Discurso del presidente Uribe durante la
condecoración
con la 'Gran Cruz de Boyacá' a Lucio Gutiérrez
"
TODO NOS UNE, SEÑOR PRESIDENTE, NADA NOS DIVIDE "
Bogotá, mar. 16 (SNE).- Tras imponer la condecoración
'Gran Cruz de Boyacá' al presidente de Ecuador, Lucio
Gutiérrez, el Jefe de Estado colombiano dijo que este
reconocimiento reafirma el compromiso entre las dos Naciones
y que "queda en el pecho de un amigo y hermano que ha servido
bien a su pueblo y a la Comunidad Andina, a la democracia continental,
entrañablemente, a Colombia".
"
Todo nos une, señor Presidente, nada nos divide",
le dijo el presidente Álvaro Uribe Vélez a Lucio
Gutiérrez, de visita oficial en el país.
El siguiente es el texto del discurso del Presidente de la República
de Colombia durante la condecoración en la Casa de Nariño:
"
Señor Presidente Lucio Gutiérrez:
Como Jefe de Estado y de Gobierno de Colombia, impongo a usted,
en nombre de toda la Nación, la Orden de Boyacá en
el Grado de Gran Collar.
Hay un origen épico en esta Orden: fue el propio pueblo
de la Nueva Granada, poco después del triunfo de Boyacá,
quien declaró a los guerreros, Libertadores, y les decretó los
honores del triunfo.
Esa épica congrega a nuestros pueblos, porque más
que vecinos o amigos, somos hermanos. La razón histórica
nos une como un solo pueblo, nos fusiona en una gran Nación, única
e indivisible: "ni europea, ni india, sino una especie media
entre los aborígenes y los españoles", como
bellamente la caracterizó el Libertador.
Siempre que se hable hoy de la agenda bilateral del Ecuador y
Colombia, debemos recordar que en nuestra génesis hay
una sociedad que comparte sus hitos fundacionales.
Recordar que fue la provincia de Quito, tempranamente, la que
señaló el camino a los pueblos hispanos, al ser
la primera en proclamar su independencia el 10 de agosto de
1809, y la que alentó a las otras a seguir sus pasos.
Siempre que hablemos de agenda bilateral, hay que tener presente
que la colaboración mancomunada de los latinoamericanos
se expresó por primera vez en la gesta emancipadora
del pueblo del Ecuador, fruto del concurso de neogranadinos,
venezolanos, quiteños, guayaquileños, bajo la
orientación del Libertador y del gran José de
San Martín, líder de los pueblos del extremo
Sur del continente.
Siempre que hablemos de agenda bilateral para nuestros países,
debemos pensar que a nuestros gobiernos, la vida les ha deparado
el honor de orientar el destino de dos de los varios segmentos
de una misma nación: la Nación Andina, febrilmente
soñada por el Libertador desde los tiempos de la Carta
de Jamaica, en 1815.
Nuestros pueblos, Señor Presidente, señora Ximena
de Gutiérrez y estimados miembros de la delegación
ecuatoriana, deben vibrar al ritmo del sueño de la armonía
bolivariana, tal como lo hicieron en 1824, cuando Quito fue el
epicentro de la vida de los cuatro próceres cuya memoria
debiera iluminar constantemente a nuestra nación andina:
Bolívar, Sucre, Córdoba y Manuelita.
Manuelita, la Libertadora del Libertador, es emblema de la mujer
patriota: ecuatoriana, colombiana y latinoamericana. Por sus
méritos militares ganó los galardones en el campo
de batalla, y se convirtió en la primera coronela del
ejército colombiano.
Debemos proponernos, señor Presidente, que nuestros pueblos
revivan ese sentimiento de 1824, cuando Bolívar se llamaba
a sí mismo colombiano, Sucre era recibido como hijo adoptivo
por los quiteños y Córdoba aceraba su verbo y su
espada en los campos de lo que hoy son Ecuador, Perú y
Bolivia.
Nuestro origen, señor Presidente, nos marca un destino
inexorable: reconocernos como un solo pueblo, constituirnos como
una organización política común, grande
y soberana, que reivindique su poder de negociación en
un universo cada vez más dirigido a la conformación
de bloques supranacionales.
Los hechos del siglo XXI, vuelven a poner sobre el tapete esos
sueños del Bolívar visionario, el de la Gran
Colombia, cuando en mayo de 1830, con la participación
de 10 representantes de las provincias ecuatorianas, soñó con
la adopción de una Constitución admirable, sintonizada
con nuestras realidades.
Todo nos une, señor Presidente, nada nos divide. Al imponerle
esta condecoración, la más elevada que otorga la
democracia colombiana, sé que queda en el pecho de un
amigo y hermano que ha servido bien a su pueblo y a la comunidad
andina, a la democracia continental, entrañablemente,
a Colombia.
Hago votos porque se repitan estos encuentros. Que fructifiquen
los acuerdos entre las cancillerías; que el trabajo
enjundioso de los embajadores, de los ministerios, entidades
que impulsan nuestro comercio, redunde en beneficio de nuestras
economías y en bienestar para ambos pueblos.
Agradezco su visita, señor Presidente, su amistad, su
insomne preocupación por la seguridad y la paz de Colombia,
su visión al entender que el desafío del terrorismo
sobre Colombia es un riesgo para la región y que por ende
hay que ayudar a Colombia a superarlo.
Propongo, señor Presidente, que los esfuerzos en este
y todos los encuentros propendan, como nos lo aconsejara el Libertador,
por "acertar en la búsqueda de la felicidad del pueblo
y por trabajar por el bien inestimable de la unión: los
pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la
anarquía; los ministros del santuario elevando sus oraciones
al cielo y los militares empleando su espada en defender las
garantías sociales".
Muchas gracias señor Presidente, por llevar desde hoy
en su pecho, la Gran Cruz de Boyacá".