PRESIDENTE
RECIBE LA ‘MEDALLA
DE ORO’
DE LA UNIVERSIDAD DE SAN PABLO –CEU- DE ESPAÑA
Julio 12 de 2005 (Madrid – España)
Señoras y señores:
¡Acudo a la Fundación
Universitaria San Pablo CEU con inmensa gratitud!
Esta medalla la llevaré toda la vida como un
reconocimiento a la heroica lucha del pueblo colombiano
por fortalecer su democracia, por derrotar tantos años
de terrorismo.
Me comprometo, en mi condición
elemental de luchador de la democracia, estar a la
altura de los merecimientos
del pueblo estoico de Colombia, pero es muy superior
a mis personales condiciones.
Quiero agradecer inmensamente
tan generosas palabras aquí pronunciadas por el doctor Rodrigo Noguera
Calderón, rector de la Universidad Sergio Arboleda,
una universidad de ser ideológico, siempre abierta
a la crítica y al debate.
Tan generosas palabras de don
Alfonso Coronel de Palma Martínez Agulló, de don Carlos Mayor, del
profesor don Juan Velásquez, agradecerle a él
las circunstancia de haber examinado estos textos que
no merecen tanto detenimiento. Muchas gracias por esa
paciencia académica.
Felicitar a la Universidad por
todos sus logros, que hemos escuchado con tanto entusiasmo,
en la magnífica
exposición de su rector.
Muy apreciada comunidad académica: en lugar de
proponerle a Colombia una estrategia de apaciguamiento
de los violentos, le propusimos un programa de Seguridad
Democrática, que es el que está en plena
ejecución.
El apaciguamiento fortalece los
violentos, ellos recogieron de El Príncipe, a través de Marx, aquella
idea de ‘aprovechar la generosidad del adversario,
tomarla como debilidad y tenerle en cuenta para golpearlo
y obtener los fines del violento.
Pasó esa idea desapercibida mucho tiempo, hasta
que, con mucha inteligencia, la recogió Marx y
sus sucesores.
No nace la paz del apaciguamiento,
la paz nace de la seguridad, la paz se cimenta en la
autoridad justa. La
autoridad justa tiene que ser democrática, abierta
al pluralismo, imparcial frente a todas las expresiones
del pensamiento, y además, constructora de cohesión
social.
Esta Universidad, es una Universidad
abierta a la crítica,
pero lo que diferencia la apertura a la crítica
del camino de la anarquía, es hacer crítica
con valores o hacer crítica sin valores.
Cuando se hace permanente análisis crítico,
le corresponde a cada claustro universitario -y éste
está enmarcado en valores-, el camino es constructivo.
Cuando ese análisis crítico se adelanta
sin un referente de valores, el destino es anárquico.
El apaciguamiento es camino de
anarquía. La seguridad
imparcial, democrática, busca el camino de mejoramiento
popular.
¿Por qué democrático?: por la acepción
elemental de la democracia: seguridad para todos.
Democrática como un referente histórico,
para establecer la diferencia entre nuestro concepto
de seguridad y la doctrina de la Seguridad Nacional que
recorrió a América Latina, en algunos años;
que se utilizó para suprimir libertades públicas,
para suspenderlas, para ‘macartizar’ el disenso,
para perseguir el disenso, para anular al contrario.
La nuestra es todo lo opuesto.
Seguridad Democrática
significa seguridad para todos los ciudadanos, seguridad
para los empresarios, seguridad para los trabajadores,
seguridad para los voceros de las tesis del Gobierno,
seguridad para los integrantes de la oposición,
seguridad para todos los actores de la democracia: periodistas,
profesores, líderes sindicales, alcaldes de elección
popular, gobernadores de elección popular, diputados,
concejales, congresistas. Seguridad para cultivar la
ilusión de las nuevas generaciones.
Seguridad, no para la sociedad
del monopensamiento, seguridad para la construcción del pluralismo.
Por eso es democrático nuestro contexto de seguridad.
En América Latina se ha incurrido en la errónea
manía de calificar nuestras democracias entre
democracias de derecha y democracias de izquierda. Una
calificación obsoleta, polarizante, impráctica. ¿Por
qué obsoleta?, porque esa división, en
alguna forma tuvo sentido, cuando imperaban en América
Latina dictaduras y de acuerdo con la actitud que unos
y otros asumían frente a este fenómeno
político y gubernamental, se les clasificaba entre
ciudadanos u organizaciones de izquierda o de derecha.
