CONDECORACIÓN
CON LA GRAN CRUZ DE BOYACÁ
AL PRESIDENTE DE ECUADOR, LUCIO GUTIÉRREZ
Marzo 16 de 2004 (Bogotá – Cundinamarca)
Señor Presidente Lucio Gutiérrez:
Como Jefe de Estado y de Gobierno de Colombia, impongo a usted,
en nombre de toda la Nación, la Orden de Boyacá en
el Grado de Gran Collar.
Hay un origen épico en esta Orden: fue el propio pueblo
de la Nueva Granada, poco después del triunfo de Boyacá,
quien declaró a los guerreros, Libertadores y les decretó los
honores del triunfo.
Esa épica congrega a nuestros pueblos, porque más
que vecinos o amigos, somos hermanos. La razón histórica
nos une como un solo pueblo, nos fusiona en una gran Nación, única
e indivisible: "ni europea, ni india, sino una especie media
entre los aborígenes y los españoles", como
bellamente la caracterizó el Libertador.
Siempre que se hable hoy de la agenda bilateral de Ecuador y
Colombia, debemos recordar que en nuestra génesis hay
una sociedad que comparte sus hitos fundacionales. Recordar que
fue la provincia de Quito, tempranamente, la que señaló el
camino a los pueblos hispanos, al ser la primera en proclamar
su independencia el 10 de agosto de 1809 y la que alentó a
las otras a seguir sus pasos.
Siempre que hablemos de agenda bilateral
hay que tener presente que la colaboración mancomunada de los latinoamericanos
se expresó por primera vez en la gesta emancipadora del
pueblo del Ecuador, fruto del concurso de neogranadinos, venezolanos,
quiteños, guayaquileños, bajo la orientación
del Libertador y del gran José de San Martín, líder
de los pueblos del extremo Sur del Continente.
Siempre que hablemos de agenda bilateral para nuestros países,
debemos pensar que a nuestros gobiernos, la vida les ha deparado
el honor de orientar el destino de dos de los varios segmentos
de una misma nación: la Nación Andina, febrilmente
soñada por el Libertador, desde los tiempos de la Carta
de Jamaica, en 1815.
Nuestros pueblos, Presidente, señora Ximena de Gutiérrez
y muy apreciados miembros de la delegación ecuatoriana,
deben vibrar al ritmo del sueño de la armonía bolivariana,
tal como lo hicieron en 1824, cuando Quito fue el epicentro de
la vida de los cuatro Próceres –cuya memoria debiera
iluminar constantemente a nuestra nación andina-: Bolívar,
Sucre, Córdoba y Manuelita.
Manuelita, la Libertadora del Libertador, es emblema de la mujer
patriota: ecuatoriana, colombiana y latinoamericana. Por sus
méritos militares ganó los galardones en el campo
de batalla y se convirtió en la primera coronela del Ejército
colombiano.
Debemos proponernos, Presidente, que nuestros pueblos revivan
ese sentimiento de 1824, cuando Bolívar se llamaba a sí mismo
colombiano, Sucre era recibido como hijo adoptivo por los quiteños
y Córdoba aceraba su verbo y su espada en los campos de
lo que hoy son Ecuador, Perú y Bolivia.
Nuestro origen, Presidente, nos marca un destino inexorable:
reconocernos como un solo pueblo, constituirnos como una organización
política común, grande y soberana, que reivindique
su poder de negociación en un universo cada vez más
dirigido a la conformación de bloques supranacionales.
Los hechos del siglo XXI vuelven a poner sobre el tapete esos
sueños del Bolívar visionario, el de la Gran Colombia,
cuando en mayo de 1830, con la participación de 10 representantes
de las provincias ecuatorianas, soñó con la adopción
de una Constitución admirable, sintonizada con nuestras
realidades.
Todo nos une, Presidente, nada nos divide. Al imponerle esta
condecoración, la más elevada que otorga la democracia
colombiana, sé que queda en el pecho de un amigo y hermano
que ha servido bien a su pueblo, a la Comunidad Andina, a la
democracia continental, entrañablemente, a Colombia.
Hago votos porque se repitan estos encuentros. Que fructifiquen
los acuerdos entre las cancillerías. Que el trabajo enjundioso
de los embajadores, de los ministerios, entidades que impulsan
nuestro comercio, redunde en beneficio de nuestras economías
y en bienestar para ambos pueblos.
Agradezco su visita, Presidente, su amistad,
su insomne preocupación
por la seguridad y la paz de Colombia, su visión al entender
que el desafío del terrorismo sobre Colombia, es un riesgo
para la región y que por ende hay que ayudar a Colombia
a superarlo.
Propongo, Presidente, que los esfuerzos en este y en todos los
encuentros propendan, como nos lo aconsejara el Libertador, por "acertar
en la búsqueda de la felicidad del pueblo y por trabajar
por el bien inestimable de la unión: los pueblos obedeciendo
al Gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros
del Santuario elevando sus oraciones al cielo y los militares
empleando su espada en defender las garantías sociales".
Muchas gracias Presidente, por llevar desde
hoy en su pecho, la Gran Cruz de Boyacá.
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