DISCURSO
DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DIRECTIVO DE LA ANIF
El siguiente es el discurso de Luis Carlos Sarmiento Angulo, presidente
del Consejo Directivo de la Asociación Nacional de Instituciones
Financieras (Anif), pronunciado durante la XXII Asamblea Anual
de la agremiación.
"LA
SEGURIDAD
El
Fraser Institute de Canadá elabora un índice de
libertad económica para distintos países. Una de
las variables consideradas es la aplicación de la ley y
el orden. Para 2000, siendo cero la peor calificación y
diez la máxima, Colombia obtuvo 1.67, el puesto 111 entre
113 países. Estuvimos por encima del Congo y de Guinea.
En el conjunto del capítulo de estructura legal y derecho,
que concluye otras variables como independencia judicial y de
las cortes y protección intelectual, Colombia obtuvo 3.53
puntos. La posición de 102 entre 114 países. Este
es un récord pobre, no sólo para atraer inversión
extranjera, sino para motivar a los inversionistas locales.
Tiene
razón el gobierno cuando le apuesta al hecho evidente de
que una mejoría en la seguridad física del país
debe traducirse en un aumento en la inversión. De hecho,
los colombianos sentimos que en los escasos dos meses de gobierno
mucho se ha avanzado y ya se siente un impacto favorable en la
actividad económica en varias zonas del país. El
aumento del tráfico en las principales carreteras muestra
ese cambio positivo en las expectativas de seguridad.
Pero
la seguridad física, aunque necesaria, no es suficiente
para generar un entorno favorable a la inversión. Adicionalmente,
se requiere seguridad económica, equilibrio en las variables
fundamentales, baja volatilidad. Y sobre todo es indispensable
la seguridad jurídica representada por la estabilidad en
las reglas de juego y un entorno institucional y normativo favorable
a la actividad empresarial.
Las
dificultades fiscales del Estado han creado un terreno abonado
para el deterioro en la estabilidad jurídica y normativa,
y en el entorno institucional, y por lo tanto para la inversión.
No es fácil hacer empresa en medio de la expectativa permanente
de una reforma tributaria en el corto plazo. Pero el tema es más
complejo, la necesidad de recursos ha generado hostilidad del
sector público hacia el sector privado. Hay ambigüedad
en las normas y existe un sesgo de interpretación adverso
al interés empresarial.
Quisiera
detenerme compartiendo con ustedes algunos casos que ilustran
la actitud inconsecuente de algunas entidades del sector público
frente al sector privado y que enrarecen el entorno institucional
para la inversión y la actividad empresarial.
Lo
primero es observar la posición del particular cuando adelanta
tramites ante el estado. Los plazos para los particulares son
perentorios y si no se cumplen, las sanciones llegan. Pues bien,
los plazos de los funcionarios pueden ser fácilmente soslayados
mediante la solicitud de trámites o documentos adicionales.
Esto, claro está, implica incertidumbre, mayores costos
y menos eficiencia para las empresas.
En
Colombia son numerosas las superintendencias. Es normal que las
empresas tengan diferencias con los criterios de estas entidades.
Cuando esto ocurre, los procedimientos sancionatorios se agotan
en la vía gubernativa en muy breve plazo. Muy fácilmente
se imponen sanciones que tienen inmediata aplicación. Si
la empresa no está conforme tiene la opción de acudir
al Contencioso Administrativo para hacer valer sus derechos. Pero
allí un proceso puede durar varios años. Cuando
la sentencia falla suele ocurrir que las sentencias ya no tengan
ni si quiera un interés histórico. En resumen, existe
un estatuto de sanciones de contado contra la eventualidad de
un resarcimiento a muy largo plazo.
Las
reglas del juego con la DIAN no son más equilibradas. Veamos
el siguiente ejercicio. Cuando los contribuyentes tienen un saldo
a favor el Estado les reconoce una tasa de interés igual.
Un 6% anual. Pero si por alguna razón el saldo es a cargo
del contribuyente, éste tiene que pagar intereses propios
a la usura. Hoy 30% anual. Además, las normas señalan
que a partir de tres años los saldos se ajustan por la
inflación y, como si fuera poco, en muchos casos se aplica
la máxima sanción de 160% por inexactitud. Es decir
que, asumiendo que la reclamación se resuelve en cuatro
años, si se aceptan los argumentos del contribuyente, se
le reconoce el 24% de remuneración en el periodo, si al
decisión es adversa, le costaría posiblemente 292%
en el mismo término.
La
situación se torna francamente inexplicable cuando vemos
que si un contribuyente accede a aumentar los impuestos al ser
requerido por la DIAN y luego reclamar a fin de evitar esta injusta
sanción, simplemente no lo puede hacer. ¿Por qué?,
se preguntarán ustedes. Pues bien, si paga pierde el derecho
a reclamar.
