“Es este 7 de diciembre un
día esperanzador para la Patria. A primera hora
asistimos, en la Escuela Francisco de Paula Santander,
a la graduación de los subtenientes de la Policía,
y allí se ascendió al Comandante de la
Policía (General Jorge Daniel Castro Castro)
al grado de General de tres Soles.
Horas después, en Bogotá, en la Escuela
José María Córdova, asistimos
a la graduación de los subtenientes del Ejército,
y ascendió a General de tres Soles el señor
General Mario Montoya Uribe, comandante del Ejército.
Esta tarde, en Cali, asistíamos a la graduación
de los subtenientes de la Fuerza Aérea Colombiana,
y esta noche aquí, en la Escuela Almirante Padilla,
asistimos a dos eventos de gran trascendencia; el vicealmirante
Guillermo Barrera Hurtado asciende a Almirante, en
pleno ejercicio de Comandante de la Armada Nacional.
Tantos años de servicio a la Patria, de tarea
brillante, disciplinada, abnegada, lo hacen acreedor
a ese ascenso. En una hora definitiva, cuando Colombia
tiene que derrotar el terrorismo, llega el almirante
Guillermo Barrera Hurtado a la cúspide de la
Armada Nacional.
Y nos reunimos para otro evento
de gran trascendencia: la graduación como subtenientes de los guardias-marina
de la Armada. Una pléyade de jóvenes
de las mejores condiciones, que han tomado la decisión
patriótica de dedicar a Colombia sus mejores
años, exclusivamente sus energías.
Se destaca la presencia de
la mujer, quien da ejemplo en la manera como ejerce
las competencias de la vida
pública, como administra los recursos del Estado,
como enfrenta los desafíos que maltratan a la
sociedad colombiana.
A la familia del almirante
Guillermo Barrera Hurtado, Ana María, su señora, sus hijos, a su
padre, nuestra gratitud por acompañarlo, durante
tantos años, con el afecto y la calidez del
hogar, con el amor, para que él hubiera servido
como ha servido a Colombia, y nuestra gratitud por
la compañía que seguirán brindándole,
para que continúe sirviendo bien en esta hora
definitiva de la Patria.
Saludo, con afecto, a los papás, a las mamás,
de estos jóvenes que se gradúan esta
noche como subtenientes de la Armada. En una Patria
como la nuestra, que ha tomado la determinación
de derrotar el terrorismo, entregar un hijo para portar
las armas de la República es exponerlo a un
riesgo por el bien superior de la tranquilidad de sus
conciudadanos.
Cuando se tiene amor de padre,
mucho más cuando
se tiene aquel amor que sólo conocen las madres,
se puede entender qué es desprenderse de un
hijo, para que se dedique a la riesgosa y noble tarea
de portar las armas de la República, en una
Nación donde todavía el terrorismo desafía.
A esos papás y a esas mamás, nuestra
gratitud, desde el fondo del alma nuestro aplauso por
este sacrificio de amor que hacen por la Patria colombiana.
Muchas gracias papás y mamás, por entregar
sus hijos a la Armada para servir a Colombia.
Se destaca en esta promoción el teniente de
corbeta Rodrigo Daza Pulido, primer puesto, quien ha
recibido la medalla Francisco José de Caldas.
Representa él, como su promoción, los
mejores valores de la juventud colombiana. Una juventud
expresada esta noche en este grupo de la Armada, que
quiere un Patria sin terrorismo guerrillero, sin terrorismo
paramilitar, sin narcotráfico, sin corrupción.
Una Patria donde primen las instituciones democráticas,
una patria con honor militar, con honor en la política,
con honor en el Gobierno, con honor en la vida civil.
Una patria que recupere los mejores valores, aquellos
que garantizan la convivencia.
Durante muchos años, durante lustros, los poderes
del crimen fueron desalojando los poderes institucionales
de la Patria. La política, la justicia, la Fuerza
Pública, fueron desalojados en muchas zonas
por las bandas criminales. Durante años prosperaron
las guerrillas. Los gobiernos centrales conocían
de ellas, pero las regiones no recibían una
respuesta que garantizara la defensa de los ciudadanos
asediados por los criminales guerrilleros.
