“Permítanme hacer esta reflexión, apreciados concejales: estamos en el Bicentenario de la Independencia de la Patria y quiero proponerles unas reflexiones a ustedes:
En estos 200 años, esta Patria nuestra escasamente ha tenido 47 años de paz: siete años en el siglo XIX y 40 años en el siglo XX.
He venido en estos días haciendo una especie de retrovisor positivo, deteniéndome en los aspectos buenos de cada gobierno de Colombia, de cada momento de Colombia.
Y uno va encontrando que Colombia ha tenido gobiernos buenos, líderes buenos, buenas políticas públicas, gente muy laboriosa, agricultores, industriales, colombianos del sector servicios, trabajadores, empresarios, y se pregunta: ¿y el país por qué no ha progresado lo suficiente?
Seguramente historiadores, politólogos, economistas darán sus explicaciones.
Yo quiero asomar una, atisbarla, que la he venido compartiendo con muchos compatriotas: la violencia le ha frenado al país muchas posibilidades de progreso en estos dos siglos.
Si nosotros queremos que el siglo que comienza sea el siglo del desquite, de la prosperidad social, necesitamos trabajar en muchos aspectos, mas uno de ellos es fundamental: la seguridad.
Si ustedes revisan lo que fue la conquista, la conquista fue a sangre y fuego. Una conquista de sangre, de sometimiento de violencia. La reconquista fue violenta.
El año pasado conmemoramos los dos siglos del fallecimiento del sabio Mutis (Jose Celestino).
Estuvimos en Mariquita (Tolima) evocando toda la contribución del sabio Mutis al estudio de nuestra biología y de tantos otros aspectos. Él formó una generación de iluminados: (Camilo) Torres, (Francisco José de) Caldas. Y la pregunta es: ¿por qué Colombia no se sirvió lo suficiente de esa generación de iluminados? Los mataron, los llevaron al cadalso.
La guerra de la Independencia pudo ser una guerra más corta, menos difícil, menos violenta. Se alargó más, se derramó más sangre, fue más difícil, por la violencia entre nosotros mismos.
El Libertador se encuentra con (Francisco de) Miranda en 1812, en Londres. Miranda ya tenía 60 años. El Libertador era muy joven, tenía 29 años. Miranda tenía 60; le llevaba 31 años al Libertador. Se vienen a esa gran empresa de la independencia de Venezuela y terminan en medio de rencillas.
Y entonces, Miranda muere y le adjudican traición al Libertador, y se generan todas las dificultades.
Entre los nuestros hay muchos muertos: la muerte de Piar (Manuel Carlos Piar Bermúdez), del Almirante Padilla (José Prudencia), del General Jose Maria Córdova, uno de los grandes héroes de Ayacucho (Batalla de Ayacucho, 9 de diciembre 1824).
Cuando el Libertador regresa triunfante del sur, no se puede dedicar al buen gobierno. Un día tiene que ocuparse de los intentos separatistas de Venezuela, separatistas de la Gran Colombia; al otro día de los de Ecuador. En el primer caso, por parte del General Páez (Jose Antonio); en el segundo caso, por parte del General Juan José Florez.
El Mariscal Sucre (Antonio José de Sucre), el gran discípulo del Libertador, es la biografía de la tragedia de un iluminado.
Al Libertador le preguntaron, estando en Bucaramanga en 1828, cuando se reunía la Convención de Ocaña (Norte de Santander) -él no llegó hasta Ocaña, se instaló en Bucaramanga- le preguntaron cómo calificaba él a los generales.
Y dijo: ‘Los mejores son los generales que son buenos en el campo de batalla y en la oficina; los segundos son los generales que son buenos en el campo de batalla, así sean malos en la oficina, y los pésimos son los generales que son buenos en la oficina y malos en el campo de batalla’.
Y uno de los interlocutores que escribió después un bellísimo libro, que se llama ‘El diario del Libertador en Bucaramanga’, el Coronel Luis Perú de Lacroix, le preguntó al Libertador en una de esas tertulias: ‘Y de acuerdo con la calificación que usted hace de los generales, ¿quién es el mejor?’. Y no dudó en decir: ‘El Mariscal Sucre (Antonio José)’.
