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CUMBRE MUNDIAL DE LA OIC
Septiembre 16 de 2003 (Cartagena de Indias – Bolívar)


Señores Delegados:

Nos reúne una ocasión histórica: celebramos los cuarenta años de existencia de la Organización Internacional del Café (OIC), el más exitoso instrumento multilateral e institucional de cooperación económica entre países industrializados y naciones en desarrollo.

Además, es una oportunidad única porque se celebra por primera vez una sesión del Consejo por fuera de su sede habitual en Londres.

El Gobierno de Colombia, consciente de la trascendencia de esta conmemoración y de los méritos de la Organización, de sus aportes a la vida del pueblo colombiano y de su interés por nuestro futuro, le ha conferido la Orden de Boyacá en el Grado de Cruz de Plata.

Muchas gracias, Director Ejecutivo de la Organización, Néstor Osorio Londoño. Muchas gracias a todos los directivos por su trabajo solidario con el pueblo cafetero.

Es significativo el altísimo nivel de representación política y diplomática que nos acompaña y que realza la trascendencia del aniversario que estamos conmemorando. Sin duda, esta coincidencia de circunstancias excepcionales se explica porque aquí también nos convoca la angustia que aqueja a todas las naciones productoras de café.

Aún cuando hemos venido a regocijarnos por logros y la remozada vitalidad de la Organización, nos reúne, ante todo, la necesidad de encontrar nuevos caminos, plantear salidas audaces a la que se ha convertido en la peor y más larga crisis cafetera mundial de que se tenga memoria.

Ustedes ya han escuchado a mis antecesores en el uso de la palabra cuál es la magnitud de la tragedia social, económica y política que afecta a todos los países productores. No puedo dejar de unir nuestro testimonio al de mis colegas y presentar ante este Foro el sufrimiento y la desesperanza que recorre como un fantasma las montañas de Colombia.

Los efectos sociales de la crisis son aterradores. Los he visto al recorrer las vertientes y las veredas de mi tierra y puedo dar testimonio del impacto de la pobreza que ha caído como una plaga inextinguible sobre los cafeteros desde que, en medio de la euforia de la liberación de los mercados, renunciamos a los escenarios de cooperación y coordinación. Desde entonces, productores y consumidores empezaron a definir su estrategia cafetera de manera individual, con muy poca dosis de visión, mucha de ambición y muchos resultados de frustración.

Y es que tras la caída del Pacto de Cuotas, a los países productores nos vendieron el mercado libre cafetero como si fuera una bendición, en la que el crecimiento del volumen de exportaciones iba a compensar el descenso sin precedentes de las cotizaciones. La realidad fue distinta y trágica porque la eliminación de las cuotas no se sustituyó por prácticas comerciales que salvaguardaran el ingreso de los productores.

Si bien el sistema de cuotas atentaba contra cualquier iniciativa procompetitiva, el mercado libre despertó a los caficultores del letargo de la ineficiencia, para iniciar profundos y dolorosos ajustes a sus caficulturas, con el ánimo de hacerlas más eficientes y competitivas.

Colombia, por ejemplo, entre 1999 y 2002 incrementó la productividad en un 45 por ciento, medida en número de sacos por hectárea. El costo de producción bajó de un dólar en 1998 a 62 centavos el año pasado. El área cultivada disminuyó 35 por ciento en menos de una década, con una porción significativa perteneciente a áreas marginales, que se han dedicado a actividades agropecuarias más provechosas.

En Brasil, los esfuerzos fueron igualmente significativos. La productividad se incrementó en un 67 por ciento entre 1995 y 2001. El área cultivada descendió unas 400 mil hectáreas, los costos de producción son considerablemente menores, reduciéndose el rezago en competitividad que traía la caficultura de Brasil desde mediados de los 90’s.

Pero la crisis sigue rampante y los esfuerzos de los productores son estériles. Entre 1997 y 2002 las exportaciones cafeteras, medidas por su valor, descendieron el 60 por ciento. Pasaron de 12.900 millones de dólares a 5.300 millones de dólares. En cambio, en términos de volumen y para el mismo período, las exportaciones se incrementaron de 80 millones de sacos a 87 millones, reportando un crecimiento del 9 por ciento.

