SESIÓN
SOLEMNE EXTRAORDINARIA EN EL
CONGRESO NACIONAL DE LA REPÚBLICA DE ECUADOR
Agosto
22 de 2003 ( Quito - Ecuador)
Señoras y señores:
Esta mañana salimos de Bogotá, allá en la
altillanura que vivió tan conectada con Quito en los primeros
momentos de nuestra historia como hoy, salimos de allá llenos
de ilusiones y nos encontramos con este infinito sol quiteño
y hemos tenido un día magnífico, de reflexiones,
un día que nos ha permitido encontrar fortalezas, como aquellas
que señala su brillante intervención que acabamos
de escucharle, por cierto, llena de generosidad.
Tuve oportunidad, a primera hora, de colocar
una ofrenda floral a los héroes de la independencia, aquellos mártires
de 1809.
Después de asistir al Concejo Municipal y de recibir del
Alcalde las llaves de Quito. Allí hice expreso reconocimiento
del esfuerzo de esta gran ciudad para poder enfrentar los desafíos
de su descomunal crecimiento urbano en los últimos 25 años,
de los logros para mejorar su infraestructura y para dar, en general,
comodidad a sus habitantes.
Posteriormente tuve la oportunidad de reunirme
con el Presidente de la República y recibir generosamente de sus manos la
Orden Nacional del Ecuador. Le expresé mi reconocimiento
a su transparencia, a la solidaridad de su Gobierno con Colombia,
a su verticalidad. Sus propuestas ante el Secretario General de
las Naciones Unidas, ante el Grupo de Río, han sido unas
propuestas para resolver el problema colombiano, formuladas con
dignidad, con pragmatismo.
No se ha quedado en la declaración retórica que
para cualquiera es fácil firmar, ha propuesto acciones con
consecuencias. Por ejemplo, que las Naciones Unidas realice un
oficio gestor en Colombia, conmine a los grupos violentos a sentarse
a dialogar o que de lo contrario, para que ese derramamiento de
sangre se suture, que se piense en alternativas entre el Grupo
de Río, las Naciones Unidas y el Gobierno de Colombia.
Ha sido muy grato poder departir a lo largo
del día con
ustedes y llego ahora a esta casa de la democracia, llego con profundo
respeto. Usted, señor Presidente, ha cumplido el acuerdo
de este Congreso y me ha concedido generosamente la orden Eloy
Alfaro. La recibo con mucho compromiso.
En Colombia hay profunda admiración por la tarea de Alfaro.
Justamente, modernizó en la República ecuatoriana
cuando Colombia, sumida en los estragos de la Guerra de los Mil
Días, veía irse a Panamá. Sufría el
más profundo retroceso de su economía y a tiempo
que Alfaro modernizaba al Ecuador en su infraestructura, en sus
concepciones políticas y sociales, traía las disposiciones
legales para reconocer los derechos de la mujer, en Colombia el
General Reyes empezaba una tarea de recuperación de la obra
física que se había perdido en la guerra.
El General Uribe y el General Herrera inspiraron
buena parte de sus propuestas políticas en la Colombia de la posguerra,
en la tarea de Alfaro en el Ecuador. Y la obra modernizante llegó en
1934 con la presidencia de Alfonso López Pumarejo, bastante
inspirada en lo que se había hecho en el Ecuador a finales
y principios de siglo, bajo la comandancia democrática de
Alfaro.
Esta orden compromete profundamente a mirar
hacia delante, a estar en una tarea dialéctica ininterrumpida para contribuir a
la modernización de nuestros pueblos.
Le agradezco profundamente a usted señor Presidente y a
todos los integrantes del Congreso. Cuando lo escuchaba con atención
y con profundo respeto, se ha provocado en mí también
mi vocación parlamentaria. Permítanme pues entonces,
con toda la solidaridad, hacer aquí un ejercicio de monólogo
de debate, a partir de dos supuestos.
El primero: lo único que sentimos en Colombia por Ecuador,
es solidaridad, afecto y gratitud. Nosotros nada tenemos que reclamarle
al Ecuador. Todo lo que tenemos que formularle al Ecuador es la
expresión de nuestra gratitud.
