de asesinatos.

Los soldados y policías de Colombia, los sectores populares y empresariales, los estudiantes y los mayores, estamos cerrando filas para derrotar la violencia. El camino no es corto ni fácil, pero lo lograremos por una condición: nuestra determinación de desintegrar el terrorismo es inquebrantable y tenemos comprometidas las energías del alma, de todo nuestro ser, en la tarea de liberar a Colombia de esta pesadilla.

Aspiro, dentro de pocos días, llegar con el entusiasmo de siempre a esta ciudad, en compañía de la Ministra de la Defensa (Marta Lucía
Ramírez) y de los altos mandos para poner en funcionamiento el Batallón de Alta Montaña y para reiterar la voluntad de hacer todo lo que la Constitución autorice para devolverle a esta tierra el bien inestimable de la paz.

Este acto y la reiteración de estos afanes tienen como testigos, desde las cumbres de la historia, a Álvaro, Mario y Alfredo Lloreda Caicedo, fundadores de El País, y a sus continuadores, entre quienes destaco con profundo respeto a Rodrigo Lloreda Caicedo, quien, de no ser por los designios de la Providencia, estaría muy seguramente ocupando la responsabilidad, que con afecto patriótico, yo llevo sobre mis hombros.

Los fundadores, en medio de las difíciles circunstancias por las que atravesaba el país, decidieron, en 1950, darle un gran diario a su región. El diario de nuestra gente, un sueño, una esperanza que resultó ser uno de los mejores instrumentos para garantizar el desarrollo, defender los valores, cultivar la idiosincrasia vallecaucana y mantener activa una gran tribuna de opinión.

La prensa regional es baluarte de la Nación, porque garantiza la diversidad en la unidad, porque combina la comprensión del marco general con el conocimiento de la dolencia de cada ciudadano, barrio o población, gracias a que carece de distancias con el cotidiano acontecer.

Los Lloreda, que han actuado en la vida como periodistas y políticos, saben bien que una y otra profesión giran siempre alrededor de un centro de gravedad: la opinión pública, que a pesar de cumplir diferentes funciones, el ejercicio de las tareas del uno –el político- no sería posible en ausencia de las del otro –el periodístico-. Que el político ejecuta, su expectativa es el ejercicio del poder y el periodista informa, analiza, evalúa y critica.

He predicado como gobernante, que la relación entre periodismo y política tiene que ser de respeto e independencia. Los gobernantes no podemos pretender el aplauso permanente de los medios, ni éstos pueden aspirar a que el gobierno haga todo lo que ellos indiquen. El medio debe analizar al hombre público con la menor subjetividad posible. A esto se opone el apoyo ciego o la oposición cerrera.

El equipo humano de El País denota una característica: la voluntad de muchos ciudadanos de conducir dos tareas difíciles de manera simultánea. Son ellas: las obligaciones empresariales, mucho más que en el periódico en los sectores económicos que lo han hecho posible y el ejercicio del periodismo como respuesta al imperativo ético de acometer responsabilidades cívicas, generalmente desinteresadas en el lucro patrimonial.

Al entregar hoy al periódico la Orden Nacional al Mérito en el grado Cruz de Plata, exaltamos el trabajo de toda esa familia que integra el periódico, quienes hacen que nazca diariamente y lleve a los lectores la información, el conocimiento, la distracción, la orientación en los diferentes campos de la actividad comunitaria.

El Gobierno entrega el galardón a su director Eduardo Fernández de Soto y, por su intermedio, a cada trabajador, a cada periodista, publicista y diseñador, a los miembros de la Junta Directiva, a los socios, a los integrantes del consejo editorial y a la principal gestora de los pasos de modernización que estamos inaugurando, la gerente María Elvira Domínguez Lloreda.

Esa Orden Nacional al Mérito es un premio, pero también supone un compromiso: mantener el espíritu de optimismo y fe en el Valle del Cauca y contagiar con su entusiasmo patriótico a toda la Nación, a esta tierra y a estas gentes colombianas que nos demandan que sirvamos el interés público con amor.

 
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