Sometidos todos los países latinoamericanos a
la regla democrática, esa calificación
es obsoleta, polarizante sin sentido como lo acaba redemostrar
la reciente elección del Secretario General de
la Organización de los Estados Americanos (OEA),
en virtud de esa ficticia clasificación de las
democracias latinoamericanas estuvo a punto de anarquizarse
la polarización, polarización que se pudo
superar gracias, en muy buena parte, a la prudente gestión
conciliadora de nuestra Canciller (Carolina Barco). Impráctica –como
lo decía ayer en alguna de las reuniones aquí en
Madrid-.
Recientemente una periodista
internacional me dijo que cómo me sentía yo como gobernante de derecha
entre todos los gobiernos de izquierda de América
Latina, y le dije: ‘¿usted de qué es?’ y
me dijo: ‘yo soy de izquierda’ y le repliqué: ‘déme
una razón para que usted se autocalifique de izquierda
y me califique a mí de derecha’. Enmudeció.
Le di una segunda oportunidad: ‘déme una
razón para que usted califique al Gobierno del
presidente Lula de izquierda y al nuestro de derecha’.
Enmudeció.
Renglón seguido le dije: ‘la pregunta es
otra: ¿son éstas democracias incluyentes
o excluyentes?, ¿son éstas democracias
institucionales o caudillistas?, ¿son éstas
democracias regladas o de caprichos de elegidos?, ¿son éstas
democracias progresistas o retardatarias?’ Y le
sugerí: ‘para responder a éstos cuestionamientos,
hay que ver éstas democracias en función
de la seguridad, de las libertades públicas, de
la construcción de cohesión social, de
la transparencia, del respeto a instituciones independientes
que constituyen la estructura del Estado.
Pues bien, he ahí un punto bien importante para
mirar cómo evoluciona la democracia colombiana,
de acuerdo con todos esos parámetros. La seguridad
nuestra está vinculada con todos ellos, está vinculada
con las libertades públicas, está vinculada
con la construcción de cohesión social.
Está ligada a la transparencia y está ejercida
en el absoluto respeto a las instituciones independientes,
que es el elemental respeto a los textos de la Constitución.
Por eso, éste es un concepto democrático
de seguridad.
Y en esa seguridad, brilla el
respeto a las libertades públicas, lo que marca una diferencia. ¿Cuántos
periódicos se censuraron en América Latina,
justificando la censura en la lucha contra el terrorismo?, ¿cuántos
disidentes ideológicos fueron llevados a la cárcel
injustamente por su inocente conducta de criticar, sindicándolos,
abusivamente, de terroristas?, ¿cuántos
partidos fueron proscritos en ese cercenamiento de las
libertades públicas?
La nuestra es todo lo contrario.
La nuestra es libertad absoluta de prensa, libertad
absoluta de expresión
ideológica. Libertad absoluta, en el texto y en
la práctica, de los partidos.
En 2003, cuando llevábamos más de un año
en este ejercicio de Seguridad Democrática, Colombia
realizó dos eventos importantísimos: la
convocatoria del pueblo al referendo y las elecciones
generales de alcaldes, gobernadores, diputados regionales
y concejales locales.
Ese referendo que propusimos
desde el Gobierno y que debió convertirse en una Ley de la República,
le propuso a los colombianos puntos que estaban en el
Manifiesto Democrático –profesor don Juan
Velásquez Fuentes-, como el de crear esa contraloría
técnica y pequeña y suprimir esos focos
de politiquería en las contralorías regionales.
Justamente el respeto a las instituciones,
nos obligó a
respetar un fallo que nunca compartimos del Consejo Electoral,
que incluyó en el censo electoral a militares
que no podían votar, a ciudadanos que habían
fallecido y su identificación no había
sido descargada del censo y a ciudadanos que no habían
recibido su cédula para poder votar.
