VISITA
AL CONGRESO DEL PERÚ
Octubre
22 de 2004 (Lima - Perú)
Señor Presidente:
Me honra inmensamente llegar esta tarde a
este hemiciclo de la democracia latinoamericana. Ha sido hoy día de una experiencia maravillosa.
Compartir con ustedes en la Alcaldía de Lima, en la Corte
Suprema de Justicia, con el presidente de la República, Alejandro
Toledo, y con el Congreso del Perú.
Encuentro en esta tierra amada por tantos,
defendida por San Martín,
por Bolívar, por Sucre, por Córdoba, por Grau, un conjunto
institucional sólido, democrático, tipificando un gran
Estado de Derecho.
Quiero rendir mi testimonio de admiración a la solidez institucional
del Perú, que produjo los resultados en democracia, en participación,
unos resultados en cifras macroeconómicas que tendrán
que revertir en mayores corrientes de inversión, en mejores
niveles de empleo, en crecientes ingresos fiscales y en mejores posibilidades
de construcción de cohesión social.
Y vengo desde la tierra colombiana, donde
nos empeñamos en
una intensa lucha por derrotar el terrorismo, por cimentar una democracia
pluralista, sin exclusiones, sin odios, con debate permanente, sí,
pero con debate fraterno, constructor de opciones, no con debate
fundamentalista, incapaz de superar contradicciones.
Donde nos empeñamos en la tarea de tener una macroeconomía
sana, una actividad pública y privada transparentes, y una
mayor inversión social, que nos permita tener una sociedad
de economía privada, de economía solidaria, una sociedad
sin exclusión, una sociedad fraterna, una sociedad donde cada
individuo sienta que hace parte, con obligaciones y derechos, del
colectivo nacional.
En esta batalla contra el terrorismo hemos
sentido una gran comprensión,
un enorme apoyo del pueblo peruano y de sus instituciones, de su
Presidente, de su Congreso, de todos los órganos el poder
público, que quiero agradecer esta tarde ante el Congreso
del Perú.
Una batalla contra el terrorismo, que es
una batalla en favor de la democracia. Lo que allí emprendimos desde hace 26 meses,
es lo que denomino un proyecto de Seguridad Democrática. ¿Por
qué democrática? Para distinguirlo de fases de la historia,
frente a las cuales hay ingratos recuerdos de políticas de
seguridad y también por el significado de su acción.
La nuestra, a diferencia de la época de la seguridad nacional,
es una acción estatal de seguridad en favor de todos los ciudadanos,
sean ellos más amigos al Gobierno o más antagonistas
del Gobierno. Sean ellos empresarios o trabajadores, miembros activos
de los gremios de la economía o de las organizaciones sindicales.
Un concepto democrático de seguridad que implica que el poder
coercitivo o coactivo del Estado se granjee la confianza de todos
ciudadanos, por su voluntad y sus resultados de protegerlos a todos.
Allá para derrotar el terrorismo no establecemos diferencias
sociales, ni económicas, ni políticas. Independientemente
de la manera como pensemos frente a la vida económica o política,
lo que queremos es que todos, unánimemente, nos comprometamos
en la derrota del terrorismo, porque eso nos favorece a todos como
colectivo, y a cada uno como ciudadano integrante de esa Nación.
Esa es una batalla dura, porque estos grupos
terroristas, a diferencia de guerrillas que actuaron en América Latina, no son luchadores
en favor de la democracia sino torpedos de la democracia. América
Central, América del Sur tuvo guerrillas en el momento en
que las dictaduras habían suprimido las libertades públicas,
y Colombia tiene grupos terroristas en el momento en el cual más
se han consolidado las libertades públicas.
Ahí hay, Presidente y honorables congresistas, una diferencia
de fondo. Cuando sociólogos, políticos, historiadores,
pensadores contestatarios de Europa visitaban el Cono Sur, en la época
de las dictaduras y de las guerrillas, o visitaban Centro América,
los voceros de las guerrillas justificaban su acción en la
lucha contra oprobiosas dictaduras.