Prosperó el narcotráfico, en el desespero
llegaron los mal llamados paramilitares, la sociedad
quedó totalmente despojada de la protección
oficial. Unos tenían que someterse a las guerrillas,
otros tenían que someterse a los paramilitares,
y todos los días se desvanecía más
la eficacia del Estado. Era un Estado que quedaba en
las formas, derrotado en su contenido. Recuperarlo
es lo que llamamos el proceso de reafirmación
institucional de la Nación, para que prevalezca
la Constitución, para que en lugar de guerrillas
y paramilitares haya Fuerza Pública, para que
en lugar de narcotráfico y de corrupción,
se imponga la justicia.
En esa tarea estamos, y estos
jóvenes que se
gradúan en la noche de hoy, 7 de diciembre,
se convierten en un activo muy importante para liderar
esta tarea.
Queremos avanzar en la institucionalización
total de la Nación: que nunca más los
colombianos tengan que depender de paramilitares, que
nunca más tengan que temer a guerrilla, que
nunca más los colombianos vean que por falta
de Estado el narcotráfico se impone sobre la
gente de bien, que nunca más los colombianos
vean que la corrupción puede ser campeona sobre
el manejo transparente de los asuntos públicos
y de los asuntos colectivos.
Hemos estado en un proceso
de paz, que surge de nuestra política de Seguridad Democrática.
Lo abrimos porque queremos
una Nación en la
que no haya ningún poder criminal. Hemos avanzado
de buena fe. Hoy necesitamos decir en Cartagena, al
oído de todos los colombianos, que el paramilitarismo
tiene que ser un fenómeno del pasado, cuyas
secuelas todavía no se han superado plenamente,
y no que podrá ser un fenómeno activo
del presente ni del futuro.
La etimología de la palabra en la historia
de Colombia se origina, justamente, en aquel desespero
de muchas regiones, por el asedio guerrillero y la
ausencia de la defensa estatal, de la institución
legítima.
Conocía el país al paramilitarismo como
bandas al margen de la ley, organizadas para derrotar
la insurgencia guerrillera. Hoy la situación
es distinta: se ha dado una oportunidad en un proceso
de paz, para que se reintegren a la vida constitucional,
y el Estado está haciendo todos los esfuerzos
para copar la totalidad del territorio con la Fuerza
legítima del Estado.
Los esfuerzos del Estado, de
la sociedad, los esfuerzos heroicos de la Armada,
la Fuerza Aérea, el Ejército,
la Policía, la Justicia, el DAS, esos esfuerzos
indican que ya no puede haber en Colombia justificación,
explicación alguna, para que bandas de criminales,
para que bandas irregulares se erijan como legítimos
voceros de la defensa de la ciudadanía contra
el asedio guerrillero.
En aquellas zonas donde se
ha desmovilizado el paramilitarismo, por ejemplo
en el Catatumbo, en Norte de Santander,
en Urabá, en el Paramillo, en muchas otras regiones
de Colombia preguntan los ciudadanos: ¿y quién
nos va a defender? Hemos contestado: la institución
legítima del Estado.
Cuando buscamos el bien superior,
que es la paz y la tranquilidad, hay que hacer una
reflexión,
apreciados compatriotas: nadie puede dormir tranquilo
en una región, si está a la espera de
un ataque guerrillero, o si sabe que aquello, lo único
de lo cual puede proveerse, es una defensa paramilitar.
La única tranquilidad, el sosiego posible,
la calma en el alma, solamente la da cuando la institución
legítima del Estado es la que copa con eficacia
y con transparencia todo el territorio.
Cuánto mejor tener que superar contratiempos,
reveses, dificultades, en el proceso de copamiento
con Ejército, Policía, Armada y Fuerza
Aérea del territorio, que tener que acudir a
los caminos del sometimiento a la guerrilla, o de la
dependencia del paramilitarismo.
Lo digo, apreciados subtenientes,
suboficiales, oficiales, comandantes y Ministro,
con la autoridad moral de nuestro
Gobierno, que desde el principio escogió el
camino de la institucionalidad.
Jamás hemos permitido –cual esperanza
albergaban mis críticos–, que bajo nuestros
auspicios, las Fuerzas legítimas en alguno de
sus componentes, se unieran con fuerzas ilegítimas
para combatir criminales.
Hay sombras del pasado, donde
algunas fuerzas legítimas
fueron estimuladas a unirse con bandas criminales para
derrotar a otros criminales. Ese no es nuestro camino.
