Palabras del Presidente Uribe en la consagración
de colegiales de número de la Universidad del Rosario

 
9 de abril de 2010 (Bogotá)
 
 

“Me honra mucho, con algunos de mis compañeros de Gobierno, acudir al último acto de estos ocho años de administración en cumplimiento de los deberes de patrono del Rosario.

Quiero felicitarlos, apreciados jóvenes. Ustedes son una esperanza para la Patria.

Hace pocos días, en uno de esos diálogos que frecuento callejeros, con mis compatriotas, le dije a alguien de la generación de ustedes: “Ustedes tienen toda la posibilidad de transformar al país, para que mi generación tenga una vejez más tranquila”. Hoy se lo repito.

Ustedes han sido escogidos por ser los mejores, y aquel que se acredita tiene mayores obligaciones.

Aquel que hoy tiene un triunfo no se puede bañar en agua de rosas, sino que tiene que emprender un nuevo camino de lucha.

Una comunidad como la comunidad colombiana, con tantas dificultades, exige todos los días que los mejores le den más.

Por eso ustedes, dotados de una gran inteligencia, con una extraordinaria voluntad de preparación que les acompaña en su talento, con las mejores convicciones, las mejores costumbres, tienen que darle mucho a la Patria.

A ello los insto.

Al felicitarlos, se constituyen en una esperanza para nosotros los mayores, en un motivo de tranquilidad en el futuro de la Nación.

Y qué felicidad para sus padres, para sus familias, registrar este avance de ustedes al ser designados colegiales de la Universidad.

Que la universidad desde su fundación se anticipó a lo que podríamos llamar los procesos de democratización de la vida universitaria, cuando en 1972 se trató de introducir el cogobierno en la Universidad Nacional de Colombia, 500 años antes ya se había introducido de manera tranquila en la Universidad del Rosario.

En muchas partes fracasó, aquí ha sido un éxito; y ha sido un éxito por el buen cuidado de la Universidad en la regulación de esas formas de participación y por la magnífica calidad de los colegiales. Un ejemplo.

Y eso me lleva a felicitar a la Universidad por todos los logros.

En estos años ha pasado de algo más de cuatro mil estudiantes a más de 12 mil.

Tiene el ciento por ciento de sus programas con el registro calificado.

Tiene la calificación institucional.

Avanza con muchos programas con el registro de alta calidad, con la certificación de alta calidad, temas en los cuales ha trabajado infatigablemente la señora Ministra (de Educación, Cecilia María Vélez) y su equipo, para contribuir para darle acicates de calidad a la educación de la Patria.

La universidad además ha venido descollando en los Ecaes (Exámenes de Calidad de la Educación Superior) una de las pruebas introducidas en los últimos años para poder medir la calidad de los egresados universitarios.

Y da mucho gusto registrar que la universidad ha ganado varios de los Ecaes ¡Qué bueno!

Recuerdo aquel triunfo en los programas de rehabilitación, tan importantes para una sociedad lacerada como la sociedad colombiana.

No puedo dejar de hacerles algunos comentarios sobre la Patria, apreciados colegiales, directivos, apreciados compatriotas.

Historia de la violencia

Esta mañana le respondía preguntas a unas emisoras populares del sur de Cesar, y un entusiasta periodista me decía: ‘¿Recuerda la fecha, Presidente?’.

Le dije: Madrugué mucho, no vi el reloj ni el calendario.

Me dijo: ‘Es 9 de abril’.

Le dije: Por supuesto, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

Me dijo: ‘¿Qué opina, Presidente?’.

Y recordemos la historia.

Un hecho inmensamente grave, complejo, desató violencia, y no es el único.

Después de Gaitán hubo otros magnicidios: el de Luis Carlos Galán, el de Álvaro Gómez Hurtado.

Pero así como el de Gaitán no fue el último, tampoco fue el primero.

En octubre de 1914, en las gradas del Capitolio, fue asesinado Rafael Uribe Uribe, quien con Benjamín Herrera se constituyeron en los líderes de la reconciliación, que se había logrado con los acuerdos de paz de 1902, que le pusieron punto final a la guerra que se conoce con el nombre de la Guerra de los Mil Días, que fue de 1.128 días y de aproximadamente 100 mil muertos.

