Palabras del Presidente Álvaro Uribe Vélez
en la celebración de los 50 años del diario La Opinión, de Cúcuta

 
3 de junio de 2010 (Cúcuta)
 
 

“A mis compañeros de Gobierno y a mí nos honra inmensamente que la vida nos haya deparado la posibilidad de asistir a la conmemoración de estos 50 años del nacimiento de La Opinión.

Quiero dar felicitaciones del alma a sus fundadores, a quienes han dirigido La Opinión, a su actual director, el doctor José Eustorgio Colmenares, a todos los columnistas, a los trabajadores de La Opinión, a figuras destacadas del periodismo nacional que han hecho una inmensa carrera en las páginas de La Opinión y que se sienten aquí bien representadas al mencionar el nombre de Cicerón Flórez.

¡Qué bella esta historia de La Opinión! Cómo se fusiona con un periodo tan importante de la Patria. A su fundación concurrieron, además del doctor Eustorgio Colmenares Baptista, su hermano el doctor León Colmenares, el doctor Alirio Sánchez, el doctor Eduardo Silva y ese gran nortesantandereano, expresión del recio carácter, de la transparencia, de la firmeza, el señor ex presidente Virgilio Barco Vargas.

¿En qué momento nació La Opinión? En uno de esos pocos momentos de quiebre de la violencia que ha habido de la República, aquí vinimos a Chinácota a finales de 2002 a conmemorar los 100 años de los pactos que pusieron punto final a la guerra de los 1.128 días, después de la refriegas de Peralonso y Palonegro, con el país destruido se le puso punto final a aquella guerra con tres pactos.

A Chinácota acudió en nombre de las fuerzas oficiales el General Ramón González Valencia; otro de los tres en aquel final de 1902 fue en la finca Neerlandia, del departamento del Magdalena. Allí acudió en nombre de las fuerzas insurgentes el General Rafael Uribe Uribe y aquel día expresó que se hacía la paz porque ya no quedaba nada por qué pelearse, el país estaba destruido. Agregó bellamente que esa generación de soldados y sus padres se habían equivocado cuando quisieron hacer Patria con los fusiles destructores de la violencia, que convocaba a hacer Patria con las herramientas fecundas del trabajo. El mismo que había estado en los campos de Peralonso en Palonegro.

Y el otro pacto se celebraba en el buque Wisconsin, atracado en Panamá. En nombre de las fuerzas oficiales acudía al General (Alfredo) Vásquez Cobo y los delegados del General Benjamín Herrera en nombre de las fuerzas insurgentes. El General Herrera, quien años después dejó esa sentencia tan importante para la Nación entera: la Patria por encima de los partidos.

Como siempre, la violencia dejó destruida la Nación. Al año se perdió Panamá. Era la cabeza, era la joya de la corona. Bogotá era pequeña, bastante aislada; Medellín tenía unas pocas chimeneas, Cali apenas irrumpía, Cartagena seguía condenada al interior de sus murallas y perdíamos Panamá.

Aquel día en 1903, cuando se independizó Panamá, el General Pedro Nel Ospina acudió al Palacio de San Carlos a darle la noticia al Presidente (José Manuel) Marroquín, quien leía una novela en francés. Nada había que hacer. Los panameños intuyeron las circunstancias, en aquella acta de independencia dijeron que habían llegado a la mayoría de edad, que querían ejercer sus derechos, que se separaban como hermanos.

En el hermano pueblo panameño no hubo intención de violencia, ni nosotros teníamos voluntad de reacción. Habíamos perdido a Panamá, al decir de algunos historiadores: por la presión de la política del ‘gran garrote’ del Presidente (Teodoro) Roosevelt por los intereses económicos, pero se suman también: otros los panameños estaban descansados del gran descuido nuestro, la violencia nos había llevado a descuidar a Panamá.

Ellos ya habían intentado separarse, habían intentado separarse quejándose de la falta de autoridad en Colombia para protegerlos. El General Rafael Reyes había evitado uno de esos intentos de separación. Pero en aquel trimestre final de 1902 el país empezó una vida de paz. Buenos gobiernos, buenos presidentes, podríamos hablar de todos ellos.

Para tener equilibrio, entre ellos podríamos mencionar al General Pedro Nel Ospina, gran realizador. Invirtió bien los recursos de la indemnización por la pérdida de Panamá. Y esa obra importantísima de Alfonso López Pumarejo. Contrariamente a lo que muchos suelen repetir en el discurso político, el Presidente López Pumarejo no fue la revolución de un sector del país contra el otro; fue la modernización de todos los sectores colombianos, fue de la revolución a favor de los derechos de los trabajadores y al mismo tiempo la revolución a favor de la modernización empresarial.

Fue una época importante de la vida colombiana. Sin embargo, aquello que se había logrado en 1902 tuvo amagos de perderse con el asesinato de Uribe Uribe en 1914 y finalmente se perdió cuando la violencia política se expresó de nuevo a principios de los años 1940. Se le pone fin con los pactos del Frente Nacional que lideraron los ex presidentes Alberto Lleras y Laureano Gómez. Y justo en ese momento, para contribuir a consolidarlos, nace aquí, en San José de Cúcuta, La Opinión.