En Colombia nada justifica la acción del terrorismo. Nada
lo explica. Allí hay una democracia que todos los días
se perfecciona más. Las elecciones de octubre de 2003, cuando
ya esta administración llevaba 15 meses, demostraron que en
nombre de la Seguridad Democrática se amplió la democracia.
No en el texto constitucional, que siempre ha tenido el más
amplio sentido de amplitud democrática, sino en la realidad.
Pasamos, gracias a nuestro proyecto de seguridad, de lo que es llamado
las ‘garantías retóricas’ a las garantías
efectivas.
Voceros de partidos provenientes de antiguas
guerrillas, de partidos alternativos a los tradicionales, de fuerzas
de oposición,
recibieron plenitud de garantías de mi Gobierno, pudieron
participar exitosamente en esas elecciones y tienen cargos en el
Estado, de gran importancia y de origen popular.
Y el Gobierno que presido ha buscado con
todos ellos una relación
patriótica, constructiva, independientemente del origen de
su elección. ¿Y los grupos terroristas qué defienden
entonces? ¿Las reivindicaciones sociales? No tienen autoridad.
Cuando vemos qué ha pasado en desigualdad, en pobreza, en
miseria, encontramos que los años en los cuales se han agudizado
esos flagelos, han sido los años de la mayor insensatez y
de la mayor agresividad del terrorismo.
La lucha por la democracia que ellos dicen encarnar es un bloqueo
terrorista a la democracia. La lucha por las reivindicaciones sociales
que ellos dicen dirigir, ha sido en sus resultados un camino de mayor
empobrecimiento del pueblo colombiano. Que le hablen al mundo con
claridad.
Sabe, Presidente, ¿qué los diferencia de guerrillas
que América Latina oyó en algunas décadas anteriores?
Estas últimas en el Cono Sur o en Centro América fueron
de limosna. Muchas tuvieron una dirección ideológica
importante, antes de degenerar en el terrorismo. Tuvieron motivos
de apreciación política y social que por lo menos había
que examinar. Los grupos nuestros son enormemente ricos. Una riqueza
derivada del narcotráfico. Tienen la vanidad superior del
criminal, que se infiere y se fertiliza a partir de esa combinación
del poderío militar, la riqueza mal habida y el desprecio
por la vida y la complacencia ante la sangre. Eso es lo que defienden
los grupos terroristas de Colombia. Por eso hay que derrotarlos.
Y coincide mi visita esta tarde al Perú, con la denuncia
a una entidad europea que ha venido dando dinero a las Farc. Colombia
no va a permitir eso. Ahora que pasé por su oficina, allí vi
tres retratos: vi uno de Antonio José de Sucre, otro del General
Bolívar y otro de Tupac Amarú. Pensé en esos
estandartes del carácter y me dije: mientras reflexiono en
la memoria de estos héroes, hay que templar el carácter
colombiano para denunciar a los patrocinadores del terrorismo, cualquiera
sea su nacionalidad, cualquiera sea su alegato, para perseguirlos
con toda verticalidad, para buscar traerlos a la cárcel, para
extraditarlos desde donde haya que extraditarlos, a fin de ponerlos
a buen juicio por la justicia de Colombia.
El Perú, que sufrió la pesadilla, ha sido la Nación
hermana solidaria en nuestra tarea de derrotarla. Agradezco a todas
las instituciones del Perú la coordinación con Colombia
para derrotar el terrorismo, para derrotar el narcotráfico.
La preocupación del Perú y Colombia en la línea
de frontera es ejemplar. Y esos resultados no se logran sino cuando
hay convergencia de voluntades de los países limítrofes.
Gracias a la comprensión del Perú, se ha dado esa convergencia
y hemos podido producir mejores resultados.
Por supuesto, obra una pregunta. ¿Qué es primero:
la paz o la justicia social? Hace varias décadas, en mi época
de universidad, cuando las teorías políticas prevalecientes
en muchas universidades latinoamericanas eran las de Marx, Engels,
Hegel, Marta Harnecker, Nicos Poulantzas, Mao Tse Tung, cuando nuestra
Latinoamérica veía una juventud con el corazón
henchido por el éxito de la reciente Revolución Cubana,
lo que pensábamos siempre es que sin justicia social no habría
paz.