Naturalmente
los contribuyentes honrados deberían poder presentar una
consulta a la DIAN antes de efectuar la respectiva operación
comercial o de presentar la declaración de renta, pero
esto no procede porque la DIAN deja claro que a la hora de revisar
la declaración puede apartarse de sus propios conceptos
y actuar en sentido contrario.
Toda
esta situación surge de la falta de claridad y precisión
en la redacción de las normas, las cuales admiten diversas
interpretaciones aunque se trate de entenderlas con el mayor rigor
y la buena fe.
No
faltan razones para mostrar preocupación frente a la penalización
para quienes incurran en alguna falta tributaría.
Es
muy probable que aún actuando de buena fe los contribuyentes
terminen en las puertas de un proceso penal. Y lo que no es menos
grave, el sistema podía convertirse en si mismo en un instrumento
que debilite aún más la capacidad del contribuyente
de reclamar ante las autoridades tributarias.
Creemos
y estamos convencidos que los impuestos son necesarios, y que
todos debemos contribuir con el pago de los mismos. Pero es a
todas luces inconveniente y dañino para el ambiente empresarial
que, con el ánimo de incrementar el recaudo, se sacrifique
la claridad y la transparencia que debe guiar la relación
entre la administración tributaria y los contribuyentes.
Cuando
uno busca ejemplos para ilustrar el problema de la inestabilidad
jurídica, tiene que mencionar algunos de los fallos de
la anterior Corte Constitucional. Son notorias las sentencias
económicas de efecto retroactivo y en particular aquellas
que exigieron el cambio de las tasas de interés para el
resto de la vigencia de contratos en proceso, sin que siquiera
existiera, en muchos casos reclamación de algunas de las
partes.
En
efecto, cuando los créditos se deterioraron y se introdujo
la cultura del no pago originada en secuencias de la anterior
Corte y declaraciones de algunos funcionarios públicos,
la gente no pagó y entregó las viviendas. Las entidades
financieras se vieron obligadas a venderlas afectando hacia abajo
el precio de las mismas. Los daños sociales superaron de
lejos los eventuales beneficios que se pretendían alcanzar.
Los más perjudicados fueron aquellos que cumplieron sus
obligaciones, pues vieron disminuir el valor de su patrimonio.
Podríamos
citar innumerables ejemplos que afectan el ejercicio normal de
los negocios y se han constituido en barreras importantes para
la actividad empresarial. Hay problemas económicos reales.
No le sumemos a estos un trato inapropiado y excesos en la actitud
del estado que terminan por lesionar a las empresas y atemorizar
a los inversionistas.
Creemos
en la ley, pero creemos también que su aplicación
debe ser justa, proporcional y equilibrada. No olvidemos que,
en medio de la globalización, los países compiten
por la inversión, y Colombia tiene en el entorno jurídico
e institucional uno e sus mayores limitaciones.
HACIA
UNA NUEVA ACTITUD PUBLICA Y PRIVADA
Hay
una carga ideológica en el país que se ha venido
alimentando del debate político y que enfrenta la actividad
y la dinámica de la vida pública y privada. Peligrosamente
se ha trazado una raya en el piso, donde de un lado, está
la actividad privada que supuestamente defiende únicamente
sus propios intereses, y del otro, como antagonista, el sector
público como legítimo representante del bienestar
social. Una ideología que defiende todo lo que es público
y descalifica sin juicio todo lo privado. Esta manera de entender
la relación entre lo público y lo privado no sólo
es ajena a la realidad, sino que compromete las posibilidades
futuras del país. El empleo y la riqueza no se crean por
decreto. Es la inversión y la actividad empresarial la
que genera empleo, ingresos y salarios para los colombianos.
Señor
Presidente: Queremos proponer e insistir en una gran cruzada para
reactivar la economía. Se necesita un cambio de actitud
que favorezca el establecimiento de nuevas empresas y frene y
corrija los obstáculos que hay en todas partes para este
propósito. Estamos seguros de que en esta decisión
encontraríamos buena parte de la solución a nuestros
problemas económicos. Consideramos que resultaría
de gran ayuda la conformación de una comisión integrada
por funcionarios del alto rango del Gobierno, que tuviera a su
cargo la recepción de este tipo de quejas que formulen
los empresarios, con miras a buscar soluciones prácticas
que simplifiquen las tramitaciones burocráticas y eliminen
las iniquidades existentes, cuando consideren que las quejas son
fundamentadas.