Nuestras convicciones democráticas y cristianas
nos han llevado a la decisión, desde hace mucho
rato, de entender que lo único que reconstruye
la reconciliación total del país, que
lo único que cura todas las heridas, que cicatriza
el odio, es el avance institucional hacia la paz.
De pronto, si subrepticiamente
nos hubiéramos
unido con paramilitares, lo cual no habría aterrorizado
a nuestros críticos, habríamos avanzado
más velozmente contra las Farc y el Eln.
Hemos avanzado más lentamente. Con reveses
y dificultades hemos tenido que abrir muchas tumbas,
como hace pocos días, para sepultar 17 soldados
que nos asesinaron en Ocaña, y semanas antes
para sepultar los policías asesinados en Tierradentro,
Córdoba. Pero este camino, el de la apelación
exclusiva a la institucionalidad, es el único
correcto.
Las decisiones recientes, que
generan mucho comentario en el país, se han dado por la circunstancia
de que el Gobierno, que ha tenido toda la buena fe
para avanzar en la Seguridad Democrática y en
el proceso de paz, para defender nuestra Ley de Justicia
y Paz y ese proceso ante la comunidad internacional
y ante la comunidad nacional, no puede permitir que
ese proceso avance en medio de impunidad frente al
delito.
La semana anterior, cuando
estuve en Medellín,
pregunté por unos crímenes, y me dijeron:
es que a fulano lo mataron por que era mafioso, es
que a fulano lo asesinaron porque debía un dinero.
Eso es una respuesta equivocada, ningún crimen
se puede justificar.
Tal vez la indefensión de los colombianos,
abandonados tantos años a la suerte de los criminales,
que no han visto un Estado con toda la determinación
para protegerlos, tal vez ese fenómeno fue creando
aquella reacción de contra-cultura, de aprestarse
primero a buscarle justificaciones a un crimen, que
a repudiarlo.
No hay crímenes buenos
y malos, todos son horrendos.
Una Nación que tiene que unirse alrededor de
sus valores espirituales, de sus creencias religiosas,
de su moral, de su voluntad de ética, de su
ordenamiento jurídico, tiene que garantizar
el derecho a la vida para todos, sin buscarle justificaciones
al asesinato.
Qué es eso que entonces cuando asesinan a alguien,
ya se pregunta en Colombia en los últimos 30 – 35
años, antes que repudiar el crimen: ¿por
qué lo mataron? Que porque era mafioso, que
porque era auxiliar de la guerrilla, que porque era
auxiliar del paramilitarismo, que porque estaba en
una discoteca con la novia de un narcotraficante, para
así encontrarle justificaciones al crimen, y
entonces abstenerse de repudiarlo y de laguna forma
crearle ambiente social a la impunidad.
El repudio al crimen tiene
que ser total, no importa qué se señale sobre la víctima,
es el único camino para que este país
le de felicidad, certeza, a las nuevas generaciones.
Unas generaciones que se levantan
en un país
donde no hay respeto a la vida, son unas generaciones
que no tienen seguridad sobre el futuro de esa Patria,
que no tienen seguridad sobre el potencial de vivir
felices en esa Patria.
Justamente, por casos irregulares
que se podrían
haber presentado en ese proceso, hemos tomado la decisión
que el país conoce del traslado a la cárcel
de Itagüí.
Algunos de los que están allí, de manera
directa o indirecta, han insinuado que esos crímenes
pudieron ser cometidos por sectores del narcotráfico,
en asocio con oficiales de la Fuerza Pública.
El Comisionado de Paz y mi
persona hemos tomado la decisión de contarle esto a la Fiscalía
y de divulgarlo públicamente ante toda la opinión.
Le hemos pedido al Fiscal que examine todas esas hipótesis,
porque no podemos permitir que haya impunidad, y tampoco
podemos permitir que injustamente se mancille el honor
de la Fuerza Pública.
Si hubiera algún oficial comprometido en crímenes,
tiene que ser sancionado de manera ejemplar y llevado
a la cárcel. Pero si la hipótesis es,
simplemente, una conseja turbia para desacreditar a
la Fuerza Pública, la misma administración
de justicia nos tiene que ayudar a desvirtuar totalmente
esa hipótesis.
El Fiscal General de la Nación ha asumido el
liderazgo para ayudarnos en la tarea de hacer claridad,
a fin de que si hay responsabilidades penales, se señalen
individualmente.