Llegaba en el momento en que se requería aclimatar la fraternidad, silenciar las armas, sustituirlas nuevamente por el argumento, dejar atrás los odios, agitar las tesis. Qué importante el surgimiento de La Opinión en ese receso de violencia en la historia de la Patria.

Pero —y en el año del Bicentenario es bueno recordarlo a los compatriotas e invitarles a acudir nuevamente a los historiadores—, poco duró esa paz.

Todavía muchos rincones de Colombia, aquí en la misma cordillera nortesantandereana, no habían recibido el informe de los pactos del Frente Nacional y ya empezaron a dispararse los fusiles de las guerrillas marxistas, aquellas que traían el odio de clases para sustituir las tesis del debate político, la violencia como único motor de evolución de la historia y la propuesta de la dictadura para dejar atrás el estado de leyes. No hubo tregua.

Y vino después la reacción igualmente cruel del paramilitarismo, unos y otros cooptados por el narcotráfico, la triste realidad que nos permite decir con angustia que las generaciones vivas desde los años 1940 no han tenido un día completo de paz.

El mérito de La Opinión

¡Qué mérito el de La Opinión! Nacer para consolidar el pluralismo y tener que haber resistido tantos años de violencia. Adivinando el espíritu democrático de sus fundadores, haciendo el asomo de interpretarlos, seguramente en ese momento no advirtieron que llegarían otros años de violencia.

Ellos, cansados con toda la violencia que había sufrido el país, quisieron solamente contribuir a la paz y al entendimiento. Un periódico que nació con la paz, pudo haber muerto cuando a los pocos años aparecía nuevamente la violencia. Sin embargo, qué capacidad de resistir.

Yo tengo el vivo recuerdo del doctor Eustorgio Colmenares Baptista. Pude hablar con él en algunas ocasiones, escucharlo. Le oí narrar su experiencia de estudiante en Antioquia, hablar con entusiasmo de sus ideas pluralistas y cómo nos dolió a los colombianos la noticia de su asesinato.

En mi mente empecé a tener claro el panorama bien difícil de Norte de Santander con dos hechos: el asesinato del doctor Colmenares Baptista y el asesinato del senador Jorge Cristo Sahium, de quien había tenido yo la oportunidad de tejer con él una gran amistad en el Congreso de la República, de trabajar conjuntamente y de admirarlo.

Cómo nos conmovieron ambos hechos. Pero también pusieron de presente que la violencia había alterado a fondo la tranquilidad de la tierra nortesantandereana.

El capital social de esta tierra

Hoy, en las vísperas del segundo centenario de la Independencia, aquí en estos 50 años de La Opinión, apreciados compatriotas nortesantandereanos, permítanme decir que esta Patria ha tenido innumerables virtudes, buenos gobiernos, buenos liderazgos, buenas políticas públicas, una gran laboriosidad, un gran capital social.

Hace pocos días un médico del Hospital Johns Hopkins, quien vino a Cartagena al Foro Económico Mundial, me decía que él advertía en la expresión de los colombianos alegría y que eso le llamaba mucho la atención, porque al estudiar la historia del país —que por primera vez visitaba—, todo se imagino menos que hubiera desprevención, menos que hubiera calidez, menos que hubiera alegría en la expresión de los colombianos. Le dije: médico, muchas gracias por anotarlo.

He ahí una gran virtud de capital social de los habitantes de esta tierra. Deberían tener a toda hora el ceño fruncido de la amargura y del dolor, por tanto desgarramiento, pero mantienen la expresión afectuosa y cálida de la esperanza.

Esta Patria debería tener más prosperidad, más equidad. Seguramente los historiadores, los sociólogos, los economistas, los políticos, van a dar sus razones con motivo del segundo centenario. Creo yo, apreciados compatriotas, que ese elemento histórico y permanente de la violencia nos ha hecho mucho daño.

Cuando nacimos a la vida independiente teníamos el mismo per cápita de los Estados Unidos; cuando terminó la Segunda Guerra Mundial teníamos el mismo per cápita de los países más avanzados de Asia, y cómo nos quedamos rezagados, cómo ha influido la violencia.

A mí aquí en esta tierra se me conmueven las fibras de la Patria. Siempre me pregunto cuál es la razón de ser de la laboriosidad de mis compañeros nortesantandereanos. Con admiración pasa por mi mente el reconocimiento a su carácter, a su empeño firme e indeclinable.

La constante histórica de la violencia

Veo que con mucho sentido de Patria el himno de Norte de Santander le hace un homenaje al Libertador (Simón Bolívar) y en otra al General (Francisco de Paula) Santander. Cuando la historia quiso enfrentarlos, aquí se anticiparon a unirlos en el himno. Y cuando pienso allí en Villa del Rosario (Norte de Santander), inmediatamente circula como una ráfaga en el torrente humano la vida del General Santander.

A los seis años abandonó el cultivo del cacao, su caballo, su estadía, su niñez bucólica y emprendió el camino al Colegio de San Bartolomé. Apenas tenía 18 años cuando el Grito de Independencia, acababa de graduarse. Y en ese colegio que le había otorgado el grado lo despacharon a enrolarse en el Ejército.

