FALLECIMIENTO DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II
Abril 2 de 2005 (Bogotá – Cundinamarca)
Su Santidad Juan Pablo II:
Su Santidad Juan Pablo II ha emprendido
el viaje mayor de su peregrinaje. Difícilmente, otro
momento, puede lograr una superior comunidad espiritual en
el latido de la conciencia
de los colombianos.
Colombia, sus dificultades y tragedias,
sus posibilidades y sus seres sin igual, coparon especial
espacio en las preocupaciones
y afectos del Pontífice.
Como gladiador de la democracia, Su
Santidad luchó con éxito
para imponerla donde imperaba la opresión. Su triunfo
fue la victoria de las convicciones y de la fortaleza espiritual
para defenderlas.
Los muros que la violencia no pudo
derrumbar Su Santidad los derrumbó con la serenidad
de su firmeza.
Con su tenacidad determinó profundos cambios de la
historia y con su solidaridad y su persuasión los produjo
entre tranquilos unos, casi imperceptibles otros, y siempre
pacíficos.
Su Santidad vio más avanzada la cosecha de la democracia
que la de su otra obsesión: la justicia social. En su
legado está el reto de construirla. Pero con su ejemplo,
lleno de un amor infinito que no dejó espacio para el
odio.
El Creador deparó a mi condición de Presidente
de los colombianos el privilegio de conocer a Su santidad.
Al cruzar la puerta para llegar al salón donde finalmente
lo encontré, sus pequeños ojos azules me contactaron
a distancia. Su penetrante mirada emanaba bengalas de espiritualidad,
que conmocionaron mi alma y estrujaron la fragilidad de mis
carnes. Me cruzaron muchas revisiones; una entre todas ellas:
el poderío del espíritu anula la soberbia de
la ira y supera las limitaciones de los huesos.
Me confieso feligrés seducido
por su firmeza.
Con su manera directa de ser, hablar
y proceder, Su Santidad hizo simple lo profundo. La riqueza
de su Magisterio llegó al
corazón de las multitudes por la manera elemental de
entregarse al prójimo.
Las nuevas generaciones que no han
conocido sino a un Pontífice,
que hoy experimentan su partida, tienen en Su Santidad un modelo
para la democracia, la solidaridad, la lucha sin claudicaciones.
Un modelo artillado de paz y amor, sin exclusiones y sin odios.
Los colombianos, entre la tristeza
por su ausencia y la alegría
por su ejemplo y su mensaje, estamos convocados a una reflexión
por la paz de esta tierra que Él amó. Si la conseguimos
y las nuevas generaciones pueden vivir felices, Su Santidad
nos mirará sonriente, alegre y complacido desde la historia.
Desde hoy habremos de vivirlo en el
recuerdo; pero no será suficiente.
Nos mira ya desde el cielo, con los mismos pequeños
ojos azules, con idéntica mirada penetrante, y nos envía
ráfagas de amor para que vivamos bien, para que el cristianismo
llegue más allá de la palabra.