Nosotros queremos ese proceso
de paz, como queremos todo proceso de reconciliación. Lo que no podemos
permitir es que un proceso se desacredite, y se puede
desacreditar cuando al oído del Gobierno llegan
quejas fundadas sobre crímenes, y el Gobierno,
por guardar aparente tranquilidad, no las denuncia,
no toma medidas y prefiere cabalgar sobre el lomo amable,
entre comillas, de la impunidad.
¿Qué debe seguir en este proceso? Que
se aplique la Ley de Justicia y Paz. Que empiecen las
audiencias, la verdad, la entrega de bienes, los procesos
de reparación.
Una Ley de Justicia y Paz que
se discutió durante
tanto rato, que tuvo controversia nacional e internacional,
que fue examinada y en alguna forma ajustada por la
Corte Constitucional, es una Ley que hoy merece su
aplicación total.
Trae beneficios para aquellos
que a ella se someten, pero no impunidad. No es una
Ley simplemente de perdón,
como en el pasado. Es de reconciliación, pero
también de justicia.
Eso marca la diferencia entre
este proceso y anteriores, cuando, el país todavía lo recuerda,
en nombre de una ley y de un proceso anterior, algunos
pasaron de ser criminales pirómanos que incendiaron
el Palacio de Justicia, produjeron el holocausto de
los magistrados, patrocinados con el dinero del narcotráfico,
y a las semanas se estaban pretendiendo liderar el
Congreso, aspirando a la Presidencia de la República
y convirtiéndose en los críticos morales
de la Nación.
Un día critican este proceso porque, según
ellos, es un proceso entre el Gobierno y compinches
paramilitares. Al otro día lo critican porque,
según ellos, es la impunidad del narcotráfico.
Pero cuando pasa el tiempo, el Gobierno demuestra su
firmeza, queda claro ante las mayorías colombianas
que aquí no hay contemplaciones con la guerrilla
ni con el paramilitarismo, que lo procesos no se pueden
defraudar, y el Gobierno impone la autoridad, ahí salen
los críticos de la víspera, los que decían
que no se podía negociar con el paramilitarismo,
los que criticaban al Gobierno de estar negociando
con compinches, aquellos que señalaban al Gobierno
de estar creando impunidad para narcotraficantes, cuando
el Gobierno impone autoridad para que el proceso sea
transparente, los críticos de la víspera
se desgarran las vestiduras, para salir a decir que
hay que salvar el proceso, y empiezan a tender puentes
de contubernios, de alianzas, de esos políticos
con quienes están en la cárcel.
Es bueno que el país lo observe y lo analice.
Por supuesto, nosotros queremos la verdad. Este Gobierno
ha sido un Gobierno de controversia, de búsqueda
de la verdad, de diálogo de todos los días
y de todas las horas con el pueblo colombiano. Diálogo
con afecto con el pueblo colombiano, diálogo
sincero con el pueblo colombiano. Diálogo, en
el que muchas veces toca decir no, pero ha sido un
Gobierno permanentemente ejercido en las calles, en
las plazas públicas, en las escuelas, con grandes
audiencias. Un Gobierno de democracia participativa,
un Gobierno comunitario.
Este Gobierno de diálogo con el pueblo ha sacado
adelante, con el heroísmo de la Fuerza Pública,
nuestra Política de Seguridad Democrática.
Este proceso de paz, esto que hoy se conoce cuando
se recupera la justicia, es consecuencia de esa política.
Y esa política nos lleva a rodear de garantías
la verdad.
Hoy se ha ordenado que las
familias de personas que están en Itagüí, familias que deben
recibir protección del Estado, el Estado les
brinde protección. Eso no es extraño
a nuestra política, ni a nuestro Gobierno comunitario.
Nuestra Seguridad Democrática ha demostrado
en estos años ser para todos los colombianos.
Para apoyar a quienes piensan en la línea del
Gobierno y para dar protección a la oposición.
Esta política ha buscado proteger por igual
al líder empresarial, que al líder sindical.
Esta política ha protegido, cuando ha sido necesario,
a los desmovilizados.
Por eso que a nadie le extrañe que, como otra
expresión del carácter democrático
de nuestra política de seguridad, se haya tomado
la decisión de proteger, cuando sea necesario,
a las familias de aquellas personas del proceso de
paz que hoy están en la cárcel de Itagüí.