Pero qué tristeza. Aquel joven nortesantandereano, uno de los padres de la Patria, no se enroló en el Ejército después del 20 de julio de 1810 para afianzar la Independencia, sino en el ejercito del General (Antonio) Nariño, en uno de los ejércitos de nuestra primera guerra civil, en el ejercito del movimiento centralista que gobernaba desde Bogotá y que se enfrentaba al ejercito de Camilo Torres Tenorio de las provincias unidas, que desde Tunja agitaban las ideas federalistas.

Esa primera guerra civil cuánto nos costó. En lugar de consolidar la Independencia le abrimos paso a la reconquista a sangre y fuego. Cuánto nos costó esa reconquista. Anuló todo lo que habían hecho los granadinos en todos los puntos cardinales, en favor de los valores democráticos. Se sacrificó esa primera generación de la iluminación, que muchísimo pudo haber contribuido a la prosperidad nacional, esa gran nómina de investigadores, de científicos, de gentes de bien, los discípulos de (José Celestino) Mutis.

Hace dos años en Mariquita (Tolima) conmemorábamos el segundo centenario de la muerte de Mutis y nos preguntábamos por qué aquella expedición, por qué aquella sapiencia que se despertó con esa tarea, por qué no se reflejó con más abundancia sobre la prosperidad nacional, porque a todos los discípulos de Mutis los llevaron al cadalso. La primera violencia nos produjo ese costo.

Y la violencia entre nosotros era un común ir. El Libertador no llega a Cartagena espontáneamente, llega porque lo acababan de derrotar en su Venezuela, porque después de haberse encontrado con (Francisco) Miranda en 1812 en Londres, en una misión para buscar apoyo, para restablecer a Caracas, destruida por el terremoto y para avanzar en la guerra de la Independencia, las rencillas internas terminan con un penoso enfrentamiento con Miranda.

El Libertador se rearma en Cartagena, en Mompós, en Tenerife, cruza por Cúcuta en aquella epopeya de la Campaña Admirable y es finalmente derrotado. Pero no derrotado por la capacidad del imperio español, derrotado por la ferocidad de sus propios criollos.

Cómo hemos sufrido con la violencia en todos los momentos de la vida nacional. Qué cantidad de costos. Nosotros no pudimos tener al Libertador más años en el Gobierno, porque tuvo que dedicarle todas sus energías a la guerra.

La situación con los españoles se habría resuelto muy fácilmente si no es por los enfrentamientos entre nosotros mismos. Pero cuando regresa el Libertador del sur, tiene que dedicarse un día a apaciguar al General (José Antonio) Páez, a evitar la desintegración de la Gran Colombia por parte de Venezuela y al otro día buscar que el General Juan José Flores no desintegrara la Gran Colombia desde Ecuador.

Entre 1820 y 1826 el General Santander realiza lo que podríamos llamar la primera revolución educativa. Fracasa por la lucha interna, por aquellos fenómenos dolorosos del 25 de septiembre de 1828, que terminan con el fusilamiento del Almirante (José Prudencio) Padilla y con el exilio del General Santander.

Y cuando regresa el general del exilio a asumir la Presidencia de la República en 1832, ya muerto el Libertador, emprende su segunda revolución educativa. Tampoco tiene éxito, porque aparece una nueva violencia que coincide con el momento fundacional de los partidos históricos y porque el General (José María) Obando, que había acompañado al General Santander en sus ideas de una educación más civil, contrarias a las ideas de educación del General Bolívar, el General Obando inexplicablemente emprende la Guerra de los Supremos contra las ideas de su antiguo jefe, el General Santander.

Y tenemos aquellos años de 1850. Finalmente se produce la libertad de los esclavos, pero seguimos siendo esclavizados por la violencia.

El Gobierno de Obando, el Gobierno del General (José María) Melo, los diferentes gobiernos, son sometidos a una gran inestabilidad por la violencia. Lo mismo ocurre con el Gobierno de Mariano Ospina Rodríguez.

Triunfa el General (Tomás Cipriano) Mosquera y el país recibe con alborozo la Constitución de 1863. A su amparo surgen líderes muy importantes de la vida nacional. El General Santos Acosta, a quien se reconoce como uno de los pioneros en la idea de una educación universitaria asequible a todos los colombianos.

(Manuel) Murillo Toro, Aquileo Parra, un proceso democrático de avanzada, vanguardista en el mundo. Y uno se pregunta por qué ese proceso no produjo mejores resultados. Por el desorden, por la inestabilidad, por la violencia.

Anotan los historiadores que entre 1863 y la Constitución de 1886, Colombia tuvo 30 guerras civiles. La elección de (Rafael) Núñez, primero como Presidente del estado de Bolívar y después como Presidente de la Nación entera, en alguna forma fue una reacción contra el desorden y la violencia.

El propio Liberalismo se demoró 50 años después de la muerte de Núñez para reconocerlo, vino a reconocerlo por aquella magnifica tesis de Indalecio Liévano Aguirre. Solamente ese día regresó el nombre de Núñez a la Dirección Nacional Liberal.

Núñez nos dio siete años de paz en el siglo XIX, que permitieron que florecieran los primeros proyectos industriales en el Caribe colombiano, que avanzara el comercio, la agricultura, la caficultura en la Colombia andina y en la Colombia de fronteras.

Pero vino la guerra civil de 1895 y después esa Guerra de los Mil Días, a la cual ya hicimos referencia.