Y también déjeme decirle señor Presidente
el segundo supuesto de este monólogo: cuando dos hermanos
se encuentran y han tenido diferentes interpretaciones de los temas,
se dedican las primeras horas de ese encuentro a debatir las apreciaciones
de esta gran Nación sobre el Plan Colombia y sobre muchos
de los temas de Colombia. Son comprensibles y en un debate constructivo
plenamente aclarables. Entonces, con criterio solidario voy a exponer
a ustedes algunas de esas inquietudes.
Ha manifestado usted, señor Presidente, la necesidad de
que nuestros sectores productivos hagan alianzas estratégicas,
que yo llamaría a profundidad. Se requieren sociedades de
capital binacional privado, fundamentalmente. Usted lo ha dicho
de manera clarividente, es la única manera de poder obtener
las inmensas ventajas potenciales de dos economías en algunas
facetas complementarias, en otras facetas que tienen que competir.
Pero dos economías que fundamentalmente se tienen que integrar
en lo bilateral, no solo para surtir con éxito las demandas
bilaterales, sino para proceder exitosamente en el marco de la
Comunidad Andina y para afrontar exitosamente los desafíos
de la globalización.
Esta mañana estuve también el templo de la Patria,
en aquel sitio donde se recuerda la Batalla de Pichincha porque
allí se llevó acabo. Y allí encontré en
una de las salas dos estatuas: la de Bolívar y la de Sucre.
La Gran Colombia era una opción política, las circunstancia
de los tiempos no la dejaron prosperar, pero las mismas circunstancias
de los tiempos hoy la presentan no como opción sino como
imperativo. La integración económica entre nuestras
patrias es un imperativo, un imperativo para aumentar el producto,
un imperativo para ser universalmente competitivos, un imperativo
para mejorar el ingreso y un imperativo para construir justicia
social. Comparto plenamente ese llamado suyo.
Usted, como su Gobierno, como el sector
privado, formula preocupaciones por lo ocurrido en los últimos años con la balanza
comercial. Allí hay unos factores que nos obligan a mirar
tendencias y no la fotografía de un momento.
Cuando había un sucre devaluado y un peso colombiano revaluado,
la tendencia era la contraria: Colombia le compraba mucho más
a Ecuador, que lo que Ecuador compraba de Colombia. Ustedes han
hecho un esfuerzo respetable y en su autonomía son los únicos
llamados a evaluarlo, el de la dolarización.
Entendemos que todos esos procesos tienen
que consumir etapas, tienen que ir produciendo madurez para los
resultados e introduciendo
ajustes. Nosotros simplemente queremos seguir el veredicto de ustedes,
porque es a ustedes únicamente, a quienes compete definir
su moneda.
Lo que sí quiero expresar es que somos conscientes que
así como nos tenemos que integrar, esa integración
solo prospera y se mantiene en la medida que haya ventajas para
los dos pueblos. Los acuerdos entre los países son como
los negocios de buena fe entre los particulares: para que duren
tienen que ser equilibrados. Si se desequilibran, terminan en estragos
y en enemistades.
Estamos dispuestos a reexaminar diariamente
la marcha de nuestras relaciones comerciales para introducir
resultados equitativos.
Indudablemente Ecuador ha sido un destino muy importante de inversiones
para el capital colombiano. Aquí han llegado empresas de
la mejor procedencia y del más ilusinante futuro, a establecerse
y han encontrado abiertas las puertas ecuatorianas.
Esta mañana yo le decía al Alcalde, cuando me entregó las
llaves de Quito, que los colombianos no hemos necesitado llaves
para abrir puertas que no nos han atravesado en Ecuador. Aquí ni
siquiera ha habido puertas que tengamos que abrir. Aquí lo único
que hemos encontrado es corazones abiertos para acoger a los colombianos
y a sus tareas productivas.
Confío plenamente que este ritmo de inversiones tiene que
continuar y ojalá sumadas las alianzas estratégicas,
estimule el crecimiento de ese ritmo de inversión.
Las balanzas han ignorado un tema de fundamental
importancia: el turismo. Cuando se suman, se muestran resultados
diferentes.
El año pasado 160 mil colombianos vinieron a hacer turismo
Ecuador. En la medida en que en Colombia reestablezcamos el orden
público en las carreteras y que ustedes vayan llegando a
los puntos de competitividad que esperan en su proceso de dolarización,
la tendencia turística de Colombia hacia el Ecuador será todavía
mucho mayor.
Creo que es de la mayor conveniencia sumarle
a nuestra balanza comercial la balanza turística, porque los colombianos han
tenido en la Patria ecuatoriana uno de sus destinos turísticos
favoritos.