Eso lo alegamos en público y en privado, pero
finalmente respetamos las instituciones y justamente
por eso, a pesar de una copiosa concurrencia favorable
de los colombianos al referendo, no pudimos, en puntos
tan importantes como ese que usted menciona, profesor
Velásquez Fuentes, fuera aprobado por los colombianos.
Este referendo fue bastante complejo,
de muchísimos
puntos –lo que habría que corregir en el
documento-, sin una sola propuesta populista, en una
Nación con tanta pobreza. Diría yo que
fue un gran ejercicio de política seria, convocados
los colombianos –con una pobreza entonces del 57
por ciento, hoy todavía del 52- a un referendo
para congelar ingresos de funcionarios públicos,
a vida cuenta del riesgo del abismo por el alto endeudamiento
y el ato déficit.
¿Qué vale la pena destacar?: el respeto
a las instituciones y a las libertades. Opositores y
abstencionistas tuvieron más oportunidades para
expresar sus tesis y sus convocatorias, que el mismo
Gobierno.
Y en la elección al día siguiente de alcaldes
y gobernadores, que marcó un hito en Colombia
importante: el país, en el último siglo
ha tenido, casi en todo momento, completas libertades
retóricas, pero no completas libertades efectivas.
Muchos candidatos, provenientes
de partidos de antiguas guerrillas, de partidos alternativos
a los tradicionales,
habían sido asesinados en sus campañas. ¡Qué paradoja!
El Gobierno de la Seguridad Democrática, presidido
por alguien, combatido ferozmente por las Ong’s
de la Unión Europea, es el Gobierno que les garantiza
las libertades efectivas.
Fueron protegidos eficazmente
como candidatos, ganaron posiciones de la mayor importancia
en gobernaciones y
alcaldías y ahí no terminó el ejercicio
de la libertad. Se han respetado sus fueros, sus competencias.
Hemos construido con ellos un proyecto de gobernabilidad,
de unidad de Patria, fundamental para la unidad de las
nuevas generaciones de colombianos.
Muchos intelectuales que me criticaban
desde el exilio, han regresado a Colombia. ¡Qué paradoja¡ En
el Gobierno al que ellos temían, al que critican,
al que descalifican, han podido ejercer su critica desde
el territorio de la Patria, cuando antes tenían
que enviarlo desde afuera.
En las últimas semanas, Colombia ha elegido 190
alcaldes municipales, con plenas garantías. Candidatos
provenientes de un jardín enorme de diferentes
flores ideológicas.
Cuando empezamos, casi 400 alcaldes
de un total de 1.096 de Colombia, no podían
ejercer porque estaban presionados por el terrorismo,
hoy gracias al rescate
del control territorial por las instituciones armadas
de Colombia, salvo uno o dos, todos pueden ejercer. Pero
el camino que falta es mucho.
Cuando uno ve las cifras de secuestros,
de homicidios, aparece una gran tendencia a la reducción, pero
todavía son muy elevadas. Por eso, este tiene
que ser un camino de perseverancia, un camino donde haya
ajustes sin bandazos, un camino donde la perseverancia
no se constituya en dogma para negar previsiones y un
camino en el cual el ánimo de la revisión
y de la dialéctica, no se constituya en una oportunidad
para propiciar reversas. Así lo entendemos.
¿Por qué hemos llamado a estos grupos
terroristas?: porqué negamos que Colombia tenga
con ellos con un conflicto y sustituimos del conflicto –que
yo todavía equivocadamente reconocí en
el Manifiesto Democrático- por el concepto de
amenaza terrorista.
Déjenme simplemente, acudir a una razón
histórica y a un ejercicio comparativo del derecho
y de la democracia.
La histórica: la insurgencia
latinoamericana tuvo alguna legitimidad por sus luchas
contra las dictaduras
civiles o militares. Contra la civil de Somoza, contra
las militares de El Salvador o del Cono Sur. La insurgencia
latinoamericana, tuvo alguna legitimidad por su lucha
contra la inequidad social.
Veamos qué ha pasado en Colombia: la “insurgencia” en
lugar de haber contribuido a la profundización
democrática, la ha frenado.
Era yo aún universitario y nuestras universidades
públicas recibían permanentemente los mensajes
de las guerrillas que justificaban su acción violenta
en la circunstancia de que Colombia todavía no
había permitido la elección popular de
alcaldes. Se introdujo años después, como
punto final de una discusión de un siglo, en la
Administración del presidente (Belisario) Betancur.