Nosotros hemos pensado en estos años, apreciados compatriotas nortesantandereanos, que la seguridad es el principio de la prosperidad de la Nación.

Hoy se entiende la seguridad como valor democrático

Hemos querido trabajar la seguridad como un valor democrático, la confianza de inversión como un medio para reivindicaciones sociales y la política social como un gran validador de la seguridad y de la inversión.

Creo que se ha dado alguna transformación en la cultura política de la Patria. Antes, cuando hablábamos de seguridad, cuando estábamos en las bancas de la universidad los miembros de mi generación, una propuesta de seguridad se entendía como un camino al fascismo, a la dictadura.

Por fortuna hoy amplios sectores de Colombia, de nuestros compatriotas, entienden la seguridad como un valor democrático, como un valor democrático como una fuente de recursos.

Antes el discurso político se empeñaba en lo social, pero no se refería a la fuente de recursos para financiar lo social.

Hoy amplios sectores de la opinión nacional, aceptan que lo social está indisolublemente vinculado a la confianza de inversión que generen los recursos.

Recuerdo en el año 99 una conversación que tuve oportunidad de sostener en su casa, con el ilustre ex presidente fallecido, Alfonso López Michelsen. Me dijo en presencia de doña Cecilia Caballero de López, su señora: ‘Álvaro, seguramente a usted, como a Churchill, le van a dar la razón, pero no lo van a elegir.

Y doña Cecilia Caballero dijo: ‘Álvaro ¿Y cuál es su propuesta? Y le dije: Doña Cecilia un proyecto de seguridad democrático para todos los colombianos, para que proteja por igual al empresario que al trabajador, a la persona afecta a las tesis de Gobierno que al más radical contradictor. Y ese día me ilusionó mucho, porque doña Cecilia le dijo al ex Presidente: ‘Alfonso, con esas tesis gana Álvaro’.

Y se fue avanzando en ese proceso. Hemos avanzado, pero yo diría que apenas en una pequeña tendencia.

Cuando yo hablo de los huevitos, apreciados compatriotas, es para significar esto, apenas hemos sembrado una tendencia. Se necesita hacer el gran esfuerzo de empollarla, de convertirla en un pollito próspero y vigoroso, de sacarlo adelante para que nos ayude a construir un gallinero de prosperidad en la Patria.

Claro. Yo recuerdo los carros bomba de Cúcuta, recuerdo ese imperio de guerrilla, paramilitarismo, de narcotráfico. Creo que hemos mejorado, pero aún nos azotan las bandas criminales. Hemos avanzado. En lugar de tener 15, 20 mil hectáreas de coca en el Catatumbo, ya tenemos 12 mil hectáreas de palma africana.

Y los propietarios del Catatumbo, los recursos del Gobierno, las Fuerzas Armadas, se están preparando para garantizar la siembra de otras 12 mil hectáreas de palma africana en el Catatumbo.

Pero todavía los violentos insisten. Hace pocos días quemaron una maquinaria. Les decía yo a mis compatriotas del Catatumbo y a las Fuerzas Armadas: ‘por favor, se necesita que cada nortesantandereano sea un cooperante de la Fuerza Pública’.

¿Qué requiere eso? Voluntad y un equipo de comunicaciones, voluntad y un celular, voluntad y un radio, para estar informando a la Fuerza Pública, a fin de que la Fuerza Pública pueda garantizar la seguridad que todos requerimos.

Años de permisividad causaron problema de consumo

El negocio del narcotráfico. Ese negocio criminal fue al principio exclusivamente un negocio de exportación. Se pensó que el país sería lugar de tránsito, pero también se convirtió en lugar de producción. Ustedes han resentido ese fenómeno, especialmente en el Catatumbo.

Se pensó que no seríamos consumidores y hoy tenemos 360 mil adictos. Más de un millón 600 mil colombianos reconocen haber utilizado drogas ilícitas. Creo que hizo muchísimo daño un periodo de 14 años de permisividad con la dosis personal.

Increíble. El país que más ha combatido las siembras de droga, qué más ha combatido el narcotráfico, que más ha fumigado y erradicado manualmente cultivos de droga, que más ciudadanos ha extraditado por el tema del negocio criminal de las drogas, que más sangre ha visto derramar por ese negocio criminal, hubiera tenido tantos años de permisividad con el consumo.

Cuando algunos proponen la legalización yo me pregunto cuál legalización, si con la permisividad del consumo lo habían legalizado.

¿Y qué pasó? Eso creo un negocio criminal doméstico, no solamente de exportación. Aumentó enormemente el consumo y produjo todas dificultades para combatir el negocio criminal.

Y tenemos hoy las bandas criminales asesinando en nuestras ciudades, que se disputan ese negocio criminal del microtráfico.

El país tiene grandes retos

El país tiene desafíos enormes. Creo que en estos años hemos recuperado un monopolio que nunca debimos perder: el monopolio de las Fuerzas Armadas, el de la Justicia.

Y se ha desmontado el paramilitarismo. La palabra paramilitar surgió para denominar bandas privadas criminales, cuyo propósito era combatir a la guerrilla. Las Fuerzas Armadas han recuperado el monopolio de combatir a todos los criminales.