En los próximos días empezarán las caravanas
de turismo y para eso sí que hay que derrotar el terrorismo
en las carreteras de Colombia. Ahí le voy dando razones,
Presidente, para que me ayude a meditar sobre cómo vamos
a derrotar ese terrorismo allá, porque para beneficio ecuatoriano,
para el gozo de miles y miles de colombianos que tienen en esta
Patria su principal destino turístico, tenemos que derrotar
el terrorismo en Colombia.
También, nuestra oficina de promoción de comercio
está organizando macrorruedas de negocios en Quito con empresarios
colombianos que vengan a examinar más productos ecuatorianos
para comprar acá. Confiamos que sean exitosas.
Y usted ha mencionado el tema de los servicios
públicos:
quiero agregarle al de la transmisión y provisión
de energía dos: gas y petróleo.
En cuanto a petróleo, el panorama ecuatoriano es promisorio,
el colombiano difícil. La verdad es que una de las opciones
de provisión de estos combustibles que Colombia tiene, necesariamente
es Ecuador.
En cuanto a gas, tenemos que completar
la conexión por
un lado Venezuela – Colombia – Panamá y por
otro lado, Colombia – Ecuador. Eso nos permitiría
vincularlos al Plan Panamá – Puebla, racionalizar
todas nuestras fuentes de abastecimiento y por supuesto, los mercados
que la demandan. Queremos avanzar en esa interconexión.
La corrupción hay que derrotarla. Estas democracias no
se legitima mientras haya corrupción. Nosotros estamos dispuestos
a hacer lo que nos pida el Gobierno ecuatoriano para contribuir
a la derrota de la corrupción, bien sea en el marco del
tratado multilateral de la Organización de los Estados Americanos
(OEA) o en el marco bilateral.
He propuesto en Colombia una tarea para
recuperar la confianza de los colombianos en Colombia, de los
empresarios para invertir
en Colombia, de los trabajadores para trabajar en Colombia, de
los jóvenes para acariciar las ilusiones de su futuro en
el territorio colombiano.
He propuesto que recuperemos confianza
a través de 3 ejes:
el de la derrota de la corrupción y la politiquería –que
le devuelva plena legitimidad a las instituciones democráticas-,
el de la reactivación social y económica que ponga
en la práctica el vocablo de solidaridad que deriva de nuestro
concepto de Estado social de derecho. Y el tercer eje, el primero
de mi discurso de campaña: la derrota del terrorismo.
Honorables Congresistas: legislaciones
de las más avanzadas
instancias democráticas, la de Gran Bretaña, la de
España, definen el terrorismo la simple amenaza del uso
de la fuerza, por razones políticas, religiosas o en general,
ideológicas. Cuando yo leo esas legislaciones y las releo,
llego a la conclusión que sin interpretar, hay un texto
que dice: “la simple amenaza de uso de fuerza por razones
ideológicas, religiosas o políticas, es terrorismo”,
me pregunto ¿por qué hay que llamar al terrorismo
de Colombia de otra manera?, ¿por qué hay que llamarlo
conflicto?
Lo que hay en Colombia no es un conflicto,
es un desafío
de un grupo de terroristas contemplados por Estados permisivos,
contra 44 millones de ciudadanos.
Yo veo la alegre deliberación de mi pueblo. El 26 de octubre
Colombia tendrá nuevamente elecciones para elegir gobernadores
y alcaldes y diputados de las asambleas departamentales y concejales
municipales y veo todas las tendencias ideológicas participando
activamente en ese proceso electoral.
Hay una bella competencia. Ayer no más en la ciudad de
Bogotá, se llevaron a cabo dos debates con candidatos que
aspiran a regir esa urbe con siete millones de habitantes en los
próximos cuatro años, de los más diferentes
orígenes ideológicos.
¿Qué hay en el ordenamiento jurídico y en
la práctica del Estado colombiano frente a ese pluralismo?
Exclusivamente respeto.
¿Quiénes atentan contra él?: los violentos.
En mi juventud le leía a organizaciones terroristas como
las Farc, la demanda de que Colombia incorporara en su ordenamiento
jurídico, la posibilidad de que los alcaldes fueran popularmente
elegidos.
Habíamos sostenido un debate durante 100 años en
procura de la elección popular de alcaldes y solamente vino
a consagrarla el ordenamiento constitucional en el cuatrienio 1982 – 1986.