Esos insurgentes que la reclamaban, se convirtieron en
los sicarios, asesinos, de los alcaldes elegidos.
Quien así proceda, marca una diferencia con esas
otras insurgencias. Mientras aquellas luchaban contra
la dictadura, éstos asesinan la democracia. No
hay para ellos señalamiento distinto al de terroristas.
En nuestro país –como en los hermanos pueblos
latinoamericanos- esas insurgencias buscaban legitimidad
de su lucha con el propósito de combatir la injusticia
social. En el nuestro frenaron la expansión de
la economía, expulsaron la inversión, enviaron
al extranjero cuatro millones de ciudadanos, causaron
un desplazamiento interno de dos millones, se fugaron
los pocos capitales –quien acumulaba no quería
invertir más en Colombia-, las masas campesinas
se volcaron a las ciudades –como ustedes acaban
de verlo, en su reciente y fructífera visita a
Cartagena-.
La economía no creció al ritmo que demandaba
ese volcamiento y ese volcamiento se constituyó en
pobreza, en cinturones de miseria. El resultado de esta
acción violenta, lejos de contribuir al mejoramiento
social, ha empobrecido mucho más Colombia.
Por eso no les reconocemos legitimidad insurgente y
tampoco les reconocemos legitimidad por razones de derecho
comparado, por razones de democracia comparada.
Cuando leo o nos informamos de
legislaciones europeas que definen el terrorismo como
el uso o la amenaza del
uso de fuerza por razones ideológicas, religiosas,
políticas, me pregunto ‘¿por qué niegan
el delito político armado?, ¿por qué lo
definen como terrorismo?’ Y en el proceso democrático
europeo se encuentra una razón, que ustedes elocuentemente
la han recogido: cuando hay democracia, no se pude legitimar
acción violenta alguna.
Entonces, lo que ha sido valido
para que Europa desconozca la insurgencia armada y
la califique de terrorismo, es
valido también en Colombia, que ha estado en un
proceso permanente de profundización de su democracia.
Una democracia abierta, profunda, de libertades públicas
como la de Colombia, pluralista, no puede permitir un
solo espacio mínimo de legitimidad a la acción
armada contra esa democracia.
Por eso calificamos estos grupos de terroristas, por
eso negamos que haya conflicto, lo que no quiere decir
que desconozcamos la realidad social de Colombia.
Tenemos una problemática social enorme, un 52
por ciento de nuestros compatriotas se debaten en la
pobreza, la tarea por delante para la construcción
de cohesión social es infinita, mayúscula,
pero de ahí no se puede derivar que haya que reconocerle
legitimidad de conflicto a los actores terroristas, que
en lugar de haber contribuido a mejorar esa pobreza,
su consecuencia ha sido profundizarla.
Me preguntan mucho: ¿si usted niega el conflicto
con ellos, si dice que en lugar de conflicto hay una
amenaza terrorista, si los desconoce como actores políticos,
cómo puede proponer la negociación?: a
partir del cese de hostilidades.
Nuestra posición es muy elemental: toda la dureza
para combatirlos, con la armas del Estado de leyes, con
la transparencia de la democracia, mientras persistan
en sus acciones violentas. Generosidad para acogerlos
o para negociar con ellos cuando demuestren propósitos
de abandonar sus acciones violentas.
El polo determinante de nuestra
política no es
la negociación, es el ejercicio de autoridad.
Porque creemos que cuando se empieza a partir de la negociación,
es como empezar a partir del apaciguamiento, camino inconducente
a la paz. Cuando se empieza a partir de la autoridad –justa,
imparcial, democrática-, es el camino efectivo
hacía la paz.
A partir de la autoridad: generosidad
para albergar la negociación, generosidad para
albergar a quienes desistan de sus acciones violentas.
En este Gobierno se han desmovilizado
ya cerca de 13 mil integrantes de los grupos violentos,
40 ó 45
por ciento de las guerrillas, 60 ó 55 por ciento
de los mal llamados paramilitares. El Gobierno está procediendo
con generosidad para atender esa reinserción que
este año nos puede costar 100 millones de dólares.
