CONDECORACIÓN
CON LA ÓRDEN NACIONAL “AL MÉRITO”
EN EL GRADO DE GRAN COLLAR DE ECUADOR
Agosto
22 de 2003 ( Quito - Ecuador)
Señor Presidente:
Confieso que me da dificultad encontrar palabras para agradecer
toda su generosidad. Tengo inmensos motivos de gratitud con usted
y con su pueblo.
Usted, elegido con gran entusiasmo popular,
con unas banderas que produjeron eco en toda nuestra América Latina, no vaciló ni
un momento, después de su elección, para dirigirse
a Colombia y para coordinar con el Gobierno de Colombia los esfuerzos
que usted consideraba oportunos realizar para la paz en Colombia.
No solamente por la paz en Colombia sino por todo lo que implica
el problema del terrorismo en Colombia en riesgos para su comunidad
ecuatoriana.
Y no conforme con haber tenido esa gran
expresión de lealtad
y solidaridad democráticas, al coordinar esa política
con el Gobierno de Colombia, emprendió usted la tarea de
ser un gran vocero del Continente y nuestro, ante Naciones Unidas,
para que Naciones Unidas tenga una mejor comprensión del
problema colombiano, para que se juegue –como no lo ha hecho-
en la dimensión que se requiere para ayudar a resolver el
problema colombiano. Usted se desplazó a Nueva York, habló directamente
con el secretario general, Kofi Annan y se convirtió en
un gran vocero del Continente y de Colombia.
En el Grupo de Río, tuvo la feliz iniciativa de abrir un
camino para que todos los países integrantes de ese grupo
produjeran dos decisiones: la decisión de pedir que Naciones
Unidas cumpla su tarea de gestor de buenos oficios para conminar
a los grupos violentos de Colombia a sentarse en la mesa de diálogo,
pero con consecuencias.
Aquel día, después de haber conocido su proposición,
me permití decir desde Cuzco, donde se reunía el
Grupo de Río, que la proposición suya era innovativa
y no retórica.
Innovativa porque lograba reunir el consenso
del Grupo de Río
para pedirle a Naciones Unidas una gestión que no había
hecho, la de conminar a los grupos violentos de Colombia a sentarse
alrededor de la mesa de diálogo a buscar la paz.
Y no retórica porque era una proposición con consecuencias,
una proposición llamada a producir resultados. Recuerdo
el segundo párrafo, vigente hoy, de su autoría, señor
Presidente: ‘si los grupos violentos de Colombia desatienden
el llamado del Grupo de Río y el llamado de Naciones Unidas,
entonces el Grupo de Río, con Naciones Unidas y con el Gobierno
de Colombia coordinará las acciones subsiguientes’.
Señor Presidente, además eso tuvo mucho valor porque
fácilmente, los Jefes de Estado, los delegados de las Naciones,
apoyan una proposición pidiendo la paz. Pero son muy escasos
aquellos que le dicen a los grupos terroristas: ‘o hacen
la paz o déjennos saber que vamos a buscar alternativas
porque, de todas maneras, tiene que haber paz’. Eso fue lo
que más me gustó de su valor civil. Usted hizo un
llamado democrático al diálogo, pero al mismo tiempo
nos advirtió que era necesario una conminación.
Y nos ha abierto un gran camino. Regresé Colombia, después
de aquella reunión cuando se aprobó su proposición,
lleno de entusiasmo. Dije: tenemos compañía, tiene
que haber paz. Ya no es sí o no, ahora es sí o sí.
Y se consigue a través del diálogo estimulado con
las Naciones Unidas o a través de otras alternativas que
vamos a buscar con nuestros vecinos, con el liderazgo del pueblo
y del Gobierno ecuatoriano y todo el apoyo de los países
del Grupo de Río.
En sus escasos meses de Gobierno, el conjunto de sus iniciativas,
presentadas con toda lealtad, con toda transparencia y con toda
verticalidad, han sido de inmensa ayuda a Colombia. En Colombia
nos queremos sacudir la pesadilla del terrorismo. En usted hemos
encontrado un gran aliado.
Y no es fácil, nosotros le causamos todos los problemas
porque, infortunadamente, la Patria colombiana que un día
envió acá a Bolívar victorioso, acompañado
de dos jóvenes oficiales –Córdoba y Sucre-,
para que en estas faldas del Pichincha obtuvieran finalmente la
independencia ecuatoriana, también Colombia, después,
en mala hora, ha envidado droga y ha enviado terrorismo y ha enviado
mal ejemplo.
Y la posición cómoda y comprensible del Gobierno
del hermano país debería ser: ‘ese no es mi
problema’, debería ser como tantas veces lo hemos
dicho: contemplativa, mimosa, rayando entre lo prudente y lo débil
frente a los grupos terroristas de Colombia.