La Justicia, que es autónoma e independiente, había sido desplazada de muchos sitios del territorio por los cabecillas del terrorismo. Muchas zonas rurales de Colombia y en pequeños municipios, jueces y fiscales no podían tomar decisiones. Las decisiones de justicia estaban en manos del aparato usurpador del terrorismo guerrillero y el terrorismo paramilitar. Hoy está restablecida la justicia.

Qué importante que los colombianos hayan recuperado la capacidad para denunciar, qué importante que se esté en un proceso de reclamo y de reparación de víctimas.

Antes las víctimas no reclamaban, temían hacerlo y lo encontraban inútil. Hoy tenemos más de 300 mil víctimas que han registrado sus reclamos. El país está haciendo un enorme esfuerzo en reparación administrativa.

Sé, apreciados compatriotas, que reparación total no hay, pero todo esfuerzo de reparación anula semillas de odio, gérmenes de venganza. Todo lo que hagamos por la reparación construye reconciliación.

Sin embargo, cuando yo pienso en el futuro del huevito de la seguridad, me hago esta reflexión: de nada serviría reparar a las 320 mil víctimas registradas hasta hoy, si no garantizamos la más importante de las reparaciones: el derecho a la no repetición. Qué sería de las nuevas generaciones si no damos esa garantía.

Seguridad y descentralización

Por eso el país tiene que afianzar su seguridad como un valor democrático. Esta seguridad ha recuperado bastante la descentralización.

Ustedes saben la lucha por la descentralización, la lucha por la elección de alcaldes y gobernadores. Es sorprendente. No lo logró la Constitución de 1863.

El Congreso Ideológico de Ibagué de 1923 del Partido Liberal, dirigido por el General Benjamín Herrera, propuso en el primer punto de su manifiesto político la elección popular de alcaldes. Y apenas se logró bien avanzados los años 80, por un proyecto del entonces senador Álvaro Gómez Hurtado.

Las guerrillas nos notificaban a los estudiantes de la universidad pública de los años 70 que de avanzar Colombia en democracia, que de permitir la elección popular de alcaldes y gobernadores, ellos harían la paz.

Primero la elección popular de alcaldes, después la de gobernadores en la Constitución del 91. Y la reacción fue asesinar alcaldes, presionar gobernadores, abrir autopistas de corrupción asaltando los recursos de regalías, las transferencias a los municipios. El desquiciamiento de la ley.

Aquel 8 de agosto de 2002, cuando empezaba nuestro Gobierno, 400 alcaldes de Colombia no estaban en sus municipios; el terrorismo lo impedía. Pues bien, hoy todos están en sus municipios.

Hemos trabajado con todos, independientemente del origen político de su elección, y con todos los gobernadores con la misma regla.

Nos duele mucho el asesinato del Gobernador del Caquetá (Luis Francisco Cuéllar). Fue un retroceso en esa visión. Ayer fue capturado el autor material de ese asesinato.

Creo que la descentralización está hoy más tranquila por el avance de la Seguridad Democrática. Creo que las autoridades de elección popular se sienten rodeadas de garantías por la Seguridad Democrática. Creo que la Seguridad Democrática ha empezado a ponerle taponamiento a esa vía de corrupción que se había abierto por parte del terrorismo para apropiarse de los recursos de los municipios y de los departamentos.

Se robaron recursos de la salud, de regalías, recursos del Sistema General de Participaciones.

Aquí, en los 50 años de un periódico que nació en nombre de los valores democráticos, que ha mantenido en dificultades y ante la incertidumbre la llama de los valores democráticos, un Gobierno que finaliza, ante mis compatriotas nortesantandereanos puedo decir esto: Este proyecto de Seguridad Democrática no se ha regido por el Estado de Sitio, no se ha regido por la legislación marcial. Este proyecto se ha regido por la legislación ordinaria, por el respeto a los derechos políticos, por el respeto a las garantías civiles.

Yo creo que eso les debe dar confianza a las nuevas generaciones para perseverar en la seguridad.

Muchos compatriotas me dicen: ‘bueno, Presidente, pero es que se ha avanzado en lo rural y no en lo urbano’. Los carros bomba, los secuestros masivos se daban en todo el país, más en los grandes centros urbanos.

Pero hay algo bueno: la exigencia de seguridad de los compatriotas no se quedó en 2002; ha seguido evolucionando, como evoluciona la actitud del hombre, de acuerdo con los postulados de (Abraham) Maslow, frente a las necesidades básicas insatisfechas. Resuelta una, aparece la exigencia de que se resuelva la otra.

A mí me agrada ver que mis compatriotas hoy reclaman contra el hurto callejero, reclaman contra el robo al establecimiento de comercio, contra el atraco a una residencia.

En la Colombia de 2002, abrumada por los carros bomba y por los secuestros masivos, no había espacio en la mente de los compatriotas para reclamar contra el delito cotidiano.

Heroísmo y responsabilidad de las Fuerzas Armadas

Esta actitud colectiva de la Patria, obligará a los nuevos gobiernos a seguir mejorando la Seguridad Democrática, a avanzar allí donde todavía no hemos podido avanzar. Pero eso tiene un gran presupuesto, el apoyo a nuestras Fuerzas Armadas, al heroísmo de nuestros soldados y policías. El país los tiene que querer, proteger, apoyar.

Nosotros reconocemos en las Fuerzas Armadas, un gran heroísmo y una gran responsabilidad.