Y en los años 1860, en la montaña de Berruecos, del Patía hacia Pasto (Nariño) fue asesinado el Presidente electo, Julio Arboleda.

Pero en esa misma montaña, el 4 de junio de 1830, cuando ya el Libertador había emprendido el viaje final de Bogotá a buscar su tumba en Santa Marta, recibió la noticia de que el más importante de sus discípulos, el Mariscal Antonio José de Sucre, había sido asesinado también en Berruecos.

Ahora que estamos en los 200 años del grito de independencia hay que hacer reflexiones sobre la Patria.

Le preguntaba yo ahora, en voz baja, a nuestro ilustre Presidente de la Corte Constitucional y profesor de la historia constitucional de Colombia, sobre la Constitución de 1853 y la de 1858, de Obando una, de Ospina Rodríguez la otra, que anteceden la de 1863.

Y uno recuerda personajes muy importantes que han regido la Nación, para decir serenamente que Colombia ha tenido buenos gobiernos, buenos líderes, buenas políticas públicas

¿Y por qué no ha tenido mayor prosperidad?

Es un tema bien importante para la reflexión de la comunidad académica, para el re examen por parte de los historiadores, para los sociólogos, los economistas, los políticos.

Seguramente muchos darán su opinión.

He venido repitiendo, ante mis compatriotas, un concepto: creo, sin duda alguna, que una de las causas eficientes de la falta de prosperidad colombiana, a pesar de las magníficas posibilidades del país, ha sido la violencia. Oportuno recordarla en este 9 de abril.

El profesor Luis López de Mesa, Canciller de la República en la administración de Eduardo Santos, en un magnífico libro sobre las frustraciones nacionales nos expresa cómo la violencia se remonta casi a los orígenes del poblamiento de la Nación.

Señala él que la primera frustración nacional se dio cuando la cultura chibcha arrasó violentamente a la cultura agustiniana y frustró ese proceso de gran prosperidad que se daba en la cultura agustiniana.

La segunda, cuando la conquista española arrasó violentamente las culturas indígenas de nuestro territorio.

Poblamiento violento, conquista violenta, sumamente violenta la Independencia, frustraciones por nuestra propia culpa.

A pesar de que uno de los libertadores, el General Santander, quien se había graduado de bachiller en el colegio San Bartolomé y estudiado con los dominicos en la Universidad Santo Tomás, su grado lo expide la Universidad del Rosario. Tenía 18 años cuando se dio el grito de Independencia.

A los pocos días del 20 de julio de 1810, salió de Bogotá, enrolado en el Ejército. Pero no iba en el Ejército para combatir a los españoles y consolidar la independencia, iba en el ejército del General Nariño, Presidente en Bogotá de la corriente centralista que se enfrentaba al ejército de Camilo Torres, Presidente en Tunja de las provincias federalistas.

En lugar de consolidar la independencia, emprendimos de inmediato una guerra civil entre nosotros, que costó tanta sangre, que aplazó tanto la consolidación de la Independencia, que permitió que las fuerzas violentas de Murillo y (Juan) Sámano produjeran la reconquista

¡Qué tristeza!

Hace dos años, con los directivos de la universidad, aquí en Mariquita (Tolima) conmemorábamos los 200 años del fallecimiento del sabio (José Celestino) Mutis, quien presentó cátedras en la universidad.

Con él nació lo que podríamos llamar la primera generación de la iluminación y de la ciencia en Colombia, pero la violencia la frustró.

Muchos de ellos, en lugar de poder haber dado a la Nación las luces de su formación, de su talento, de su consagración, fueron llevados al cadalso.

La violencia creó, desde los inicios de nuestra vida independiente, fisuras que aún no han acabado de subsanarse en el espíritu nacional.

Cuando se llevaba a la historia el heroísmo de Antonio Ricaurte, de Atanasio Girardot, también había que llevar a la historia el triste final de (Francisco) Miranda, que acusó al Libertador de traición; o el fusilamiento por parte de nuestras fuerzas de (Juan) Piar.

El Libertador tuvo que gastar muchas más energías en la Independencia, no por la capacidad de resistir de los españoles sino por las dificultades entre nosotros, en Venezuela, en Quito, aquí, en lo que era la Nueva Granada.

Cuando el Libertador regresó del sur no pudimos aprovechar bien sus dotes de gobernante.