Más tarde, la Constitución de 1991, amplió esa
democracia, extendiéndola a la elección popular de
gobernadores.
¿Quiénes atentan hoy contra esa democracia? Los
mismos grupos violentos que cuando no se habían dado esos
pasos de ampliación democrática, justificaban en
esas restricciones sus procederes violentos.
Todos los días encuentran sofismas y argumentos para tratar
de justificar ante el mundo su acción terrorista.
¿Qué exige la democracia contemporánea como
contraprestación para calificar la simple amenaza del uso
de fuerza como terrorismo?: que no haya terrorismo de Estado. Que
haya una democracia plena, la que se vive allá en Colombia,
la que me lleva a mí a decir con espíritu polémico
de hermano solidario y con el ánimo de convencer ante este
Congreso ecuatoriano, que allí no hay conflicto. Que allí lo
que hay es un desafío de los terroristas contra una democracia
vigorosa.
Estamos comprometidos, honorables congresistas,
en el pluralismo. Iniciada mi campaña, un ilustre ex presidente de Colombia
me decía: ‘usted no puede ganar porque Colombia no
es tierra fértil para una propuesta de seguridad, eso suena
a militarismo, eso fue las restricciones democráticas’.
Y le contesté: ‘¿sabe por qué voy a
ganar?, porque llegó la hora de demostrar que lo que está ocurriendo
en Colombia por falta de Estado, este crecimiento de la violencia,
ha causado sus principales víctimas en los sectores populares’.
Las gentes pudientes pueden enajenar sus
tierras en Bogotá e
instalar sus cultivos de flores en el Ecuador o residir en Europa
o en los Estados Unidos. El obrero, el profesional de la clase
media, no tiene esperanza diferente a que en Colombia cese la violencia
para que aflore la inversión, afluya el crecimiento y se
le den todas las oportunidades.
Propuse entonces un concepto se seguridad
con sentido social, mirando la defensa de un universo democrático pluralista
y seleccioné un vocablo para acompañar la propuesta
de seguridad: democrática.
Entonces hemos venido trabajando sobre
lo que nosotros consideramos Seguridad Democrática.
No es un concepto de seguridad para que
haya un partido armado que sustente el ejercicio de un régimen de gobierno. No
es un concepto de seguridad como aquellos que se han visto con
elementos comunes en la extrema derecha o en la extrema izquierda,
que utilizan arbitrariamente el ordenamiento jurídico no
para darle seguridad al pueblo, sino para asegurar sus hegemonías
de poder.
El nuestro dista tanto de aquel concepto
de armar al pueblo para sustentar al caudillo, como del que desde
el otro extremo ideológico
recorrió a nuestra América Latina en nombre de la
doctrina de la seguridad nacional, que era un pretexto para perseguir
disidentes y acallar sus voces en la Guerra Fría, cuando
todavía estaba vivo el macartismo.
No. La nuestra es una educación de seguridad para el pluralismo.
Por eso nos hemos dedicado a proteger con igual esmero al industrial
que al trabajador, al líder gremial que al sindicalista,
al profesor contestatario que al doctrinante amigo del Gobierno.
Yo he asumido, personalmente, el buen cuidado de que los congresistas
de la oposición reciban todas las garantías para
su seguridad personal de parte de nuestras Fuerzas Armadas y de
Policía.
Seguridad Democrática para el pluralismo.
Y esa Seguridad Democrática no va a triunfar en pocos años.
Un terrorismo que avanzó tanto, unos violentos contemplados
que hicieron y deshicieron sin que se atravesaran controles, no
los vamos a derrotar fácilmente de la noche a la mañana.
Por eso esta política tiene que ser sostenible en el tiempo.
Para que sea sostenible en el tiempo tiene que ser eficaz y transparente.
Para que el pueblo la quiera, esta política tiene que ser
respetuosa de los derechos humanos. Y esta política tiene
que beneficiar a quienes comparten las ideas de Gobierno o a quienes
están en la orilla opuesta.
Nosotros no nos vamos a dejar indicar el
travieso camino de la violación de los derechos humanos para poderle asestar el
golpe rápido y definitivo al terrorismo. Ha sido más
fácil en otras latitudes y en otras vecindades derrotar
el terrorismo con la violación de los derechos humanos,
porque allí hay eficacia más no transparencia. Pero
quedan heridas en el conglomerado social que afectan el resurgimiento
del capital solidario y que toman mucho tiempo para ser restañadas.
