“Primero, quiero agradecer inmensamente al Comité de Honor por su consagración a la conmemoración de este centenario. Lo necesitaba Colombia.
¡Qué bueno que la vida y obra de Valencia (Presidente de Colombia Guillermo León Valencia, 1962-1966), gracias a la tarea de recordación que emprendió este Comité de Honor, llegue a las nuevas generaciones como tiene que ser: un punto muy elevado de referencia.
Apreciados compatriotas:
Me he puesto en la tarea de situarme frente a un auditorio de adolescentes y jóvenes y tenerles que contestar la pregunta: ‘Presidente, usted qué nos puede contar del Presidente Guillermo León Valencia’. Y he querido recordar algunos temas que percibió mi generación, que siempre tuvo la esperanza de la paz en medio de los días sin tregua de la violencia; referirme a esos jóvenes de mi imaginario auditorio sobre el ilustre patriota, el sencillo ciudadano, el sobresaliente Presidente.
El ilustre patriota, de quien pudiéramos decir ilustre por dinastía, ilustre en el periodismo, ilustre en el humanismo, ilustre en el sentido común. Del sencillo ciudadano, aquel que parecía hermano elemental de la naturaleza, mientras su estampa de cazador escondía esos superiores kilates de su condición humana y de hombre de Estado. Del sobresaliente Presidente, firme y resuelto contra la violencia.
El país vio llegar el Gobierno del Presidente Valencia después de haber sido, durante largo rato, atormentado por la violencia.
La Guerra de los Mil Días había concluido a finales de 1902. Entrábamos en una profunda depresión. Cartagena apenas tenía la gloria de las murallas. Bogotá se debatía como un pequeño centro de ambiciones de poder. Medellín contaba con unas pocas chimeneas y perdíamos la cabeza de la República, Panamá.
Vivimos un periodo de relativa paz hasta el inicio de los años 40, cuando irrumpe la violencia partidista y Valencia se constituye, años después, al lado de los ex presidentes Laureano Gómez y Alberto Lleras, en uno de los más eficaces reconstructores de la paz y del entendimiento.
Como aquí lo han dicho mis distinguidos antecesores en el uso de la palabra, tenía ganada, de manera natural, la primogenitura para los turnos del Frente Nacional. Pero con su renuncia a esta candidatura se convirtió en el Jefe de debate del Presidente Alberto Lleras Camargo. Quedó su nombre sembrado en el corazón del pueblo, y su elección, en 1962, era otro paso adelante en la conquista de la paz.
La Nación había sentido que las guerrillas partidistas, en sus remanentes, se habían tornado en guerrillas marxistas. Que Colombia, junto con Bolivia, era uno de los objetivos de los movimientos armados, que procuraban la destrucción del Estado de Leyes, la instauración de la dictadura del proletariado, la socialización de los medios de producción y la supresión de las libertades en América Latina.
Avanzaban peligrosamente. Habían establecido en Colombia repúblicas independientes, y llegó la mano firme de Valencia a combatirlas.
A veces la historia pasa muy veloz en el cronograma, pero con mucha lentitud en los acontecimientos. Algo semejante a lo vivido en años recientes. Los usurpadores que crearon esas repúblicas independientes, desplazaron los monopolios de las autoridades democráticas. De facto, reemplazaron la Justicia, usurparon las tareas de las autoridades constituidas de acuerdo con las normas del ordenamiento jurídico.
La debilidad, que se amparaba en la civilidad, no quería combatir esas repúblicas independientes. Pero llegó el coraje del Presidente Valencia para hacerlo. Coraje sin igual y además singular. Una excepción en un país que había sido, en sus líderes, muy fuerte para el combate político, para la violencia entre los partidos, para enfrentar al Gobierno del Presidente (Gustavo) Rojas Pinilla, y muy débil para enfrentar la criminalidad. Por eso, irrumpe de manera singular el Presidente Valencia y progresa tanto la reconquista de la seguridad para la Nación entera.
En ese diálogo imaginario, yo tendría que decirle al auditorio que Valencia enfrentó esa tarea en nombre de las libertades; que jamás apeló a suspender las libertades, para que tuviera eficacia su propósito de reconstruir la seguridad.
Y si algún inquieto historiador de las nuevas generaciones me preguntara por el pensamiento de Valencia frente a la universidad, diría que tenía el más alto, el más acertado concepto de la universidad.