Habría sido de esperar que al regresar de la campaña del sur, exitosa, pudiera dedicarse tranquilamente a conducir el Gobierno, pero un día tenía que salir afanosamente a Venezuela a evitar que los ejércitos de (José Antonio) Páez desintegraran la Gran Colombia, y al otro día, infructuosamente, a evitar la independencia del Perú o la desintegración de la Gran Colombia desde el Ecuador, al mando del General Flores, y desde Pasto, por entonces al mando de Obando.

En 1828 empieza lo que yo llamaría tres viajes terribles de la historia de Colombia.

A los pocos meses del atentado del 25 de septiembre de aquel año contra el Libertador, partió hacia el exilio el General Santander, acusado de ser uno de los autores del atentado.

A principios de 1830 el Libertador partió hacia el exilio y hacia el destino final.

Y el otro viaje, el que emprendió desde Bogotá para reencontrarse con su familia en Quito y evitar la disolución de la Gran Colombia, y que Nariño, Pasto, se plegara al Ecuador.

El viaje del Mariscal Sucre, que encontró su muerte, como ya lo recordamos, en Berruecos.

El General Santander regresa del exilio, lo eligen Presidente en 1832, adelanta lo que podríamos llamar una segunda revolución educativa después de la de Mutis, pero dura muy poco por los enfrentamientos internos.

Viene la Guerra de los Supremos desatada por Obando, amigo de Santander, pero paradojalmente en nombre de las tesis de Bolívar.

Y todos esos episodios de violencia y de inestabilidad de los años 1850.

La Constitución de Rionegro, un gran texto libertario de organización federal, no puede producir sus logros a pesar de haber generado presidentes de los altos quilates de (Manuel) Murillo Toro y de Aquileo Parra, por la inestabilidad y la violencia.

En esos años de la Constitución de Rionegro, entre 1863 y 1866 cuando se da la Constitución de Núñez, algunos contabilizaron 300 guerras civiles, en un periodo de 23 años.

Algunos historiadores coinciden que alrededor del Gobierno de Núñez hubo unos años de paz que fueron de prosperidad, que permitieron el florecimiento de la industria en el Caribe, el avance de la caficultura y de la agricultura en la Colombia andina.

Pero tampoco duraron.

Apareció la guerra civil de 1895. Y no se habían apagado los fusiles cuando empezaba aquella guerra de los Mil Días a la cual ya me referí.

La violencia produjo otra frustración: la separación de Panamá.

Yo creo que hay que revisar la historia, porque se asigna la separación de Panamá a intereses de Wall Street, a intereses financieros, al interés de los Estados Unidos en el Canal, a la política de presión del Gran Garrote del Presidente Roosvelt de los Estados Unidos, pero se le ha puesto poco peso a otra causa: nuestro desinterés.

Por vivir en la violencia interna nos olvidamos de Panamá, la joya de la corona.

Empieza una paz que yo creo que no duró más de 40 años en el siglo pasado.

En ese periodo se dan administraciones muy importantes, citaría a uno, para no ser exhaustivo: la de (Alfonso) López Pumarejo.

Demagógicamente examinada por algunos, que al agitar sus banderas todavía apelan al sentimiento popular.

Fue una gran administración de modernidad, de concertación y de concordia.

Revindicó los derechos de los trabajadores no para oponerlos a los intereses empresariales sino para juntarlos.

López promovió simultáneamente -y es bien importante, para meditar en el futuro del país- la modernización empresarial y la reivindicación de los derechos de los trabajadores.

Y cuando llegó aquel 9 de abril, el asesinato de (Jorge Eliécer) Gaitán, enormes dificultades para la vida institucional del país.

El país también recuerda la manera serena como el Presidente Mariano Ospina enfrentó los acontecimientos, y el valeroso apoyo de su esposa, doña Berta Hernández de Ospina, en un país que había caído en la desesperación por el asesinato del gran líder popular.

Pero ya la violencia partidista se había reiniciado desde principios de los años 40.

Las generaciones vivas desde los años 40 no han tenido un solo día de paz, apreciados colegiales.

Esa violencia entre los partidos termina a finales de los años 1950 con los pactos del Frente Nacional, liderados por los expresidentes Alberto Lleras y Laureano Gómez.