Pueden tener ustedes la seguridad, cualquiera
sea su concepción
ideológica o su manera de apreciar, que el destino del actual
Gobierno de Colombia, pueden tener la seguridad de nuestra adhesión
a los derechos humanos.
Esta es la contraprestación que el mundo democrático
tiene asegurada de nuestra parte, para poder nosotros insistirle
al mundo democrático –empezando por la hermana Nación
ecuatoriana- en que nos apoye.
El tema de la droga.
Colombia no tuviera estos problemas terroristas
si no tuviera droga. Yo soy hijo de la universidad pública, muchos de
mis compañeros de los años 70, después de
que recibíamos con entusiasmo y las leímos con febrilidad
devoradora, las revistas de la China Roja, las cuatro tesis filosóficas
de Mao Tse Tung, el tratamiento correcto de las contradicciones
en el cuoseno del pueblo o las ilustraciones sobre la planeación
centralizada en Rusia y muchos de mis compañeros veían
en la Revolución Castrista, el capítulo a repetir
paras construir equidad en toda nuestra América Latina,
muchos de ellos abrazaron la guerrilla. Lo hicieron en ese entonces
por la noble causa de la adhesión ideológica, pero
los años no pasan en vano. Vivir para ver como dijera López
Pumarejo, discípulo ideológico de Alfaro.
Eso que vimos en los años 70 pugna con la realidad de hoy.
De una guerrilla ideológica acertada o equivocada pero ideológica,
hemos pasado a un mercenarismo terrorista que no tiene vocación
noble ni ideales que permitan, siquiera, la presentación
de su proyecto político.
Estuvieron la droga y la guerrilla en extremos opuestos y terminaron
juntas, hoy es una mezcla indisoluble en la realidad de Colombia.
Entonces, eso también nos permite hacer dos diferencias:
la guerrilla colombiana de hace unas décadas y el terrorismo
colombiano de hoy. y otra diferencia: el terrorismo colombiano
de hoy, con aquellas guerrillas del Continente con las que se lograron
acuerdos de paz que todavía celebramos.
No habían perdido su norte ideológico, eran pobres,
facilitaron la cooperación de países vecinos, de
naciones unidas, de grupos religiosos, para que los indujeran a
procesos de paz, que culminaron exitosamente.
La nuestra no. La nuestra rechaza a todo
el mundo, porque es prepotente. Aquellas otras tenían acerbos ideológicos, carecían
de plata, prácticamente eran guerrillas mendicantes de la
cooperación internacional. La nuestra es arrogante porque
tiene poder de fusil y de explosivos y porque tienen chequera propia,
derivada de la droga. Y esa arrogancia, quisiera que los grandes
teóricos del derecho penal, renacieran para que estudiaran
la sicología de los terrositas ricos de la droga.
Esa es una categoría que no alcanzaron a anticipar Ferry
ni sus maestros. Quisiera ver nuevamente a Ferry, a Carrara, a
los grandes maestros del derecho penal en el mundo de hoy, examinando
esa sicología de estructura, de una delincuencia sin norte
ideológico, simplemente al servicio de la destrucción
y del enriquecimiento.
Esos no son legítimos contradictores para decir que hay
un conflicto. Esos son terroristas frente a quienes el Estado no
puede tener sino una actitud: la de derrotarlos. Y me dirán
ustedes ¿y lo social?, ¿no es primero lo social para
después resolver este problema?: eso pensaba yo cuando era
universitario.
Hoy sí que pienso diferente, hoy el capital quiere irse
a China y a Vietnam y a Cuba. Si no fuera por la Ley Burton – Helms
de los Estados Unidos, Cuba seguramente sería el mayor destino
de captación de capital privado internacional. Y los nuestros
no dejan que el capital llegue allí, lo han desterrado,
han empobrecido esa economía. A ratos miro mi Patria y digo:
cómo es espontánea y tiene ilusiones, después
de los bombardeos constantes del terrorismo acompañado del
narcotráfico.
Hoy, Colombia necesita un principio de
paz para recuperar confianza inversionistas, para que la economía crezca, para que hayan
recursos que al aplicarlos sin corrupción, construyan equidad
y nos permitan consolidar la paz.
Si no hay una actitud firme y resulta para
derrotar el terrorismo, en Colombia no va a haber inversión.