Y confiamos que en las próximas semanas haya muchísimos
más reinsertados.
Ellos reconocen con total transparencia,
que tomaron la decisión de reinsertarse porque la presión
de autoridad de nuestro Gobierno los obligó a
reflexionar, porque la presión de autoridad de
nuestro Gobierno les cerró la posibilidad de seguir
ilusionados con la destrucción violenta de nuestras
instituciones democráticas.
El sábado asistimos a un acto conmovedor –antes
de tomar el avión a España-, asistimos
a la graduación de 400 de ellos en uno de nuestros
programas de capacitación técnica. Llevó la
palabra, uno de ellos proveniente de la FARC, doce años
de comandante. ¡Qué palabras tan bellas
y tan valerosas! De gratitud por la generosidad de sus
compatriotas, de expresión de felicidad por haber
tenido la oportunidad de reencuentro con su familia.
Y ¡valerosas!, de convocatoria pública a
quienes persisten en los caminos aciagos del terrorismo,
para que sigan el ejemplo de la decisión de reinsertarse.
LEY DE JUSTICIA Y PAZ
Después de haber avanzado mucho en ese programa
de reinserción y por iniciativa del Gobierno,
el Congreso acaba de aprobar la Ley de Justicia y Paz.
Ante esta comunidad académica tan importante,
permítanme hacer algunas precisiones, porque encuentro
muchos intelectuales de Europa asustados por la propaganda
de algunas Ong’s que poco han dicho contra la guerrilla
y que dicen mucho contra esta ley.
Primero. Cuando uno ve procesos
de paz en el mundo, de perdón total para genocidio
como el Rwanda encuentra que de verdad, esta ley en
Colombia, es ley
de Paz y de Justicia.
Es además, la primera ocasión, cuando
Colombia en un proceso de paz, incorpora el concepto
de justicia y el concepto de reparación a las
victimas.
Han dicho algunos al criticarla: ‘es una ley para
los paramilitares’. Es una Ley para todos. Los
primeros beneficiarios de esta ley son los 13 mil reinsertados
actuales –y los que habrán de venir-, donde
hay un alto porcentaje de guerrilla.
Ocurre sí, en la crítica, lo siguiente:
muchos de los críticos la encuentran demasiado
benigna con los paramilitares y demasiado severa con
las guerrillas. Bases guerrilleras que se han desmovilizado
la aceptan, pero los dirigentes guerrilleros dicen que
ellos no la aceptan, porque piden indulto y amnistía
para delitos atroces, se niegan a un solo día
de cárcel por delitos atroces y piden que se cambie
la Constitución Colombiana para que puedan ser
elegidos al Congreso, no obstante ser responsables de
delitos atroces.
Dice la crítica, que esta es una ley de impunidad. ¡De
ninguna manera! Prohíbe esta ley el indulto, prohíbe
la amnistía para delitos atroces, tiene sentencias
reducidas de pena privativa de la libertad, sí.
Es el costo de la paz. Porque es una ley de justicia
pero no de sometimiento, como también es una ley
de paz pero no de impunidad.
La Constitución Colombiana advierte que: ‘quien
haya sido condenado por un delito diferente al delito
político o al homicidio culposo, no puede ir al
Congreso’. Esta ley, en la jerarquía normativa,
está en la escala inferior de la Constitución
y respeta plenamente la Constitución.
Esta ley no debilitó la extradición. Cuando
el Gobierno que presido empezó, Colombia había
extraditado 60 personas, este Gobierno ha ordenado la
extradición de 330.
Hay una discusión técnica sobre la confesión. Cuando
alguien se desmoviliza de acuerdo con esta ley, tiene
que someterse a un proceso inicial de la Fiscalía
de dos meses, debe contar los delitos que ha cometido,
si omitió algún delito y aparece posteriormente,
no existe una tal prescripción en esos dos meses –como
lo decía ayer un representante de una Ong aquí en
Madrid-, en cualquier momento posterior, si aparece ese
delito, se le puede juzgar por él. Si lo ocultó intencionalmente,
pierde los beneficios. Si coopera con la justicia, mantiene
los beneficios pero se le puede imponer una pena adicional
del 20 por ciento.