Son muchos los mutilados. Solamente cuidando erradicadores manuales de droga, han muerto 65 policías y hay 45 mutilados.

Y en las Fuerzas Armadas, además del heroísmo, reconocemos su responsabilidad. Las Fuerzas armadas, conjuntamente con los ministros de Defensa y el Presidente, han tomado las más rigurosas decisiones para sancionar violaciones de Derechos Humanos.

Cuando se hable del tema de Derechos Humanos, no puede ser para maltratar a las Fuerzas Armadas, sino para reconocer la responsabilidad que han tenido para su propio mejoramiento.

Yo asistí a las Naciones Unidas a escuchar un testigo protegido sobre los falsos positivos de Ocaña. Ese testigo ha afirmado ante Naciones Unidas que se debió a una penetración del narcotráfico. Penetraciones que venían de atrás.

Lo que pasa es que llegó un Gobierno a exigir la derrota total del narcotráfico, un Gobierno que más que hablar de la necesidad de derrotar este flagelo criminal, ha exigido resultados en todos los días de Gobierno y ha estado, no en la teoría, sino en el trabajo operativo con la Fuerza Pública de la Patria.

Yo diría que es buena esa depuración que se ha venido haciendo y que no se puede invocar como algo contra las Fuerzas Armadas, sino como un reconocimiento a unas Fuerzas Armadas que han tenido el valor de depurarse.

El triángulo Fuerzas Armadas, Constitución y pueblo

Compatriotas, tenemos tres actores para que las nuevas generaciones puedan vivir felices en el suelo de la Patria: las Fuerzas Armadas, la Constitución y el pueblo. Ese triángulo no se puede disolver.

Por eso en esta hora de la Patria, en estas intervenciones finales como Presidente de la República ante mis compatriotas, yo he querido pedir todo el apoyo a las Fuerzas Armadas, todo el reconocimiento.

Recordemos el país del asesinato a los candidatos presidenciales, recordemos el país de la política secuestrada por el narcotráfico, las guerrillas terroristas y el paramilitarismo terrorista. Recordemos el 7 de agosto de 2002, los atentados contra la Casa de Nariño: 23 colombianos asesinados, más de 40 heridos.

Y veamos los procesos electorales de 2003, 2006, 2007 y 2010. Candidatos ubicados en todo el espectro de la política, desde la más radical oposición, hasta aquellos que están de acuerdo con las tesis de Gobierno, todos protegidos, recorriendo el país rodeados de garantías. ¡Qué bueno!

Apreciados compatriotas, la guerrilla le ha faltado a su palabra siempre. Es que el terrorismo no tiene palabra, porque no tiene valores.

Un día dijeron que harían la paz si Colombia permitía la elección popular de alcaldes y gobernadores. Su respuesta fue convertirse en sicarios de los alcaldes.

Otro día dijeron que harían la paz si en Colombia no se repetían fenómenos como el de la Unión Patriótica. En ese fenómeno de la Unión Patriótica tuvieron que ver, a mi modo de ver, dos circunstancias: activistas de la Unión Patriótica mantuvieron la mezcla entre la política y el terrorismo, y también al Estado el faltó más determinación para protegerlos. Esa mezcla es inaceptable.

La oposición radical, ha tenido plenas garantías en estos años. ¿Y adónde está la voluntad de paz? Y una guerrilla terrorista agazapada en el extranjero, disparando desde allá contra el pueblo colombiano.

Otro día dijeron desde el Caguán que si Colombia desmontaba el paramilitarismo harían la paz. Ustedes saben qué le ha pasado al paramilitarismo en este Gobierno. Este Gobierno no se quedó en la actitud hipócrita de hablar mal del paramilitarismo para quedar bien en los salones de los cocteles, sino que enfrentó el paramilitarismo con toda la verticalidad para desmantelarse.

¿Y adonde está la palabra del terrorismo que ofreció la paz si se desmontaba el paramilitarismo?

El único camino frente al terrorismo es avanzar con valores democráticos a derrotarlo. Por eso no se puede aflojar.

Confianza de inversión

Hemos impulsado la confianza de inversión en estos años, no en vano. Si no hubiéramos tenido la confianza de inversión, estas dos crisis de la economía que hemos sufrido nos habrían golpeado mucho más. ¿Qué habría pasado con la crisis de la economía internacional y con la crisis de la economía con la hermana Venezuela de no haber tenido esta confianza de inversión?

El año pasado, la economía latinoamericana cayó 1,7; la nuestra creció un poquito.

Colombia está recuperándose más rápidamente que lo que pronostican todos los analistas de la economía. Crecimientos en el primer trimestre del comercio de la industria, por encima del 6, de las obras civiles del 36.

Ya algunos dicen que por lo que se ve también en el crecimiento del consumo de energía, en el primer trimestre el crecimiento de la economía debió ser, no inferior al 4 por ciento. Hay una recuperación más veloz.

El 60 por ciento de las empresas colombianas están en procesos de inversión. Eso nos puede llevar a que el país vuelva a tener rápidamente crecimientos sostenidos año tras año, por encima del 6 por ciento.

Eso, manejado con responsabilidad social, es lo que nos permite construir una Colombia con una baja tasa de desempleo, una Colombia que vaya superando la pobreza, una Colombia que vaya construyendo equidad.