Y les preocupa a ustedes el tema de la
droga. Hace 25 años,
en Colombia se pensó que los narcotraficantes eran unos
muchachos divertidos, unos “Robin Hood”, y que esa
sería una moda inocente. Terminaron en carteles de matones.
En 1990, pensábamos que Colombia no iba a tener problemas
de consumo de drogas. Entre 1992 y 1993, la Corte Constitucional,
en nombre del libre desarrollo de la personalidad, prohibió la
sanción al consumo. Hoy hay más de un millón
de consumidores, miles de familias colombianas destruidas por el
crecimiento del consumo.
Hace 30 años, pensábamos que la droga en Colombia
se acabaría con la eliminación de los cultivos en
Bolivia y Perú. Entre esas dos naciones se eliminaron 70
mil hectáreas, en Colombia aparecieron 160 mil.
Cuando las primeras administraciones advirtieron
sembrados de coca y de amapola en Colombia, se les desestimó por la cifra.
Después la cifra casi arrolla nuestra democracia.
¡La droga hay que derrotarla! Está bien que pidamos
mayores esfuerzos de los países consumidores, pero es que
los nuestros ya están contagiados del virus del consumo
y el consumo amenaza con hacerle creciente daño a nuestras
familias y a nuestras juventudes.
¿Y qué ha pasado en lo ecológico? Estos países
nuestros, unos países sumamente bien dotados por la Providencia,
son países en la primera categoría mundial en disponibilidad
de agua dulce, por unidad de territorio y en biodiversidad, pero
la droga puede destruir la ecología. En Colombia, la droga
ha destruido 1.700.000 hectáreas de selva tropical. Si no
frenamos eso, se produce un efecto de metástasis que podría
destruir toda la selva amazónica.
Ojalá sean más eficaces los países industrializados,
no sólo para controlar el consumo, sino también para
controlar los precursores químicos. Pero independientemente
de lo que ellos hagan, nosotros, por la dignidad de la juventud,
por el futuro de nuestro pueblo que depende, en buena parte, de
que le apliquemos ciencia a la biodiversidad, tenemos que derrotar
la droga, destructora de nuestra juventud y de los recursos ecológicos.
No hay manera distinta de eliminar 160
mil hectáreas de
droga que con fumigaciones. ¿Ustedes creen que cortando
la droga, que es simplemente podarla y fertilizarla se va a acabar
una extensión de 160 mil hectáreas? ¡Imposible!
El Plan Colombia no es político ni ideológico, es
de sentido común. Por fortuna un país, los Estados
Unidos pasó –frente a Colombia- de la retórica
a la ayuda concreta. Yo, que me opuse a mi ilustre antecesor, el
Presidente Pastrana, en la política que adoptó frente
a la Farc, lo apoyé en lo del Plan Colombia. Un paso necesario.
Hoy tenemos 30 mil hectáreas de 160 mil y es posible que
en los esfuerzos del año entrantes, los tengamos que destinar
exclusivamente a controlar el rebrote. Sin fumigación, eso
no se habría podido.
Y lo que se utiliza en la fumigación: el 90 por ciento
del glifosfato que se consume en Colombia, lo consume la agricultura
comercial. Yo he visto en el campo utilizarse glofosato desde que
lo inventaron y nunca hubo escándalos de los ecologistas
contra el glifosato en la agricultura comercial. El escándalo
empieza –y parecería interesado- cuando el mismo agroquímico
se utiliza para derrotar la droga.
Tiene dos elementos: uno que le aumenta
el peso específico
y que facilita la precisión de la fumigación, ¿nocivo?, ¡de
ninguna manera! Otro que es adherente, tampoco es nocivo. Los estudios
científicos han demostrado que lo que hace daño es
el precursor químico utilizado para la droga y no la destrucción
de la droga con fumigación. Y lo corrobora la experiencia
del campesinado.
Hace pocos días, me visitó un campesino que llegó a
montar una finca a orillas del río Putumayo hace 40 años.
Y me dijo: ‘allí teníamos la mayor riqueza
en variedad de peces, pero cuando empezaron a sembrar droga y a
arrojar al río hoja impregnada con precursores químicos,
también empezó la desaparición de especies.’ Me
dijo: ‘Presidente, no eche para atrás, acabe la droga,
que es lo único que nos va a devolver nuestro futuro, que
es nuestra selva, que es la alcancía para que sea explotada
por la investigación científica en las décadas
que vienen.’