Doctorado por su alma mater, la Universidad del Cauca; estudiante de Sociología en la universidad de la observancia cotidiana de sus contemporáneos y de sus compatriotas, el Presidente Valencia entendió que la universidad tenía que ser un recinto de masas, un recinto de ciencia, un recinto de debate, pero no un escenario de violencia.
De ese modo, enfrentó el movimiento estudiantil de 1965; jamás pretendió imponer la unanimidad de la cátedra o mitigar el debate en la universidad, pero se enfrentó, como deber ser, a que se hiciera de la universidad un campo de violencia y de terrorismo.
Comprendió el Presidente Valencia que la universidad es la caja de resonancia donde se sienten todos los problemas nacionales. Tiene que ser el campo experimental que agite y procese soluciones y ejerza una acción de réplica sobre el cuerpo social de la Nación. Era la más nítida expresión del pensamiento democrático sobre la universidad.
Además, incrementó la educación en un 20 por ciento durante su Gobierno, pero entendió, el Presidente Valencia, que la universidad no podía estar al servicio de la violencia.
Aquello de combatir las repúblicas independientes, aquello de combatir la violencia universitaria, la infiltración del terrorismo en la universidad en perjuicio de la ciencia, son legados bien importantes que hay que tener en cuenta, repetidamente, en momentos de la vida nacional.
El Presidente Valencia, firme contra los violentos, tolerante y paciente con la pluralidad, ajeno al sectarismo.
Recuerdo a mis mayores de origen liberal expresar que habían votado y que volverían a hacerlo, con gusto, tantas veces como fuera necesario, por el Presidente Valencia, porque había sido el gran constructor de la paz, el combatiente que enfrentó la violencia y el hombre ajeno al sectarismo que había conducido al país a esa guerra entre los partidos, después de los periodos de paz entre la separación de Panamá y los años 1940.
Tuvo el Presiente Valencia un equipo de lujo para el manejo de la economía, en un momento tan difícil.
Creó la Junta Monetaria, institución que nadie cuestionaba, que cumplió una gran tarea hasta que fue eliminada por la Constitución de 1991 y sustituida por la independencia del Banco de la República.
El Presidente Valencia anticipó la necesidad de incorporar a Colombia a la economía internacional. Su Gobierno tuvo que aceptar una devaluación, pero para no afectar la necesaria importación de bienes que se incorporaran a las exportaciones colombianas, concibió el Plan Vallejo, un gran estímulo a las exportaciones, que sigue teniendo toda la vigencia en la vida nacional.
Era un Presidente de la fraternidad, contrario a la lucha violenta de clases y también al capitalismo salvaje.
Como lo han dicho mis antiguos antecesores, tuvo como punto de referencia los preceptos de la doctrina social de la Iglesia.
Así como con el Presidente Turbay (Julio César Turbay Ayala, 1978-1982) se convirtió en la dupleta de valerosos presidentes que enfrentaron la violencia, con el (ex) presidente Betancourt (Belisario Betancur, 1982-1986), su Ministro de Trabajo, se convirtió en un gran símbolo de la fraternidad.
La Reforma Laboral de 1963, aupada por el Presidente Valencia y sacada adelante por el (ex) ministro doctor Belisario Betancur, nuestro ex presidente, fue un paso en la dirección correcta de construir el entendimiento de empresas y trabajadores.
Por supuesto, los momentos de la economía van cambiando las razones para escoger las tesis indicadas de cada coyuntura y de cada visión, para el manejo social.
La retroactividad de las cesantías se constituyó en 1963 en la mayor reivindicación de los trabajadores, como acaba de recordarlo el (ex) presidente Betancur, en las palabras de Tulio Cuevas y de José Raquel Mercado, los presidentes de las centrales obreras, en lo que podría denominarse su testimonio final sobre el Gobierno del Presidente Valencia.
No podía anticiparse, en 1963, que un país con inflaciones bajas pudiera llegar a tener inflaciones persistentes, cercanas al 30 por ciento, lo cual hizo que en la Reforma Laboral de 1990 se diera el paso de convertir la retroactividad de las cesantías en los Fondos de Cesantías, en la obligación de la liquidación anual, para darles reglas de juego más claras a los empleadores y, también, mayor seguridad a los trabajadores.
