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Palabras del Presidente Álvaro Uribe en la condecoración al Cardenal Stanislaw Dziwisz

Febrero 20 de 2010 (Bogotá)
     
 

“Nos reunimos esta mañana en el Salón Protocolario de la Casa de Nariño, para producir un hecho que nos llena de emoción: recibir al eminentísimo Cardenal Stanislaw Dziwisz, y poner sobre su pecho la Orden Nacional al Mérito, en señal de la admiración que le profesamos los colombianos, el respeto a su tarea pastoral, una tarea orientada a ayudar desde la fe a superar cualquier forma de opresión.

En esta Nación millones de ciudadanos hemos admirado, seguido con devoción el peregrinaje de Su Santidad Juan Pablo II.

Y hemos admirado inmensamente esa tarea de ángel guardián de Su Santidad que usted ha cumplido, eminentísimo Cardenal Dziwisz. Lo agradecemos y lo reconocemos.

Su Santidad Juan Pablo II se consagra como el gran líder contra cualquier forma de opresión. Cuando recordamos sus luchas, pensamos que aquí todavía en Colombia hay unas formas de opresión: la violencia, el narcotráfico, la pobreza, que nos vemos obligados a superar.

Su presencia en el país, señor eminentísimo Cardenal Stanislaw Dziwisz, es una presencia que nos enaltece, que le agradecemos inmensamente.

Permítanme leer unas palabras sobre Su Santidad Juan Pablo II, cuya vida terrenal usted acompañara tan de cerca, eminentísimo Cardenal Dziwisz, y cuya tarea de fe y de lucha contra cualquier opresión usted ha continuado con tanta valentía, eminentísimo Cardenal.

Colombia, sus dificultades y tragedias, sus posibilidades y sus seres sin igual, coparon especial espacio en las preocupaciones y afectos del Pontífice.

Su Santidad luchó con éxito, como gladiador de la democracia, para que esta brillara donde imperaba la opresión.

Su triunfo fue la victoria de las convicciones y de la fortaleza espiritual para defenderlas.

Su Santidad Juan Pablo II transmitía toda la firmeza, pero con luces de serenidad. Con su tenacidad determinó profundos cambios de la historia, y con su solidaridad y persuasión los produjo, entre tranquilos unos, casi imperceptibles otros, siempre pacíficos todos.

Su obsesión, la justicia social. En su legado está el reto de construirla, pero con su ejemplo lleno de un amor infinito, que no dejó espacio para el odio.

Su penetrante mirada emanaba bengalas de espiritualidad, queda una impresión en mi alma, que llevaré hasta el último día de mi vida: cuando como Presidente de la República visitaba el Vaticano, esperaba en la puerta de la oficina de Su Santidad, cuado abrieron la puerta miré a lo lejos e inmediatamente fui abordado por esa mirada penetrante y serena de Su Santidad. Al lado de Su Santidad estaba el Cardenal Dziwisz, quien nos acompaña esta mañana.

Esas miradas me cruzaron muchas revisiones: el poderío del espíritu anula la soberbia de la ira y supera las limitaciones de los huesos.

Con su manera directa de ser, hablar y proceder, Su Santidad hizo simple lo profundo; la riqueza de su magisterio llegó al corazón de las multitudes, por la manera elemental de entregarse al prójimo.

Su Santidad, modelo para la democracia, la solidaridad, la lucha sin claudicaciones; un modelo artillado de paz y amor, sin exclusiones y sin odios.

Fue un estudioso incansable de la problemática del hombre y difundió el mandamiento del amor por el prójimo, como única dimensión posible para la realización del ser humano.

Para Su Santidad el mandamiento del amor resume la tarea que debe ser emprendida por los hombres, tanto en lo individual como en lo comunitario, para alcanzar la plenitud de la libertad y la dignidad.

A través de su labor, Su Santidad luchó siempre contra las instituciones opresivas en lo político, lo económico y lo cultural.

La riqueza de su magisterio llegó de manera llana al corazón de las multitudes, para nunca salir de allí.

Propició el entendimiento, el diálogo, la solidaridad entre los pueblos, las religiones, el poder de la espiritualidad y el amor, como caminos para superar cualquier debilidad humana.

¡Qué regalo nos dio nuestro Señor con Su Santidad Juan Pablo II!

Aquella serenidad y aquella fuerza, aquel amor y aquella severidad, aquella energía y aquella paz.

Que nos acompañe desde el cielo, que lo necesitamos.

Muchas gracias, eminentismo Cardenal Dziwisz, por ser usted el ángel tutelar para que aquellos valores de Su Santidad continúen iluminando la humanidad, y muchas gracias por venir nuevamente a Colombia a irrigarlos.

Nos sentimos muy honrados de poder imponerle la Orden Nacional al Mérito”.

 
     
 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
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