Es decir, mientras los ingresos descendieron en 7.600 millones de dólares, el volumen se incrementó en 7 millones de sacos. Ello refleja una estadística tan contundente como preocupante sobre la crisis cafetera. Por cada saco adicional de café que se colocó en el mercado internacional, se perdieron más de mil dólares de ingresos.

A los esfuerzos de los productores se suman los de sus gobiernos que, en medio de crisis fiscales, forzaron espacios presupuestales para apoyar con programas de inversión social las zonas cafeteras de sus países.

En Colombia hemos hecho lo propio mediante una política de apoyo directo al caficultor, apoyo financiero a programas de asistencia técnica y de investigación científica, financiación de programas de renovación de cafetales combinados con maíz y fríjol para complementar ingresos y acompañamiento en las políticas para reestructuración de deudas. Esfuerzos fiscalmente costosos y socialmente insuficientes.

La crisis persiste. De la mano de los precios internacionales más bajos de la historia, en la zona cafetera han surgido fenómenos de deterioro social nunca antes vistos. La desnutrición infantil es hoy en día superior al promedio nacional rural, el 45 por ciento de los cafeteros más pobres ha disminuido notoriamente sus compras de alimentos, la deserción escolar tiene a un tercio de los niños más vulnerables fuera de las escuelas, las mujeres y los adolescentes han abandonado las fincas para buscar subsistir en zonas urbanas, el ingreso per cápita de los cafeteros ha caído a menos de la mitad en sólo cinco años.

Algunos están optando por sembrar cultivos ilícitos, pues la desesperación generada por la crisis es tentada por los ingresos fáciles del narcotráfico.

Nos ha faltado imaginación. A los esfuerzos de productividad y reducción de costos, los productores tenemos que sumarle más imaginación para encontrar soluciones. Nuestra dependencia económica y social hacia el cultivo del café impide que desfallezcamos en esta gesta.

La incomprensión e indiferencia de la industria tostadora de los países consumidores ha frenado la implementación de soluciones audaces para enfrentar la crisis. Creo que es el momento de hacer un llamado a la industria tostadora, a la industria internacional del café, para que participe decididamente en la solución.

Si no despejamos el panorama para los productores, con seguridad se empañará el de los consumidores, pues esta también va a ser una crisis de consumo. Por eso los tostadores y la industria procesadora deben guardar sus calculadoras, dejar de pensar en términos del negocio inmediato y hacer un ejercicio de reflexión para aportar soluciones.

Su propio futuro también está en juego y su vulnerabilidad es creciente. De persistir la crisis, a los consumidores se les irá cerrando alternativas de suministro y la diversidad de orígenes se les reducirá a dos o tres países capaces de mantener una oferta estable de café. ¡Y no habría algo más dañino para la caficultura mundial que aumentar la concentración del mercado!

Por eso reiteramos hoy el llamado para que en el seno de la Organización sean convocados rápidamente los industriales a reunirse con los productores, con la presencia de los mandatarios como los que hemos acudido esta mañana a Cartagena y quienes quieran acompañarlos, a fin de buscar un pacto de precios, una remuneración equitativa que por lo menos se ensaye durante un período prudente.

Creo que no debemos demorarnos en actuar, pues las consecuencias de la crisis están desbordando nuestras fronteras. Ya no podemos hablar únicamente de los problemas domésticos porque un sector de nuestra economía se encuentra en dificultades. ¡Esto es una crisis internacional!

La difícil situación cafetera mundial ha exacerbado la inmigración de ilegales hacia países desarrollados, ha incentivado el crecimiento de los cultivos ilícitos, la amenaza narcoterrorista y está poniendo en riesgo la seguridad nacional de muchos países.

