“Acudimos esta tarde a imponerle la Orden de San Carlos a su Excelencia Reverendísima, nuestro Nuncio Beniamino Stella, en un momento de gratitud y de tristeza. De gratitud por todo lo que ha hecho por Colombia. Y de tristeza porque al promoverlo Su Santidad para dirigir la Pontificia Academia del Vaticano, abandona el territorio de Colombia. Ocho años fructíferos, Reverendísimo Nuncio.
Pensaba hoy en muchos aspectos: la Iglesia pos-Concordato, las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Dos períodos tan difíciles que concurrieron en los ocho años de su Nunciatura: el Caguán y la Seguridad Democrática. La inmensa dificultad que aún vivimos de los secuestrados. El tema que sucede a la Constitución de 1991, que fue otro paso más, después del Concordato, y que ordena que todas las iglesias estén en pie de igualdad en Colombia. Asuntos que han llegado al debate público, tan difíciles, como el tema del aborto, como el tema de la eutanasia.
Y permítanme hacer sobre todos estos temas una expresión de gratitud a su tarea.
Cuando comparamos la Colombia del Siglo XIX, de esa primera mitad del Siglo XX, con la Colombia de ahora. Las cosas han cambiado sustancialmente en estos temas. Y la Iglesia ha ejercido el apostolado de la gran comprensión. Es hora de reconocérselo. Y no hay mejor oportunidad que ésta.
Terminó su vigencia el Concordato, y la Iglesia Católica ha cumplido la labor de conciliación. Ha ejercido un magisterio en unas condiciones jurídicas diferentes, difíciles, pero con qué eficacia y con qué serenidad, en favor del pueblo colombiano.
La Constitución de 1991, al poner jurídicamente a todas las religiones en pie de igualdad, habría podido entenderse como la provocación de una reacción muy agria de la Iglesia Católica. Pero la Iglesia Católica (y cómo ha sido de importante su conducción, Reverendísimo Nuncio) ha concluido una tarea evangelizadora, sin detenerse a mirar qué ha podido pasar como consecuencia de haberla nivelado jurídicamente con las otras iglesias.
Cómo ha comprendido la Iglesia Católica todos estos pasos. Y cómo en lugar de polarizar ejerciendo sus justos reclamos, ha ayudado a unir a la sociedad colombiana.
Qué difícil para la Iglesia Católica construir unas relaciones armoniosas con el Estado. Y cómo lo ha hecho. Cómo, siempre pensando en su dimensión trascendente, ha querido el bien de los colombianos, cualquiera sea la orientación del Gobierno.
En la administración presidencial anterior, la Iglesia Católica apoyó inmensamente el esfuerzo del Caguán en búsqueda de la paz. Allá el Reverendísimo Nuncio ofició una misa, una plegaria por la paz de Colombia. Y cómo la Iglesia Católica, en estos ocho años que le han correspondido al Reverendísimo Nuncio, ha entendido también la necesidad de este país de avanzar por una política democrática de seguridad.
Ha estado la Iglesia Católica no imponiendo al Estado ni imponiendo a la democracia, sino ayudando al Estado y ayudando a la democracia. En lugar de convertirse en un actor con fanatismo de refriega, ha operado siempre con una misión de apostolado, compitiendo por ayudar. No compitiendo por ejercer poder. Qué cosa tan importante. Todo este proceso ha demostrado una Iglesia Católica no en la búsqueda del ejercicio del poder, sino siempre en la profundización del apostolado.
Qué temas tan difíciles han debido enfrentar. El tema del aborto, que desafía los principios fundamentales de la Iglesia, que polariza a las sociedades. El tema de la eutanasia, para no hablar sino de algunos de estos asuntos.
Y la Iglesia, sin renunciar a sus principios, sin poner en duda su fe, orientando siempre a los colombianos, no ha sido factor de antagonismos, sino factor de unidad de los colombianos en los momentos más difíciles.
Recordaremos su apostolado, Reverendísimo Nuncio, como un apostolado creador de serenidad, un apostolado creador de rectitud, un apostolado amable, con claridad, firmeza y prudencia, para buscar la prosperidad espiritual y material de los colombianos.
Su afán por la equidad y la superación de la pobreza, se ha ejercido siempre entre los principios de la fraternidad de la Iglesia, históricamente opuestos a la lucha de clases.
Su afán por la paz siempre ha estado subordinado al querer democrático del pueblo colombiano.
Usted en su discurso, tranquilo y claro, le ha inculcado al pueblo colombiano valores morales. Y en su peregrinaje por la patria ha hecho de él una permanente demostración de ejemplo de ética.
Por todo eso y por mucho más que podría decirse esta tarde, nuestra gratitud.
Lo recordaremos los colombianos como el pastor sereno, defendiendo los principios de la Iglesia frente a las turbulencias, construyendo armonía con el Estado. Aclimatando la fe dentro de la democracia. Buscando la equidad y la superación de la pobreza, con la fraternidad como enseña y práctica. Lo recordaremos como un peregrino de la ética, que le ha hecho mucho bien a Colombia.
Es hora de decir que la Iglesia Católica ha capeado tantas tempestades con buen pulso. Las ha atemperado con su proceder atemperado. Las ha serenado con su actitud serena. Ha ayudado inmensamente.
El Reverendísimo Nuncio ha sido un conductor de primera línea, trazando esa actitud de la Iglesia Católica, dando línea a esa manera de proceder de la Iglesia Católica.
La Iglesia del pos-Concordato, la Iglesia pos-Constitución del 91, la Iglesia frente al Caguán, la Iglesia frente a la Seguridad Democrática, la Iglesia de la fraternidad frente a la pobreza y al reclamo por equidad, la Iglesia del discurso moral, la Iglesia del ejemplo ético, la Iglesia de la conducción serena, la Iglesia que no pierde la fe ni sacrifica sus creencias frente a temas tan difíciles como el aborto y la eutanasia, ha sido la Iglesia que le ha traído a Colombia serenidad, sosiego, como actitudes indispensables para ver la luz que algún día le permitirá a nuestro pueblo vivir feliz.
En nombre de todos los colombianos, nuestra profunda gratitud, Reverendísimo Nuncio. Lo dejaremos siempre en nuestro corazón como un recuerdo imborrable”.
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