Por eso, yo les he pedido a mis compatriotas que cuidemos bien ese huevito de la confianza de inversión, que breguemos que empolle. Y algunos críticos dicen sí, está bien, Colombia pasó en estos años de dos mil millones 400 millones de dólares de inversión extranjera, a una inversión de 8 mil 500, 10 mil 578, el año pasado 9 mil 500, este año, a la fecha un crecimiento del 17 por ciento.

Antes invertíamos de cada 100 pesos del producto, 12, 14. El año pasado la tasa de inversión más alta de América Latina, 25.8. Y dicen: pero la pobreza y el desempleo. América Latina el año pasado vio aumentar la pobreza y en Colombia se redujo levemente.

En Colombia el año pasado, a pesar de la crisis, mejoró levemente el coeficiente Gini de distribución del ingreso. Qué fuera de esas tasas de inversión.

En Colombia el año pasado no aumentó la deserción escolar ni universitaria a pesar de la crisis. Siempre que teníamos crisis en el pasado aumentaba la deserción escolar y universitaria, se caían los aportes a la seguridad social. La seguridad social disminuyó velocidad de ampliación en la crisis, pero no vio disminución de aportes ni de aportantes; siguió creciendo.

Entre 2002 y 2007, bajamos sustancialmente el desempleo. La crisis nos volvió a aumentar el desempleo, a pesar de que seguimos construyendo empleo.

Si uno compara la población ocupada, abril 2002-abril 2010, en Colombia hoy hay 3 millones 300 mil personas más con ocupación, de ellos 3 millones con afiliación a la salud.

Yo creo que si Colombia recupera esta dinámica de la economía que ya se perfila, vamos a volver a tener una gran reducción del desempleo y a reducir más velozmente la pobreza.

Apenas comienzan las señales de confianza

Y hay que tener paciencia. Es que apenas estamos empezando a dar señales de confianza.

Hace poco un empresario chino me decía, que él tiene la fabrica de confites más grande del mundo en China y que había pensado en América para montar una sucursal, que nunca había pasado por su mente Colombia, y que ahora estaba considerando a Colombia.

Y uno se pregunta, si apenas empezamos a estar mencionados en los destinos de inversión. Si el otro dice que ya estamos en los países del nuevo milagro, los ‘Civetas’ (Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica); y el otro dice que aumentamos en los índices de competitividad y Naciones Unidas dice que después de China, Colombia y Perú fueron los países que el año pasado más avanzaron en el índice de desarrollo humano ¿Por qué nos vamos a salir del caminito?

Cuando apenas estamos apareciendo en las pantallas de la inversión ¿Por qué vamos a cerrar ese archivo del computador?

Perseverar y abrir mercados

Por eso yo le he insistido mucho en perfeccionar esa política de confianza de inversión, no abandonarla, porque es lo fundamental para poder financiar lo social.

Y hay que perseverar. Los chinos desde que ascendió Deng Xiaoping, han tenido las tasas de inversión más altas del mundo y apenas han reivindicado la pobreza a 400 millones, de un total mil 300 de chinos.

Seguridad, confianza de inversión, el tema de acceso a mercados.

Yo diría que Colombia entre 1989 y 2003 tuvo una apertura unilateral. Abrimos nuestro mercado a productos extranjeros, pero no abrimos mercados para nuestros productos.

En ese periodo tuvimos en la Comunidad Andina, un acuerdo finalmente insuficiente con México y las preferencias unilaterales que por su precariedad, no generan confianza.

Estos años han sido años de acuerdos de comercio. Que con Chile, que con Mercosur, de inversión con Perú, con tres países centroamericanos; ahora con Panamá Con Canadá, en pleno proceso de ratificación en el parlamento canadiense; con los Estados Unidos, inexplicablemente congelado en su Congreso. Recientemente, con la Unión Europea, con China, con India, ahora en negociaciones con Corea.

A la inversión hay que darle oportunidades de mercado. 47 millones de colombianos necesitan poder acceder a todos los mercados del mundo. Poder tener abiertas esas posibilidades.

El pueblo chileno seguramente no concilia bien el sueño, por temor a los temblores de tierra, pero nunca le da miedo por perder un mercado, porque tiene muchos.

Nosotros tenemos que estar abiertos a todos los mercados del mundo. Por supuesto, sin borrar a nuestros hermanos y vecinos.

Preservar la hermandad con Venezuela

Yo particularmente pienso que la frontera no necesita acuerdos de mercado. Que la frontera tiene un derecho histórico: la integración entre los pueblos de un lado y otro, que antecede al derecho legislado.

Tenemos que preservar toda la hermandad con el pueblo de Venezuela. Ustedes saben que yo he causado problemas, por haber hecho un cambio en la política internacional. Por haber dicho que a nosotros no nos pueden consolar dándonos palmaditas de pésame en los hombros, cuando el terrorismo comete estragos en nuestra Patria; por haber reclamado que en ningún lugar se puede esconder el terrorismo.

Pero este Gobierno termina el 7 de agosto. Ya la personalidad de este Presidente de combate sale de la Casa de Nariño y vuelve al más bello oficio, al del ciudadano del común.