Sucre funda Bolivia, siguiendo las instrucciones del Libertador. Regresa triunfante del sur. Lo mandan a evitar la separación de Venezuela, regresa a Bogotá. Le dicen que tiene que irse a Ecuador porque en Ecuador también se estaba fraguando la separación. Él tenía además allí a su señora y a su niñita y quería reunirse con su familia.
Iba a viajar por Buenaventura y le dicen: ‘No, váyase por el Huila, váyase por el Camino de la Plata, váyase por Popayán, váyase por Pasto, que en Pasto esta Obando (José María), evite que Nariño se vaya con el Ecuador’. Se lo dice don Domingo Caicedo, el Vicepresidente del Libertador, y Sucre toma la decisión de recorrer este camino.
Este Estado era presidido por Jose Hilario López, y la historia atribuye que aquí se hizo un atentado contra Sucre cuando cruzaba el río Magdalena. Sobrevivió. Pero después, cuando ya surcaba el camino de Popayán a Pasto, en Berruecos, lo asesinaron. Les atribuyen la autoridad intelectual a Obando y a López. Solamente se declaró un autor material: Apolinar Morillo, quien fue después victima de la pena de muerte, creo que en la ciudad de Popayán.
Con Sucre empieza la cadena de magnicidios. Y después vino -que ha sido otra característica de nuestra Patria violenta- el magnicidio de Arboleda (Julio), el de Uribe Uribe (Rafael), el de Gaitán (Jorge Eliécer), el de Rodrigo Lara, el de Galán (Luis Carlos), el de Álvaro Gómez Hurtado.
Ese ha sido también un sino trágico de la Patria, los magnicidios.
El Libertador ve agravar su agonía cuando recibe la noticia de la muerte de Sucre. Muere el Libertador y regresa el General Santander que estaba en el exilio y hace un Gobierno realizador en materia de educación.
Pero, ¿qué ocurre? Dura muy poquito. Viene la Guerra de Los Supremos. Otra violencia. El país dicta la Constitución de 1863, la más libertaria, la más descentralista.
Esta tierra fue representada por (Manuel) Murillo Toro. Era el Tolima Grande. En el año 1862, allí en el Páramo de Las Hermosas, se habían encontrado Murillo Toro y Mosquera y se había declarado el Estado Independiente del Tolima.
Después de la Constitución de 1863 vienen buenos presidentes: Murillo Toro, Aquileo Parra. Pero son gobiernos muy cortos. Son gobiernos rodeados por la inestabilidad, afectados por la violencia.
Viene un Presidente sobresaliente, (Rafael) Núñez, un prodigio. Un gran compromiso con el orden, una gran visión para la regulación de la economía. Núñez combinaba algo muy importante, apreciados concejales: el estímulo a la iniciativa privada, pero con regulaciones, con exigencias sociales. Fue el gran regulador de la moneda y de la banca, el precursor de la regulación de la moneda y de la banca.
¿Cuánto duro el éxito de Núñez? Poco, poco. Siete años de paz. Floreció la agricultura en la Colombia Andina, los primeros desarrollos industriales en la Colombia Caribe.
Vino la guerra de 1895, la cuarta guerra civil de la segunda mitad del siglo XIX. No se ha terminado y empieza la guerra civil que se llamó de los Mil Días. Fue de mil 128 días y produjo cien mil muertos.
La narración de los acuerdos de paz es conmovedora. Los acuerdos de paz se hicieron en el último trimestre de 1902 en tres sitios: uno en el Buque Wisconsin en Panamá. Allí, a firmarlo acudió el General Alfredo Vásquez Cobo en nombre del Gobierno y los delegados del General Benjamín Herrera, en nombre de las fuerzas insurgentes.