Dicen los críticos que esta ley mantiene la posibilidad
de que esas organizaciones terroristas existan. No hay
ley que garantice, per sé, que las organizaciones
terroristas no se reproduzcan. Lo único que garantiza
que no reproduzcan las organizaciones terroristas, es
una política continuada de seguridad.
Dicen los críticos que los beneficiarios de esta
ley van a mantener su riqueza ilícita. La
ley exige que se les confisque toda la riqueza ilícita,
esa riqueza hará parte de un patrimonio de resarcimiento
a las víctimas, pero además, los beneficiarios
de esta ley, además de quedar sometidos a esa
norma incluida en esta ley de confiscación de
la riqueza ilícita, están sometidos a otra,
a la ley general de extinción de dominio –una
de las primeras que este Gobierno modificó para
ser más expedito sus procedimientos y que ha producido
enormes beneficios ya, para empezar a recuperar para
el Estado y para la sociedad, los bienes adquiridos por
la delincuencia-.
Es muy difícil el equilibrio entre justicia y
paz, por eso ¡que foro tan importante de esta Universidad
San Pablo CEU, para hacer algunos comentarios sobre esta
norma!
DELITO POLÍTICO
Nosotros hemos venido proponiendo
un nuevo debate en Colombia: en una sociedad democrática no debe
haber delito político.
Primero, porque el ordenamiento
jurídico colombiano
conserva lo que –a mi juicio- es una definición
anacrónica de delito político: acepta el
delito político fundamentado en la acción
armada.
Y hemos visto que como contraprestación a la
profundización democrática, Europa, a esa
conducta, la tipifica como terrorismo. Lo que es valido
para una democracia pluralista europea, es valido para
una democracia pluralista latinoamericana. Y por su puesto,
resulta imposible, en una democracia pluralista elevar
a la categoría de delito del disenso, lo que se
ha conocido por los tratadistas: el delito de opinión
o el delito de disenso.
En las sociedades democráticas no conductas de
opinión, no puede haber decisiones de conciencia
que se eleven a la categoría de delito.
Y me han preguntado los jóvenes estudiantes: ‘¿cuál
es la relación entre la autoridad, la seguridad
y (…)?’, porque se entiende la autoridad
como el rescate del orden, la paz como la conquista de
la reconciliación.
Quiero decir de manera muy elemental,
ante esta Universidad: la autoridad es generadora de
la seguridad, que es un
valor democrático. La seguridad, como valor democrático,
es constructora de respeto a la ley, de respeto a la
pluralidad. El respeto a la Ley es el principio ético
que permite enlazar un ciudadano con el otro y construir
ese colectivo de comunidad o de Nación. Y cuando
todos se sienten integrantes de ese colectivo, a partir
de principio ético del respeto a la ley que se
genera en la autoridad, se sienten, todos, obligados
a la convivencia, a ser semillas de paz.
Vamos a perseverar. Hace pocos
días me referí a
unos compatriotas angustiados por problemas que no se
resuelven: ‘cuando el pescador no se duerme, más
temprano que tarde le llega la cosecha’.
¡Confió que a Colombia
le llegue la cosecha de paz!
Voy a regresar a mi Patria, con
mis compañeros
de Gobierno, con inmensa gratitud por esta medalla.
La única manera que tengo de ser reciproco con
esta Universidad, es reafirmando la devoción de
trabajar hasta el último día de la existencia
por un propósito: que las nuevas generaciones
de colombianos puedan vivir felices, en democracia, en
igualdad de oportunidades. No por razones exóticas,
por una razón elemental: mi generación
y varias generaciones de colombianos, no han tenido un
día de paz. Cuando uno ve crecer a sus hijos no
quiere que estas angustias y sobresaltos se repitan en
la generación de ellos.
Ahora que estamos celebrando
los 400 años del
Quijote, déjenme cerrar con en bellísimo
párrafo, que bastante ilusión nos crea
para Colombia.
Escribió Don Miguel de Cervantes: “las
tragedias que me suceden son señales que presto
han de serenar el tiempo y han de sucedernos bien todas
las cosas, o bien y el mal no pueden ser durables (…)
que habiendo dado tanto el mal, el bien está cerca’.
Ustedes nos estimulan a pensar que el bien esta cerca
para Colombia.
Muchas gracias.