Yo confío que eso produzca un nuevo aire en los gobiernos extranjeros, para no afectar el derecho de los ciudadanos de frontera. Eso sí, que todo se restablezca, pero hay un punto que no se puede restablecer: no se puede restablecer la vieja equivocación de creer que por generar complacencia en las relaciones internacionales, no se podía reclamar contra la presencia de terroristas de Colombia más allá de las fronteras.

Afecto por Norte de Santander

La verdad es que he procurado con mis compañeros de Gobierno ganarnos un campeonato de afecto por la tierra nortesantandereana. Cuando sé que hay un viaje a Cúcuta, o a Tibú o alguna parte de Norte de Santander, yo siento alegría en el alma.

Hemos hecho algunos avances. Es mucho más lo que falta y he sufrido mucho por estas dificultades de frontera. Pero sé que una política internacional firme, que ya no tenga la causa de animosidad que mi presencia genera, firme y prudente, puede ayudar a que se restablezcan plenamente los derechos históricos de los ciudadanos de frontera.

Claro que a mí me preocupa que le vaya mal a la economía del vecino. Nosotros vivimos en unos fenómenos de ósmosis económica; si a nosotros nos va bien al vecino le va bien, si al vecino le va mal también nos va mal a nosotros. Uno quiere que se restablezca plenamente la capacidad adquisitiva del hermano pueblo de Venezuela.

Es muy difícil que un hermano prospere si el otro no prospera. Necesitamos la prosperidad de todos y la necesitamos.

Nuestro modelo de libertades está probando que sirve, Si no sirviera no estaría mostrando este gran vigor para recuperar su economía.

En el fondo también hay una preocupación por diferencia de modelos. Cuando se restringe la iniciativa privada, finalmente se termina con la capacidad adquisitiva y con la calidad de vida de los pueblos. Eso ha sido un axioma de la historia.

Los historiadores todavía nos deben una respuesta. ¿Por qué se cayó el Muro de Berlín (Alemania), colapsó Unión Soviética? ¿Por un reclamo de libertades o de calidad de vida? Seguramente era subyacente en los ciudadanos de aquel momento el reclamo por las libertades, pero lo que estaba a flor de labios era el reclamo por calidad de vida.

Los alemanes del Este miraban por entre las rendijas del Muro de Berlín a la Alemania del Oeste. En el Este sentían totalmente anulada su calidad de vida y también veían con envidia la prosperidad de la calidad de vida en el Oeste.

Cuando se anula la iniciativa privada, el aparato productivo queda en el monopolio del Estado; ese aparato productivo evoluciona hacia la obsolescencia y condena a los ciudadanos a no tener buena calidad de vida.

El modelo de libertades con responsabilidad social es muy importante, no se puede renunciar a él. Ojala todos lo entendiéramos y yo sé, en el alma los colombianos, lo único que deseamos es nuestra propia prosperidad, y la prosperidad de nuestros hermanos, de todos estos países de frontera, para poder salir adelante.

Yo no quiero hablar de lo poco que haya podido hacer este Gobierno en Norte de Santander. Hay unos avances y es mucho más lo que falta. Pero sé que trabajando con intensidad, con dedicación, con el nuevo Gobierno seguirán avanzando.

Lo que se ha podido hacer se ha hecho con cariño y también con afecto por esta gran tierra y por ustedes, reconocemos todo lo que falta.

Cuando yo salga en la tarde del 7 de agosto de la Casa de Nariño y regrese al bello oficio de simple ciudadano de Colombia, llevaré un pesado maletín de gratitud por Norte de Santander y llevaré conmigo ese equipaje hasta la hora final.

Les he contado a las juventudes universitarias en estos días, algunos episodios de la vida del General Santander. Pero me conmueve mucho uno. Cuentan los historiadores que en las horas finales de su vida dijo: ’El último día hábil de mi vida es el primero en que dejo de dedicarme a la causa de la Independencia, de la libertad y del bienestar de la Nueva Granada’.

Ojala la Providencia nos permita vivir hasta la agonía con un afecto que permanentemente este henchido por la Patria Colombiana y procurar, a toda hora, servirle.

Deseo a este gran pueblo nortesantandereano todos los éxitos desde el fondo del alma y sé que los van a tener. La laboriosidad de ustedes no encuentra obstáculos que la detengan.

Doctor Jose Eustorgio Colmenares, muy apreciados integrantes de la familia de La Opinión: Felicitaciones.

Muy fácil habrían sido 50 años de prensa en una nación bucólica o industrializada, en cualquier caso tranquila. Difícil y meritorios 50 años de prensa que nacieron en una tregua y que se ha debatido en un país con tanta violencia.

Lindo homenaje a los mayores, al carácter de Virgilio Barco, ex presidente de la República, y a la gran determinación de Eustorgio Colmenares Baptista.

A todos los escritores y articulistas de La Opinión encabezados por Cicerón Flórez (Director del periódico), esa gran pluma de la democracia a quien todos, independientemente de su aprobación o de su desaprobación, le reconocemos todos los meritos y exaltamos en él a un gran colombiano.

La Opinión para mi implica un nombre muy importante, porque yo creo que el elemento característico del Estado de Derecho es la participación de opinión. El Estado de Opinión, que no es la antitesis del Estado de Derecho, sino su más elevada expresión. Creo no equivocarme si afirmo que los fundadores en 1960 así lo pensaron.

Muchos éxitos a La Opinión en los 50 años que vienen”.
 
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