En Chinácota, cerca de Cúcuta, se hizo el otro. Firmó el General Ramón González Valencia, quien fuera después Presidente de la República. Y el otro lo hizo en la finca Neerlandia, del Magdalena, el General Rafael Uribe Uribe en nombre de las Fuerzas Insurgentes. Firmó ese pacto con el General Florentino Manjarrés.
La paz se hizo no porque quisieran la paz, si no porque el país estaba destruido; no había manera de seguir la guerra. El General Uribe Uribe dijo: ‘El país está destruido. Nuestros padres y nosotros mismos creímos hacer patria con los fusiles destructores de la violencia. Hoy estamos convencidos de que la única manera de hacer patria es con las herramientas fecundas del trabajo’.
Al año se separó Panamá.
Pónganle cuidado a este detalle: Panamá se separó sin odio, sin disparar una cauchera. Se separó en buena parte por nuestro descuido, porque la habíamos descuidado, porque no les dábamos protección, porque no había seguridad. Nosotros por estar en el derramamiento de sangre descuidamos a Panamá. En un acta de independencia que dice: ‘Nos separamos porque hemos llegado a la mayoría de edad. Vamos a ejercer esos derechos de mayores de edad. Nos separamos como hermanos’.
Un país deprimido, destruido, empezó la reconstrucción: el Gobierno del general (Rafael) Reyes; después vino el gobierno de Pedro Nel Ospina, un gobierno realizador: invirtió la indemnización de los 25 millones de dólares que pagaron los Estados Unidos por Panamá.
Un gobierno histórico de Alfonso López Pumarejo, que modernizó la economía colombiana, reivindicó los derechos de los trabajadores.
El gobierno de Eduardo Santos. ¿Saben que salvó la caficultura colombiana? Que se creó la Federación de Cafeteros (Federación Nacional de Cafeteros de Colombia), el Fondo del Café, y que el Fondo del Café no fue manejado por burocracia sino por la Federación.
Esta institucionalidad cafetera tan importante no es de hoy, es del comienzo del siglo pasado. Pero eso también fue sucedido por la violencia. Habíamos hecho la paz en 1902 y la violencia entre los partidos empezó en los años 1940. Solamente escasos 40 años de paz.
¿Qué ha pasado de 1940 a la fecha? No ha habido un solo día de paz. La violencia partidista. Se terminó con los pactos del Frente Nacional, liderados por los ex presidentes Alberto Lleras y Laureano Gómez.
Terminó la violencia partidista, vino la violencia de las guerrillas marxistas: el odio de clases, la aspiración de imponer la dictadura del proletariado. Engañaron a los diferentes gobiernos que les tendieron generosamente las oportunidades del diálogo.
Vinieron los paramilitares, el narcotráfico. El narcotráfico cooptó a las guerrillas y a los paramilitares. Las generaciones vivas desde 1940 hasta la fecha no han vivido un solo día de paz.
Por eso yo invito a mis compatriotas a perseverar en el tema de la seguridad.
Ustedes, apreciados concejales, son muy vulnerables, viven muy desprotegidos, pero son muy valerosos.
En este día de diciembre aquí en Neiva (Huila), al reiterar todo nuestro compromiso con el Huila, quiero reiterar el compromiso con cada uno de ustedes. Su valor civil, su tesón democrático es una gran contribución a que el país cambie de rumbo.
Por eso, esta tiene que ser una hora de firmeza dentro de la sensatez, pero no de debilidad dentro de la emoción. Firmeza, apreciados concejales. Mientras nosotros estemos en el Gobierno, cuenten con nuestro afán en todas las horas.
Y rindo mi testimonio de admiración al doctor Fabio Estrada, su líder, porque es un colombiano honesto. Como lo dije, es un peregrino de la democracia, un gran luchador por los mejores valores nacionales.
Gracias, apreciados concejales, y voy a utilizar este celular a ver cómo se aprueba el Proyecto de Ley.
Si no tengo la oportunidad de verlos en estos días que nos restan de 2009, quiero desear a todos ustedes, a sus familias, apreciados concejales, una feliz Navidad y un feliz año.
Muchas gracias a todos”. |