Todo eso hay que manejarlo científicamente, por supuesto.
Pero yo sí quiero decirles a ustedes, con el afecto que
siento por este pueblo ecuatoriano, que hay que derrotar la droga.
A mí me dolería mucho que en Colombia desaparecieran
los cultivos ilícitos y que aquí crecieran. Y mientras
más temprano se le derrote y más drásticas
sean las acciones del Gobierno, es mejor. ¡Claro! se necesitan
alternativas sociales, pero son menos difíciles. Ese cuento
de que nuestros campesinos e indígenas no las tienen, es
puro cuento.
¿Saben qué son ellos?: el conejillo de experimentación,
el eslabón explotado del terrorismo de la droga.
Yo propuse que hiciéramos un experimento con 3 mil Familias
en Orito, Putumayo, antiguos cocaleros, para que se comprometieran
a abandonar la droga, a cuidar la recuperación del bosque
y que cada familia recibiera cinco millones de pesos al año,
más o menos, dos mil dólares.
Me decían: ‘eso no funciona, esa propuesta no se
la van a aceptar, esa gente gana mucha plata.’ ¡Cuál!
Ganan plata los terroristas, al campesino y al indígena
lo explotan y lo maltratan. Primero lo involucran en el negocio
indigno y después le acaban prematuramente su vida y participa
de la menor parte de la percepción de ingresos del negocio
maldito.
¿Qué ha hecho ese experimento con 3 mil Familias
en el Putumayo y 2.400 en el Tolima?: mostrar que es posible. Hoy
en el Putumayo ocurre todo lo contrario, hoy todo el mundo quisiera
ser Guardabosques, quisiera cumplir las dos obligaciones que le
hemos asignado a estas familias: cuidar los terrenos libre de droga
y proteger la recuperación del bosque. No hemos avanzado
más por falta de recursos.
¡Por Dios!, lo peor que le puede pasar a nuestros campesinos
e indígenas, es que los sigan involucrando en la droga.
Les quitan el pasaporte de la dignidad y los condenan a ser eternamente
miserables.
Yo veo estas economías nuestras con tantas dificultades
pero con tantas posibilidades. Esta economía ecuatoriana
es profundamente diversificada, lo muestra la sola circunstancia
de mirar la cantidad de productos que del Ecuador se exportan a
Colombia. Y es profundamente diversificada la colombiana. La droga
acaba con la cultura productiva.
Unas economías con una base social comunitaria, de tanta
laboriosidad, de tanta cultura de producción, no pueden
darle la espalda a la droga.
Alguna vez, unos congresistas visitaron
a Abraham Lincon y le dijeron: ‘no suspenda el habeas corpus’. Y él
dijo: aquí estamos salvando la unión de los Estados
Unidos. Y los llevó por allá a este pasaje de la
historia: un león quería casarse con la hija de un
maderero, vino a pedir la mano, el maderero le dijo: con esos colmillos
no lo recibo. El león fue donde el dentista, se sacó los
comillos y regresó y el maderero ahí mismo le dijo:
con esas garras, no lo recibo. Fue, se hizo quitar las garras y
regresó y el maderero le dijo: ahora sí lo recibo,
pero no para entregarle mi hija, sino para acabarlo.
Colombia le tiene que quitar al terrorismo las garras y los colmillos,
por eso hay que golpearlo y acabar con la droga, para desfinanciarlo,
en serio.
¿Nos oponemos a paz?: no. ¿Ustedes saben en el proceso
de paz del M – 19, cuántas personas había en
armas?: máximo 900. Proceso muy sonado, que el mundo aplaudió.
¿Ustedes saben cuántos integrantes de grupos violentos
se han desmovilizado en el último año? Hace dos noches
la ministra de la Defensa (Marta Lucía Ramírez),
los altos mandos –aquí representados por los generales
Jorge enrique Mora (Comandante del Ejército) y Teodoro Ocampo
(Director de la Policía)- y yo, examinábamos el tema.
Del 7 de agosto al año pasado, a la fecha, se han desmovilizado
1.923 integrantes de grupos violentos, en una inmensa mayoría,
de la Farc.
¿Cómo los hemos recibido?: con los brazos abiertos.
Están hoy en procesos humanos de reinserción y de
desmovilización, los queremos integrar, sin discriminación,
al seno de la sociedad colombiana. Reencontrarlos con su familia,
con la democracia deliberante, con el techo y el amparo de la constitución.