En Colombia el sector cafetero y su red social han sido por más de un siglo la columna vertebral de nuestra estabilidad institucional. En los sectores de cultivo se han hecho los mejores esfuerzos regionales para introducir equidad en la distribución del ingreso. Las regiones cafeteras han sido y seguirán siendo barrera de defensa democrática.

En Colombia el café dejó de ser un negocio lucrativo, es una solución social que surge de una estructura democrática con predominio de pequeños productores.

Los efectos sociales de la crisis han golpeado a todos los productores. El Banco Mundial, en referencia a Centroamérica, define la crisis cafetera como un silencioso huracán Mitch. La caficultora absorbe el 28 por ciento de la mano de obra rural centroamericana. En Camerún, cuyo censo es de 15 millones de habitantes, 2 millones dependen del café. En Costa de Marfil, la mitad de 17 millones de personas dependen del café y del cacao. En Brasil, más de un 70 por ciento de sus 300 mil productores son pequeños y medianos y 3.5 millones de personas viven de la caficultura.

Los consumidores, los productores, las entidades multilaterales, los gobernantes, los políticos: todos debemos entrar en la senda de la cooperación y de la concertación.

Por esto, desde hace 40 años está funcionando la Organización Internacional del Café, para que los espacios de cooperación se mantengan abiertos, para que productores y consumidores de café tengan su propio foro de discusión. Y, también, para que los campesinos caficultores tengan una instancia que ofrezca soluciones a sus dificultades.

Los países productores tenemos toda la voluntad de contribuir al fortalecimiento de los acuerdos y al desarrollo de otros nuevos, como lo acredita la presencia del Presidente Lula de Brasil y del Presidente Maduro de Honduras en representación de Centroamérica.

Los países consumidores tienen la responsabilidad de tomar una actitud más participativa y esta es su oportunidad de oro. No la pueden desaprovechar.

Por eso propongo que trabajemos con voluntad política en la promoción de la calidad del café, en el incremento del consumo mundial, en la generación de proyectos que garanticen la sostenibilidad de largo plazo del cultivo.

Que los productores coordinemos nuestras políticas internas y promovamos el intercambio de información para evitar desórdenes en el mercado, que los consumidores generen mecanismos de comercialización transparentes y predecibles y que eliminen las barreras arancelarias que castigan la agregación de valor en la cadena del café.

Necesitamos que todos los países consumidores, incluido los Estados Unidos, que demanda el 35 por ciento de la producción mundial, hagan parte y de manera activa, en la Organización Internacional del Café. Este paso garantizará que todos adopten los estándares de calidad, que al orientar al mercado se conviertan en la garantía de un buen producto para los consumidores, de una equitativa remuneración para los productores y también de las buenas prácticas de producción, protectoras del medio ambiente, que aseguren la sostenibilidad de los cultivos.

Intuyo que la preocupación por las cantidades, ha opacado el horizonte de los cafés especiales de diferentes modalidades con los orgánicos a la cabeza.

Esta es la gran revolución productiva que requerimos. Además, permite la mezcla del cultivo del grano con sombríos de bosques de maderas finas, con otros cultivos necesarios para la seguridad alimentaria y con prácticas de limpieza biológica. Este es el gran producto que debemos colocar al público, de manera directa, en tiendas especializadas.

Al parecer, proscrito el sistema de cuotas, debemos incorporar con urgencia mecanismos de mercado, como las opciones de venta del Brasil u otros similares, que garanticen al productor un precio mínimo. Si el precio comercial lo excede, parte de la diferencia puede llevarse a cuentas de ahorro individual de los productores, cuyos saldos reclamarían en el caso contrario, cuando el precio comercial esté por debajo del mínimo.

La garantía del precio mínimo podría apoyarse con un aporte presupuestal de países productores y consumidores. Y, como lo ha hecho Colombia, la integración solidaria de los productores exige mantener un componente del ingreso para programas de beneficio social y comunitario.

La agenda es compleja y las soluciones no nos lloverán del cielo. 100 millones de caficultores alrededor del mundo esperan mucho de nosotros. No los defraudemos pues su paciencia está llegando al límite.

Muchas gracias.

 
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