También han recordado mis distinguidos antecesores, cómo Valencia fue un gran visionario de la seguridad social. El paso de la aprobación de licencia de los medicamentos genéricos, durante su administración, anticipó lo que podría llamarse la necesidad del acceso universal de los colombianos a la seguridad social.
En el memorable discurso frente al General (Charles) De Gaulle, refiriéndose, con profundo conocimiento de causa, al proceso latinoamericano, el Presidente Valencia hablaba de la necesidad de las transformaciones permanentes para evitar la victoria de las dictaduras de los grupos armados al margen de la ley.
Era un hombre firme contra los violentos, pero un transformador diario de la vida nacional.
Agudo en la dialéctica, nos ha asombrado hoy recordar su capacidad repentista, que no improvisaba, todo lo tenía en su mente y en su alma.
Qué bueno que con ocasión de este centenario, los colombianos pudieran leer, nuevamente, no solo su sesuda pedagogía, sino también aquellas expresiones de su mente centelleante.
Cuentan quienes han escrito sobre él con conocimiento y con afecto, que en alguna ocasión, en el Concejo de Popayán (Cauca), alguien intentó rivalizar con el Presidente Valencia y le dijo que el complejo del Presidente Valencia era tratar de imitar a su padre, el maestro Guillermo Valencia, y no lograrlo.
El Presidente Valencia ripostó: ‘Yo sé que por mucho que haga, jamás podré igualar a mi padre. Pero también sé que usted, con lo poquito que ha hecho, ya superó al suyo’.
Aficionado a la tauromaquia, si hay algo grato, que además muestra esa agilidad en la inteligencia, es leer el paralelo del Presidente Valencia entre la tauromaquia y la política.
Afirmó que no hay torero ni político sin cicatrices. Se equivocó, porque su acción en la política no dejó una sola cicatriz en Colombia, solamente dejó buen ejemplo.
Cuando mis compañeros de Gobierno y yo pensamos en la necesidad de trabajar la acción de Gobierno en un diálogo permanente con el pueblo colombiano, con nuestros compatriotas, en el imperativo de que haya creciente participación de la opinión pública, para que el Estado de Derecho llegue a su fase superior, que es el Estado de Opinión; cuando aceptamos que ese diálogo popular obliga más a los gobiernos, también los restringe más, informa mejor a la ciudadanía, ayuda a priorizar más, obliga más a los obligados a las tareas de Gobierno, encontramos en el Presidente Valencia un gran antecedente. En una profunda reflexión concluyó que no solamente hay que gobernar a la Nación, hay que gobernar con la Nación.
En su viaje póstumo, el vuelo de la época que lo conducía a Nueva York (Estados Unidos), hizo escala en mi ciudad (Medellín), y el entonces Gobernador, quien había sido su Ministro de Hacienda, acudió a saludarlo en el aeropuerto. Cuando ya partía el avión, el Presidente Valencia le dijo que se iba muy a gusto de ver a Antioquia manejada por unas manos firmes como el acero y puras como el oro.
Valencia nos estaba dejando las frases para que nos refiriéramos a la manera como él manejó a Colombia: con unas manos firmes como el acero y puras como el oro.
Si esos estudiantes de mi auditorio imaginario me requirieran a que se difundiera más la vida y la obra de Valencia, yo tendría que acudir a este generoso Comité de Honor, que preside el ex presidente Betancur, para que no cese en su tarea de este centenario, para que se divulgue ampliamente la obra del Presidente Valencia.
Y si ese imaginario auditorio de jóvenes estudiantes me dijera: ‘Presidente, ¿por qué en alguna forma no se publicó, como debió hacerse, durante tantos años, esa extraordinaria personalidad, esa carrera iluminante de servicio a Colombia?’, yo no tendría más respuesta que decirles: jóvenes, porque el Presidente Valencia era un hidalgo en razón de su tierra.
En las palabras de Jefferson: un oligarca por honor y dignidad; un patriota incomparable, pero un ciudadano sencillo; un hermano elemental de la naturaleza, quien nunca sufrió el principio del Pigmalión: jamás se enamoró de su obra.
Tal vez, una faceta no recordada esta tarde es la relativa al desprendimiento del Presidente Valencia.
Frente a su obra fue un desprendido. Lo único que quiso legarnos fue su patriotismo, pero todos los días tenemos que aprender más del Presidente Valencia.
Felicitaciones a Popayán, su cuna”. |