Pero han corrido los años. Hemos visto que la violencia lo único
que ha hecho es acentuar la pobreza, impedir la justicia social.
Por eso nos hemos propuesto derrotar el terrorismo, crear confianza
inversionista y exigir que esa inversión cumpla una función
en procura del crecimiento y una función social. Inseparables.
La inversión privada en nuestros pueblos para la sostenibilidad
de la credibilidad de nuestras instituciones, tiene que cumplir esa
doble tarea: ser un jalonador del crecimiento y ser un factor de
construcción de justicia social. Es la única manera
de estabilizar en el largo plazo la convivencia y la credibilidad
de los ciudadanos a las instituciones.
Porque finalmente en el extremo de la violencia,
cuando la gente no se siente protegida por el Estado, cuando el
Estado ha sido desbordado
por el poder real del terrorismo, el individuo es ajeno al sentimiento
del colectivo. Y en el otro extremo, cuando la paz no se convalida,
no se legitima con la cohesión social, el individuo siente
finalmente la misma indiferencia frente al colectivo, y con esta
indiferencia se logra el objetivo de perturbar la paz.
De ahí que nosotros creemos en la necesidad de acompañar
esta batalla contra el terrorismo, de la batalla por el crecimiento
de la economía y de la batalla por la cohesión social.
Y de otro elemento: por la transparencia en los negocios públicos.
En la seguridad, en la actividad privada, hay que imponer la transparencia.
De lo contrario no se construye credibilidad.
Si el crecimiento económico es alto, pero no hay transparencia,
ese crecimiento económico no mira una meta de largo plazo,
sino que sus actores rápidamente se desilusionan por la falta
de transparencia y emigran con sus capitales a otros territorios.
Si la acción pública es eficaz en la tarea de preservar
el orden, pero no es transparente, el sentimiento de credibilidad
que se puede dar en los ciudadanos, a partir de la capacidad de la
acción pública y de su competencia para instaurar el
orden, se desvanece cuando los ciudadanos se enfrenten ante la realidad
de la falta de transparencia. El crecimiento es necesario, pero con
transparencia. La garantía del orden es necesaria, pero con
transparencia.
El mundo moderno está lleno de mecanismos para garantizar
la transparencia. La publicación de los contratos y de las
compras del Estado en las comunicaciones electrónicas, la
masificación y revolución de los medios de comunicación,
el creciente y masivo acceso de los ciudadanos a los instrumentos
más modernos de comunicación, la defensa de la democracia
en todas partes como factor de análisis y de crítica
frente a las acciones del Estado. Hay poco que inventar en materia
de técnicas y en materia de normas para derrotar la corrupción,
para establecer la transparencia.
Diría yo que lo fundamental es dar ejemplo. Por eso me propongo
en Colombia, en el curso de los próximos meses, reiterar todos
los días una consigna: demos ejemplo en la lucha contra la
corrupción. Si ese ejemplo no lo damos quienes tenemos responsabilidades
en el Estado o en el sector privado, de nada sirven las normas anticorrupción,
de nada sirve la publicación de los contratos y compras del
Estado en la electrónica, de nada sirve la veeduría
comunitaria, de nada sirve la audiencia del público para vigilar
los contratos, de nada sirve la denuncia de los medios de comunicación.
Dar ejemplo, dar ejemplo, dar ejemplo, es
la consigna que tenemos que cumplir quienes tenemos responsabilidades
diligentes en el sector
público o en el sector privado, para que haya transparencia
en nuestros países.
Quiero hablar en el Congreso del Perú al oído de mis
compatriotas colombianos. Demos ejemplo. Critiquemos en el interior
de nuestros seres nuestras propias conductas, antes de que nos tengan
que criticar desde afuera. Mantengamos una actitud evolutiva y autocrítica.
Propongámonos dar ejemplo, dar ejemplo, dar ejemplo, en la
lucha contra la corrupción. De lo contrario, ninguna acción
objetiva será eficaz. El ejemplo es lo fundamental.
Ojalá en las próximas calificaciones de Transparencia
Internacional, todos nuestros países salgan mejor calificados.