Tengan ustedes la seguridad que tenemos
la misma firmeza para derrotar el terrorismo, que la misma determinación para
alcanzar la paz. Lo que pasa es que en el pasado aplicaron una
lección que le aprendieron a Stalin a través de Maquiavelo.
Ellos analizaron que los gobiernos generosos, eran gobiernos débiles
y que no había que reciprocar la generosidad, sino aprovecharla
para golpearlos, destruir la democracia y permitir avance del terrorismo
al poder.
¡Y eso no es con este Gobierno!, ¡y no será en
las décadas que vienen en Colombia, porque allí estamos
construyendo una opinión pública con feracidad para
derrotar el terrorismo y para defender el pluralismo democrático!
Yo, como Presidente Constitucional de la
República, no
voy a permitir engaños a nuestras instituciones. Procesos
de paz serios, pero sin engaños.
Para eso, estamos dispuestos, por eso hemos
agradecido profundamente el interés con que ha procedido el gobierno del Ecuador
interpretando el sentimiento de nuestro hermano pueblo ecuatoriano.
Procesos de paz serios, sí. Engaños, no.
Y les ofrecemos todas las garantías, incluso estamos buscando
reformar el ordenamiento jurídico para que si hay procesos
de paz, serios, pueda haber también garantías para
autores de delitos atroces. Incluso hasta allá hemos llegado.
Algún político de mi país me decía: ‘no
lo comprendo, porque usted todos los días procede como lo
prometió, como el primer soldado, como el primer policía
de la Nación contra el terrorismo; pero también ofrece
todas las garantías para la desmovilización’.
Y el otro que estaba por ahí cerquita, le dijo: ‘no,
es que con Uribe tiene que haber paz si o si, a las buenas o a
las malas’. Entonces le repliqué: ahí le dieron
la respuesta.
Nosotros queremos eso: paz, si o si, a las buenas o a las malas
y rapidito porque hemos sacrificado muchas generaciones por esta
violencia.
Y cuando asumimos una actitud infinitamente
generosa frente a la reinserción, lo hacemos en nombre de nuestras condiciones
democráticas. Yo aspiro liberar a mis compatriotas de las
cadenas del terrorismo sin jactancias. Estos 1.923 desmovilizados
han llegado porque saben que nuestro interés no es mostrarlos
en cárceles subterráneas, de pijamas de rayas y enjaulados.
Que nuestro interés tiene dos componentes: liberar al pueblo
colombiano de la pesadilla del terrorismo y darle todas las oportunidades
a quienes quieran rectificar el camino.
Déjenme decir, con osadía, lo siguiente: no hay
peor política que la del apaciguamiento. El terrorista se
crece cuando lo pastorean.
Déjenme decirles que aquel que pretende tener cohabitación
con el terrorismo, corre la misma suerte de aquel que cabalga en
las ancas de un tigre y termina en sus fauces y en su vientre.
Con el terrorismo no hay transacción. Con la rectificación
son posibles todos los acuerdos.
Señor Presidente y honorables integrantes del Congreso
ecuatoriano: dirigir una Nación como Colombia, la Patria
hermana que tanto afecto siente por este pueblo ecuatoriano, es
particularmente difícil. Hay que estar ajustando los proyectos
diariamente. Allí hay toda la determinación.
Estas tesis suenan controversiales para
muchos, pero por lo menos abónenle a estas tesis que buscan
quitarle al pueblo colombiano la pesadilla de la violencia e
impedir el contagio.
Estos terroristas no respetan fronteras,
abusan de ellas. Estos terroristas no respetan partidos políticos de naciones amigas,
los engañan. Estos terroristas no respetan posturas amables
con ellos, las utilizan. El día que estos terroristas pudieran
acabar con Colombia, les quedaría pequeña y entonces
ya querrían salir con su terrorismo del Pacífico
al Atlántico y del istmo a la Patagonia. Por eso hay que
derrotarlos.
Creo, en medio de la flaqueza de la condición humana, que
derrotarlos es conveniente para la democracia colombiana y para
la democracia de la región. Si aquel héroe de las
libertades, Eloy Alfaro, viviera, sus conceptos liberales no le
darían un solo milímetro al terrorismo.
Esta condecoración que ustedes generosamente me imponen,
me refuerza mi vocación democrática y mi determinación
contra el terrorismo.
Muchas gracias, hermanos congresistas del Ecuador.
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