Hay 40 desmovilizados. Cifra
inmensa. En España
apenas han sido pocas docenas los terroristas que han
maltratado esa democracia. También pocas docenas
en Irlanda. Hace cuatro años aquí se
hablaba de 60 mil terroristas. Hace cinco o seis años,
los analistas internacionales les decían a los
inversionistas: 'absténganse por lo pronto de
invertir en Colombia. En Colombia avanzan las Farc
hacia la toma del poder. Antes de invertir en Colombia,
esperen que llegue el gobierno de las Farc a ver qué condiciones
van a imponer'.
Eso lo revertimos. Hoy avanza
la Fuerza Pública,
construyendo victoria sobre esos terroristas que hace
cuatro años parecían inderrotables. Se
está cumpliendo el presagio del filósofo:
en la historia de la humanidad, nunca un Estado democrático,
transparente, de buena fe, ha sido derrotado por el
terrorismo. Siempre finalmente el terrorismo ha sido
derrotado por el Estado democrático.
A pesar de lo que falte, hemos
avanzado. Y en el avance están 40 mil desmovilizados. Quiero decirles
a ellos y a quienes están en la cárcel:
los que cumplan con el proceso, tienen todas las garantías.
Los que violen la ley y las condiciones del proceso,
serán sometidos a la persecución implacable
de la justicia y de la Fuerza Pública.
En adelante Colombia en las
regiones hablará de
Fuerza Pública para combatir el terrorismo.
No aceptaremos que se hable de paramilitares, porque
entendemos que ese nombre surgió porque había
unas fuerzas que presuntamente se habían organizado
de una manera irregular para enfrentar la insurgencia.
Lo único valido hoy, en el precepto jurídico
y en los hechos, para combatir la insurgencia, es la
acción institucional de las Fuerzas Armadas
y de la Policía de la Nación.
Esos 40 mil desmovilizados
tienen todas las garantías,
desde que cumplan con la ley. Nuestra decisión
es acabar con lo que se llaman 'Águilas Negras',
nuevas bandas emergentes, con toda expresión
de criminalidad.
Quiero decir ante ustedes,
subtenientes graduandos, que uno de los sueños de mi alma es poder, al
final de este Gobierno, en el ejercicio de la vida
posterior a la Presidencia, si Dios me la depara, mirar
a mis compatriotas a los ojos, con la conciencia tranquila
de no haberme abstenido, como Presidente de la República,
de combatir una sola expresión de criminalidad.
Por eso, toda expresión de criminalidad, en
la compañía valerosa del Ministro, de
los comandantes y de esta juventud que hoy se gradúa,
la tenemos que combatir.
El Comisionado de Reinserción recorrerá esta
semana el país. Hablará con todos los
grupos de reinsertados. Les reiterará todas
las garantías a quienes cumplan. No es fácil
la tarea, son 40 mil. Hablar de ese número en
una oficina, no es difícil. Apropiar las partidas
presupuestales para financiar tamaño proyecto
de reinserción, adelantarlo, controlarlo, avanzar
en educación, en formación técnica,
en búsqueda de proyectos productivos, en búsqueda
de empleos, es muy difícil. Pero el Gobierno
está en frente de esa dificultad, para superarla.
Los reinsertados tienen una
o dos caminos: o reincidir en la delincuencia y llevar
su vida por el despeñadero
del fracaso, o cumplir con las leyes y permitir que
este proceso de reinserción contribuya a reencontrarlos
con la vida tranquila de las familias, con la vida
de la Constitución de la Nación.
Por supuesto que hay temores.
Los hechos de violencia que hemos enfrenado exitosamente
en Cali, nos indicaron
que allí las Farc estaban contratando criminales
no afiliados a esa organización. Pagando sicarios,
como sicarios son los de las Farc. Eso no lo vamos
a combatir con paramilitares, ni irregularmente.
Lo hemos combatido con nuestra
Fuerza Pública,
de cara al sol, contándole a todo a la opinión,
y lo haremos hasta que los derrotemos.
En algunas regiones quiere
reaparecer la guerrilla, pero allí la Fuerza Pública todos los
días tiene que ser más eficaz para dar
confianza a la ciudadanía, y la ciudadanía
tiene que organizarse para cooperar con la Fuerza Pública.
Hemos sabido que en Medellín las Farc quieren
renacer y que entonces se propone contratar desmovilizados.