Y tampoco hay paz. De inmediato aparecen las guerrillas marxistas, que querían replicar en Colombia y en Bolivia el triunfo de la Revolución cubana, que predicaban el odio de clases como motivo de acción política; la dictadura del proletariado como proyecto de Estado para sustituir el Estado Democrático.

Y avanzan, y viene la reacción igualmente cruel de paramilitarismo, y unos y otros cooptados por el narcotráfico, lo que todavía no se ha podido superar.

Reparación a víctimas de la violencia

Uno de los intangibles, resultados importantes de la política de Seguridad Democrática de este Gobierno, es que hoy las víctimas reclaman, antes no lo hacían.

No lo hacían por temor o porque lo encontraban inútil. Hoy tenemos 280 mil víctimas que han radicado sus reclamos.

El país en estos años ha empezado un enorme gasto público que ya va en 700 millones de dólares, para resarcir a las víctimas, a sabiendas que no hay pleno resarcimiento.

El intento de resarcir a las víctimas produce el efecto de crear condiciones de conciliación, de fraternidad, evita que prosperen semillas de odio, sentimientos de venganza.

Pero yo sí quiero decir hoy, en mi última intervención como patrono del Rosario ante este claustro, que la más importante reparación es el derecho a la no repetición.

Nada ganaríamos, apreciados colegiales, con un enorme esfuerzo para reparar a las víctimas, si no garantizamos que las nuevas generaciones puedan vivir en una Colombia segura, en paz, con valores democráticos, prospera.

De ahí el afán de que el rumbo de la seguridad con valores democráticos lo mantenga el país, lo mejore, pero no lo abandone.

Muchos pueblos con menos condiciones han podido tener mayor prosperidad que nosotros con más condiciones, porque aquí la prosperidad ha sido sacrificada por la violencia.

Un país con capital social

En un país con inmensas posibilidades, con un gran capital social.

Ayer recibí en Cartagena al director médico del hospital Johns Hopkins, que vino a Colombia a hacer una asociación con la Fundación Santafé de Bogotá.

Me decía que estaba admirado de Colombia, que no había venido, que era la primera vez que llegaba al país, y que encontraba algo muy positivo: la sonrisa de los colombianos.

Le dije: ’Me gusta mucho que la detecte, porque un país que ha sufrido tanto debería tener una mueca amarga, no esta expresión sonriente de mis compatriotas’.

Le dije: ‘Eso es capital social’. Esa es una gran condición del pueblo colombiano. El sufrimiento, en lugar de haberlo amargado y en lugar de haberlo llenado de odio, le ha permitido, el pueblo colombiano se ha sobrepuesto y ha mantenido su sonrisa.

Y ese Director Médico se explayaba en explicaciones de la importancia de esa actitud del alma, que se refleja en la sonrisa de los colombianos.

Esa es una gran posibilidad que no se puede desperdiciar.

La seguridad es fundamental para la prosperidad, es fundamental la promoción de la inversión, es fundamental el acceso a los mercados, porque la inversión pregunta: ‘Bueno, yo invierto en Colombia, se han dado condiciones de confianza, ¿pero tengo acceso a mercados para mis bienes y servicios?’.

Hay que acceder a mercados. Por eso el afán de pasar de aquel periodo de la apertura unilateral al periodo de la integración a los mercados.

Pero también cuando se va a llegar a los mercados, hay que decir ¿y qué vendo?

Es donde el país tiene que hacer un gran esfuerzo en innovación productiva.

Revolución educativa

¿Y cómo se logra la innovación productiva? Con una permanente Revolución Educativa.

He ahí la importancia de la tarea de ustedes y de la tarea de la universidad.

En un ambiente de libertades yo no puedo aceptar aquello de disociar la Revolución Educativa de los ambientes de libertades.

Las revoluciones educativas en los países que restringen las libertades, finalmente no han contribuido al bienestar.

A uno le dicen: ‘En tal país comunista, educación para todo el mundo’.

Y yo pregunto: ¿A dónde está el bienestar?

La razón de ser de la Revolución Educativa en cualquier país es su contribución al bienestar de la ciudadanía.

Entonces le dicen a uno: ‘ah, hasta ahí llega.

Empiezan a ponderar y a aplaudir procesos de mucha cobertura educativa en países restrictivos de libertades, y entonces cuando un pregunta por qué eso no se ha traducido en bienestar para la comunidad, no hay respuesta.