Los colombianos, que estamos dando una lucha sin titubeos contra
el terrorismo, tenemos que acompañarla de una lucha, igualmente
vertical, contra la corrupción, para que el ciudadano del
común sienta que se avanza en lo uno y se avanza en lo otro.
Y tenemos que imbuirnos de nuevo de tesis
y de prácticas
de fraternidad, de cristianismo elemental para construir cohesión
social en nuestros pueblos. Por eso la empresa privada que necesitamos,
la inversión privada que tiene que afluir, debe cumplir en
nuestros países esos dos compromisos: el de estimular el crecimiento
y el de construir justicia social.
Perú tiene unas cifras macroeconómicas ideales. Diría
que está en inmejorables condiciones para confianza inversionista.
Con nosotros, con el Ecuador y con Bolivia y con Venezuela, dio Perú el
paso para la renegociación del acuerdo de Comercio con MERCOSUR.
Con Colombia y con Ecuador, Perú está trabajando para
el acuerdo de comercio con los Estados Unidos. Inteligentemente está buscando
puertos asiáticos de la importancia de China y de Tailandia.
El Perú, un país con condiciones macroeconómicas
ideales y con una gran apertura al mundo, pragmática, con
vocación de equidad, sin fundamentalismos ideológicos,
con una concepción universal de las relaciones internacionales,
como tiene que ser. Nosotros aplaudimos ello.
Creo que nuestros pueblos tienen que buscar
mercados, oportunidades de ingresos y de empleo en todos los territorios
del mundo. En la
China o en los Estados Unidos, en Vietnam o en Tailandia. Atrás
quedaron las fronteras ideológicas que impedían las
relaciones comerciales de los pueblos. Ahora la única frontera
que tiene que medirse para ampliar las relaciones comerciales de
los pueblos, es la línea de la equidad. Es la única
que no se puede transgredir. Desde que haya equidad, avanzamos más
velozmente para integrar nuestras economías con todos los
mercados que nos den posibilidades, para redimir a las grandes masas
que están en pobreza y en miseria en nuestra América
del Sur.
Y el Perú ha venido acompañándonos en una tarea
bien importante: la de convencer al Fondo Monetario Internacional
y a los mercados financieros, que a nuestros países hay que
darles un tratamiento diferente. Honramos la deuda, siempre la hemos
pagado y la seguiremos pagando. Pero si no construimos equidad social,
habrá un momento de rebelión de las masas, que impedirá que
la economía crezca y que finalmente cerrará los conductos
por los cuales se pague esa deuda.
Hay que atender la realidad latinoamericana
a tiempo. América
del Sur necesita más compromiso de los bancos multilaterales
y mejor comprensión de los mercados. Nosotros necesitamos
que buena parte de nuestras inversiones, la sociales y de infraestructura,
no se contabilicen para sumar los topes del Fondo Monetario. Necesitamos
refinanciaciones, plazos largos, tasas de interés bajas, para
poder dedicar crecientes porciones de los presupuestos a la construcción
de inversión social. El Perú lo ha planteado de manera
magistral ante los organismos internacionales y compartimos plenamente
esa propuesta. Vamos a luchar por ella.
Señor Presidente: deseo todo el bienestar a esta gran Patria
peruana. Deseo todos los éxitos al Congreso en su doble tarea
de representar al pueblo. Soy un convencido de que nuestra época
no puede ceñirse al extremo de la democracia representativa,
pero también soy un convencido de que la democracia participativa
sin órganos de representación, es anárquica.
El equilibrio entre la participación del pueblo y el ejercicio
de las competencias por parte de sus delegatorios, los congresistas,
es fundamental para que la democracia, además de participación,
se traduzca en resultados.
Con todo el respeto por este Congreso del
Perú, con el recuerdo
emocionado de las gestas de la historia, con devoción por
Bolívar, San Martín, Córdoba, Sucre y Grau,
con admiración por el Perú moderno, el Perú del
combate para derrotar el terrorismo, el Perú del combate para
derrotar la droga, el Perú del combate para reinstaurar la
democracia, saludo al Congreso del Perú. Por su conducto,
a este gran pueblo. Y digo desde el fondo del alma, con el más
crecido sentimiento, muchas gracias, compatriotas peruanos.
Muchas gracias.
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