Advertida está la Fuerza Pública, para
derrotar estos remanentes de las Farc en Medellín,
para dar profunda y permanente confianza a la ciudadanía
y para evitar que los desmovilizados sean contratados
nuevamente por el bandolerismo.
Con determinación institucional,
con honor militar, vamos a enfrentar esos temores
y vamos a enfrentar
esas dudas.
Es la hora de la depuración: que se depure
la política, que se depure la justicia, que
se depure el Ejecutivo, que se depure –si se
tiene que depurar- la Fuerza Pública. Nosotros
no podemos pedirles el sacrificio a los subtenientes
que hoy estamos graduando, si no les damos la certeza
de un ejercicio transparente en la vida colectiva de
la Nación.
Cómo les pedimos a ellos la exposición
al riesgo y el sacrifico, si no erradicamos la corrupción,
si no depuramos la política, si no tenemos unas
Fuerzas Armadas y una justicia totalmente transparente.
Hoy más que nunca cobran vigencia las palabras
del Libertador. Fue imposible para él llegar
de Bucaramanga a la Convención de Ocaña,
y escribió un bellísimo mensaje a los
legisladores. Les decía El Libertador: 'legisladores,
arrojad vuestra mirada penetrante sobre el recóndito
corazón de vuestros electores. Allí leeréis
la angustia que los agoniza, ellos suspiran por reposo
y seguridad. Dadnos un Estado en que la ley sea obedecida,
el Gobierno respetado y el pueblo libre'.
¡Cómo están
de vigentes esas palabras del Libertador!
Y en el mismo mensaje más adelante agregaba:
'Considerad, legisladores, que la energía de
la Fuerza Pública es la salvaguardia del débil,
es lo único que aterra al delincuente; considerar,
legisladores, que la corrupción de los pueblos
nace de la indulgencia del delito y de la impunidad
en los tribunales; considerad, legisladores, que sin
fuerza no hay virtud y sin virtud perece la República'.
Ustedes, subtenientes, al portar
las armas de la República,
ejercen la fuerza de la República, la fuerza
de la virtud de la democracia, la fuerza de la convivencia,
la fuerza de la transparencia. Esas armas de la República
con que la Constitución ha dotado los esfuerzos
y la vocación de ustedes, úsenlas exclusivamente
para derrotar el crimen y para dar tranquilidad a sus
compatriotas.
Vamos a ganar esta tarea, con
toda la determinación
y con la ayuda de ustedes. Tengan presente, jóvenes
subtenientes, que esta tarea difícil hay que
hacerla con dedicación, con disciplina, hay
que hacerla con transparencia, y fundamentalmente con
amor.
Nosotros sentimos amor por
la causa de derrotar el delito en Colombia, nosotros
sentimos amor por la causa
de tener una Colombia sin terrorismo guerrillero, sentimos
amor por la causa de tener una Colombia sin terrorismo
paramilitar, sentimos amor por la causa de tener una
Colombia sin narcotráfico y sin corrupción.
Almirante Guillermo Barrera
Hurtado, apreciados subtenientes: con amor infinito
por esta Patria, vamos a construir
una Nación que les depare felicidad a las generaciones
que siguen detrás de nosotros y aquellas que
habrán de venir.
Muchas gracias.
¡Qué viva la Armada,
que viva Colombia!
Y un mensaje final: nunca permitan
ser distraídos
por las tesis del apaciguamiento. El Gobierno en este
episodio de La Ceja e Itagüí, habría
podido tomar la decisión de apaciguar, de no
denunciar, de no decidir, de dejar que siguieran aguas
aparentes en calma. De pronto habría habido
más tranquilidad para el Gobierno, pero no habría
habido seguridad para la República.
Las decisiones que hemos tomado
en esta materia, como todas las que hemos tomado
en seguridad, son contrarias
al apaciguamiento. El apaciguamiento prolonga la enfermedad,
el apaciguamiento le trae tranquilidad pasajera al
gobernante mientras termina su período, pero
el apaciguamiento condena injustamente a la sociedad.
Por eso es preferible que no
haya apaciguamiento, que se enfrente el problema,
así haya controversia,
intranquilidad para el Gobierno. Pero en la medida
en que el Gobierno y la Fuerza Pública actúen
con acierto, habrá después de toda la
tempestad, tranquilidad, certidumbre, confianza, para
la felicidad de las presentes y de las futuras generaciones.
¡Que viva Colombia!”.