Pero sí debe haberla. Es que el espíritu de investigación fundamental en los procesos de Revolución Educativa, tiene una fuente muy importante: el escenario de libertades.

En las sociedades que restringen libertades no hay investigación, hay aperezamiento mental, aperezamiento laboral; no hay sentido de superación, lo adormece la restricción de las libertades.

Por eso es bien importante, apreciados compatriotas, asociar esa tarea de Revolución Educativa que está en sus manos, a mantener en Colombia un escenario de libertades, pero que finalmente se pueda desprender de esa gran restricción de las libertades que es la violencia.

Y al felicitar a la universidad, al agradecer a su rector por la gran contribución al avance de la educación en la Patria tengo que resaltar a la señora Ministra (de Educación, Cecilia María Vélez White).

En Colombia, en cien años hubo 120 ministros de educación. El Ministerio, normalmente se tenía como una cenicienta para cuadrar el ajedrez de la política. Creo que lo que hemos podido hacer en estos años es darle al Ministerio estabilidad e independencia, para que pueda cumplir con los objetivos que la Nación requiere.

Se ha pasado de una cobertura en educación básica, del 78 al 80 (por ciento); en educación básica del 78 al ciento por ciento; educación media del 57 al 80 (por ciento).

Teníamos menos de un millón de estudiantes universitarios, eso representaba un 21,6 (por ciento) de cobertura. Hoy nos estamos aproximando a un millón 700 mil, lo que representa casi un 36 por ciento de cobertura.

El Sena, formaba a un millón cien mil colombianos por año, el año pasado siete millones 800 mil. Le enseña hoy ingles a un millón de colombianos a través de Internet.

El Icetex es una de las 430 instituciones del Estado reformadas. Antes un crédito requería un apoyo político, hoy no. Se puede acceder a él a través de la universidad, por Internet. Ha pasado de apoyar 60 mil estudiantes universitarios, hoy apoya 300 mil.

Pero hay más requerimientos.

La señora Ministra deja presentada ante el Congreso de la República una ley en su proyecto, para modificar la Ley 30, darle más recursos a la universidad a fin de que el país, en los años que vienen, pueda incorporar a la universidad otros 500 mil jóvenes de los sectores más pobres.

Y estos esfuerzos han venido acompañados también de los esfuerzos por la calidad, a los cuales hicimos mención somera, al referirnos a las acreditaciones y al referirnos también a algunas pruebas.

Diría yo que hay que difundir mucho la necesidad de integrar la seguridad, la confianza de la inversión y la educación.

La confianza de inversión da recursos, pero la educación es finalmente lo que da productividad, competitividad, superación de la pobreza y construcción de equidad, que debe ser el fin último de la inversión.

Manejen esos tres temas en sus reflexiones, apreciados colegiales.

La seguridad con libertades, la inversión con fraternidad y la educación como cabeza de una política social, para que la seguridad y la inversión se traduzcan en superación de pobreza y en construcción de equidad.

Rector y apreciados directivos, ha sido muy grato trabajar en estos años con ustedes.

Y uno se llena de orgullo de ver el avance de la universidad, gracias a ustedes.

Hace pocos días, por estas polémicas que se generan con las reformas, tuve la oportunidad de visitar nuevamente sus clínicas, las antiguas clínicas del Seguro Social en Bogotá. Han pasado del desastre a la buena calidad, son motivo de orgullo.

Gracias Universidad del Rosario, que ha sido fundamental en esa transformación, también con los hermanos de San Juan de Dios y con la Caja de Compensación, Compensar.

Antes, los pacientes eran arrumados en los pasillos, hoy hay calidad humana, calidad científica.

Y qué bueno para el avance de las ciencias médicas y de la salud de la universidad, que se cuente con esa estructura de clínicas universitarias.

Y deseamos que este histórico campus tenga una réplica muy pronto en el norte de esta ciudad, en la más bella sabana de la Cordillera de los Andes.

Estaremos atentos, desde la distancia, mirando con esperanza la evolución de la universidad.

Muchas gracias apreciado rector, colegiales.

Levanten la mano los aquí presentes que somos papás y mamás; levanten la mano los que queremos ser abuelos; levanten la mano los que son abuelos.

Estos que hemos levantado la mano queremos una vejez tranquila, y ustedes tienen todas las condiciones para garantizarla.

Muchas felicitaciones”.

 
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