Este
cambio de actitud, además de tener un efecto positivo,
tiene el encanto de que no tiene costos. Puede producir resultados
en forma confiable y eficiente, sin generar nuevos gastos. Pensemos
en el país de una manera diferente, lideremos un cambio
en la forma como valoramos la vida, el trabajo y el esfuerzo de
los colombianos. El patrimonio del país es uno solo y está
compuesto tanto como por el patrimonio del sector público
como del sector privado. De él hacen parte los centros
de educación y los hospitales, pero también la infraestructura
vial y de servicios, así como las fábricas, los
bancos, la tierra, el recurso humano y el trabajo de los colombianos.
Para sacar al país adelante debemos pensar cuál
es la forma más eficiente de usar ese patrimonio representado
en recursos de diversa naturaleza. En esta manera de entender
la sociedad no cabe antagonismo entre lo público y lo privado,
lo que se impone es la complementariedad.
Hay
que acabar con el fetiche del antagonismo y construir sobre la
idea de la solidaridad. Pensando de esa manera, es posible escrutar
el cumplimiento de los deberes del sector privado frente la sociedad,
pero también es posible entender que existe un límite
para la intervención y el tamaño del Estado, más
allá del cual, no el sector privado sino la sociedad en
su conjunto, se empobrece.
El
sector financiero es parte de la solución.
El
sector financiero muestra signos de recuperación de los
momentos particularmente difíciles que viviera en tiempos
recientes gracias a que en los últimos años, a más
de inmensos esfuerzos de su tecnificación y mejoras administrativas,
ha invertido billonarios recursos para su fortalecimiento.
Enfrentamos
las dificultades que nos impuso la crisis económica, las
cuales no sobra mencionarlo, fueron agravadas por decisiones de
algunas instituciones estatales. Cito como ejemplo los fallos
de la Corte Constitucional sobre el sistema hipotecario, y el
establecimiento del impuesto del 3 por mil a las transacciones
en momentos de particular riesgo para el sector.
Se
ha dicho muchas veces, insistentemente, que el gobierno anterior
gasto más de 7 billones en el saneamiento del sector financiero.
Vale la pena aclarar que ese dinero se gastó íntegramente
en los bancos del gobierno y que ni un solo peso de esos 7 billones
se utilizó para ayudar a entidades del sector privado.
Cuando
FOGAFIN ha dado créditos al sector financiero privado,
estos han tenido que utilizarse en su totalidad adquiriendo bonos
emitidos por el mismo FOGAFIN. Es decir, que estos créditos
se hicieron en papeles de deuda y en ningún caso en dinero
sufragado por el presupuesto del gobierno. Por el contrario, el
diferencial entre el crédito y los bonos implica un riesgo
de 2% anual para FOGAFIN. Es una cifra aproximada de $1.5 billones,
esto genera ingresos anuales por 30.000 millones a esta entidad.
Sabemos
que aún queda mucho por hacer y que persisten riesgos importantes,
sobre todo el sector hipotecario, problemas que iremos resolviendo
de la mano de la recuperación de la economía. Lo
fundamental es poder afirmar que Colombia tiene un sistema sólido.
Nuestros índices de solvencia superan los requerimientos
regulatorios y los estándares internacionales. Estamos
preparados para contribuir a la recuperación de la economía.
En la medida en que las empresas vayan mejorando sus balances
demanden recursos para su operación y expansión,
la cartera tendrá una dinámica ascendente.
Hemos
tomado nota del interés de fortalecer la micro, la pequeña
y la mediana empresa y estamos dispuestos a introducir los procesos
de análisis de crédito necesario para apoyar la
política de financiamiento que permita intermediar hacia
estos sectores los recursos que el gobierno ha previsto para el
efecto.
Señor
Presidente: quiero terminar reafirmando nuestro optimismo frente
al futuro del país. Hemos venido siguiendo muy de cerca
y admirando la forma como usted se ha entregado sin reservas y
con ejemplar devoción, a ejercer el Gobierno para mejorar
el destino de los colombianos y nos viene a la memoria en este
momento la sabia sentencia de nuestro Escudo Patrio: LIBERTAD
Y ORDEN. Vemos esperanzados como su labor se orienta a recuperar
el orden, ese orden que permitirá que los campesinos desplazados
puedan regresar a sus parcelas de donde nunca debieron salir,
que todos los colombianos podamos recorrer con alegría
y sin preocupación las carreteras de nuestra patria y en
fin, que Colombia sea otra vez tierra de trabajo donde impere
la justicia, el progreso y el derecho a la vida. Estamos con usted;
le ratificamos nuestro apoyo incondicional y reclamamos el de
todos los demás colombianos para este propósito,
porque cuando se logre, automáticamente habremos recuperado
la tan anhelada libertad. De eso estamos seguros.
Cuente
con nosotros para sacar este país adelante. Como usted,
estamos dispuestos a trabajar por una Colombia próspera,
democrática y pacífica".