Quiero agradecerle señor Presidente porque la suya ha sido
todo lo contrario, usted no se ha puesto a medir riesgos. Usted
no se ha puesto con actitudes para ganarse el favor de los grupos
terroristas de Colombia para que no le hagan daño acá.
Usted no ha asumido la fácil posición del apaciguamiento.
Usted se ha comprometido con toda verticalidad de decir: ‘hacen
la paz a través del diálogo o vamos a buscar cómo
la hacen, pero la tienen que hacer’. Usted ha sido solidario
con el pueblo colombiano para correr todos los riesgos que implica
enfrentar el terrorismo.
Y eso es de todo el talento para el pueblo
ecuatoriano, porque si los gobiernos de los países hermanos adoptan la vía
del apaciguamiento, están simplemente tranquilizando la
fiera por minutos. Pero habrá un día en que la fiera
apaciguada finalmente se dará cuenta de nuevo que es fiera
y la fiera del terrorismo, con aquella arrogancia que se produce
con la mezcla de la droga y las armas, no respeta fronteras.
Esa fiera apaciguada será la misma fiera que mañana
o pasado mañana, después de destruir a Colombia,
podrá destruir al Ecuador y a todas las naciones hermanas.
Eso lo ha entendido Usted, señor Presidente y por eso,
sin renunciar a sus condiciones democráticas, sin renunciar
al multilateralismo, sin renunciar al papel de la ONU, al contrario,
demandándolo, sin renunciar a su vocación de diálogo,
usted ha dicho claramente: ‘este problema hay que resolverlo
ya y sin dilaciones’.
Eso es resolución y es oposición al apaciguamiento
dañino. Aquellos que apaciguan y pastorean la fiera, terminan –como
dijera el pensador- devorados por la fiera. Usted ha comprendido
que no nos podemos dejar devorar por la fiera, que tenemos que
derrotar la fiera sin negarle las oportunidades de que regrese
a la vía constitucional y democrática a través
del diálogo.
Queremos, señor Presidente, agradecer la claridad de su
manejo económico. No es fácil lo que usted ha hecho.
Cuando se toman decisiones de tanta responsabilidad como las tomadas
por usted, los gobiernos son incomprendidos, las dificultades populares
crecen y, por supuesto, también se pueden afectar transitoriamente
las condiciones de gobernabilidad. Pero usted no ha buscado el
aplauso de inmediato, sino el bienestar de su pueblo en el largo
plazo. Y hacia allá entendemos orientadas todas sus medidas.
Y quiero destacar, Presidente, su transparencia.
En usted siempre hay un interlocutor transparente. Lo que usted
le propone al pueblo
ecuatoriano lo hace con tanta transparencia como aquello que se
convierte en el tema obligado de nuestras conferencias internacionales.
En buena hora el Ecuador está dirigido por unas manos como
las suyas, a las que les cabe plenamente el decir del poeta: ‘firmes
como el acero y puras como el oro’.
Recibo esta Orden Nacional al Mérito en el grado de Gran
Collar con profunda gratitud. Esta Orden surge de su generosidad,
del afecto de nuestros pueblos, de esta vida en común, de
este futuro que nos desafía para que lo enfrentemos en equipo.
Esta Orden mi implica un gran compromiso
con el pueblo ecuatoriano. Esta Orden me profundiza mi ya acentuada
convicción de que
tenemos que derrotar el terrorismo, de que nosotros tenemos que
liberar a los colombianos de esa pesadilla y evitar el contagio
que tanto daño podría hacerle al gran pueblo ecuatoriano.
Quiero, señor Presidente, que el pueblo ecuatoriano, usted
y su Gobierno sientan que al recibir esta Orden, la percibo como
Presidente de todos los colombianos y la percibo como un ciudadano
de la Gran Colombia, que ama y admira entrañablemente al
pueblo de Pichincha, que diariamente honra la memoria de Sucre.
Esta orden siempre la miraré para no fallar ni en el pensamiento
ni en la obra a los deberes de nuestras relaciones porque, esta
mañana, cuando veía el cielo infinito de Quito en
la hora temprana, recordaba que, si bien, la Gran Colombia fue
una opción que se frustró, que de pronto le faltó la
Reunión del Istmo que tanto reclamó Bolívar
desde Guayaquil y en la cual pensó mucho después
del encuentro en la costa ecuatoriana con el general San Martín,
esa Gran Colombia, que fue una opción política, que
infortunadamente se fugó en la época, hoy no es una
opción, hoy es una necesidad.
Nuestra integración bilateral en el seno de la Comunidad
Andina, de cara al sur del Continente, de cara al norte para poder
sacar adelante la expectativa de nuestros pueblos, es una imposición
del destino y la vamos a hacer solidariamente ecuatorianos y colombianos.
Señor Presidente, mi gratitud con usted y, por su conducto,
mi compromiso de afecto y de solidaridad con éste, su gran
pueblo, la hermana Nación ecuatoriana.
Muchas gracias.
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